Identificador
47641_01_028
Tipo
Formato
Fecha
Cobertura
41º 43' 58.57'' , -5º 5' 54.88''
Idioma
Autor
José Luis Alonso Ortega
Colaboradores
Sin información
Edificio Procedencia (Fuente)
País
España
Edificio (Relación)
Localidad
Castromonte
Municipio
Castromonte
Provincia
Valladolid
Comunidad
Castilla y León
País
España
Claves
Descripción
CUANDO HABLAMOS DE LA ARQUITECTURA de los edificios de un monasterio cisterciense como el de La Espina, en el que el inicio de las construcciones cenobíticas se remonta a finales del siglo XII, surge entonces el interrogante de si es adecuado o no hablar de un "arte cisterciense". No vamos a profundizar, entre otras cosas porque no es ese nuestro cometido, en una cuestión sobre la que la historiografía del arte medieval ha vertido verdaderos ríos de tinta. Aunque los especialistas en el tema parecen tener clara desde hace ya bastantes años la respuesta, sería interesante –muy especialmente para aquellos que no lo somos– clarificar, aunque sea brevemente, una serie de cuestiones que por no demasiado bien interpretadas todavía siguen apareciendo en obras de un mayor o menor grado divulgativo y que llevan ciertamente a la confusión, utilizando términos como "arte cisterciense", "estilo cisterciense", "influencia cisterciense" en ámbitos quizás poco adecuados. Especialistas españoles de la categoría de Bango Torviso, Joaquín Yarza o Carlos Valle, entre otros, han puesto de manifiesto recientemente –basándose en premisas establecidas para lo francés por Aubert, Dimier, etc.– que los edificios cistercienses, inspirados por una comunidad que en lo espiritual pretendía reverdecer los más viejos y severos laureles benedictinos del "ora et labora", no constituyen en sí mismos un estilo y que por tanto no podemos hablar de un "arte o arquitectura cisterciense", ya que dentro de sus edificios nos encontraremos –en un primer momento– con tradiciones ciertamente románicas y posteriormente con caracteres propiamente góticos. Es decir, que el particular carácter, que no estilo, artístico y funcional de los edificios cistercenses –más o menos románico, más o menos gótico– vendrá determinado por el "momento histórico" en el que se llevan a cabo, pero nunca por crear ellos mismos un nuevo léxico arquitectónico. Desde esta perspectiva, los monasterios lo que hacen es adecuar a sus estrictas necesidades espirituales el vocabulario constructivo existente en cada momento; necesidades que obligarían –según Braunfels– "a condenar todo aquello que llamamos arte románico", pero no a crear un arte distinto. Como consecuencia de unos planteamientos algo confusos y basados en ciertos conceptos predeterminados, sorprende que Felipe Heras, en su trabajo sobre el románico en la provincia de Valladolid, no analize una serie de monasterios cistercienses –éste de La Espina entre otros– porque "presentan caracteres totalmente bernardos y ya más decididamente góticos", cuando él mismo señala que uno de los elementos que se podían considerar pervivencias románicas dentro de los edificios cistercienses eran las cabeceras de sus iglesias y como tales analiza las de Palazuelos y Valbuena. Y algo parecido ocurre cuando Javier Sáinz incluye entre el "románico rural" los "restos románicos" –sin determinas cuáles– del monasterio de La Espina. Entendemos que una cosa son los edificios inmersos en un "románico rural", por lo general de pequeño "empaque" artístico y realizados por y para pequeñas comunidades laicas, con escasos recursos económicos y generalmente ajenas a los grandes movimientos o corrientes artísticas (que tendrá su reflejo en los materiales con que suelen llevarse a cabo su construcción: mampuesto, sillarejo, etc., uso de cubiertas planas de madera en vez de abovedamientos, etc.) y otra muy distinta la "ruralidad" de aquellos edificios que por principios o necesidades espirituales bien distintas se encuentran inmersos en un ámbito no urbano y que fueron realizados por y para comunidades monásticas que contaban con un mayor potencial económico y humano (reflejado en el uso de un buen material constructivo, aparejo de sillería preferentemente, predominio de los espacios abovedados y en la presencia –si tenemos en cuenta el valor que suele atribuirse a las marcas de cantero– de grupos de canteros asalariados). Siendo consecuentes con lo dicho hasta el momento, es obvio que tan solo nos detendremos en el análisis de aquellos edificios monásticos –o determinadas partes de los mismos– que entran dentro de un periodo artístico en sí mismo conflictivo y de límites poco precisos (último cuarto del siglo XII y primero del XIII) que ha recibido múltiples denominaciones, algunas más acertadas que otras: "tardorrománico", "protogótico", "de transición" y "estilo 1200". Edificios de los que tan solo nos resta una pequeña parte puesto que los que no fueron transformados y derribados, e incluso hechos de nuevo, entre los siglos XV y XVIII (hospedería, claustros, capilla de la Santa Espina, etc.) desaparecieron consumidos por las llamas del incendio acaecido en 1731. LA IGLESIA Puesto que por el momento desconocemos cuáles eran los edificios benedictinos existentes allí a la llegada de la nueva comunidad, posiblemente aprovechados en un primer momento, iniciamos nuestro recorrido por la iglesia y más concretamente por la cabecera, según Antón Casaseca iniciada en el último cuarto del siglo XII. La disposición de su primitiva planta, del más puro estilo borgoñón, seguía un plan que definido como "bernardino" apenás tendrá eco en los restantes edificios castellano-leoneses, a excepción de Moreruela, más en la línea de lo que se ha venido a denominar "hispano-languedociano". Se caracterizan los templos que siguen este plan bernardino por tener los ábsides cuadrados o rectangulares, como aquí, con un ábside principal de mayor profundidad y anchura que las capillas absidales restantes, cuatro en este caso. Una multiplicación de altares, de capillas absidales, que permitía a los monjes cumplir con las exigencias eucarísticas propias de las comunidades benedictinas. Nos encontramos por tanto ante una organización distinta a la de aquellas iglesias cistercienses "de tradición románica" que, realizadas por talleres locales inmersos en un arte inercial, presentaban cabeceras compuestas por tres ábsides semicirculares escalonados. Desgraciadamente seguimos sin saber si el ábside central, la capilla mayor, se remataba originariamente en semicírculo ya que ésta zona del templo sufrió tan importantes reformas, que de las cinco capillas que tuvo tan solo conservamos la del extremo del lado del evangelio, el testero de las dos del mismo lado y los muros laterales de la mayor. Con la muerte de don Fernando de la Vega, en 1395, el ábside lateral del lado de la Epístola se convirtió en la capilla funeraria de los Vega, señores de Grajal, lo que supuso la destrucción de la primitiva capilla absidal y la construcción de una nueva en estilo gótico flamígero. Además, entre 1546- 1558, en tiempos del abad Fray Lorenzo de Orozco, no sólo se sustituyeron las primitivas cubiertas de las capillas (que tal y como se conserva la extrema del lado del Evangelio se cubrirían con cañón apuntado sobre imposta de nacela) sino que se amplió hacia el este la capilla mayor, al parecer algo oscura y pequeña respecto al resto de la iglesia, con un muro recto –en la actualidad cubierto por un retablo procedente del monasterio de Retuerta, realizado hacia 1578 por Diego de Marquina– y se cubrió todo el espacio con una linterna ochavada después de haberse incrementado su altura. La capilla mayor fue consagrada en 1560 y en ella recibieron enterramiento los personajes de noble alcurnia ligados a la historia del monasterio: Martín Alfonso, el infante don Juan Alfonso de Alburquerque, etc. Siguiendo a la perfección el esquema bernardino, tremendamente regularizador, las capillas absidales de la cabecera se abrían al transepto mediante arcos apuntados y doblados de los que tan solo conservamos –como ya hemos dejado dicho– el de la capilla extrema del lado del Evangelio, que apea sobre jambas coronadas por simples impostas, capilla que también conserva en su testero un vano abocinado de medio punto. Esta nave transversal, ya de principios del siglo XIII, ha variado notablemente su fisonomía después de sufrir importantes transformaciones, sobre todo en su brazo sur en el que se localizaría la denominada "Puerta de los Muertos" que comunicaba la iglesia con el cementerio monástico. Muy desarrollada en planta, se divide en cinco tramos todos ellos cubiertos –a excepción del correspondiente al crucero– con bóvedas de gruesas ojivas baquetonadas. Muy probablemente la cubierta propuesta en un principio para estos cuatro tramos fuese la de cañón apuntado puesto que, como muy bien advirtió Antón, las ojivas carecen de apoyos lógicos y se forzó el arranque de las diagonales en los tramos extremos del crucero. Aunque la reforma concluida hacia 1560 afectó también a los actuales pilares cruciformes del crucero y a su cubierta –todo ello realizado según trazas de Gonzalo de Sobremazas– todavía perdura el muro norte y oriental del brazo norte del transepto, el primero reconocible exteriormente por la presencia de un vano abocinados de medio punto y el segundo por conservar los arcos apuntados que dan acceso, uno a la sacristía antigua y otro, de planta quebrada, que tal vez comunicaba la iglesia con el dormitorio de los monjes. Respecto al tramo del crucero señalar que su planteamiento original seguiría en esencia las pautas reseñadas por Bango Torviso, es decir, que en él aparecería un cimborrio o linterna –sobre trompas que fueron reaprovechadas, así como sus fuertes apoyos– con tan escaso desarrollo cupular que, de forma acusada, sólo sería perceptible desde el interior. Y todo ello debido a que en la reunión del Capítulo General de la Orden celebrado en 1151 se prohíbe la existencia de torres de piedra. Prohibición que en general posibilitó, según el mismo autor, el acentuado horizontalismo de los volúmenes eclesiales cistercienses. En nuestro recorrido hacia los pies del templo, la anchura del edificio disminuye, ya que los cinco tramos de la cabecera y transepto se reducen a tres en el cuerpo de las naves, con la central de mayor altura y achura que las laterales. En el primer tramo de una de estas últimas, la nave norte, se abre la única puerta original que hoy en día conserva el templo, la que comunica la iglesia con el claustro. Esta parte del edificio (las naves), y según testimonios documentales relacionados con don Martín Alonso, uno de los principales protectores del monasterio y miembro de la poderosa e influyente familia de los Téllez de Meneses, no estaría terminada en 1275, siendo en tiempos de un segundo descendiente de éste –el Infante don Juan Alfonso de Alburquerque, hijo de don Alonso, infante de Molina– cuando se "acabaron las tres capillas que faltaban, las naves colaterales de la iglesia, claustros, celdas y otras oficinas" como señala Robles, es decir, cuando se remata la obra monástica en su conjunto. Noticias históricas que llevan esta parte del edificio a principios del siglo XIV. Las tres naves constan de seis tramos cada una –cubiertos de igual forma que el transepto–, separadas por pilares cruciformes que se asientan sobre grandes zócalos octogonales. Zócalos sobre los que encontramos un plinto superior que recoge las basas de las medias columnas (cercenadas a cierta altura para dotar de mayor amplitud a la nave central) que aparecen en los cuatro frentes del pilar pero no así en los ángulos, solución que por poco frecuente hizo pensar que en un principio pudieron estar diseñados para sustentar bóvedas laterales de arista y central de cañón apuntado, como aparece en los monasterios de Poblet o Fitero, o bien de arista para las tres naves; una inexistencia de columnas angulares que obligó, como ya observara en su momento Lambert, a marcar en determinadas ocasiones el arranque de los arcos diagonales de las ojivas en los salientes del pilar mediante un capitel colocado de forma oblicua. Tanto los arcos formeros de la nave central como los divisorios de las naves son apuntados, doblados y de perfil rectangular, mientras que las naves colaterales poseen arcos perpiaños de medio punto de la misma sección, salvo alguno achaflanado en la nave de la Epístola. Como si de una costumbre se tratara, en el siglo XVI se ubica un coro alto sobre los pies que ocupará dos últimos tramos. Será ya en el siglo XVII cuando Juan del Valle, siguiendo el proyecto de Francisco de Praves, erija la capilla de las reliquias y se inicie la actual fachada exterior de la iglesia, en palabras de Martín González "la más completa y hermosa que haya en Valladolid del tipo de dos torres", concluida por un discípulo de Ventura Rodríguez en 1783. Fachada que se realizó respetando el primitivo muro occidental del templo todavía perceptible en parte desde el interior. Una vez analizada la totalidad de su planta, de más de 50 m. de longitud total, hay que destacar además de sus notables dimensiones su tipología borgoñona, procedente directamente de Clairvaux y del tipo de Pontigny o Fontenay. Un edificio cuyo proceso crono-constructivo se iniciaría en la cabecera en el último cuarto del siglo XII y que continuaría a principios del siglo XIII en el cierre del transepto y con el cerramiento murario del espacio eclesial destinado a las naves, es decir, los muros norte y sur del edificio. Más adelante, a finales del siglo XIII y principios del XIV, se concluye al abovedamiento final del transepto y naves, lo que probablemente trajo consigo el refuerzo mediante contrafuertes del muro sur del templo. LAS DEPENDENCIAS MONÁSTICAS Adoptando una disposición que no es la tradicional en los monasterios cistercienses, las dependencias se encontraban al norte de la iglesia y organizadas en torno a un claustro derribado y hecho de nuevo en el siglo XVIII por un artista, en opinión de Martín González, procedente de la escuela salmantina. Esta anómala ubicación topográfica de las dependencias claustrales (visible también en edificios alemanes –Eberbach y Maulbronn– y franceses –Le Thoronet– del siglo XII), que generalmente suelen situarse al sur, pudo deberse a la necesidad imperiosa de adecuar el ala del refectorio monástico, ya desaparecida, al curso fluvial y a un mejor aprovechamiento de las condiciones del suelo. Desaparecidas las primitivas pandas norte y oeste de este elemento organizador, además de todas las dependencias ubicadas en el piso superior, tan solo se conservan en La Espina las salas de la planta baja de la panda o crujía oriental del claustro (visible también desde el exterior) inmersas en un periodo cronológico similar al de la parte oriental de la iglesia y la panda del lado sur o panda de la iglesia, en la que se encuentra la puerta que comunica el claustro con la iglesia y varios nichos sepulcrales apuntados. Las estancias que nos encontramos en la panda oriental son, de sur a norte: Sacristía-capilla antigua Bajo arcos apuntados y retallados se accede desde el claustro al interior de esta pequeña sala, probablemente la más antigua de las conservadas (finales del siglo XII, principios del XIII), que también comunica con la iglesia mediante un pequeño ingreso abierto en el muro norte del transepto. Consta de dos tramos desiguales cubiertos por bóvedas ojivales separadas por arco fajón apuntado. En el muro norte de su tramo más reducido se abre un lucillo con posible función sepulcral, mientras que en su muro oriental aparece una puerta –quizá posterior y visible también desde el exterior– que comunicaba esta estancia con la huerta. Armarium o Armariolum Comunicando al este con la sacristía por doble arc o apuntado y al oeste con la panda claustral aparece esta pequeña estancia, destinada a acoger los libros de lectura más generalizada. En nuestro caso ha recibido un tratamiento monumental inusual, ya que por lo general suele tratarse de un simple hueco de mayor o menor profundidad abierto en el muro. Mediante un arco fajón apuntado sobre columnas adosadas se articula su espacio interno en dos tramos cubiertos por bóveda de crucería que en sus extremos norte y sur apoyan sus ojivas directamente sobre el muro. Esta inadecuación pudiera indicarnos que en un primer momento –de la misma cronología que la sacristía-capilla– pudo haberse planteado su cubrición mediante cañón. Sala Capitular La siguiente estancia monástica que nos e
contramos en nuestro itinerario por esta panda oriental del claustro es la sala del Capítulo, a la que accedemos a través de una puerta abierta en arco de medio punto flanqueada a ambos lados por dos grandes arcos apuntados que cobijan vanos geminados de medio punto. Su interior rectangular en planta, iluminado por tres ventanas apuntadas de amplio derrame sobre columnas que se abren en el testero oriental, se distribuye en tres naves –de mayor anchura la central– de tres tramos cada una y cubiertos con bóvedas de crucería sin formeros. La separación entre las naves se efectúa mediante cuatro columnas exentas y de cortos fustes sobre las que descansan los arcos y los finos nervios de sus bóvedas, mientras que las que van a los ángulos de la estancia y a los muros lo hacen, respectivamente, en columnas acodilladas y columnas adosadas, estas últimas apoyando sobre un banco de piedra que recorre interiormente sus muros. Aunque alguno de los elementos de esta bella dependencia –elogiada como la más "cisterciense" de las conservadas en España– puede dar indicios o señales de arcaísmo, la sala pudo comenzarse poco después que la iglesia, a principios del siglo XIII. Sin duda es esta una de las mejores salas capitulares cistercienses hispanas, lugar en el que se reunía la comunidad monástica, bajo la presidencia del abad, para la lectura de los "capítulos" de la Regula sancti Benedicti y recibir las instrucciones pertinentes. Al exterior su muro oriental se articula mediante pequeños contrafuertes entre los que aparecen los estrechos ventanales. ¿Antelocutorio? Con este nombre designa Francisco Antón al pasillo que, abierto a continuación de la sala capitular, limita al este con el calefactorio. Se abre al claustro por un pequeño arco apuntado sobre finas y esbeltas columnas acodilladas y ocupa el lugar en donde generalmente se solía ubicar la escalera que, desde el claustro, comunicaba este con el dormitorio de los monjes. Locutorio o auditorio del Prior y Calefactorio Dos puertas de arco apuntado abiertas en el pasillo anterior dan paso al locutorio, aunque también tiene entrada bajo un arco de igual fisonomía desde el claustro. Interiormente la sala, muy similar a la de la abadía francesa de Fontenay, se divide en dos tramos cuadrados de igual tamaño y cubiertos con crucería mediante un arco transversal apuntado. En el testero de la sala se abre una puerta también apuntada que permite el acceso al calefactorio, situado en una localización poco frecuente pero que también encontraremos en monasterios franceses como el de Cîteaux. Se trata de un espacio diáfano cubierto con cañón apuntado en el que podemos ver todavía la chimenea situada entre dos vanos de amplio derrame. Parlatorio Entre las estancias señaladas anteriormente y la sala de monjes se encuentra este estrecho pasadizo cubierto con cañón apuntado que además de comunicar el claustro con la huerta ponía en contacto también el claustro con la sala de monjes. Tanto en su ingreso como en su salida al huerto este pasadizo presenta sendos arcos apuntados. Sala de Monjes Y por último, la más alejada de la iglesia y dispuesta perpendicular respecto a esta, nos encontramos con esta gran sala contemporánea, de la sala capitular y la mayor de cuantas dependencias se conservan. Destinada en un principio a lugar de reunión de los novicios terminará convirtiéndose en el espacio que acogía las reuniones de los monjes. En un primer momento, cuando todavía la sala estaba totalmente arruinada, fue identificada como sala de trabajos o gran parlatorio. Presenta la tipología propia de esta dependencia: rectangular y de dos naves, en este caso con tres tramos cada una, cubiertas con bóvedas ojivales separadas por sencillos pilares cruciformes con columnas tangenciales en sus frentes y acodilladas en los ángulos. Arcos y ojivas apoyan en los muros de idéntica forma a la ya descrita en la sala capitular. De forma excepcional, puesto que esta era la única sala de monjes hispana que lo conservaba, en el ángulo suroccidental era visible una parte –concretamente tres arcos de medio punto derramados– del sitial del maestro o tribuna del lector, una especie de púlpito. En su fábrica no se observan rupturas, lo que parece indicar que todo se levantó y cubrió en una misma campaña constructiva que muy bien pudiera situarse en el primer cuarto del siglo XIII. En la actualidad se utiliza como sala de conferencias, y tan solo se conserva sus muros oriental y occidental con parte de los apeos y del arranque de las bóvedas a muy baja altura, lo que indica que la estancia se encuentra actualmente muy sobre elevada. ¿Enfermería? Al este de esta panda claustral se extendía la huerta monástica, a la que accedíamos a través del pasadizo situado entre la sala de monjes y el calefactorio. Francisco Antón señala como al este de esta huerta existían huellas materiales de la existencia de otras dependencias, entre ellas "un muro con dos puertas buenas apuntadas, de varias arquivoltas aboceladas y muy elegantes que hoy sirven para entrar a unos establos", que data en el primer cuarto del siglo XIII. Desgraciadamente estos vestigios arquitectónicos han desaparecido, pero sí se conserva a varios kilómetros del monasterio –en dirección a Mazote– un edificio del siglo XVI que la tradición oral conoce como "La Enfermería". Tanto la iglesia como las dependencias claustrales brevemente reseñadas presentan una dilatada evolución cronológica sujeta a condicionantes de carácter económico. Aunque no se refiera concretamente a este edificio vallisoletano, Pérez-Embid señala un principio que demasiado a menudo no tenemos presente a la hora de juzgar cualquier manifestación artística, pero de manera muy especial la arquitectónica: "la penuria o pobreza real explica la supervivencia de tradiciones arquitectónicas autóctonas" y, añadimos nosotros, nos ayuda a comprender –en algunos casos mejor incluso que desde la complicada perspectiva de las "influencias"– la convivencia en un mismo periodo histórico de lo que desde un punto de vista artístico aparentemente entendemos como contradicciones y que pretendemos encasillar en departamentos supuestamente estanco de la Historia del Arte. Lo económico y lo espiritual –genialidades aparte– son dos facetas que van tan indisolublemente unidas en cualquier manifestación artística que el no interrelacionarlas supone perder de vista uno de sus elementos constituyentes y por tanto la correcta utilización de términos como "arte" o "estilo". LA ESCULTURA El hecho de que los edificios de los monasterios cistercienses busquen la desnudez ornamental y la austeridad ha hecho que determinados autores hablen de "escultura cisterciense" o de "formas cistercienses" en la escultura partiendo de la base de la existencia de un "arte" arquitectónico cisterciense. Ya hemos hablado sobre éste tema por lo que sería reiterativo volverlo a hacer desde el punto de vista escultórico. Sin embargo si me gustaría recordar, llegados a este punto, que los monjes blancos del Cister no hacen muchas concesiones a la ostentación ornamental de sus edificios en base a unos principios espirituales anteriores que fueron actualizados en gran medida en el capítulo XII de la famosa "Apología a Guillermo", obra realizada por San Bernardo a finales de los años veinte del siglo XII. Como ocurría con la arquitectura, la escultura de los edificios cistercienses responde a los mismos principios espirituales benedictinos, ciertamente rigoristas y anicónicos. Aniconismo retomado por San Bernardo y del que deberían participar los edificios monásticos pero no los episcopales, en donde la representación figurada tenía la virtud de "enseñar a los que no saben", algo que en opinión del santo estaba fuera de la realidad monástica. Aniconismo y austeridad decorativa que priman en los edificios cistercienses no solo por planteamientos espirituales sino también, y como en la arquitectura, económicos. Bango Torviso ha expresado acertadamente este ultimo aspecto: "Cuando nos encontramos con una columna con un capitel liso o unos vegetales pegados a la cesta, no podemos decir que sean cistercienses, ya que el capitel liso surge en Francia en la primera mitad del siglo XII con la intención de ahorrar dinero". Cuando en determinados edificios contemporáneos a los cistercienses encontramos capiteles sin tallar o con decoraciones apenas insinuadas y de formas vegetales muy elementales se suele afirmar que son de "influencia cisterciense". Sin embargo, y aunque pudiera ser así en casos muy concretos, ¿no podría deberse simplemente a una escasez de posibilidades económicas por parte de la comunidad que los erige? La escueta decoración esculpida existente en La Espina la localizamos principalmente en los soportes, puertas y ventanas. Entre los primeros habría que destacar los capiteles y basas, ya que los fustes suelen ser lisos y monolíticos, con la única excepción de un par de fustes estriados que aparecen en una de las ventanas abiertas en el muro sur de la nave de la iglesia. Una tipología de fuste claramente borgoñona que enlaza con la de aquellos capiteles vegetales de la nave central del templo que, rematados por hojas o florecillas, presentan tallos tan solo en una de sus zonas. En esta nave central –cuyos capiteles vegetales parecen más elaborados– encontramos además otras variedades: la de aquellos que –con astrágalo y cimacio circular de ancha gola– decoran su cesta con hojas de palmetas y lanceoladas muy escotadas y pegadas a la cesta, apenas sin relieve (los conocidos como "galons"), o bien con estilizados tallos rematados por hojas y pomas, éstos últimos derivados de una morfología románica muy numerosa y dispersa por los cenobios del Duero (Valbuena, Palazuelos, etc.,) y que se corresponderían –siguiendo la clasificación de Hernando Garrido– con las modalidades IV-VII de modelos procedentes de San Andrés de Arroyo. Decoración que salvo excepciones –un mayor desprendimiento de las hojas o flores que rematan los tallos– se repite en las naves laterales (los de las esquinas de la nave del Evangelio van sin tallar, y si lo hacen, con simples estrías y hojas apenas dibujadas). Tan solo los capiteles de los soportes adosados más cercanos al crucero parecen más toscos y rudos en su talla aunque de la misma temática –pobre imitación de los de la nave central–, a excepción de los de la nave de la Epístola cuya cesta presenta una mayor profusión de tallos y hojas apalmetadas de relleno. Frente a la escasa suntuosidad de las formas vegetales, seriadas y reiterativas, otros capiteles preservan su cesta o tambor sin decoración alguna o bien aparecen simplemente facetados con pequeños resaltes e incluso con una somera decoración que, definida como "de funda", deja al descubierto sus ángulos (sala capitular, sala de monjes, etc.). Las basas son mayoritariamente áticas, generalmente con garras angulares. Y únicamente en la nave del Evangelio aparecen decorados los plintos situados sobre los zócalos en los que se asientan los pilares, en este caso con flores de seis pétalos. Los ventanales, ya sean de medio punto o apuntados, suelen tener dos o tres arquivoltas decoradas con baquetones, generalmente la inferior sobre columnas acodilladas con basas áticas de gran bocel inferior y capiteles vegetales de gruesas y escotadas hojas pegadas a la cesta. Otro de los elementos que contienen una mayor profusión ornamental, dentro de los límites generales ya establecidos, son las puertas. La que comunica iglesia y claustro, de arco de medio punto, posee cuatro arquivoltas aboceladas con golas intermedias que apoyan sobre tres pares de columnas acodilladas, de las que han desaparecido los fustes. Las basas áticas con gran bocel se ubican sobre un alto plinto y tan solo uno de sus capiteles presenta sobria decoración vegetal apenas insinuada, mientras los restantes aparecen lisos. Los cimacios, simplemente moldurados, se extienden por parte del muro. Al interior, hacia la iglesia, el arco arranca de jambas lisas. Por su parte el acceso a la sala capitular se realiza a través de una portada apuntada con cuatro arquivoltas de simples baquetones entre escocias, excepto la exterior que lleva una guarnición de gola y junquillo; interiormente solo posee triple arquivolta, dos de ellas sobre columnas y una sobre jamba. Los apoyos los constituyen enormes pilares compuestos por haz de columnas con basas similares a las ya descritas y capiteles lisos con un cimacio por cada dos. Por su parte los vanos que flanquean este acceso descansan sobre columnas pareadas, cuyos capiteles recuerdan a Ara Gil los de Fontenay. La sencilla y poco ostentosa decoración escultórica conservada se inscribe mayoritariamente a finales del siglo XII y en el transcurso del siglo XIII. Por el momento sus paralelos más ciertos fuera de la Península se encuentran en edificios como Fontenay, mientras que dentro de ella presenta ciertas similitudes con edificios románicos de Zamora y Toro y con otros edificios ya sean cistercienses, como Valbuena y La Oliva, o no (Ceínos).