Identificador
16003_01_059n
Tipo
Formato
Fecha
Cobertura
39º 32' 52.19'' -2º 4' 58.51''
Idioma
Autor
Jaime Nuño González
Colaboradores
Sin información
Edificio Procedencia (Fuente)
País
España
Edificio (Relación)
Localidad
Alarcón
Municipio
Alarcón
Provincia
Cuenca
Comunidad
Castilla-La Mancha
País
España
Claves
Descripción
ENTRE LOS ELEMENTOS de más difícil valoración cronológica se hallan los puentes, tanto por el escaso empleo en su construcción de elementos artísticos que nos permitan adscribirle a un estilo, como por las continuas renovaciones que han sufrido a lo largo de su existencia. En Cuenca hemos tratado de revisar todos aquellos que podían remontarse a época medieval, con la esperanza de identificar alguno cuya cronología pudiera alcanzar los momentos románicos. Así se han analizado el llamado “Puente romano” de Poyatos, situado en medio del monte en un arroyo que desemboca inmediatamente en el río Escabas; el de Allende, en Priego, también sobre el Escabas; el del Nogueral en Albalate de las Nogueras, sobre el río Trabaque; el de tres arcos que salva el río Rus en San Clemente; el de Cristinas, en Pajaroncillo, sobre el Cabriel; el bien conocido “Puente del Castellar”, sobre el Júcar, en el límite entre los términos de Fresneda de Altarejos y La Parra de las Vegas; el que se encuentra en Fuentes, sobre el río Moscas; el que llaman “La Puente”, según la forma antigua, que está en Boniches, sobre el río Cabriel, y, por último, los dos que salvan el río Júcar en Alarcón, conocidos como “Puente de Tébar” y “Puente del Picazo”. A todos ellos hay que sumar también el reconocimiento de la “Fuente Vieja” de Zafrilla, que algunos autores remontan a la Edad Media, cuando no a tiempos romanos. El más problemático de todos ellos, en principio, es el de Poyatos pues, debido a su sencillez constructiva, de un solo arco de medio punto, con ligero peralte central y apenas con dos metros de anchura, no muestra elementos característicos de ninguna época. Es de pobre mampostería, con las aristas del arco hechas a base de sillares de piedra de toba, lo que tampoco permite el reconocimiento de señales del trabajo de cantería, uno de los argumentos que nos sirven para adscribir muchas veces la cronología. Incluso parece que estos sillares han sido reutilizados, bien de una etapa anterior, bien de otro edificio, pues en el interior de la rosca hemos creído ver igualmente una pieza que puede ser dovela. En todo caso hay que destacar su endeblez constructiva, que apenas emplea argamasa para trabar las piedras, lo cual, unido a su fragilidad o escasa solidez, nos obliga a albergar muchas dudas de que haya aguantado indemne el paso de los siglos, cuando otros puentes muchos más sólidos han sufrido continuas reparaciones, a veces integrales, debido a la fuerza destructiva de muchas avenidas. Dudamos por tanto incluso de su adscripción medieval, aunque por todo lo manifestado tampoco podemos desechar categóricamente esa cronología, si bien tampoco hay rasgo alguno que nos haga situarlo precisamente en época románica. Sobre los demás puentes los datos derivados de su observación –que no aportados por la bibliografía– son algo más precisos y, salvo el Puente de Tébar en Alarcón, ninguno de ellos, al menos de lo que conservan actualmente, podemos situarlos en los siglos románicos, ni siquiera como posible origen. Algunos sí se remontan a la Edad Media, pero ya en época gótica, incluso muy tardía. Es lo que ocurre con los de San Clemente, Priego, Pajaroncillo, muy probablemente con el de Albalate de las Nogueras e incluso también con el del Castellar, aunque en la mayoría de ellos las reformas posteriores son muy profundas. El que se halla sobre el río Rus, en San Clemente, presenta en sus tres ojos de medio punto grandes sillares de época gótica, que en algunos casos llegan a portar marca de cantero en forma de O, y parece que conserva en buena medida la factura bajomedieval. El de Allende, a los pies de Priego, alomado, de un solo arco ligeramente apuntado, está levantado fundamentalmente con sillares góticos, sufriendo una profunda reforma hacia el siglo XVII, como evidencia el listel plano que recorre la base del pretil, elemento característicamente barroco. El llamado Puente de Cristinas, en Pajaroncillo, de dos ojos de arcos rebajados, separados por tajamares, es igualmente de construcción gótica, como denuncia la labra de los sillares, que en este caso hay que llevar además a una época ya muy tardía, dentro del siglo XVI, como data una inscripción situada en el tajamar aguas arriba y que habla de su construcción, aunque lamentablemente los dos últimos números de la fecha están ilegibles. Tal vez de origen medieval sea igualmente el del Nogueral, en Albalate de las Nogueras, de dos arcos, con ligero peralte central, con tajamar triangular aguas arriba y careciendo de él aguas abajo, una obra realizada en mampostería y sillería de toba que no deja ver las marcas de talla, aunque algún sillar muestra trabajo característico de época barroca, lo que nos hace pensar que, dada la unidad de la fábrica actual, al menos fue renovado profundamente hacia el siglo XVII. Y algo similar se puede decir del Puente del Castellar, uno de los más bellos de toda la provincia, levantado en mampostería caliza y sillería arenisca, formado por dos ojos de medio punto de luz muy desigual y con un aire marcadamente medieval, debido al acusado peralte. Sin embargo no hay elemento alguno de su actual construcción que nos haga llevarlo, no ya a época románica, sino ni siquiera a la gótica, y sí algunos rasgos que nos hacen pensar en una cronología del siglo XVII, como son el formato de los tajamares, que conforman en la parte superior apartaderos poligonales, el listel plano que recorre la base de pretil y que, como ya hemos dicho, es un elemento barroco, y especialmente el sistema de talla de los sillares, que coincide plenamente con esa cronología barroca. No obstante, un par de hiladas en la base de la cepa izquierda del ojo central, aguas arriba, parecen mostrar otro formato, constituyendo tal vez los únicos residuos de una obra anterior, para la cual, sin embargo, tampoco tenemos argumentos de cronología románica. Claramente postmedievales son los de Fuentes y Boniches. El primero, con dos arcos de medio punto y ligerísimo peralte central, puede datarse completamente también hacia el siglo XVII, tanto por la traza, como por la forma de los tajamares, como por la talla de los sillares. El de Boniches, al que una riada producida hacia el año 1942 dejó con un solo arco, creemos que puede ser más bien del siglo XVIII e incluso de principios del XIX, por la forma almohadillada de sus sillares de arenisca roja. De época barroca es sin duda también la Fuente Vieja de Zafrilla, en forma de templete, de poca profundidad y construida a base de grandes sillares de caliza blanca que evidencian un trabajo seguramente del siglo XVIII, o como muy antiguo de la centuria anterior. La larga tradición de este tipo de fuentes, a muchas de las cuales se les asigna cronología romana –a veces sin mayores apoyos que la tradición–, pero cuyo formato aparece también en época medieval y moderna, complica su identificación, aunque en este caso la reducida profundidad del templete y sobre todo el trabajo del instrumental de talla no dejan lugar a dudas. Tras este largo pero necesario repaso a las construcciones conquenses relacionadas con el agua y que se han supuesto de posible origen románico o al menos medieval, nos vamos a centrar en los dos puentes que se hallan sobre el río Júcar en Alarcón, las dos piezas más interesantes para nuestro trabajo. El llamado Puente de Tébar, de Cañavate o del Henchidero, se dispone al pie de la villa fortificada, en su flanco norte, mientras que el del Picazo se encuentra en el lado contrario, constituyendo pasos obligados, muy bien defendidos, para la entrada y la salida de la población, en un punto donde el discurso encajado del Júcar los convierte en construcciones de gran valor estratégico. Situada la villa hoy al margen de cualquier vía de comunicación moderna, fue sin embargo a lo largo de muchos siglos un enclave fundamental en las comunicaciones desde el Mediterráneo hacia el centro de la Península, enlazando aquí con los caminos que se dirigían o procedían del sur granadino y los que llevaban hacia el Norte, a Cuenca y de ahí hacia tierras de Zaragoza. Relegadas totalmente estas rutas como grandes itinerarios, se mantuvieron aún como cañadas ganaderas, para finalmente ceder a la importancia de otras alternativas, lo que provocó en consecuencia el gran declive de Alarcón, reducida hoy a villa netamente turística. El Puente de Tébar se asienta sobre la roca natural caliza y su construcción en realidad es sumamente sencilla, formado por un gran arco de medio punto –bastante deformado–, el único elemento de sillería, siendo el resto de la fábrica de mampostería, toda de piedra caliza. Llama la atención que tenga tablero plano, frente a la estampa habitual de los puentes medievales, característicamente alomados, aunque en este caso es comprensible su estructura puesto que al asentarse sobre unos riscos, éstos le posibilitan estar lo suficientemente alto como para evitar las grandes riadas y el paso puede hacerse mucho más sencillo en forma horizontal, compensando los desniveles con una gran estructura maciza que conforma los riñones del arco y que, además, aporta gran solidez constructiva, aunque perdiendo el aire liviano de muchos de los puentes medievales. La roca fue recortada para facilitar el asiento de los primeros sillares, que quedan bastante alejados del agua, y en el lado aguas arriba muestra un gran arco de descarga, de sillarejo, que contribuye a su robustez y que es un elemento bastante extraño en este tipo de obras. No se ve, sin embargo, en el lado aguas abajo, pero esta circunstancia bien puede deberse a que todo ese flanco se aprecia muy renovado, como también lo está el conjunto del pretil y la calzada, aunque en el lado en que el camino se aleja del puente y de Alarcón se aprecia claramente la roca recortada y acondicionada para el tránsito. La falta de elementos ornamentales característicos nos hace recurrir una vez más al trabajo de los sillares para datar la fábrica de este puente, comprobándose el uso de la escoda de filo liso, instrumento típico de la construcción románica. Creemos por tanto que estamos ante el único puente de esa época de la provincia de Cuenca, que bien pudo levantarse inmediatamente después de la toma de Alarcón por Alfonso VIII en 1184, aunque sin duda sustituiría a otro anterior –que levantarían los árabes– y que sufriría enormemente durante la conquista de la plaza. La consideración de paso estratégico estuvo implícita desde ese mismo momento en el hecho de que este paso no sólo quedó protegido por las murallas y el castillo de Alarcón, sino por un conjunto de torres como la del Cañavate, la de los Alarconcillos y la del Campo, que controlan permanentemente el tránsito de viajeros, ganados, mercancías o tropas. Su buen asiento, su enorme solidez, su estrecha custodia y su continuo mantenimiento, al hallarse en un paso muy transitado, pueden explicar que se haya mantenido hasta nuestros días con algunas reformas, como la del lado occidental, para la que sin embargo tampoco podemos precisar fecha. También el hecho de que la villa quedara relegada desde muy pronto como plaza militar estratégica, evitó la destrucción del puente en sucesivos conflictos de tiempos más modernos. El Puente del Picazo se levanta al otro extremo del recodo que describe el Júcar en torno a Alarcón, sobre un paraje similar de farallones rocosos entre los que discurre el agua y que sirven de asiento a la obra. Su estampa es muy similar a la del puente anterior, con un gran arco ligeramente apuntado –aunque en este caso doblado–, tablero plano impuesto por la topografía, con la misma robustez y sencillez y empleando igualmente mampostería caliza en toda la fábrica salvo en el arco, que es de sillería. Igualmente la base de roca ha sido recortada para el asiento de los sillares, aunque en esta ocasión se aprecia una gran reforma que afectó a toda la parte superior del puente, aunque no llegó a incidir en el arco. A pesar de las dificultades de acceder hasta la base, hemos podido comprobar que en la construcción se emplearon sillares trabajados con escoda dentada, lo que nos lleva ya a una cronología gótica, aunque también hemos podido constatar la existencia de algún sillar románico hecho con escoda lisa y que en un caso al menos presenta una posible marca de cantero en forma de cinco líneas rectas paralelas. Otra marca, en forma de flecha, se encuentra en un sillar gótico. El enorme parecido de este puente con el anterior, en principio, haría pensar en la misma cronología, pero el uso de distinto instrumental indica que hay un lapso de tiempo en el que los canteros han evolucionado, coincidiendo con el tránsito del románico al gótico. Es muy posible que entre ambos puentes no medien más de dos, tres o cuatro décadas, pero esa evolución se constata muy bien, a pesar de que se mantienen las mismas fórmulas constructivas. Así pues, entendemos que en primer lugar se erigió el Puente de Tébar, quizás a finales del siglo XII o incluso en los primeros años del XIII, todavía en un ambiente donde los canteros siguen empleando el utillaje de época románica, y que unos años después se levantó el Puente del Picazo, cuando muchos trabajadores ya habían incorporado un nuevo instrumental, el mismo que se aplicará a lo largo de los siglos góticos. Ambas construcciones son casi idénticas, pero el cambio, aunque sutil, quedó registrado.