Sant Martí de Villalonga de Ter
VILALLONGA DE TER
Situada en el sector noreste de la comarca del Ripollès, Vilallonga de Ter debe su nombre a la localización de los diferentes núcleos de población que forman el municipio siguiendo el curso del río Ter, hasta los límites de los municipios vecinos de Setcases al Norte y Llanars al Sur. La cabeza del municipio es el pueblo homónimo de Vilallonga de Ter, en torno al cual se despliegan los pueblos de Abella, Catllar, La Roca de Pelancà, Tregurà, y otros cuatro pequeños vecindarios. El acceso al municipio es muy sencillo, pues solo cabe seguir, desde Camprodon, la carretera GIV-5264.
La documentación conservada da noticia de las propiedades que los monasterios de Ripoll y Camprodon poseyeron en el actual término municipal de Vilallonga. Sin embargo, el dominio efectivo del territorio estaba en manos de los Descatllar. Este importante linaje gobernó –probablemente en calidad de castellanos del castillo del Catllar, del que hoy sólo se mantiene en pie la capilla de Santa Maria– las tierras que hoy forman Vilallonga de Ter, a excepción del antiguo núcleo amurallado de la Roca de Pelancà, capitalizado por el castillo del mismo nombre.
Así, la historia de Vilallonga está vinculada a estos dos castillos –el Catllar y la Roca– de los que sus capillas castrales constituyen hoy dos interesantes vestigios del origen medieval del lugar. Junto a ellas, la fortaleza de La Sala –vinculada al Catllar– y las iglesias de origen románico de Sant Martí de Vilallonga, Sant Julià de Tregurà y Santa Llúcia d’Abella completan el patrimonio artístico del municipio.
Iglesia de Sant Martí
Las viviendas de Vilallonga de Ter se organizan en torno a la iglesia parroquial de Sant Martí, de origen medieval pero visiblemente transformada en el siglo xviii, y en la que conviven elementos propios de dos estilos –el románico y el barroco– muy alejados tanto en el tiempo como en su concepción estética.
La documentación conservada no aporta ninguna información relativa al patrocinio o a las condiciones de la construcción del edificio original, y resulta insuficiente a la hora de intentar reconstruir la vida del monumento durante los siglos medievales, más allá de confirmar su localización en aquellos territorios de la actual comarca del Ripollès entonces vinculados al condado de Besalú, y su subordinación a la catedral de Girona. La primera noticia documental, algo tardía, consiste en la cesión al obispado gerundense de los derechos sobre la parroquia de Sancti Martini Ville Longue realizada por Arnau Descatllar –señor del castillo del Catllar, desde el que se gobernaban la mayor parte los territorios del actual municipio de Vilallonga de Ter– en abril del 1183.
Este documento ha sido utilizado por la historiografía para acotar la cronología de la obra románica –que a tenor de sus características tipológicas y constructivas, que serán detalladas a continuación, debe situarse en la segunda mitad del siglo xii– al entender que la cesión debió producirse después de la consagración de la nueva iglesia. En este sentido, cabe valorar la idea de la existencia de un edificio anterior, situado en el mismo lugar, aunque hasta el momento no se conoce ninguna evidencia documental o arqueológica que permita confirmar esta hipótesis. A partir del siglo xiii encontramos otras menciones a la parroquia, pero tal y como ya se ha insinuado, ninguno de estos documentos aporta una información relevante en relación al edificio que nos ocupa.
Ya en el plano arquitectónico, un primer análisis visual del edificio permite discriminar con facilidad los elementos conservados del templo medieval de aquellos que corresponden a la ampliación moderna, y deducir cómo debió ser su estructura en el proyecto primitivio. El templo románico de Sant Martí presentaba una planta basilical de tres naves (tipología poco habitual en la arquitectura ripollesa) separadas probablemente por pilares de sección rectangular y cerrada al Este por una cabecera tripartita, según se deduce tanto de la conservación de la absidiola norte, como de la no correspondencia entre el ancho del ábside mayor y el de la nave única actual. Ambos, ábside y absidiola, están cubiertos por una bóveda de cuarto de esfera.
En el interior, los muros norte y sur conservan en sus partes bajas la fábrica románica –la cual tras la última restauración se ha dejado a la vista, distinguiéndola así de la obra barroca, cubierta por una capa de enlucido– lo que permite determinar la altura original de las naves laterales, más bajas que la nave central. En este sentido, cabe destacar la presencia de una cornisa que marca la línea de imposta y que debió seguir todos los muros de la nave, incluidos los ábsides: reencontramos la cornisa en la absidiola, que sigue además el perfil de la ventana a modo de guardapolvo, si bien desaparece en el ábside mayor, probablemente por el tratamiento diferenciado que recibió este espacio durante la reforma moderna que ser realizó a finales del siglo xviii.
Las importantes modificaciones que se realizaron en ese momento, de acuerdo con los principios de la arquitectura barroca, desfiguraron por completo el perfil de la iglesia románica, afectando profundamente a la zona presbiteral. Convertido ahora en un templo de nave única, de gran altura y flanqueada por capillas laterales, la reforma mantuvo e integró el ábside principal románico en la nueva cabecera, a los lados de la cual se alzaron dos nuevos espacios de planta cuadrangular; ello supuso el derrumbe del absidiolo sur y la incorporación del absidiolo norte al interior de esta nueva sala.
En el marco de esta misma reforma, que supuso una ampliación de la nave hacia poniente, se añadió a los pies una torre-campanario de planta cuadrangular, con cubierta a dos aguas y que presenta dos vanos en cada uno de sus lados, y un óculo en uno de ellos. Se accede a ella mediante una escalera adosada a los muros sur –junto a la puerta de acceso– y oeste.
Las estructuras descritas encuentran un total reflejo en el exterior, donde la iglesia parece haber sido construida a partir de la yuxtaposición y superposición de diversos cuerpos independientes de diferentes alturas: la nave central, las capillas, los espacios secundarios añadidos, el campanario y los ábsides. Es justamente la zona de la cabecera la que alberga la única decoración escultórica del templo, a excepción de la pequeña representación de san Martín que corona la puerta. El ábside principal está decorado con un friso de dientes de sierra bajo el cual aparecen los tradicionales arquillos ciegos sobre ménsulas, formados a partir de bloques de piedra perfectamente tallados y pulidos, aspectos que también caracterizan la sillería de los dos ábsides. En el centro, se encuentra una ventana de doble abocinamiento que, en el exterior, está formada por varios arcos en degradación, el más externo de los cuales presenta una decoración a base de bolas acanaladas que resiguen todo su perfil. Por su parte, la absidiola norte es totalmente lisa, como también lo es su ventana central. Teniendo en cuenta la pertenencia de la iglesia al condado de Besalú, las características descritas permiten establecer una relación con las iglesias de Sant Vicenç y de Sant Pere de Besalú, la morfología de las cuales parece haber sido asumida aquí como modelo.
Por último, cabe mencionar que, en la zona de los pies, se han localizado lo que podrían ser los restos de la base de un campanario de torre románico, alzado en el extremo suroeste de la iglesia. Esta idea nos lleva a pensar, por analogía con las mencionadas iglesias de Besalú, en la posibilidad de que el acceso primitivo al templo se encontrase en la fachada occidental.
En la década del 1990 se llevaron a cabo algunos trabajos de restauración que consistieron, fundamentalmente, en la consolidación de estructuras, la recuperación de los restos románicos y la restauración de las pinturas murales modernas.
Texto y fotos: Margarida Muñóz Milán
Bibliografía
AA.VV., 1995, pp. 483-486; Catalunya Romànica, 1984-1998, X, pp. 472-473.