Pasar al contenido principal
x

Rosetón de la nave central

Identificador
19257_25_084n
Tipo
Formato
Fecha
Cobertura
41º 4' 5.96'' , -2º 38' 29.52''
Idioma
Autor
Jaime Nuño González
Colaboradores
Sin información
Edificio Procedencia (Fuente)

 

País
España
Edificio (Relación)

Catedral de Santa María

Localidad
Sigüenza
Municipio
Sigüenza
Provincia
Guadalajara
Comunidad
Castilla-La Mancha
País
España
Descripción
SE TIENE NOTICIA de la asistencia del obispo de Sigüenza Protógenes al célebre Concilio de Toledo del año 589. Cabe pensar que la ciudad contaba con una tradición episcopal y el recuerdo del emplazamiento del antiguo templo en las tierras que bordeaban el Henares cuando la ciudad fue recuperada para la causa cristiana en 1123. Ya había sido nombrado obispo Bernardo de Agen, el liberador de Sigüenza, por lo que no tardó en instalarse en el valle, junto a las ruinas de la antigua iglesia, reedificándola con ayuda de numerosas donaciones reales, tal como recuerda Martínez Taboada. En 1138, Alfonso VII le concedió el señorío sobre el solar que acogía el templo “y cien casados para formar un burgo en torno a ella, confirmando este señorío en 1140 sobre todos los que habían venido a poblarlo y dándole el fuero de Medinaceli”. De manera preventiva, se había levantado un muro para proteger la iglesia, así como las dependencias del Cabildo y del obispo y ahora se construyó uno nuevo para defender el burgo. A tenor de su restauración y ubicación, la catedral recibió el nombre de Santa María de la Antigua o de los Huertos y desde 1144, el Cabildo estuvo formado por canónigos regulares de San Agustín. Dos años más tarde, el rey concedió a don Bernardo en señorío la puebla superior y su castillo: un recinto torreado que envolvía un gran corral o patio, en el que, si las circunstancias lo requerían, podían encontrar refugio la población civil y sus ganados. Le guiaba al rey el deseo de unificar la ciudad episcopal y el tejido urbano que acompañaba al castillo. Con este propósito ordenó que una y otro tuviesen el mismo concejo, juez y sayón. La catedral se levantó en la ladera, en terrenos sin habitar, a medio camino entre la zona de los huertos y el castillo que dominaba, vigilante y orgulloso, la colina con su planta cuadrilátera y muy extensa, alargada de Norte a Sur. Y las obras dieron comienzo en tiempos del segundo de los obispos, don Pedro de Leucata (1152-1156). Él mandó llevar a cabo la explanación del terreno y eligió una traza en la línea de las que había contemplado en Francia, su país de origen: una iglesia de tres naves divididas por pilares con medias columnas, amplio crucero marcado en planta y alzado, torres a los pies y en los brazos del transepto y cabecera de cinco ábsides, escalonados y paralelos: una iglesia románica de acuerdo con los proyectos cluniacienses. Las obras empezaron por la cabecera, elevando los cinco ábsides, y sus capillas acogieron a San Juan Bautista, San Agustín, San Pedro y San Pablo y Santo Tomás de Canterbury: el central estaba dedicado a Santa María, como el templo entero. Azcárate indica que se terminaron en 1198, cuando se quiso elevar la altura de la nave central, introduciéndose, en consecuencia, un nuevo sistema constructivo; añade que muestran relación con la coetánea catedral de Cuenca, en la que se emplean bóvedas sexpartitas. También ofrecían cinco ábsides o capillas Tarragona, Tudela y Lérida; desaparecieron aquí los dos intermedios al hacerse la girola y convertirse los otros en capillas. En este sentido, Yarza matiza que las obras se hacían tan lentamente que resultó posible un cambio de plan cerca ya del año 1200 y encaminó el edificio al estilo gótico. Tránsito no exento de dificultades pues, junto a los preceptos de San Bernardo, se pueden contemplar en las obras del siglo XIII elementos de la tradición románica: arcos de medio punto en puertas y ventanas, como en la fachada de los pies, y muros de notable grosor. Torres Balbás también llamó la atención sobre el efecto producido en el espectador por la visión de la enorme fortaleza de los muros, pilares y bóvedas y la elevación de su nave mayor, que alcanza una altura de 27 m –algo más alta que la catedral de Tarragona, con el mismo grosor de los muros (3,76 m)– y una anchura de 10 m. La profesora Muñoz Párraga, tras un detallado estudio del edificio y de la intervención de los obispos en la financiación de las obras, ha establecido las distintas etapas constructivas de la catedral desde sus inicios en tiempos de la prelatura de Pedro de Leucata. Así, desgrana una primera fase que termina en 1170 y de la que se conservan los lienzos inferiores del ábside central, las primeras dependencias orientales del claustro, donde se localiza la puerta del Corralón, y los ingresos del Mercado y de la Torre del Santísimo, en el brazo meridional del crucero. Elías Tormo, en la guía que publicó sobre Sigüenza en 1929, al describir el claustro, puntualiza que: “La tercera puerta sencilla da paso al corralón que fue la claustra pública de la comunidad canonical, en la Edad Media; en el fondo del mismo, la puerta de hierro sustituyó a la antigua de ingreso, en la muralla y junto a una desaparecida torre fuerte. Y a dra. al entrar en el corralón, únicos restos arquitectónicos curiosos del edificio monacal, primera mitad del siglo XII con las únicas figuras (canes) de toda la catedral”. Elías Tormo participaba de la opinión que había sido don Bernardo de Agen, como Street pero no Pérez-Villamil, quien había iniciado las obras de la nueva catedral. Opinión que tampoco comparte Felipe Peces al entender que a don Bernardo le bastaba una iglesia pequeña para las necesidades de su escasa feligresía. También precisa que el gran patio de la claustra acogía las dependencias destinadas a servidumbres y menesteres de almacenaje de los canónigos regulares; deteniéndose, al mismo tiempo, en el carácter del óculo y el número e iconografía de los arquillos ciegos y las ménsulas sobre las que se apoyan. La segunda fase constructiva atrajo nuevos talleres, uno de los cuales aporta la arquitectura protogótica languedociana. A esta época corresponde el primitivo claustro –de dimensiones semejantes al actual, pero de factura más modesta (la cubierta sería de madera labrada y pintada)–, la sacristía, hoy capilla de los Zayas, y la sala capitular, contigua a la anterior, donde se sustituyó la cubierta de medio cañón por una bóveda de ojivas con dos arcos cruzados, disponiéndose los sillares de la plementería en espina de pez y ajustados al comienzo de los nervios. Las novedades decorativas las aportó un segundo taller en capiteles e impostas. A esta etapa pertenece también la continuación de las obras del transepto, los tramos más orientales de las naves norte y sur y los muros correspondientes. Además de la fecha de 1156, cuando se documenta por primera vez la obra de la catedral al referirse a una donación temporal hecha por el obispo don Pedro de Leucata para construir los ábsides, los estudiosos se han fijado en la de 1169 que figura en la puerta de la torre del Santísimo, en el ángulo sureste del transepto; en su tímpano, apoyado en ménsulas sin decoración, se puede contemplar la representación de un Crismón trinitario, cuya inscripción Pérez-Villamil leyó como sigue: ERA MCCVII (1169). La fecha le hizo pensar que fue entonces cuando el templo se abrió al culto: “no toda la iglesia, entiéndase bien, sino aquella parte capital, es decir, la que constituía las más vivas aspiraciones de don Pedro de Leucate”. Muñoz Párraga precisa, en todo caso, que las obras habían alcanzado ya esta parte del transepto. También se consideran fechas relevantes las de 1181 y 1182 pues entonces se celebran reuniones in capitulo novo, lo que da a entender que su construcción sería reciente. Y permite deducir que los canónigos regulares de San Agustín, orden por la que se regía el Cabildo, se habían instalado en el nuevo edificio y el culto se celebraba de manera habitual. La sala capitular fue descrita por Torres Balbás, en 1952, como sigue: “En la nave que cierra a oriente el claustro de la catedral de Sigüenza hay una sala rectangular de 10,30 metros por 9,65, separada por el brazo septentrional del crucero por una pequeña estancia, destinada probablemente a sacristía. Su emplazamiento es el de todas las salas capitulares y confirman ese destino los dos huecos situados a uno y otro lado de la puerta, macizos hoy y frenteados con paramento de sillería en el siglo XVI, cuando se renovó su ingreso. La cubre una bóveda de gruesas ojivas cilíndricas arrancando del suelo, con clave sin decorar”. Antonio Herrera puntualiza que la bóveda de la sala capitular es la primera hecha a imitación de las que aparecen entonces en el norte de Francia, en Borgoña y el Poitou, con influencia del arte cisterciense; no es el caso de la sacristía, no muy grande, cubierta con bóveda de cañón apuntado, donde todavía se mantienen las tradiciones románicas. Otros testimonios relevantes de la segunda mitad del siglo XII también han sido destacados por Pedro Navascués: el ventanaje sobre la capilla del Doncel, el muro de poniente del claustro, el que cierra un costado de la actual parroquia de San Pedro, que perteneció a alguna de las piezas de la comunidad o al palacio episcopal: las estrechas saeteras que iluminaban su interior así lo ponen de manifiesto. Y al segundo taller corresponde la decoración del nuevo orden de vanos en el ábside central y las ménsulas con decoración figurada: cabezas humanas y de monstruos. Y también la representación de la trompa sur del crucero: con músicos y saltimbanquis, la mejor iconografía juglaresca del territorio de la diócesis. Recuerdo del proyecto de cubrir el transepto con bóvedas nervadas que apoyarían en trompas angulares. A propósito de esta escena, Inés Ruiz detalla que las trompas españolas carecen de decoración, salvo las de San Juan de Rabanera –Soria– y ésta de la catedral relacionadas, además, por su deuda con el arte de Santo Domingo de Silos. Durante los últimos años del siglo XII y primer cuarto del siglo XIII, intervienen otros equipos que completarán el perímetro de los muros; ahora se termina la nave de la epístola, las fachadas norte y sur, los lienzos de la de poniente y los dos primeros cuerpos de las torres: teniendo muy en cuenta el proyecto original y los estilos primitivos. Así se explica el conservadurismo de las puertas de las partes bajas de la fachada occidental. Su semejanza con las portadas de las iglesias seguntinas de Santiago y San Vicente es manifiesta. FACHADA OCCIDENTAL La reciedumbre de la fachada occidental ha sido considerada testimonio fehaciente de la monumentalidad y grandeza del templo seguntino. Las dos grandes y macizas torres salientes, salpicadas de estrechísimas saeteras y coronadas por almenas, le han añadido el calificativo de militar; respondía así, de acuerdo con Aurelio de Federico, “a su primitiva función de templo fortaleza”, dando la impresión que esta fachada, añade, “más bien parece la entrada de un castillo que la de una iglesia”. Y proporcionando al conjunto un aroma de austeridad y energía. Cabe matizar que su aspecto actual fue completado en el siglo XIV en la torre del lado de la epístola, cuando se sustituyó la antigua espadaña por el cuerpo de campanas; una obra que repitió en la otra torre don Fadrique de Portugal, en el siglo XVI. Fue entonces cuando se derribó parte de la muralla que rodeaba la catedral y se dispuso el atrio, cerrándose con rejas y puertas de hierro en 1775, por el obispo don Francisco Delgado Venegas, que sufragó los gastos. La jerarquía que la arquitectura de la catedral ejercía sobre el conjunto urbano fue glosada con frecuencia, y de este modo aparecía en La Esfera del 13 de julio de 1929: “En el centro del caserío, que, según una frase feliz ‘parece querer encaramarse a su altura’, la Catedral, con su severidad mayestática, simbolizando el motivo fundamental de aquellas luchas seculares por la fe y cobijando con su grandeza las iglesias vetustas”. Las grandes y macizas torres salientes encuadran la fachada, y dos sólidos contrafuertes, de enorme tamaño, la dividen verticalmente y entre ellos tres grandes arcos ciegos, de fustes pronunciados y esbeltos capiteles, acusan al exterior las naves a las que dan entrada puertas de arco medio punto, descritas así por José María Quadrado: “En las tres portadas, que separan los estribos, triunfa también el severo semicírculo, disminuyendo gradualmente a medida que ahonda el muro y descansando sobre columnas con capiteles de follaje, que en la del medio como más profunda no son menos de diez y seis por lado interpoladas grandes con pequeñas; pero una bárbara mano, o por necio escrúpulo o por destructor capricho picó los adornos y esculturas que cubrían los arquivoltos, y únicamente los de la portada izquierda conservan sus dibujos de lindas hojas y lazos para hacer lamentar la desaparición de los restantes”. Quadrado califica al rosetón de grandioso y se lamenta, a continuación, por haber sido incluido en la fachada el bajorrelieve con la aparición de la Virgen a San Ildefonso, y añadida la balaustrada de piedra que facilitaba la comunicación entre las dos torres, por entender que rompía la armonía medieval del conjunto. Lamento compartido por Aurelio de Federico, quien recuerda que la portada central tuvo parteluz y el tímpano una representación pictórica de la Virgen, sustituida en 1713 por la mencionada imposición de la casulla a San Ildefonso PORTADA DEL MERCADO La portada sur del crucero, llamada primero de la Cadena y luego del Mercado –cubierta la septentrional por el claustro posterior– también se vería alterada con el paso del tiempo: se le añadió un pórtico cerrado en 1797. Su célebre rosetón, formado por calados concéntricos y arquerías y círculos con nervios de resistencia, muy airoso y bello, ha sido fechado en el siglo XIII. En todo caso, el pesado cuerpo levantado a instancias del obispo don Juan Díaz de la Guerra y obra de Bernasconi, se hace muy presente. El conjunto se completa con la torre del Santísimo, originaria atalaya militar, de planta cuadrada y ventanas rasgadas, que también ha sufrido el cambio de gusto que generan los tiempos. Quadrado se ocupa más adelante del entramado urbano que descendía de la parte alta del cerro, en torno al castillo: calles estrechas, al amparo de la muralla, se abrieron perpendiculares a la búsqueda de la catedral y la tierra llana. Y para atender a esta población creciente, hubo necesidad de construir dos iglesias: Santiago y San Vicente. El parentesco de sus portadas con las de la catedral no le pasó desapercibido. La influencia de la labor de los obispos de Sigüenza se aprecia también en la iglesia parroquial de Pelegrina, aldea donde pasaban temporadas de descanso; o en Pozancos, a seis kilómetros de la sede episcopal, cuya portada remite de nuevo a las de la catedral: por su tipología, factura y cronología. El eco de la catedral sería centenario; Pérez Villamil, uno de sus estudiosos más insignes, la evocaba así a fines del siglo XIX: “¿Cuán dulces horas, llenas de profundo entusiasmo hemos pasado [...] con la atención fija en la magnífica Catedral, sobre todo de noche, a la luz de la luna, cuando la silueta oscura del templo, se destaca vigorosa sobre la plateada bóveda del cielo”.