Identificador
49800_01_317
Tipo
Formato
Fecha
Cobertura
41º 31' 16.20'' , -5º 23' 31.75''
Idioma
Autor
Pedro Luis Huerta Huerta
Colaboradores
Sin información
Edificio Procedencia (Fuente)
País
España
Edificio (Relación)
Localidad
Toro
Provincia
Zamora
Comunidad
Castilla y León
País
España
Claves
Descripción
SITUADA EN LA PLAZA del mismo nombre, la iglesia de San Lorenzo es una de las construcciones de ladrillo más antiguas de Toro. Tras perder su condición de parroquia en 1896, fue declarada Monumento Nacional en 1929 y restaurada después en varias ocasiones, la última de ellas en 1998. Calvo Alagueros y Casas y Ruiz del Árbol pensaban que su sobre nombre de “el Real” provenía de la protección dispensada por Sancho IV, mientras que Navarro Talegón asegura que pudo sobrevenirle a raíz de la adquisición de su capilla mayor por los Castilla, descendientes por línea bastarda del rey Pedro I, que hicieron de ella su panteón familiar. Algunos historiadores de la ciudad adjudicaron su pertenencia a la Orden del Temple, más por afinidad estilística con la iglesia de San Salvador -que si lo fue- que por el acopio de noticias documentales que lo certificasen. Desechada hoy esta atribución, coinciden casi todos los autores en señalar los últimos años del siglo XII como el momento en que se erigió. Es posible que ocupara el solar de un edificio anterior según ha puesto de manifiesto la excavación arqueológica asociada a la última intervención que descubrió varios enterramientos sellados por la cimentación de la cabecera. La iglesia de San Lorenzo consta de una sola nave y un ábside semicircular -ligeramente poligonal al exterior- precedido de amplio tramo recto. Se levantaba sobre un basamento original de ladrillo con una altura media de 60 cm que fue sustituido a fines del siglo XVII por un zócalo de sillería caliza que adquiere mayor desarrollo en la cabecera donde llegó a cortar la primera arquería. Por encima de este basamento se disponen en el ábside dos niveles de arcos de medio punto en distinto eje vertical; los inferiores doblados y con saeteras abiertas bajo tres de ellos, y los superiores sencillos y dentro de recuadros. Remata el muro con un alero formado por el escalonamiento de hileras de ladrillo en distintas posiciones y de tejas. La decoración de los muros de la nave y del presbiterio se basa en la distinta combinación de arco, recuadro y frisos de esquinillas y nacelas, dispuesto todo ello en dos órdenes de diferentes proporciones, salvo en el tramo más occidental del muro norte de la nave que lo hace en uno sólo. Tres portadas se abrieron en la nave de la iglesia que en opinión de Valdés Fernández sirvieron de modelo a toda la arquitectura mudéjar de Toro. La más lograda es la meridional que se dispone ligeramente adelantada respecto a la línea general del muro, dentro de un recuadro. Consta de arco de ingreso apuntado y cinco arquivoltas que voltean sobre jambas con impostas de nacela. Completan el esquema decorativo un friso de sardineles, más otros de esquinillas y nacelas. Al mismo modelo, pero menos desarrollado, responden las portadas que se abren en los muros septentrional y occidental. Junto a la fachada sur se abre una cámara subterránea de cantería cubierta con una bóveda de cañón -hoy casi destruida- que fue vaciada en la excavación arqueológica de 1998 aunque sin aportar materiales o datos que ayudaran a identificar su verdadera función. Sobre el hastial de poniente se eleva una espadaña de ladrillo a la que se accede desde el interior por una escalera cubierta con cañones escalonados cuyo trazado se encuentra embutido entre los muros norte y oeste de la nave. Dentro de la iglesia, la nave se cubre con una armadura de par y nudillo que fue reformada en 1683 por Valentín de Prada, conservando los tirantes con los canes y el arrocabe pintado del siglo XV. Los paramentos se articulan mediante un único orden de arcos de medio punto doblados, excepto en el muro de los pies y sobre las portadas donde alternan con otros más sencillos. La luz exterior penetra a través de tres saeteras abiertas en los lados mayores y otra más en el hastial occidental, además de las ventanas de la cabecera a las que luego haremos referencia. Este repertorio ornamental quedó interrumpido en el lado del evangelio por la construcción de la capilla funeraria de la Asunción, fundada en 1528 por Cristóbal Tapia, criado del arzobispo don Juan Rodríguez de Fonseca. La capilla mayor también experimentó algunas modificaciones a finales del siglo XV que alteraron su primitivo ambiente. Así, las antiguas bóvedas de cuarto de esfera y de cañón apuntado que cubrían el hemiciclo absidal y el presbiterio fueron enmascaradas por otras de tracería gótica a base de nervios y ligaduras de yeso unidos a claves de madera que se decoraban con escudos heráldicos. El origen de esta reforma hay que buscarlo en la adquisición de dicha capilla en 1494 por el canónigo don Sancho de Castilla que decidió erigir allí un monumento funerario a sus padres, costeando también un magnífico retablo mayor que actualmente se encuentra en la capilla de la Asunción. Una controvertida restauración eliminó estos aditamentos dejando a la vista el abovedamiento y los paramentos originales que se decoraban con un cuerpo inferior de arcos de medio punto sencillos y otro en el que se abren tres ventanas, más los habituales frisos de esquinillas. La capilla se abre a la nave por medio de un arco triunfal, apuntado y de triple rosca, al que precede otro más sencillo sobre el que se extiende un friso de esquinillas interrumpido por una aspillera cegada que marcaría la altura de la primitiva cubierta de la nave. Más tarde se abrió una nueva ventana flanqueada por dos óculos. La solución ensayada en el triunfal parece obedecer a la existencia de dos fases constructivas que se suceden dentro de una misma unidad estilística y en un período de tiempo relativamente corto. Da la impresión de que no se supo resolver adecuadamente el encuentro de la nave con la cabecera que, como es normal, se había levantado primero. En resumen, podemos señalar que el modelo decorativo que se esboza en la iglesia de San Lorenzo a finales del siglo XII marcará el inicio de una organización ornamental que alcanzará gran desarrollo en las iglesias toresanas de ladrillo construidas en los primeros años de la centuria siguiente. La utilización de las arquerías de un solo orden y la decoración interior del ábside serán algunas de las soluciones que definirán la personalidad de esta arquitectura.