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Interior del ábside central

Identificador
49800_01_258
Tipo
Formato
Fecha
Cobertura
41º 31' 17.00'' , -5º 23' 38.61''
Idioma
Autor
Jaime Nuño González
Colaboradores
Sin información
Edificio Procedencia (Fuente)

 

País
España
Edificio (Relación)

Iglesia del Santo Sepulcro

Localidad
Toro
Provincia
Zamora
Comunidad
Castilla y León
País
España
Descripción
UNA BULA DEL PAPA HONORIO II, de 1128, menciona esta iglesia entre las propiedades que la Orden del Santo Sepulcro tenía fuera de Tierra Santa. Quizá desde entonces y con seguridad desde fines del siglo XII fue con su monasterio anejo casa matriz de la orden en Castilla y León, donde tuvo su sede el priorato de España, cuyos titulares eran vicarios y visitadores generales del patriarca de Jerusalén y tenían bajo su jurisdicción todas las iglesias y casas sepulcristas de Castilla, León, Galicia, Portugal y Navarra; eran comendadores de este templo y acumularon los honores de canónigos de Jerusalén y cubicularios del sumo pontífice. Mantuvo tan alto rango hasta la anexión de la orden a la de San Juan de Jerusalén, decidida por Inocencio VIII en bula de 18 de marzo de 1489, que no surtió efecto al menos hasta la segunda década del siglo siguiente. En 1523 ya estaba reducida a bailía de los sanjuanistas. La comunidad se redujo a un vicario del bailío y seis religiosos, que fueron disminuyendo después a medida que los ingresos descendían. La misma suerte corr i e ron otras dos iglesias románico- mudéjares que tuvo en Toro la Orden del Santo Sepulcro desde la última década del siglo XII, la de Santa Marina del Mercado y la de San Juan de los Gascos. Se encuentra situada en la Plaza Mayor de la ciudad, coincidente con el espacio abierto ante la puerta principal del primitivo recinto amurallado, núcleo de la actividad comercial en la Edad Media, y definitivamente configurada en días del emperador Carlos, tras la doble decisión municipal de trasladar a ella la sede del Consistorio y de ensanchar la plaza a costa de demoler el gran cabildo antepuesto al alzado meridional de esta iglesia. Nada subsiste del templo de 1128, completamente reconstruido en los primeros años del siglo XIII en dos etapas sucesivas que transform a ron el proyecto inicial y aportaron a la fábrica resultante un interés inusual, inadvertido hasta ahora. Fue la cabecera lo primero que se reconstruyó y su planteamiento permite deducir que aquella iglesia primitiva era de una sola nave, ya que lo reedificado de nuevo comprendía sólo un ábside semicilíndrico acoplado al correspondiente tramo recto presbiteral o capilla, que algo lo excede en anchura y más en altura, con las soluciones y aparejos propios del románico mudéjar. En concordancia con la cabecera del Salvador, el ábside está articulado por un solo orden de dobladas arquerías ciegas en su alzado externo, a juzgar por lo poco que dejan ver las viviendas a él adosadas, y por dentro adopta una composición análoga: zócalo con una serie de sardineles, cinco arcos ciegos, doblados y con muy leve apuntamiento en el primer cuerpo, cornisa de dos filas de esquinillas y, -aquí radica la nota diferencial, afortunada por cierto- alternando con los tres vanos abocinados del paño superior, cuatro arquillos ciegos de canon menor; sobre el remate, de esquinillas y nacela, una bóveda de cuarto de esfera aparejada en hormigón de guijarros y cal, en la que aún se perciben las huellas de las tablas del encofrado. Un arco agudo y doblado, sobre impostas de nacela y pilares acodillados, muy esbelto, lo deslinda de la capilla mayor, cubierta por un cañón agudo volteado sobre doble cornisa de esquinillas y nacela, a la que se vieron reducidos sus alzados por una actuación muy osada del siglo XVI, que consistió en demolerlos para dejar comunicadas las tres capillas absidales por sendos arcos de la misma luz que el largo de ellos. En el siglo XVI rehicieron en sillería el arco toral, manteniendo su última rosca, de traza aguda, y prescindieron de los antiguos pilares acodillados. Por encima se conserva intacto el testero, muestra sorprendente de cómo la arquitectura mudéjar se llegó a plegar a las pautas del románico para iluminar los interiores de sus templos, tan pobres de luz por lo general; sobreelevado mucho más de lo habitual en las fábricas de su género, pudieron abrir en él una gran ventana circular, recercada en nacela, recuadrada por su remetido respecto a las haces del paramento y flanqueada por los hermosos vanos derramados de dos aspilleras, también perfilados en nacela y con dobladura, más otras dos ventanitas derramadas, dispuestas más arriba a los lados del eje central. Resulta extraño que tan apuesta y certera solución no cundiera en iglesias mudéjares del entorno geográfico. Al exterior, los alzados del tramo recto rematan en un friso de esquinillas y una cornisa de nacela, más otra esquinilla de una sola hilera de dientes que es invención tardía, en lugar de los habituales ladrillos tendidos en escalón saledizo. Contrarrestaron los empujes del arco toral erigiendo a sus costados sendos contrafuertes; éstos por sí solos acreditan que la cabecera fue originariamente de un ábside, no de tres, y lo mismo ratifican tanto los forzados anclajes de los ábsides laterales como el tratamiento de acabado que se dio a los alzados de la capilla mayor y he reconocido gracias a la fechoría de que fueron objeto en el siglo XVI. Mutilados entonces, nos descubren su composición de una mezcla de cal y canto rodado enfundada en ladrillo por ambas haces y las externas cubiertas por sendos revocos de cal y arena decorados con pinturas. Se han perdido dichos acabados en las caras internas, pero no allí porque los ocultó la fábrica posterior de las capillas y ábsides menores. A las paredes preexistentes se adosaron las colaterales de las nuevas capillas, aparejándolas en cal y canto contra los paños pintados y en ladrillo a media asta por sus haces aparentes. Una pequeña cata practicada al lado septentrional dejó a la vista un fragmento de pintura mural en que figura un gallardete gemelo de los conservados en la ermita de la Virgen de la Vega y un jinete con el caballo en movimiento, de factura muy suelta, a base de firmes trazos dibujísticos de tono rojizo, como ejecutados en pintura de óxido férrico, que, aplicados al fresco, penetraron en el soporte y por eso han sobrevivido; sus siluetas se rellenarían con colores al temple, seco ya el mortero de cal, que en esta zona al menos han desaparecido. Estas muestras de acabados en pintura al exterior, con motivos historiados, son únicas y, por tanto, de extraordinario interés testimonial; avalan lo que sólo permitía presumir el sobre nombre con que la iglesia de San Salvador de los Caballeros figura en un documento de 1329: ecclesia sancti Saluatoris pinctati. Acabada así la reconstrucción de la cabecera, a los pocos años, al plantearse la renovación del cuerpo del templo preexistente, cambiaron de criterio decidiendo ampliarlo y distribuirlo en tres naves de otros tantos tramos, dotando a las laterales de sus capillas y ábsides. Estos espacios de la cabecera fueron los primeros en edificarse, según manifiestan sus encuentros con los arcos formeros, que yuxtapusieron en perpendicular después, dejando desligadas las hiladas de ladrillo en sus puntos de confluencia. Tras la precitada mutilación de los alzados de las capillas, sólo resta en lo alto de la septentrional la rosca de un arquillo ciego decorativo; el muro formero de la misma está surcado sólo por uno, doblado y a medio punto, acortado en la zona inferior por un parcheado tardío que mutiló también los sardineles sobrepuestos a sus pies; ambos rematan en impostas de nacela, de las que arranca la bóveda de cañón agudo, como el arco de embocadura del ábside, doblado, como sus pilares, y sobre impostas idénticas; el cierre del cuarto de esfera de éste y el del abovedamiento que le precede están enrasados al mismo nivel y a menor altura que la capilla mayor, repitiendo las soluciones adoptadas por tantas iglesias románicas. En cuanto al alzado de este ábside norte, las casas a él adosadas sólo permiten ver parte del único orden de arquerías que lo dinamizan por fuera; por dentro apea sobre zócalo de doble hilera de ladrillos a sardinel, desarrolla en el primer cuerpo seis arquillos desmentidos y sencillos, imposta intermedia de una sola secuencia de esquinillas, articula el segundo mediante cuatro arquillos, dos a cada lado del vano central, una aspillera abocinada y con guarnición, y remata en cornisa de nacela. Con él hermana el del lado opuesto, aunque su segunda arquería decorativa es más alta; también era igual la capilla, cuyo alzado meridional y la mitad contigua de la bóveda fueron reconstruidos en el siglo XVII. El eje central del ábside aparece desplazado hacia el mediodía, y mucho más el acceso de la nave a la capilla, de traza muy aguda, como su colateral, angostados ambos por los contrafuertes que flanqueaban el toral de la capilla mayor. Los cierres de uno y otro se aprecian ahora sobre otros arcos de curva indecisa con que los suplantaron en el siglo XVII, eliminando los tramos bajos de los contrafuertes aludidos en una actuación chapucera que espeja la decadencia de esta iglesia con los sanjuanistas y tan insensata que quebró la estabilidad del monumento. A restablecerla se ordenó la actuación promovida hace una década, de la que resultaron las embocaduras neomudéjares actuales, que permiten leer la accidentada trayectoria histórica del inmueble, y sus contrafuertes exteriores, opción adoptada en consonancia con los refuerzos que en los mismos puntos reflejaba el plano elaborado por los canteros Juan de Villafaña y Diego de Barreda con una memoria para reconstruir los formeros del lado del evangelio en 1575, tras el hundimiento de sus precedentes mudéjares. En lo alto de estas comunicaciones se ordenan frisos de sardineles y esquinillas y sendas ventanitas derramadas, con vanos ciegos a sus costados de tamaño decreciente, indicativos de que las naves laterales se cerraron con techumbres de colgadizo. La de la nave central fue en origen de parhilera, según se deduce de la disposición de los vanos abiertos sobre el arco toral, y no subsiste de ella sino el fragmento de un par con pintura de atauriques; la existente, de par y nudillo, data del último tercio del XVI. La fragmentación espacial de las naves, característica del estilo, desapareció en la Edad Moderna en aras de la diafanidad, tras la reconstrucción completa de los pilares y formeros de la banda septentrional, operada por los canteros precitados, y por efecto de otro gran arco apuntado, que fabricaron atravesando con su dovelaje dos de la banda opuesta, para suplantarlos. A este lado quedó intacto el de los pies, agudo, de tres vueltas desligadas sobre impostas de nacela y pilares acodillados, como el que subsiste en la iglesia del Salvador pero de mayor tamaño y sin recuadro, y además se conserva parte de las roscas de los dos seccionados por el arco nuevo, con los vanos macizados sobre el trasdós del mismo, con la parte alta del pilar intermedio, el siguiente pilar entero y todo el alzado superior, donde se sobreponen un friso de sardineles, dos esquinillas y cinco arquillos ciegos y sencillos en cada tramo, careciendo del remate. Respecto a los muros foreros, el septentrional se levantó de cajas de hormigón de cal y canto rodado entre verdugadas, coronadas al interior por un paño de ladrillo recorrido por arcos ciegos sencillos, y revestido por la cara externa de arquerías ciegas y dobladas de ladrillo que en un solo orden lo surcan, repitiendo la composición de los alzados del Salvador; sólo una aspillera lo cala en la zona medial. Se reconocen en él los restos de la puerta que comunicaba con el claustro monástico, cuyo arco agudo aparece seccionado por el que en su lugar construyeron en 1506, en ladrillos aplantillados y estilo gótico morisco, Francisco García y Pedro de Toro, los que reedificaron el claustro, ámbito del que quedan en pie las paredes y forjados de sus enormes crujías. De dicha puerta se mantiene el alfiz que la recuadraba, cerrado a sardinel, incluyendo un friso de sardineles y otro de esquinillas. A los pies de este muro se encuentra una puerta abierta en sillería arenisca para acceder al coro, con arco alancetado sobre impostas cuya molduración achaflanada prosigue guarneciendo el vano; su parentesco con los de los conventos de Santa Clara y Sancti Spiritus obliga a datarlo en el primer tercio del siglo XIV. La torre se yergue a los pies, adosada a la nave norte e invadiendo parte del alzado de la central. De tapias de cal y canto entre machones y agujadas de ladrillo, es parecida a la del Salvador y maciza, aunque un relleno de tierra en la zona inferior, que pudimos advertir al producirse en 1987 un hundimiento en el alzado meridional, y la ubicación de la puerta de acceso a la escalera, muy elevada respecto al nivel del piso del templo, tientan a sospechar que pudo acoger un pórtico en la parte baja, como sucede en la de San Nicolás de Villalpando. Fue desmochada a la altura de los primeros vanos, dos en cada cara, resueltos en arcos agudos y doblados sobre los respectivos codillos y sin impostas intermedias; el pilar y arranque de uno de ellos, tangente a la fachada, que testimoniaba tal composición original, fue rehecho a capricho con los restantes al remediar la ruina referida. La escalera discurre en torno a un machón central y bajo cañones apuntados y escalonados. En cuanto a la ordenación del hastial de poniente, como en la iglesia del Salvador un orden de arquerías ciegas y dobladas lo surcaba todo él, enrasado a la altura de la nave meridional, y un ventanal recercado a sardinel y remetido en recuadro calaba el paño emergente de la nave central, debajo del cual se habían empezado a hacer dos ventanas, interrumpidas y cegadas a la postre, según se acusa desde el interior del templo. La puerta allí abierta, que conserva el escarzano por dentro, fue adulterada por fuera en el siglo XVII y en el curso de las obras de consolidación y restauración aludidas, financiadas con fondos públicos, la macizaron sin contemplaciones; hoy dan testimonio de ella elementos incompletos de su guarnición, del recuadro y un friso de esquinillas que la trasdosaba entre dos a sardinel. El paño correspondiente a la nave meridional y todo el alzado de ésta, con su puerta mezquina y espadaña, fueron reconstruidos en el siglo XVII sobre muñones de la fábrica mudéjar, aparejados de igual modo que la fachada septentrional. Del siglo XIII datará la mesa del altar mayor, sencilla, de base prismática y ara con escotas en los tres frentes aparentes. Aunque de apariencia románica, las pinturas descubiertas en 2001 sobre la bóveda del ábside central, con Cristo Pantocrátor en su mandorla de motivos vegetales, entre las figuras simbólicas de los evangelistas y dos tondos en que campean sendas cruces de doble traviesa, el antiguo distintivo heráldico de los canónigos del Santo Sepulcro, son de estilo gótico lineal y de la época de María de Molina, atribuibles al pintor Domingo Pérez, como el fragmento existente bajo la escalera del coro, parte de la guarnición de otra composición eliminada a golpes de piqueta, con los enjalbegados que la velaban, cuando hace más de cuarenta años envilecieron el interior de la iglesia intentando dignificarla.