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Nave de la epístola

Identificador
24160_01_009
Tipo
Formato
Fecha
Cobertura
42º 37' 29.40'' , -5º 13' 34.72''
Idioma
Autor
Jaime Nuño González
Colaboradores
Sin información
Edificio Procedencia (Fuente)

 

País
España
Edificio (Relación)

Monasterio de Santa María la Real

Localidad
Gradefes
Municipio
Gradefes
Provincia
León
Comunidad
Castilla y León
País
España
Descripción
DE TODO EL CONJUNTO cabe destacar su iglesia, declarada Monumento Histórico-Artístico por RD de 2 de septiembre de 1924 y, en 1985, Bien de Interés Cultural con categoría de Monumento. Más recientemente, por el Decreto 147/2001, de 17 de mayo, la Consejería de Educación y Cultura de la Junta de Castilla y León ha delimitado el entorno de protección de la iglesia, uno de los edificios hispanos en el que mejor podemos apreciar la sensación de orden, perfección y esencialidad que rigió la arquitectura de los cistercienses. Junto con parte de la estructura del claustro en tres de sus lienzos o pandas y la sala capitular, el edificio cultual es lo único que nos resta del cenobio primitivo. Aunque son muy escasos los datos que poseemos respecto a la construcción del primer edificio eclesial sabemos que el proyecto original lo dotaba de una amplia cabecera con girola o deambulatorio -singularidad ya desarrollada casi medio siglo antes en el monasterio zamorano de Moreruela (1132)-, pero la mala situación económica que atravesó la comunidad a lo largo del siglo XIII impidió su completa ejecución, sobre todo en lo que respecta a las naves. Las obras de construcción puede que se iniciaran en el transcurso del último cuarto del siglo XII, concretamente en 1177, nueve años después de su fundación, tal y como recoge el epígrafe -considerado como fundacional- que aún se conserva y del que hablaremos más adelante. Posteriormente, entre 1239 y 1242, era fray Sancho, tal vez monje de Sandoval, el que “tenía la obra...”, es decir, muy probablemente fuera el maestro de obras, un dato muy a tener en cuenta a la hora de explicar los múltiples nexos artísticos que guardan estos dos cenobios (especialmente en cuanto a motivos decorativos, capiteles, perfiles de nervios, etc.), además muy cercanos entre sí. Que en aquellos momentos se estaban llevando a cabo obras en el monasterio lo corrobora además un documento datado en 1240 por el que doña Miesol y su hija concedían licencia a la abadesa para entrar y salir por sus tierras a la pedrera de Valdefañe con carros y bueyes. De la primitiva iglesia monasterial -en un primer momento erigida con piedra caliza probablemente procedente de las canteras de Boñar- sólo se conserva su amplia y luminosa cabecera, compuesta por un espacio absidal central de planta semicircular, sobreelevado por tres escalones y precedido de un tramo recto, una girola dividida en siete tramos y tres absidiolos de igual tipología planimétrica que se corresponden con los tramos centrales de la girola -faltan los dos correspondientes a los extremos- todo ello acusado al exterior: es lo que se ha denominado “corona de capillas”, solución arquitectónica ensayada en el tercer cuarto del siglo XII dirigida muy probablemente a posibilitar la celebración diaria de cultos ordinarios que encontramos en varios edificios cistercienses masculinos (Santa María de Moreruela, Zamora; Santa María de Fitero, Navarra; Santa María de Veruela, Zaragoza; Santa María de Poblet, Tarragona) y en la catedral de Ávila pero excepcional, por única, entre los femeninos, incluso entre los franceses pues el de Flines es mucho más tardío que el leonés (siglo XIV). Una solución que surgió, en opinión de uno de nuestros mayores especialistas en arquitectura cisterciense, José Carlos Valle, en empresas constructivas borgoñonas ajenas a lo cisterciense de la Île-de-France y territorios cercanos e inspiradas a su vez en las obras llevadas a cabo en Saint-Denis durante el abadiato de Suger. Una estructura a la que se añadió el primer tramo de un cuerpo de tres naves, mientras que el resto (la prolongación de la nave central y la de la epístola, y la construcción del coro) data del siglo XVII. La girola posee cinco tramos trapezoidales cubiertos por bóvedas ojivales que descansan, a través de arcos apuntados en arista, sobre los pilares de la capilla mayor y responsiones muy recios con tres semicolumnas adosadas que dividen los ventanales de los absidiolos, cubiertos dicho sea de paso, con semicúpulas y el central con paños cóncavos sobre nervios. La iglesia consta, además, de un pequeño crucero no desarrollado en planta y de tres incipientes naves de un solo tramo, pues la construcción de estas últimas se debió de paralizar a poco de iniciadas las obras. Será en una tercera fase mucho más tardía, con la construcción del coro monástico en la nave central -articulada en cuatro tramos mediante arcos fajones apuntados- cuando concluyan las obras del templo. El proceso constructivo de la iglesia -en el que ya hemos dicho que intervino, como maestro de obras, fray Sancho (1239-1242)- fue muy lento: todavía en el siglo XVI se añadió un tramo al templo y en el XVII se concluye el coro y la nave principal. En cuanto al ábside central o capilla mayor -abierto al tramo de las naves por un arco triunfal de medio punto sobre semicolumnas adosadas que suben a la misma altura de las que soportan las ojivas-, decir que consta de dos cuerpos separados por una sencilla imposta: el inferior alcanza hasta la altura de la girola y consta de siete arcos apuntados y doblados (cinco corresponden al espacio absidal y dos al que le precede, generalmente denominado presbiterio) que apean, utilizando un sistema de raigambre ultrapirenaica, sobre fuertes pilares cruciformes con parejas de columnas entregas en sus caras interiores, así como finas columnillas en los codillos y otras, más sencillas, en las interiores. La parte superior se articula verticalmente en cinco tramos, cada uno de ellos con su correspondiente vano de medio punto sobre finas columnillas y gran derrame al interior. En lo concerniente a las cubiertas y a los soportes utilizados cabe destacar la utilización de complejas bóvedas ojivales, cuyos nervios delimitan paños cóncavos, que apoyan sobre unos estilizados soportes compuestos por pilares cruciformes con semicolumnas adosadas. Sin duda, y por lo que respecta a los soportes, Santa María de Gradefes presenta junto con el masculino de Santa María de Sandoval una de las tipologías más desarrolladas “producto de un momento artístico de cambio que preludia la llegada de las formas góticas...”, según Fernández, Cosmen y Herráez; de hecho los empleados en la separación de la capilla mayor y girola -pilares cuadrados compuestos y muy corpulentos- presentan grandes analogías con los de Santo Domingo de la Calzada. Por su parte los arcos constructivos continúan con la tradición, de medio punto, mientras que en los decorativos alternan con los apuntados. Destacar muy especialmente la bóveda de cinco ojivas que, convergiendo en una clave central, apean sobre las columnas intermedias de las arcadas inferiores. Por lo que respecta a la iluminación -sin duda otra de las grandes preocupaciones de las construcciones cistercienses- cabe destacar su intensidad, procedente de los tres vanos de medio punto liso, aspillerados al exterior y con profuso derrame al interior, que se abren en cada uno de los absidiolos y los cinco abiertos en el ábside central. Sencillez y sobriedad arquitectónica que se refleja también en los paramentos exteriores, equilibrados por su simetría y articulación tanto horizontal como vertical. Si observamos su cabecera desde el exterior vemos cómo los absidiolos tienen la misma altura que la girola, sobre la que emerge el cuerpo superior de la capilla mayor, articulándose el muro por contrafuertes de sección rectangular. Separadas las tres absidiolas semicirculares -tangentes entre sí, como en Moreruela- por pequeños contrafuertes de sección triangular que se corresponden con los apoyos de los arcos fajones de la girola en el interior, la absidiola central divide verticalmente su muro en tres paños gracias a dos potentes y gruesas semicolumnas adosadas que, coronadas por capiteles figurados, ascenderán hasta la cornisa, decorada profusamente con multitud de modillones de variada temática ornamental. Era al sur de la iglesia donde se localizaban las dependencias monásticas, desde el siglo XVIII sustituidas en su mayoría por sencillas dependencias que, desde el punto de vista constructivo, presentan un innegable sabor popular. Esto es lo que ocurre con el austero claustro que, a pesar de responder a su estructura primigenia en tres de sus pandas o crujías, sólo conserva restos medievales en la este, en la adosada al muro meridional de la iglesia, pues la oeste -dotada de dos plantas- data en su estado actual del siglo XVIII, momento en el que se amplía por ese lado el monasterio, aunque puede que se asiente sobre los restos de otra más antigua. Su traza es de una gran sencillez pues en ella se abren simples arcos de medio punto sobre pilar. Entre las primitivas dependencias monásticas conservadas se encuentra -abierta a la galería oriental del claustro- la Sala Capitular; este espacio, un lugar de congregación para la comunidad (en él se reunían los monjes convocados por el abad después de la misa matinal, se leían los capítulos de la orden, de ahí su nombre, y se hablaba de cuestiones que afectaban el monasterio) posee unas dimensiones de 8,5 x 15 m, y a ella se accede por una entrada monumentalizada que viene a reiterar las soluciones tradicionales aplicadas por la Orden del Cister para este espacio: de arco ligeramente apuntado, aparece flanqueada a cada lado por tres vanos ligeramente apuntados también y de altura uniforme volteados sobre dos y tres pares de columnas que a su vez reposan sobre un zócalo o poyo corrido. En su transformado interior se conservan dos lucillos, de medio punto el abierto en el muro sur y apuntado con decoración dentada o de “dientes de sierra” el norte, este último utilizado, a modo de torno, para comunicar con la sacristía. En cuanto a su cronología José Carlos Valle considera -teniendo en cuenta algún que otro elemento decorativo- que fue erigida por el mismo taller y al mismo tiempo que la zona más antigua de la iglesia abacial, es decir, a finales del siglo XII, a partir de 1190. La escasa y sobria decoración arquitectónica que encontramos en la iglesia aparece localizada en impostas y molduras, como la que recorre toda la girola, de dos escocias y decorada con círculos secantes en su recorrido por el “presbiterio”; en los apoyos del exterior, cuyo toro inferior aparece recorrido por una fila de ondas; en las basas áticas, de doble toro y adornadas con garras, generalmente reproduciendo formas fitomórficas -flores de lis- aunque en ocasiones representan cabezas zoomorfas; en los capiteles, los de la capilla mayor dentro de la más pura tradición cisterciense, con su cesta en forma de campana invertida y decorada casi siempre con una fila de hojas poco abultadas que rematan en bolas o cogollos angulares, y en los de la portada de la sala capitular, con hojas lisas prácticamente sin resaltes, y en sus cimacios e impostas, decorados con arcos entrelazados, motivo localizado también en los monasterios de Sandoval y en el asturiano de Santa María de Valdediós. No obstante también podemos apreciar otro tipo de decoración en la que se entremezclan representaciones del Bestiario (arpías) con bustos y figuras (un ángel), como ocurre en el tramo semicircular del presbiterio; incluso escenas del Nuevo Testamento, como es el caso de la “Huida de Egipto” que aparece en uno de los capiteles de la absidiola central y en las ojivas (como las de la girola, con rosetas de ocho pétalos, y sus respectivas claves en forma de medallón decoradas con motivos tales como el Agnus Dei, san Miguel y el dragón, torsos humanos, motivos heráldicos, etc.). Otro de los focos de atracción para la ornamentación son las portadas; en Gradefes se conservan cuatro, dos en el lado norte y otras dos en el sur. Notable mención merece la más antigua de las conservadas, localizada en el lado occidental del tramo único de la nave norte (o del evangelio) y única accesible al público, datada ya en el siglo XIII: de doble arco apuntado sobre jambas y dos parejas de finas columnas, su arco interior aparece guarnecido por dos boceles mientras que el exterior se decora con un friso en zigzag paralelo (como en la sala capitular y en los monasterios de Carracedo y Sandoval, motivo de origen ultrapirenaico, del norte de Europa, profusamente repetido en las obras de nuestro románico tardío) que en nuestro caso aparece enmarcado por una doble moldura apuntada. Completando el conjunto aparece un guardapolvo corriendo por el extradós que se quiebra en ángulo de 90º a la altura de la imposta; sobre la clave del arco aparece tallado el escudo de armas de los Pimentel y Castro. Otra de las portadas, la septentrional, muy deteriorada y cegada, consta de triple arco apuntado, el más exterior decorado con un friso vegetal, sobre otras tantas jambas que hoy en día se encuentran prácticamente destruidas. En cuanto a las puertas abiertas en el muro sur destacar de la más oriental -de arco apuntado y que comunica con la sacristía- el friso geométrico que recorre el guardapolvo y de la más occidental -que comunica con el claustro y está compuesta por un vano adintelado enmarcado por triple arco apuntado- los capiteles de las columnas acodilladas, decorados con sencillos motivos vegetales, muy planos, y con volutas en las esquinas. Destacar también la decoración del acceso a la sala capitular, con sencillos capiteles de idéntica tipología, con su cesta adornada por hojas muy planas y estilizadas en forma de cáliz; la rosca de los arcos se decora de igual manera que la del acceso a la iglesia, con un grueso baquetón en zigzag. Un conjunto ornamental que se completa con los 65 modillones -incluyendo los de la capilla mayor- que encontramos bajo las cornisas, decorados con un amplio repertorio de motivos tratados con no demasiadas preocupaciones estéticas y de una cierta heterodoxia en cuanto a su temática, y con dos vestigios de escultura funeraria localizados en el segundo tramo de la girola: se trata de dos sepulturas con estatuas yacentes datadas a finales del siglo XIII que suelen identificarse con las de los fundadores del cenobio, el conde García Ponce y su esposa Teresa Pérez; sepulcros que fueron trasladados aquí desde el monasterio de San Benito de Sahagún, lugar en el que atendiendo a su voluntad - expresa en sus respectivos testamentos- recibieron primera sepultura. En su conjunto, y salvo aportaciones locales en cornisas, la decoración esculpida conservada en Gradefes responde -tanto por su localización en capiteles, impostas, basas, arquivoltas, etc., como por su decoración, básicamente geométrica y vegetal- a la sobriedad ornamental, casi rigorista, propugnada por San Bernardo. En el muro de la nave del evangelio, junto a un lucillo, aparece empotrada una inscripción en la que, desarrolladas sus abreviaturas, podemos leer: (in) ERA M CC XV K(a)L(ENDA)S MARCH FUNDATA E(st) (hec) EC (e)CL(essi)A S(an)C(t)E MARIE DE GRADEFES AB ABBATISSA TERESIA. “En la Era 1215 (año 1177), kalendas de marzo (1 de marzo), fue fundada esta iglesia de Santa María de Gradefes por la abadesa Teresa”. No hay duda de que el texto hace clara alusión a la fundación de la iglesia por doña Teresa Petri el 1 de marzo de 1177. Pero, ¿significa esto que las obras se iniciaron en ese momento?; y el epígrafe, ¿se encuentra en su emplazamiento original? Para José Carlos Valle la iglesia monástica de Gradefes, por su mayor desarrollo estructural y decorativo con respecto a la de Sandoval, “abona la anterioridad de esta última, obligando a datar el desarrollo constructivo o, a tenor de lo que se conserva, la progresión de la primera desde aproximadamente 1190 o muy poco después...”. Pero no es ésta la única inscripción que encontramos en el interior de la iglesia, pues también se conserva un epitafio: AQUÍ IAZE DON NICOLAS QUE FUE CAPELLAN DESTE / MONESTERIO ET CANONIGO DE LA EGLESIA DE LEON ET / FINO DOMINGO XXII DIAS DEL MES DE MARZO ERA DE MIL / E CCC E LX E V ANOS. “Aquí yace don Nicolás, que fue capellán de este monasterio y canónigo de la iglesia de León. Murió el 22 de marzo, domingo de la era 1365 (año 1327)”. Y Aurelio Calvo, en su magnífico estudio sobre el monasterio, hace referencia a otro epígrafe, ahora desaparecido, que estaba situado sobre la entrada a la sala capitular: PAX IHC / INTRANTI / SINT PROSPERA / CUNCTA PRAECANTI. “Paz a quien aquí entra. Todo sea favorable a quien ora y suplica”. Santa María la Real de Gradefes alberga un importante museo en el que se custodian, entre otras muchas piezas (sobre todo de orfebrería de los siglos XVI-XVIII, estudiadas por Herráez), una Theotokos, término popular surgido a mediados del siglo III para referirse a la representación de la “Madre de Dios”, a la representación de la Virgen con el Niño; una imagen estereotipada que triunfará en la iconografía cristiana a partir del Concilio de Éfeso (en la actual Tu rquía) celebrado el año 431, aunque su representación exenta como “Virgen Majestad”, como “trono de divinidad” no se generalizará en Occidente hasta el siglo X. Ésta de Gradefes posee un gran tamaño (casi un metro de altura) y ha sido datada en el siglo XIII, si bien su policromía actual data del siglo XVI. En buen estado de conservación, las figuras mantienen una cierta actitud de atención y acogimiento hacia el fiel que se acerca a ella a orar o simplemente para contemplarla. La Vi rgen -probablemente hueca en un principio- se nos presenta con una corona que todavía conserva algunos cabujones, haciendo referencia así a su realeza, y con una toca de pliegues simétricos en zigzag que permite entrever sus cabellos; en su mano derecha sostiene una esfera que recuerda la “manzana del Paraíso”, motivo iconográfico con gran sentido teológico que ensalza su naturaleza inmaculada y mediadora, mientras que con la otra mano sujeta al Niño por los hombros. Este último, sentado sobre la rodilla izquierda de su madre, bendice con la mano derecha mientras que con la izquierda muestra un libro abierto con la siguiente leyenda: V ERBUM CARO FACTUM EST ET HABITAVIT IN NOBIS (“El Verbo se hizo carne y habitó entre nosotros”). Según Gómez Rascón cuando la mano derecha está en actitud de bendecir, el Niño lleva el Libro no como Juez sino como Maestro, que sería el caso que nos ocupa. De su indumentaria destacar el ribete del cuello y el dorado fijador que se utilizaba para descansar la mano en actitud cortesana. Otra Theotokos de gran tamaño (78 cm de altura), en bastante buen estado de conservación y procedente también de Gradefes, se conserva en el Museo Catedralicio Diocesano de León. Datada por Gómez Rascón en el siglo XII, la imagen fue tallada en madera y policromada, y representa una Virgen sedente (a la que la falta el brazo derecho) que sostiene al Niño sobre su rodilla izquierda, este último con su mano derecha en actitud de bendecir y en la izquierda sujetando una esfera que “expresa totalidad, señorío cósmico, por lo que es un término plástico propio de Cristo, pequeño Pantocrátor a quien la Madre, como ‘expositor´, presenta, entronizado, al género humano...”. Plásticamente todavía es deudora de esa tradición clásica en la que predomina la frontalidad y una cierta simetría, rota únicamente por la actitud de bendecir en la que se presenta el Niño. Un buen ejemplo de las Theotokos castellano- leonesas, de una gran sobriedad y austeridad y con unos volúmenes muy elementales. Aunque desconocemos la procedencia exacta de esta talla, la admiración y veneración que la Orden del Cister sentía por la Vi rgen hace plausible la posibilidad de que también proceda del monasterio. Y por último cabe destacar otra talla en madera policromada, un Cristo crucificado del tipo Christus Patiens y de gran tamaño, ahora en la biblioteca del cenobio, que formaba parte de un Calvario del siglo XIV cuyas restantes imágenes (María y san Juan) se encuentran en el Museo Arqueológico Nacional de Madrid. La pieza, restaurada en la década de los ochenta del pasado siglo, representa a Cristo muerto y su rostro, en el que está ausente toda expresión de dolor, refleja una gran serenidad.
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