Identificador
47520_01_031
Tipo
Formato
Fecha
Cobertura
41º 23' 25.42'' , -5º 15' 43.58''
Idioma
Autor
José Luis Alonso Ortega
Colaboradores
Sin información
Edificio Procedencia (Fuente)
País
España
Edificio (Relación)
Localidad
Castronuño
Municipio
Castronuño
Provincia
Valladolid
Comunidad
Castilla y León
País
España
Claves
Descripción
LA ERMITA DEL SANTO CRISTO aparece ubicada en un pequeño promontorio próximo al río Duero, conocido como "La Muela" desde el que se domina la vega del río. Un bello emplazamiento desde el que se puede admirar uno de los paisajes más hermosos de la provincia. El edificio, rodeado de bodegas y otras dependencias ya arruinadas, cumple actualmente las funciones de iglesia parroquial una vez desaparecida la iglesia de Santa María del Castillo que, según Francisco Antón –que llegó a verla en pie hacia 1917–, conservaba restos propios "de un semirrománico avanzado de la primera mitad del siglo XIII". El edificio se construyó básicamente en una sillería irregular de piedra caliza –de suave tonalidad amarillenta– apenas desbastada y con ancha línea de tendel que todavía conserva numerosas marcas de cantero, aunque en algunas zonas se percibe claramente como ha sido sustituido por sillería de buena calidad en recientes intervenciones arquitectónicas, sobre todo en la fachada oeste. Un material que contrastará significativamente con el existente en otras zonas del edificio, producto de obras emprendidas en épocas más recientes (siglos XVIII-XX), como la sacristía o la espadaña, ésta última fechada en 1910 y obra de Pablo Nieto, de Zamora. El interior del edificio está pavimentado a base de una tarima moderna que cubre el suelo original. El templo, uno de esos raros edificios medievales que ha llegado hasta nuestros días sin haber sufrido apenas transformaciones, posee una única nave de gran anchura –con triple acceso y dividida en dos tramos– rematada por una amplia cabecera compuesta por un tramo presbiterial recto cubierto con una bóveda de cañón apuntado, propia de un momento románico muy tardío, y un tambor o hemiciclo que lo hace con bóveda de cuarto de esfera de un perfecto despiece. Tipología planimétrica muy usual no solo del románico vallisoletano en particular, sino del castellano en general. En el lado norte del presbiterio, lado del evangelio, se abrió una puerta que comunica este ámbito eclesial con una dependencia a modo de sacristía y cubierta con cúpula de ladrillo de media esfera, que se comunicaba con el exterior por una puerta que en la actualidad aparece cegada. Que se trata de una construcción posterior lo delata el hecho de que en su interior todavía es visible la primitiva ventana abierta en este lado norte del presbiterio y que originariamente daba al exterior. Esta zona de la cabecera, cubierta parcialmente por pinturas murales que escenifican la "Pasión de Cristo", se abre a la nave mediante un arco triunfal apuntado sobre gruesas semicolumnas que todavía conserva restos de decoración pictórica dieciochesca en su rosca y capiteles, coetáneas a las de la cabecera. La nave, como ya hemos señalado, se divide en dos tramos rectangulares mediante un arco fajón o perpiaño apuntado sobre semicolumnas con basas áticas; estos tramos se cubren con simple bóveda de crucería, con clave central decorada, cuyos toscos y sencillos nervios arrancan del encuentro de los arcos con el muro, solución que hizo suponer a Antón en un primer momento que "la cubierta iba a ser de cañón y que luego se varió su propósito". El tramo de los pies posee un coro alto de reciente factura, materializado a base de hormigón. La entrada al templo se realizaba por sendos accesos abiertos en la nave, uno de ellos en el muro norte (actualmente ciego y reutilizado como capilla de San José), otro en el muro meridional y, por último, en la fachada occidental, todas ellas en el tramo de los pies. Particularidad esta, la existencia de un triple acceso, que convierte a la ermita en un caso excepcional –junto con la de San Miguel del Pino– dentro de la edilicia vallisoletana de aquellos momentos. Señalar como sobre el hastial occidental, en el que se abre un gran rosetón calado o perforado, se eleva una espadaña barroca de sencilla factura compuesta por dos cuerpos y remate. Este elemento realza la altura de una fachada que se articula horizontalmente en dos cuerpos mediante una simple moldura, mientras que en altura, verticalmente, lo hace mediante dos contrafuertes que flanquean el acceso abierto en este hastial occidental. Una articulación presente en otras fachadas occidentales de templos vallisoletanos (Wamba o San Miguel del Pino), que no se repetirá en la zona de la cabecera, ya que como ocurre en otros edificios vallisoletanos (Canillas y Villafuerte) el paramento aparece liso y formando un único paño. No obstante en él se abren tres ventanales apuntados y dos más, el del lado norte invisible exteriormente, en el tramo presbiterial, todos ellos de arco apuntado sobre jambas estriadas al exterior. El exterior de la nave se refuerza por potentes contrafuertes prismáticos que vienen a aumentar la estabilidad de los gruesos muros del edificio, en los que se conservan grandes ménsulas que pudieron soportar en algún momento una estructura porticada. Podemos llegar a diferenciar claramente varias etapas cronológicas en la actual configuración de este pequeño pero interesante edificio: la primera, con fuertes reminiscencias o pervivencias románicas pero inmersa en el discurrir artístico gótico, podría datarse a principios del siglo XIII, y a ella pertenecerían la cabecera y la nave, con sus cubiertas y vanos apuntados además de la portada meridional. También dentro de esta primera etapa, aunque ya en un momento más avanzado del siglo, se abriría la portada oeste y el rosetón. En un segundo momento muy posterior, siglos XVII-XVIII, se añade en el lado del evangelio del presbiterio la sacristía –ocultando al interior y con pinturas de aquel momento la ventana que se abría en ese lado–, se construye la espadaña, se decora la rosca del arco triunfal y una franja del tambor absidal con escenas alusivas a la Pasión y a la Santísima Trinidad, además de realizarse la mayoría de los retablos conservados actualmente. En un tercer y último momento, siglo XX, se construye el coro a los pies debido quizás al hecho de que esta ermita pasa a convertirse en templo parroquial de la localidad tras la desaparición de la que hasta entonces había cumplido dicha función, la iglesia de Santa María del Castillo. Si eliminamos todos estos aditamentos posteriores la planta original quedaría reducida a una única nave rematada con ábside semicircular, como la iglesia de Arroyo de la Encomienda o San Miguel de Trigueros del Valle, simples "resabios románicos" en opinión de Martín González, en los que se deja sentir ya con fuerza un más que incipiente goticismo "con supervivencias románicas de estirpe zamorana" secundarias, según Felipe Heras. Destacar de su alzado ciertas reminiscencias zamoranas (de la catedral y de la colegiata de Toro) presentes, por ejemplo, en las formas triangulares o arcos trebolados– que aparecen bajo la cornisa de la zona de la cabecera y que ha sido definida como "cornisa zamorana". Estamos, sin lugar a dudas, ante uno de los más interesantes edificios del siglo XIII adscritos a la orden de San Juan de Jerusalén de entre los conservados en la provincia de Valladolid y aún de toda Castilla. Destacar por último la buena calidad de su fábrica, característica peculiar que para algunos distingue a los edificios relacionados con las ordenes militares de los simplemente rurales. Frente a la sencillez estructural que respira el edificio es de destacar su ornamentación escultórica, presente en todas y cada una de las partes que lo conforman. En el interior una gruesa imposta moldurada articula los muros a la altura de los cimacios de los capiteles, dinamizando así horizontalmente los paramentos de la nave; en la zona de la cabecera esta imposta se desdobla en dos: una, lisa con simple perfil de nacela, señala el nacimiento de las bóvedas y otra, compuesta por dos toros y una escocia, como prolongación de los cimacios de las ventanas. Sin embargo lo más destacable del interior del templo, en cuanto a ornamentación, lo acaparan los capiteles y las ventanas. Las cuatro semicolumnas adosadas sobre las que apoyan el arco triunfal y el fajón de la nave poseen basas áticas con garras angulares, mientras que las voluminosas y cortas cestas de sus capiteles aparecen talladas con simples elementos vegetales –hojas o caulículos– rematadas en bolas. Por su parte los cimacios aparecen lisos y perfilados con nacela. En cuanto a los ventanales abiertos en la zona de la cabecera, ciegos los del tambor absidal, estos se componen de arco apuntado y doble arquivolta decorada, una de ellas a base de motivos geométricos (cabezas de clavo). Arquivoltas que apoyan en jambas o pilastras estriadas o bien sobre finas y esbeltas columnas sobre las que se ubica unas fajas a modo de capiteles decorados en su mayoría con hojas lanceoladas. Estos se encuentran muy deteriorados pudiéndose observar tan solo en el presbiterio la decoración del ventanal abierto en el lado de la epístola, en esta ocasión a base de flores tetrapétalas. En el interior, entre los dos lucillos abiertos en el muro de la epístola, se conserva una pieza exenta, pétrea, que representa a un caballero en actitud orante. Esta pieza aparece policromada y ubicada sobre una gran ménsula con rostro barbado y con restos de policromía. Todo ello parece ser de factura más tardía, probablemente obra del siglo XIV. Será en sus portadas profusamente ornamentadas en donde se concentre de manera extraordinaria la decoración esculpida existente en el templo, aunque ésta se encuentra en un avanzado estado de deterioro. La meridional, adelantada ligeramente y de gran abocinamiento pero escasa profundidad, se genera a partir de un arco apuntado y denota una mayor antigüedad que la del hastial occidental. Se compone de cuatro arquivoltas y chambrana, la primera y la cuarta sobre jambas de imposta lisa, mientras que las restantes descansan sobre columnillas acodilladas recientemente restituidas y estas sobre altas basas cuadradas, con capiteles vegetales y cimacios lisos. Las arquivoltas se ornamentan con una serie de temas como molduras, florones, piñas, palmetas e incluso figuras humanas (una de ellas, en la clave de la tercera arquivolta, aparece sentada y fue identificada por Antón como una representación apocalíptica de Cristo), algunos de ellos guardando grandes similitudes con la temática de iglesias zamoranas como las de San Juan y la Magdalena. La portada abierta en el hastial occidental –adelantada con respecto al muro y precedida de un pequeño espacio abovedado– se encuentra flanqueada por dos gruesos pilastrones a modo de contrafuertes y presenta una gran profundidad; un gran arco apuntado, moldurado con baquetones y escocias, cobija tres arquivoltas la primera sobre jambas y las dos restantes sobre cuatro pequeñas columnas acodilladas con alta basa cuadrada y capiteles muy cúbicos decorados con motivos vegetales (hojas trilobuladas, hojas, etc.,) algunos de ellos de talla muy abultada. La arquivolta central aparece decorada con florones, mientras que la imposta, común a arco y arquivolta, es lisa. En ninguno de los dos casos dichas portadas presenta tímpanos, y tampoco aparecen frisos decorativos, como ocurre en el románico burgalés y palentino respectivamente. Ausencia que caracteriza a un románico vallisoletano, ya desde sus inicios, bastante tardío. Al exterior, las ventanas del hemiciclo o tambor absidal decoran sus chambranas con los mismos motivos geométricos mientras que la decoración de las piezas que sustituyen a los capiteles es más heterogénea aunque siempre inspirada en elementos vegetales (flores cuatripétalas, pentapétalas, hojas rematadas en bolas, etc.). Los de la única ventana presbiterial visible se decoran igualmente con flores tetrapétalas. Bajo una sencilla cornisa de perfil de nacela, tanto en los muros de la nave como en la cabecera (ésta última sustentada por arcos ciegos trilobulados), aparecen una serie de ménsulas –alguna en forma de gancho– y canecillos moldurados preferentemente lisos o de perfil triangular, algunos de ellos decorados a base de hojas muy estilizadas. Felipe Heras insinúa que estos canecillos lisos y de perfil nacelado son una "influencia cisterciense"; sin embargo pensamos que la simple similitud entre estos canecillos de Castronuño y los existentes en los edificios monásticos cistercienses no es motivo suficiente como para considerar lo escultórico de Castronuño como procedente de un claro influjo de la llamada estética cisterciense. En general la decoración esculpida es bastante sencilla, con una talla a bisel tosca realizada por modestos artistas o talleres locales arcaizantes que no arcaicos no muy diestros y anclados en la tradición. Sin embargo esto no quita que observemos, sobre todo en cuanto a la decoración de las portadas, una cierta evolución marcada por la impronta goticista (molduras, rosetón) en la que pervive la nostalgia románica –arcaísmo si se quiere– de la escultura zamorana y palentina del siglo XII (capiteles de las portadas, profusa decoración de las arquivoltas, remate de la cabecera a base de arquillos trilobulados, etc.,) con la que mantiene intensas relaciones de parentesco, pues no en vano Castronuño pertenecía a la diócesis de Zamora en el momento de su construcción. Por último conviene hacer una breve referencia a los elementos sepulcrales conservados en el interior. En ambos muros de la nave se abren una serie de lucillos sepulcrales (cuatro a cada lado, dos por tramo) formados por unos sencillos arcos apuntados moldurados a base de gruesos baquetones. Esta modalidad inhumatoria, el arcosolio, es una de las más antiguas y conocidas y tuvo una gran aceptación en toda la época medieval. Aunque desconocemos la identidad de los personajes aquí enterrados y la cronología exacta de los mismos, suponemos que se trataría de personalidades de cierta relevancia puesto que –por norma general– durante esos siglos el enterramiento en el interior del templo siempre tuvo un carácter restringido y privilegiado.