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Vista general

Identificador
50230_02_008n
Tipo
Formato
Fecha
Cobertura
42º 14' 30.96'' , -1º 17' 12.77''
Idioma
Autor
Antonio García Omedes
Colaboradores
Sin información
Edificio Procedencia (Fuente)

 

País
España
Edificio (Relación)

Monasterio de Santa María de Cambrón

Localidad
Sádaba
Municipio
Sádaba
Provincia
Zaragoza
Comunidad
Aragón
País
España
Descripción
El acceso al monasterio desde Zaragoza puede hacerse desde dos itinerarios: bien por la autovía de Logroño A-68, hasta llegar a la altura de Alagón, en donde se toma el desvío de la carretera A-126 y A-127 a Tauste y Ejea de los Caballeros; o bien desde la autovía de Huesca A-23, en cuyo caso hay que desviarse a la altura de Zuera por la carretera A-124 a Erla y desde allí a Ejea por la A-125. Este último sería a nuestro entender el itinerario que hoy resultaría más cómodo. Ya desde Ejea se sigue la carretera a Sádaba A-127, y unos dos kilómetros antes de llegar a esta población se coge un desvío a la izquierda que, a través de un camino vecinal sin asfaltar, nos llevará hasta el Monasterio de Cambrón. Dicho acceso pasa fácilmente desapercibido, pues no hay señalización alguna y dista casi 3 km desde el desvío hasta el propio monasterio, lo que exige un suplemento añadido de paciencia. El monasterio de Nuestra Señora de Cambrón se levanta junto al río Ríguel, en un pequeño promontorio sobreelevado, que en su momento se encontraría lo suficientemente aislado y distante de la población más próxima como exigían los requisitos que imponía la orden del Císter en cuanto a la localización de sus cenobios. De todos es conocida la importancia patrimonial y artística del monacato cisterciense desarrollado en el viejo reino de Aragón, especialmente por el alcance que adquieren edificios tan emblemáticos como cualquiera de los grandes monasterios masculinos de la orden, Veruela, Rueda o Piedra. Evidentemente no es la misma la importancia alcanzada por los monasterios femeninos de esta misma orden aquí en Aragón, que son mucho más modestos en todos los sentidos y que por lo mismo no adquieren la misma monumentalidad de aquéllos. Pero no por ello no resulta significativa su presencia, representada en las dos comunidades más relevantes que aquí se establecieron, las de los monasterios de Casbas y Cambrón. Del segundo, además, se da la curiosa característica de que llegó a disponer de tres establecimientos distintos en diferentes épocas de su devenir. El primer emplazamiento de la comunidad cisterciense que posteriormente iba a constituir el monasterio de Cambrón, se produce en el corazón del Pirineo aragonés, en la iglesia de Iguacel, localizada en las proximidades de Jaca, cerca de la Villa de Acín. Una iglesia construida en el siglo XI, que fuera primeramente comunidad benedictina masculina y que con Pedro II se convierte en un monasterio cisterciense femenino, fundado desde el de Morimond. No obstante, poco tiempo servirá como refugio de la comunidad, que probablemente por los rigores del frío y tal vez por el excesivo aislamiento, decide trasladarse a una de las haciendas que habían heredado de las otorgadas por Pedro II, concretamente la de Cambrón, junto a Sádaba, en la comarca de las Cinco Villas. Es allí donde se desarrolla la etapa más conocida y fructífera de una comunidad cuyo monasterio llegaría a cobrar cierta relevancia. Especialmente a mediados del siglo XVI, en la que la ayuda benefactora del arzobispo de Zaragoza, D. Hernando de Aragón, reformará sus construcciones hasta elevarlo a la categoría de uno de los más importantes de Aragón. Poco iba a durar la alegría, porque en ese mismo siglo se produciría el decreto De regularubus et moniabulus del Concilio de Trento, que obligaba a las comunidades femeninas a abandonar establecimientos alejados de los centros urbanos. Se inicia así la última etapa en la historia de esta comunidad, que se asienta definitivamente en la iglesia de Santa Lucía de Zaragoza, que había sido construida en estilo mudéjar y que será tristemente derribada por intereses de la especulación urbana en 1967. Desde el momento mismo del traslado de la comunidad a Zaragoza, Cambrón queda totalmente abandonado, aunque fuera todavía propiedad de Santa Lucía. Años después, ya en el siglo XVII, adquirirá la finca el monasterio de Rueda, que tampoco la puso en funcionamiento, por lo que la vuelve a vender, en este caso a manos seglares, concretamente al sadabés Domingo Navarro. De nuevo vuelve a manos cistercienses cuando la adquiere a su propietario el monasterio navarro de La Oliva, tratando así de impedir que las casas de la orden quedaran en manos privadas, hasta que la desamortización de Mendizábal la devuelva a la propiedad particular. En ella sigue, convertido el viejo monasterio en pardina, muladar, almacén agrícola, palomar y residencia incluso de sus dueños. Ni que decir tiene que el estado de conservación es bochornoso y que el deterioro general es ya inevitable. Abandono al que se une en la actualidad la estulticia de sus actuales dueños que, no contentos con dejar a su suerte lo que queda de sus ruinas, se permiten el lujo de tapiar burdamente los accesos que permitían entrar a las antiguas dependencias, con tal grado de torpeza, además, que los pegotes de cemento han terminado de arruinar dos canecillos con relieves en una de las puertas y dos capiteles que decoraban la fachada de otra. Así que si son pocos los que saben de la existencia de este monasterio en la actualidad, menos serán dentro de algunos años los que siquiera puedan visitarlo. El monasterio de Cambrón no parece seguir la norma habitual de los monasterios cistercienses femeninos de aprovechar construcciones ya levantadas para su uso, sino que se trata de una construcción de nueva planta erigida para la propia comunidad, dentro además de la observancia de la orden para la ubicación de sus abadías: junto al río Riguel y aislada de los entornos de población, aunque tampoco lejos del núcleo urbano más próximo, Sádaba. Eso sí, dentro de una sobriedad, sencillez y economía de medios, a tono con sus limitaciones económicas. En este sentido resulta significativa la posibilidad de que las monjas se aprovecharan de la donación que el propio Pedro II hace a las religiosas del término de Los Bañales, antiguas termas romanas, que el rey anima a que ellas mismas reaprovechen si quieren, proporcionando de esta manera abundante piedra sillar para sus construcciones procedente de los viejos baños, entonces inservibles. Las primeras construcciones que se levantan entonces, a principios por tanto del siglo XIII, corresponden a la iglesia y dependencias anexas, la mayoría desaparecidas o, como en el caso de la sala capitular, prácticamente en ruinas. La iglesia se adapta genuinamente a los modelos tardorrománicos del entorno de las Cinco Villas, donde abundan ejemplos similares construidos entre el último cuarto del siglo XII y principios del siglo XIII. Su planta presenta una sola nave, un falso crucero formado por dos amplias capillas laterales y un ábside central semicircular. Los arcos que se abren son todos apuntados con perfiles de arista viva, tanto el arco que separa el ábside de la nave, como los tres formeros que servirían de refuerzo a su cubierta, y los dos que separan las capillas laterales de la nave. En cuanto a las cubiertas, presenta bóveda de horno en el ábside y bóveda de cañón apuntado en los tres tramos abovedados de la nave. Presenta también pares de columnas como soporte del primer fajón en el primer tramo del pasillo y de los arcos de acceso a las capillas laterales. La iglesia, por otro lado, muestra una longitud de excesivas dimensiones para lo escaso de la comunidad y las pretensiones del monasterio. Es además significativo que a partir del tercer tramo aumente la tosquedad en el aparejo de la construcción y se sustituya la cubierta abovedada por una simple techumbre de madera. Es de suponer, a expensas de todo ello, que la iglesia propiamente dicha acabaría en el tercer tramo y que, a partir de aquí, el espacio se aprovecharía con otros fines, probablemente estancias comunales. En el interior se conservan escasos ornamentos de la primitiva fábrica, en todo caso la decoración de los capiteles que coronan las columnas pareadas de la nave y de acceso a las capillas, todos ellos de labra vegetal esquemática y tremendamente sencilla. Elementos todos los descritos que vuelven a poner en relación el monumento con los ejemplos coetáneos de la zona y desde luego con una cronología que obliga a pensar que la construcción no es anterior a la llegada de la comunidad. En cualquier caso es muy difícil concretar más la fisonomía original de aquella iglesia, teniendo en cuenta las transformaciones que experimenta en tiempos de D. Hernando de Aragón y sobre todo las que se han producido con posterioridad, desde que el monasterio se convierte en una granja y parte de la iglesia en residencia particular, lo que no sólo ha desvirtuado buena parte de la primitiva construcción, sino que en su mayor parte la ha abocado a la destrucción y la ruina. Al exterior, el edificio apenas conserva elementos ornamentales de la primera fábrica. Las ventanas que se abren en el ábside son típicamente románicas, de muy poca luz al exterior y amplio derrame interno. También en el ábside destacan dos contrafuertes externos, que dividen en tres partes su perímetro, lo que suele ser también habitual en este tipo de construcciones, si bien en este caso presentan la peculiaridad de estar formados por un bloque a modo de pilastra en su parte inferior y medias columnas adosadas con apoyo de basa y plinto en su mitad superior, tal vez un recordatorio formal o un reaprovechamiento más de Los Bañales. Mención aparte merece la decoración de las distintas puertas abiertas. En el lado sur, dos abren en la mitad posterior de la nave y darían acceso presumiblemente al entorno claustral, y una, sin duda la más importante y la que concentra toda la riqueza monumental, se abre en el testero, al sur de la capilla meridional que flanquea el ábside. Una cuarta puerta se abre en el lado norte de la iglesia y daría acceso al cementerio, la preceptiva “Puerta de los muertos”, se encuentra en la actualidad tapiada con sillarejo aunque conserva sus dovelas originales y un escudo abacial en la clave. Es más que probable que las dos abiertas en el muro sur de la nave tuvieran su función normativa, sirviendo de acceso al claustro, bien haciendo diferencia entre monjas regulares y conversas, bien sirviendo de acceso a diferentes estancias conventuales situadas en la parte posterior de la iglesia, probabilidad ésta imposible de confirmar en el estado actual de la construcción. De ahí la diferenciación que se ha hecho de estas dos puertas como “Puerta de las monjas”, una, y “de conversas”, la otra. Desde el punto de vista ornamental sólo interesa la segunda, ya que la primera es hoy una puerta moderna, presentando aquélla dos ménsulas con relieves, en uno de los cuales apenas se aprecia la imagen del cordero místico con el lábaro y la cruz. Como he señalado anteriormente, estas dos ménsulas han quedado hoy definitivamente sepultadas bajo un emplasto de cemento. La portada sur es sin duda la puerta monumental de este monasterio. En primer lugar sorprende su situación porque se abre directamente a una de las capillas, quedando además aislada de las dependencias monásticas al levantarse a su lado el muro perpendicular a la iglesia que cerraba la sala capitular. La portada concentra prácticamente toda la decoración monumental del exterior de la iglesia, dentro, por supuesto, de la sencillez que caracteriza toda la obra. Presenta cuatro arquivoltas en arco de medio punto de perfiles aristados, menos una que está formada por un grueso bocel. Todas apoyan en una imposta con decoración de margaritas, y en capiteles volados sin columnas que los sostengan. La decoración de éstos es de tipo vegetal, igualmente sucintos y de labra esquemática, idéntica a la de los capiteles del interior de las capillas laterales. La puerta propiamente dicha luce dos ménsulas en su parte superior sobre el capitel, cuya decoración se atreve tímidamente en un mayor alarde formal al presentar labras vegetales, igualmente sencillas, pero de hojas más carnosas que se enroscan hasta formar una voluta. Sobre la puerta se sitúa el tímpano, decorado con un crismón apenas perceptible en la actualidad y que mantiene este mismo concepto de sencillez y simplicidad máxima que caracteriza a todo este monasterio: el mismo se resuelve escuetamente con la iconografía de la rueda como alegoría trinitaria, con sus radios y su nudo central, pero sin más imágenes, ni textos, ni simbolismos. Sin duda uno de los ejemplos más sencillos entre los numerosos crismones que se labran en los tímpanos de las iglesias de las Cinco Villas durante esa época. En definitiva una iglesia puramente románica, que se inscribe certeramente en el ámbito constructivo que se desarrolla en estas mismas fechas en toda la comarca de las Cinco Villas. Así lo demuestra su cabecera monoabsidal, la bóveda de cuarto de esfera del ábside, la articulación de muros y ventanas, así como algunos de sus elementos decorativos, como el crismón de su portada sur o los relieves de las ménsulas de una de sus puertas. No obstante, las mismas novedades de un románico más evolucionado que están introduciéndose ya en edificios de la zona como San Gil de Luna, Puilampa, San Miguel de Uncastillo, San Salvador de Luesia o el castillo de Sádaba, se advierten también en Cambrón: arcos apuntados, bóvedas de cañón apuntado, dobles columnas o dobles semicolumnas como elemento de soporte, decoración escultórica de tipo vegetal, etc. En cuanto a las dependencias monásticas, la mayoría de las conclusiones a que puede llegarse son mera especulación. Sólo la sala capitular conserva parte de su perímetro y estructura, aunque se encuentra completamente en ruinas. Del claustro no queda resto alguno, pero puede intuirse su perímetro en base a la situación de la iglesia, de la propia sala capitular y de las distintas puertas, así como por la existencia de un aljibe, hoy enterrado, pero del que en su momento me dieron cuenta los dueños de la hacienda. El resto de las estancias se distribuirían entre la parte posterior de la iglesia, que probablemente se dividiera en dos pisos, y tal vez en construcciones efímeras alrededor del claustro, que por supuesto son las primeras en desaparecer. La sala capitular se encuentra situada en el lado oriental del claustro, si bien paralelo a la panda claustral y ocupando además toda su longitud, en una disposición por tanto poco habitual aunque no del todo extraña, pues por ejemplo en una posición similar se sitúan las salas capitulares de San Andrés del Arroyo o Vallbona, ambos monasterios cistercienses femeninos que ubican la sala capitular anexa al brazo sur del crucero, casi en la misma posición que en Cambrón. Presenta una planta rectangular de dimensiones bastante considerables para las proporciones del conjunto monástico, y cubierta con bóveda de cañón reforzada por arcos fajones, de todo lo cual no quedan más que los arranques de los arcos. En la pared norte, medianil con la iglesia y donde se situaría el sitial de la abadesa, se localiza un pequeño nicho que en su día ocupaba una talla en piedra, el llamado relieve de la Anunciación, que fue vendido por los entonces dueños de la finca a un anticuario zaragozano, porque parece un sino de este monasterio que lo que no se derrumba por sí solo lo expolian o lo venden sus dueños. En su día D. Francisco Abbad tuvo ocasión de verlo y fotografiarlo antes de que se perdiera su pista para siempre, fechándolo como pieza del siglo XII, según lo cual la talla sería anterior a la obra monástica, lo que ciertamente no parece muy probable, además las características formales que pueden deducirse del testimonio gráfico conservado parecen más propias de una cronología posterior, ya del siglo XIII, contemporáneo por tanto a la fábrica del monasterio. Del resto apenas quedan vestigios, en todo caso sí se puede localizar el antiguo cementerio, emplazado en el lugar habitual, junto al muro norte de la iglesia, espacio donde los propios dueños encontraron, según me refirieron, abundantes restos óseos. Su comunicación desde la iglesia también sería la preceptiva, a través de la puerta abierta en el lado norte, la llamada habitualmente “Puerta de los muertos”. Esto es aproximadamente cuanto puede decirse hoy del monasterio medieval, pero como sabemos, a mediados del siglo XVI se produce una profunda transformación de la abadía gracias al mecenazgo del arzobispo de Zaragoza, D. Hernando de Aragón, mecenas en general de toda la obra cisterciense pues no en vano había sido abad del monasterio de Veruela, que por cierto se convierte en el monasterio que asume la paternidad de Cambrón desde que las monjas abandonan Iguacel, perdiendo de paso la tutoría de Morimond. Si como abad de Veruela D. Hernando había protagonizado una actuación trascendental, restituyendo la disciplina y la moralidad perdida de sus monjes y acometiendo también una importante labor de restauración artística, en Cambrón, monasterio que había estado en aquellos tiempos bajo su tutela, la afronta con el mismo entusiasmo cuando asume la autoridad del arzobispado de Zaragoza. Entre las remodelaciones y aportaciones de mayor interés cabría destacar: las bóvedas del ábside y los tres primeros tramos de la nave se recubren ahora con una falsa bóveda de crucería estrellada, de yesería y madera, de la que cuelgan florones pinjantes en las claves, y una cubierta sobre los arcos fajones, igualmente de yesería, decorada a base de casetones, en un lenguaje por tanto de tono renacentista muy acorde con la época. Asimismo las columnas pareadas del primer tramo de la nave y sus capiteles se recubren con estructuras que semejan grandes pilastras, rematadas en un entablamento y decoradas con finos listeles y las armas de D. Hernando. A todo lo cual habría que añadir una decoración pintada con los retratos de los abades de Veruela, colocados en orden cronológico a lo largo de las paredes de la iglesia, que constituyen uno de los aspectos más sobresalientes, y sorprendentes también, de este monasterio de Cambrón. Ni que decir tiene que dichos retratos han seguido la misma suerte que toda la edificación y se encuentran en un estado de conservación lamentable. Muchos se han borrado totalmente, afectados por la humedad, la suciedad y la desidia; otros han sido despojados literalmente del muro, razón por la cual los propios dueños denunciaron su robo en 1998. Sólo algunos milagrosamente aún conservan parte de sus rasgos y colores, suponemos que ya por poco tiempo. En conjunto completan el abadiologio del Monasterio de Veruela hasta la figura de D. Lope Marco, a la sazón sucesor de D. Hernando de Aragón en el alaciado de Veruela. Se considera que los retratos se realizaron entre 1560-1565 y de la mano muy probablemente del pintor Jerónimo Cóssida.