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Exterior

Identificador
19291_04_001n
Tipo
Formato
Fecha
Cobertura
40º 38' 4.07'' , -2º 35' 21.22''
Idioma
Autor
Ezequiel Jimeno Martínez
Colaboradores
Sin información
Edificio Procedencia (Fuente)

 

País
España
Edificio (Relación)

Iglesia de San Miguel Arcángel

Localidad
Puerta, La
Municipio
Trillo
Provincia
Guadalajara
Comunidad
Castilla-La Mancha
País
España
Descripción
LA PARROQUIAL DE SAN MIGUEL se encuentra enclavada en el corazón de la localidad de La Puerta. Su portada principal se abre hacia el Sur, hacia una pequeña plazuela que nace aneja a la larga calle Real, arteria principal del caserío, a ambos lados de la cual se disponen, de manera más o menos ordenada, el conjunto de viviendas que configura el casco urbano del pueblo. La traza original de la iglesia tiene una clara impronta románica, levantada en el siglo XIII, que con posterioridad se vio sometida a sucesivas modificaciones a lo largo de los siglos XVII y XIX. Según la descripción realizada por Azcárate, se trata de una obra románica, “rehecha en el barroco”, que tenía a mediados del siglo XX un mal estado de conservación. Layna Serrano, siguiendo una tendencia más purista, consideraba que a “excepción hecha del muro sur, muestra sin mácula exterior su severa reciedumbre de edificio medieval”. En opinión de Ruiz Montejo, de la primitiva traza “subsisten, como en tantos otros lugares, el vano de ingreso y la cabecera de la primitiva iglesia románica”. El cuerpo central compuesto por una sola nave, “rehecha en época barroca, se amplió con varias capillas adosadas al muro meridional de moderna construcción”. Su estructura, en definitiva, responde al patrón típico de los templos localizados en la comarca. Su detallado estudio comparativo pone de manifiesto la reiterada utilización de modelos parejos a los empleados en muchos otros casos: iglesia de una sola nave rectangular, rematada por un presbiterio recto que corona un ábside semicircular y la espadaña situada a sus pies. Las postreras intervenciones rompieron en parte el concepto longitudinal del cuerpo principal de la construcción, mediante la inclusión de cuatro estancias laterales adosadas, orientadas todas ellas a mediodía. Estas dependencias, dispuestas según la tradicional orientación de la nave, de Este a Oeste, cumplen las siguientes funciones: un baptisterio, junto a la cabecera, al que le sucede una pequeña capilla, contigua al tejaroz cerrado, mediada la nave, que alberga la portada principal, y finalmente cierra la serie con una nueva capilla emplazada bajo el coro, junto al campanario. Además de los cuatro mencionados, como bien apunta Nieto Taberné, “existía otro local, de posterior construcción, adosado al presbiterio en su fachada sur y ocultándolo, que se venía utilizando como sacristía”, que fue demolido como consecuencia de la restauración que él mismo dirigió a finales de los años ochenta. Aditamentos que a juicio de Layna Serrano, como ya señalamos con anterioridad, desvirtuaron gravemente la concepción original, que hubiera perdurado “si no fuera porque ya en la Edad Moderna lo bastardearon con el añadido de un portalucho y unas capillas adosadas al muro sur, el exterior del templo conservaría hoy su noble aspecto primitivo, ya que el resto de la fábrica subsiste como entonces; pero tales adiciones estropean la impresión de conjunto, e impiden que la severa portada luzca por completo sus encantos”. El conjunto del edificio se levanta sobre muros de desigual mampostería en su mayor parte, culminando con remates de sillería regular, “patinada en oscuro, por la acción de los agentes atmosféricos”, describía con agudeza Layna, que cerraba las esquinas. Noble aparejo que compone asimismo el alzado de las partes más significativas de su traza: tanto el recto presbiterio y el ábside de su cabecera, como de la portada principal y la espadaña en la que se ubica el campanario. Entre el irregular muro y el tejado que sustenta, se abre paso bajo su alero exterior una larga cornisa de piedra, jalonada por canecillos románicos, “muchos de ellos exornados con motivos foliáceos o caras humanas”, según describía Layna Serrano, que definen igualmente el circular contorno de su testero. La reutilización de significativos elementos de su sillería emplazados, en las postreras modificaciones, en lugares distintos a los que en principio fueron destinados, a juicio de Nieto Taberné, se aprecia claramente “en la profusión de marcas de cantero, algunas de una complejidad excep- cional, que se reparten por toda la fachada”. El estudio de dichas marcas “ha contribuido a aclarar el proceso constructivo de la iglesia” y ha permitido además delimitar dos grupos distintos de canteros, actuando sobre tres zonas específicas de trabajo: por una parte, el destinado a la sillería del ábside semicircular, tanto el interior como el exterior, y, por otra, una cuadrilla encargada tanto de la portada principal, como del recto presbiterio y la espadaña, “donde se repiten las mismas marcas”. El ábside, como nos describe García López “es de unos cuatro metros de altura, semicircular”, respetando la tradicional composición de tramo recto, coronado por hemiciclo. En el exterior se articula a través de cuatro medias columnas adosadas “de muy sencillo capitel trapezoidal, algo alargado, sobre baquetón a manera de collarín”, que desgajan el tambor en cinco paños. Las “destrozadas” bases, que el cronista encontró a principios del siglo XX, fueron afianzadas con posterioridad en la restauración efectuada a finales de los años ochenta. A media altura del regular aparejo, recorre el muro una sencilla imposta horizontal, “cornisilla baquetonada corrida, a modo de cimacio”, describe Nieto Taberné, sobre la cual descansan, tanto en el muro sur del presbiterio, como en paño central del ábside, sendas ventanas en aspillera. Dichos vanos, exentos de ornato alguno según el gusto cisterciense, se componen de un sobrio arco semicircular, con lisa moldura, que en sus extremos apea en “columnillas robustas de capitel esculpido en hojas de acanto”, apuntaba Layna, “de capitel de tres hojas retorcidas en voluta, muy a lo tosco y primitivo”, en palabras de García López. La única nave que configuraba su diseño original, fue transformada con posterioridad. Como sucede en la mayor parte de los edificios románicos de la comarca, lejos de permanecer inalterados, la precariedad de sus dimensiones iniciales y el incremento de la feligresía soportado con el paso del tiempo, obligaron a la ampliación total o parcial de la capacidad de sus naves, ampliando su anchura y elevando su alzado. En el caso que nos ocupa, su ampliación consistió en la “simple prolongación del faldón meridional de la cubierta original de la nave románica, con lo que se ganó espacio para los tres cuerpos ya mencionados, el dedicado a baptisterio, capillas y el vestíbulo de entrada, este último conseguido a costa de tapiar tres de las cinco columnas del lado derecho de la puerta de acceso”, según describe Nieto Taberné, responsable asimismo de su postrera rehabilitación. La sustitución de las cubiertas tuvo como consecuencia inmediata la extracción del conjunto de canecillos que soportaban el alero del muro de la nave central. Cornisilla de canes que “se adornan con representaciones antropomórficas, zoomórficas o con esquematizaciones de aristas, tallos, modillones, bolas, acantos, etc., todo ello dentro del más tradicional estilo románico popular”, abunda Nieto Taberné. Estructura que fue arrancada de su localización original y elevada sobre el mismo muro, con el fin de engalanar la nueva cornisa, según podemos apreciar en la actualidad en el muro de mediodía. La espadaña se encuentra localizada a los pies del templo. Orientada a poniente, está compuesta por tres cuerpos superpuestos, delimitados por una cornisilla, y levantados sobre regular sillería de piedra arenisca; forman parte del añadido con que se dotó a la nave longitudinal, durante la reforma barroca del siglo XVII. Sobre el cuerpo inferior rectangular, en el que se inscribe una puerta de entrada lateral, adovelada y rematada por un pequeño vano superior, se apoya un bloque intermedio, aparejado también en sillería, en el que se inscriben dos amplios arcos donde se ubican las campanas. En la parte superior hallamos un pequeño campanil, decorado con motivos esquemáticos y coronado por un escueto arco, con dos pequeños bolos laterales y uno mayor en la parte superior. Las obras de rehabilitación y los trabajos de restauración llevados a cabo en la cubierta, permitieron descubrir “parte de un muro sobre el arco triunfal, anteriormente tapado por la existencia de un falso techo”. La estructura hallada estaría compuesta por “un cuerpo de piedra sillar, a dos caras y de gran grosor, situado entre la nave y el presbiterio y apoyado en el arco triunfal”, según describe Nieto Taberné, su director. Confirmando la forma triangular primigenia de dicha estructura, que con posterioridad fue modificada, de manera que “se puede observar cómo las piedras originales han sido cortadas, para adaptarlas a la forma citada, que es la limitada por los faldones de la cubierta”, apuntaba el arquitecto. Nos encontraríamos, por tanto, con un modelo sustantivamente distinto al que apreciamos en la actualidad. Asimilando en su origen románico una fórmula singular, semejante a la que aún podemos observar en casos excepcionales, como los de la parroquial de San Pedro en Hontoba y la iglesia de Santa María, parroquial del antiguo despoblado de La Golosa, ambos en el arciprestazgo de Pastrana: la espadaña, en lugar de emplazarse a los pies, busca una disposición central, alzándose sobre la nave, apoyada sobre el arco triunfal que precede al recto presbiterio. El artífice del hallazgo, Nieto Taberné, confirma que “todos los indicios parecen indicar que se trataba de los restos de una antigua espadaña”, cuya fábrica “se puede interpretar como el resto de la espadaña original románica”, esgrimiendo tres argumentos de peso que a su juicio avalarían esta interpretación: el estudio comparativo del grueso del muro aparecido, según demuestra el plano de su planta, por una parte, y “el corte de piedras que da idea de una mayor elevación” de su alzado, por otra. Para finalizar con el que parece más concluyente: “la repetición de dos marcas de cantero en los restos de la espadaña original, que se corresponden con las de la espadaña actual”, que habría sido construida con piedras de acarreo, reutilizadas de la fábrica románica original. Dicho autor, responsable de la rehabilitación, destacó asimismo que entre las marcas de la espadaña actual “aparece un juego de cuadrados, repetido al menos tres veces, que ocupa un sillar completo, y una serie de círculos decorados”. Cuerpo ornamental que lejos de representar simples marcas, él concibe como balbucientes indicios, “ensayos de una posible ornamentación que nunca llegó a realizarse”. Desechadas probaturas que finalmente pasaron a formar parte del reutilizado material, emplazado con posterioridad en la nueva espadaña, “las piedras de la primera serían reutilizadas para la segunda”. El acceso a la antigua nave se realizaba desde el tramo inmediatamente anterior al coronado por la espadaña original. Allí encontramos el que probablemente sea el elemento más significativo de todos los que conserva la iglesia de sus fundamentos románicos: la portada principal. Desde la plaza a la que abre el muro meridional del edificio, nos recibe una austera puerta renacentista, con arco semicircular adovelado que da paso a una especie de atrio o soportal cerrado, que forma también parte, como ya reseñamos, de los añadidos postreros, que protege en su interior al antiguo acceso. “La puerta de ingreso abierta al mediodía está oculta por un portón construido en el siglo XVI y agraviada por el muro de una capilla relativamente moderna, muro que cubre la jamba derecha”, definía Layna Serrano. La portada románica es una estructura abocinada, compuesta por cinco arquivoltas semicirculares cuya decoración se ciñe a los principios estéticos que el Císter implantó en la gran mayoría de las manifestaciones románicas de la comarca. Tanto en la quinta, emplazada al exterior, como en la segunda y la tercera arquivoltas situadas en su interior, se repite el mismo motivo: moldura baquetonada dispuesta en zigzag, surcada por un cordón adherido. Detalle ornamental que Ruiz Montejo define como “dientes de sierra moldurados y recortándose sobre boceles recorren sus roscas”. Layna apuntaba que “tres de aquellos van decorados con baquetones rotos o cabríos, que como se sabe adoptan la forma de picos o ángulos como un festón”. La cuarta, por contra, aparece decorada por un conjunto de cordones enlazados “por escocias, boceles y biseles”, según Nieto Taberné. Cerrándose el arco interior, previo al acceso a la nave, con un sobrio arco liso. El conjunto se enmarca con una leve cenefa “en bisel, de puntas de diamante o cuadrifolias”. Las cinco roscas descritas apean sobre cinco pares de columnas adosadas, separadas por estilizadas pilastras, compuestas por basas sustentadas sobre alto plinto. La corona de dicho basamento está constituida por una serie pareada de cinco finos capiteles en los que se alternan motivos vegetales mayoritarios –decoración foliácea– con mitológicas arpías. Elementos que “al evocar sus diseños, hojas de parra e higuera, cierta voluntad naturalista por parte de sus artífices”, siguiendo a Ruiz Montejo, constituyen un “indicio claro de una tardía ejecución”. Refinamiento y frescura conceptual y elaborada factura en su ejecución que constituyen el embrión del “repertorio formal goticista”, insiste, en el que también considera “se adscribe la pareja de sirenas-pájaro, simétricamente afrontadas y con colas foliáceas –las reseñadas arpías– que decoran la única cesta figurativa del conjunto”. Nos encontramos en definitiva ante los conceptos figurativos básicos que nos permiten vislumbrar ya las raíces de las nuevas tendencias, que el gótico comenzaba a imponer en el momento de su ejecución, la segunda mitad del siglo XIII. La portada principal permite el acceso al interior de la nave, cuyos muros se nos muestran enlucidos con yeso. Hacia poniente, en el cuerpo intermedio del interior de la espadaña, se localiza el coro, realizado en el siglo XVII. A los pies del coro se prolonga hacia la cabecera la nave longitudinal, conformando un bloque uniforme sin articulación interna precisa, dada la carencia de pilastras o soportes laterales que tal función pudieran cumplir. Los diáfanos muros de mampostería soportan la cubierta abierta a dos aguas estructurada “a base de pares, correas, tabla y teja cerámica curva”, como atestigua Nieto Taberné. Durante las obras barrocas que transformaron la primitiva estructura románica, se amplió la altura de los muros principales, modificando la cubierta original, por la mencionada “de pares atirantados sobre los que se coloca la cubrición”, apunta su restaurador. Sendas columnas soportan el arco triunfal, vestigio de la estructura primigenia, que precede al presbiterio. Layna Serrano apunta en su descripción que “fueron blanqueadas, luego de convertirlas en vulgares machones”. García López nos describía un arco de ingreso “a la capilla mayor, enjalbegado completamente”, circunstancia que desvirtuaba su fisonomía, impidiendo su datación, concluyendo el cronista que “no se puede apreciar si pertenece a la obra antigua”. Este gran arco triunfal de medio punto constituye el punto de arranque de los que Ruiz Montejo califica como “abovedamientos originales”: la bóveda de medio cañón muy rebajado, de piedra de toba y yeso, que cubre el recto presbiterio. Cerrándose nuevamente la mixta cabecera con el clásico ábside semicircular, cubierto con bóveda de horno, levantada en sillar regular de piedra y recorrida por una moldura “en resalte que, partiendo de los riñones del vano absidial, circunda la cabecera”, apunta la misma autora. El interior del edificio alberga, por otra parte, una interesante pila bautismal de amplia copa, decorada con una sucesión de gallones, inscritos en arcos de medio punto. La sobriedad de los elementos de su factura y las características específicas de su ornamentación han llevado a valorarla “seguramente”, como “obra de artífices medievales”, según la conclusión de Ruiz Montejo, sin decantarse por una periodización específica de la misma.