Identificador
49630_01_059
Tipo
Formato
Fecha
Cobertura
41º 51' 49.00'' , -5º 24' 34.90''
Idioma
Autor
Jaime Nuño González
Colaboradores
Sin información
Edificio Procedencia (Fuente)
País
España
Edificio (Relación)
Localidad
Villalpando
Provincia
Zamora
Comunidad
Castilla y León
País
España
Claves
Descripción
NO SON DEMASIADOS los restos que se conservan de las murallas de Villalpando y además se han prestado a variadas y dispares interpretaciones, desde que Gómez-Moreno hiciera una primera y somera descripción a comienzos del siglo XX, considerando todo el recinto como obra unitaria, atribuible a la repoblación de Fernando II. Poco después Luis Calvo Lozano, en su Historia de Villalpando -elaborada en la década de 1920 aunque publicada muchas décadas después-, remonta los restos más antiguos a la Intercatia del siglo III a. de C., con no poca imaginación, aunque tampoco la reconstrucción que propone para el recinto y sus puertas en el siglo XII se ajusta mucho a la realidad. A partir de las informaciones aportadas por este autor, Martínez Sopena elaboró una propuesta de los dos recintos que conserva la villa, que también presenta algunas deficiencias, asumidas igualmente por Ángel Vaca. Sólo cuando en 1995 José Avelino Gutiérrez publica su trabajo sobre las fortificaciones del Reino leonés, se ponen de manifiesto unos resultados mucho más ajustados a la realidad histórica, que posteriormente serían asumidos también por José Carlos Lobato. Luis Calvo considera que en el centro de la villa se hallaba el “castillo de piedra” del que hablan algunos documentos medievales y que él atribuye a dominio de los templarios, de quienes dice textualmente que “tenían aquí su castillo en la Plaza Mayor con iglesia y para su defensa un fortín o alcázar ciudadela, que se extendía entre Plaza Mayor, calle Mayor y calles del Olivo, Alta Sangre y del Liceo para terminar en dicha Plaza Mayor, estando por consiguiente aislados del pueblo, si bien dentro de sus murallas y cerca”. Martínez Sopena, teniendo en cuenta tal opinión, apunta que ese “castillo de piedra” no debe confundirse con el alcázar levantado por los condestables en el siglo XV en el extremo norte de la villa, sino que estaba entre las iglesias de Santa María la Antigua y San Isidoro, teniendo como aneja la iglesia de Santa María del Templo. Con tal interpretación dibuja una traza para la cerca de Fernando II que abarcaría un amplio cuadrante en el sureste del casco histórico, encerrando en su interior a las iglesias y colaciones de Santa María la Antigua, San Isidoro, San Miguel, Santa María del Templo, San Nicolás, San Pedro y parte de la de San Andrés, correspondiéndose, según él, con las iglesias más antiguamente documentadas. Sin embargo ya hemos comentado esta interpretación errónea pues realmente, tal como ha puesto de relieve J. A. Gutiérrez, los restos de la primera cerca, la atribuible a Fernando II, conforman en realidad un rectángulo de 8 has en el extremo norte de la villa, albergando sólo a las iglesias de Santa María la Antigua, Santa María del Templo, San Isidoro y San Miguel, quedando la primera y la última pegadas al propio recinto. Este primer amurallamiento mantiene en su interior una trama urbana vagamente reticulada y sólo se conservan referencias precisas de la existencia de la Puerta de San Miguel, aunque Á. Vaca propone otras tres posibles, una por lado, mientras que J. A. Gutiérrez apunta la posibilidad de que podrían distribuirse por cualquiera de las siete calles que desembocan junto a los muros. El evidente incremento de la población desbordó de forma casi inmediata estas murallas, conformándose desde fines del XII y a lo largo del siglo XIII varios arrabales, con sus respectivas iglesias y colaciones, lo que a la larga obligaría a ampliar las fortificaciones con un segundo recinto. De todos modos no deja de sorprender el hecho de que iglesias como la de San Nicolás o la de San Andrés están documentadas casi en los mismos años en que se hacía la repoblación de Fernando II, por lo que parece que ese primer recinto ya fue planificado de una manera a todas luces insuficiente, a no ser que de forma deliberada se dejaran algunos barrios ya existentes entonces directamente extramuros. En todo caso todos los autores sostienen que el segundo recinto no existiría aún en el año 1299, según algunas interpretaciones derivadas de la autorización que hace Fernando IV a los judíos de la villa para que pudieran vivir intramuros, ocupando entonces, según Luis Calvo, “parte de los distritos de Santa María, San Miguel, San Isidro y el Templo, en cuya calle del Liceo constru y e ron nueva sinagoga”. Según J. A. Gutiérrez habrá que esperar al año 1348 para encontrar la primera referencia indudable de la nueva construcción, por lo que se ha fechado la obra en tiempos de Alfonso XI. Su traza es más o menos ovalada, organizándose el caserío urbanísticamente en torno a dos largas calles que convergen en la Puerta de San Andrés, la que entonces será la principal de la villa, como lo demuestra su monumental renovación a comienzos del XVI. En este nuevo recinto, de unas 22 ha, se abrirían, según Á. Vaca, además de la citada puerta, las de Santiago, San Salvador, Santa María, San Miguel -la misma del primer recinto-, la de Olleros y el Postigo de San Pedro, a las cuales tal vez se pudo añadir alguna más, en opinión de J. A. Gutiérrez. De todas ellas sólo se conservan la de Santiago, a la que se adosó a fines del XV una torre, compartiendo uso defensivo y campanario de esa iglesia, y la de San Andrés, que se monumentalizó a comienzos del siglo XVI. Los restos de una y otra fábrica están muy deteriorados y ocultos entre el caserío, pues tanto al interior como al exterior se fueron adosando casas cuando la muralla perdió su función defensiva. El principal elemento era el castillo, levantado en el extremo norte e integrado ya en el primer recinto; de él se conservan algunos restos fundamentalmente datados en 1427, aunque tal vez los muros de cal y canto pudieran formar parte de una construcción más antigua. A su lado parecen observarse leves indicios de foso. Del primer recinto, el que se fecha en época románica, se han perdido todas las puertas, aunque se conservan algunos restos de lienzos, construidos a base de cal y canto, con empleo de grandes guijarros, con unos paramentos que hoy se nos muestran descarnados. Partiendo del castillo en dirección suroeste, J. A. Gutiérrez quiere reconocer algunos indicios de la muralla no lejos de este alcázar, aunque dadas las alteraciones que ha sufrido todo el entorno no es fácil asegurar tal identificación. El recinto se dirigiría al extremo de la calle de La Solana, donde posiblemente pudiera haber una puerta, dada la configuración que mantiene el acceso a esta calle. Desde aquí avanzaría en línea recta algunos metros para quebrar hacia el este, en el mismo punto donde se encontraría con el segundo recinto. A partir de este punto el trazado de la más antigua muralla se sigue sin dificultad, desde la plazoleta llamada Corral Yegüerizo y a lo largo de la calle del Espino, embutida entre los edificios, hasta enlazar con la torre de la iglesia de Santa María la Antigua, indudablemente dotada también de funciones defensivas. A continuación sigue entre la casas que dan a la calle Corralones, para perderse antes de que girase para ir más o menos bordeando la Plaza Mayor por su extremo oriental y enfilar por el eje de la calle Zarandona, en la que se han descubierto sus restos en las obras de canalizaciones y cambio de pavimento. Quedaría después cortada por la actual calle de la Amargura, para discurrir entre los edificios que están entre la calle del Arco -sugerente nombre que quedaría intramuros- y la calle Cantarranas, nombre que evidencia también algún aspecto del paisaje extramuros de este primer recinto y que posteriormente quedaría englobado dentro del segundo. En esta zona se destruyó un pequeño lienzo hace muy escasos años, al construirse un edificio de nueva planta en la esquina de las calles Amargura y Cantarranas, pero algunos metros más adelante, en un jardín privado, se conservan nuevos restos, muy descarnados, de unos 6 m de longitud y otros tantos de altura. De nuevo sería cortada por la calle de la Parra, enlazando inmediatamente con el segundo recinto, para girar hacia el norte, siguiendo ya la calle Cercas de San Miguel hasta encontrarse con la iglesia de este nombre, donde se conservan doce o catorce metros de lienzo, con una altura que pueden alcanzar incluso los diez metros y una anchura en torno a los dos metros. Éste es el punto donde mejor se ha conservado el encofrado de cajones de cal y canto, aunque las alteraciones posteriores también son muy frecuentes, elevándose sobre el desmochado muro la espadaña de la iglesia. En este entorno hubo una puerta, aunque tampoco se ha conservado resto alguno, continuando el paramento en línea recta hasta enlazar de nuevo con el castillo. Aunque se conservan restos de considerable altura, no hay ningún punto donde se aprecie el remate que tuvo en origen; en cuanto a su anchura, al margen de la que hay en torno a San Miguel, en la calle del Espino, dentro de las oficinas de una sucursal de ahorro, se ha conservado un lienzo con 2,5 m de anchura, con restos de madera en su interior. Por lo que respecta al segundo recinto, como ya se dijo, es una ampliación que se atribuye a la primera mitad del siglo XIV, y aunque apenas si se han conservado algunos escasos restos visibles junto a la Puerta de Santiago, constructivamente los paramentos siguen el mismo sistema de aparejo que los anteriores. En este caso han subsistido también dos puertas, la citada de Santiago y la de San Andrés, dos sencillos cubos prismáticos cuyos arcos y bóvedas mantienen algunos rasgos arcaicos. Esta última constituye además el monumento más emblemático de la villa, desde que a comienzos del XVI se le añadiera a su fachada exterior un monumental arco flanqueado por dos grandes cubos semicirculares, ornado todo con cordón franciscano y con los escudos de los Velasco y del concejo.