Pasar al contenido principal
x

Detalle de dos de las mochetas

Identificador
49000_0053
Tipo
Formato
Fecha
Cobertura
41º 30' 6.37" , -5º 44' 57.2"
Idioma
Autor
Jaime Nuño González
Colaboradores
Sin información
Edificio Procedencia (Fuente)

 

País
España
Edificio (Relación)

Rúa de los Francos, 2

Localidad
Zamora
Provincia
Zamora
Comunidad
Castilla y León
País
España
Descripción
DENTRO DEL CASCO URBANO medieval o en los arrabales de la ciudad se localizan algunas piezas decorando las puertas de ciertas casas cuya tipología y motivos nos llevan hasta la época románica. Son siempre mochetas que sostienen los dinteles o cargaderos de madera de los accesos a la planta baja y que hemos podido documentar en la rúa de los Francos y en la calle de los Herreros, dentro del primer recinto amurallado; en la calle de Balborraz, dentro de la parte de la misma que quedó englobada en el segundo recinto; en las calles de la Plata y de los Baños, en la antigua Puebla del Valle que se encerraría dentro del tercer recinto; e igualmente en el arrabal de San Frontis. Alguna de estas piezas han desaparecido recientemente al demolerse los edificios o los muros en que se hallaban inscritas, otras han permanecido en su sitio original, e incluso se han descubierto al restaurarse las fachadas, pero en todos los casos creemos que responden a una misma pauta: son antiguas casas comerciales, dotadas de amplias portadas adinteladas donde quizá se compartía acceso al interior del edificio con rudimentarios muestrarios o “escaparates” de los que sin embargo no tenemos evidencia. La decoración de estas mochetas suele presentar apenas dos variantes, pero, como podremos observar, con la suficiente representación en los canecillos de iglesias tardorrománicas de la ciudad y de la provincia como para asignarles una cronología similar a la de los templos, situada en los años postreros del siglo XII o en los primeros del XIII. Quizá alguna de las piezas pudiera haberse reutilizado, pero creemos que en la mayoría de los casos, a pesar de transformaciones ulteriores de las fachadas, permanecen en su ubicación original; también cabe la posibilidad de que algún elemento de las mismas características, de los guardados en los almacenes del Museo de Zamora, tuviera la misma función. En todo caso, a pesar de conformar un nutrido grupo -al que quizá puedan sumarse nuevos ejemplares en años sucesivos, cuando se renueven otros edificios-, han pasado hasta ahora completamente desapercibidos en los estudios y guías que han abordado el arte románico de la ciudad. RÚA DE LOS FRANCOS, N.º 2 La actual rúa de los Francos, junto con la de los Notarios, conforman el eje principal de la más antigua ciudad, el carral mayor, que unía la catedral con la Puerta Nueva, aunque no será hasta época bajomedieval cuando pase a ser citada con su actual denominación. Así ocurre en 1330, cuando aparece como lugar de residencia de Miguel Martín, notario público de Zamora, figurando a partir de entonces de forma reiterada en la documentación, vinculada a destacados miembros de la comunidad, a artesanos, a la Cofradía de la Misericordia o al cabildo de la catedral. Y es que al menos durante el siglo XV buena parte de las casas situadas en esta calle estaban en manos del cabildo, según se puede deducir de las numerosas ocasiones en que aparecen arrendando casas a distintos personajes: tal sucede en 1446 con el sastre Juan Gallego, especificándose que las casas que se arr iendan están cercanas a la iglesia de San Juan; en 1488 el arrendatario es otro miembro del mismo gremio, Juan de Burgos, y las casas se sitúan, junto al horno del conde de Monterrey; y en 1489 lo será el zapatero Francisco de Benavente. En todos estos casos son oficios artesanos, de quienes cabe suponer que establecerían algún tipo de taller y/o tienda, dando lugar a una de las principales calles mercantiles de la ciudad. El edificio objeto de nuestra atención se ubica junto a la plaza de Viriato, hacia el sector central de la rúa. Es una construcción notable, de planta baja y dos alturas, aquélla levantada con sillares de arenisca y éstas con entramado de madera y plementería de ladrillo, aunque buena parte del edificio responde a múltiples reformas, acaecidas seguramente ya desde época gótica. Nuestra atención se centra en la planta baja, donde se abren tres grandes portones -hoy escaparates- separados por pilares, y sobre los que se dispone un gran cargadero corrido de madera, con molduraciones que nos hacen pensar que es una pieza de época gótica, incluso de comienzos del siglo XVI. Sin embargo los elementos de piedra son mucho más antiguos, aunque han sufrido alguna reintegración reciente. Se trata de cuatro altos machones o pilares rectangulares, sencillos, con las aristas cortadas en nacela o formadas por estrechos bocelillos y rematados en la parte superior con las mochetas decoradas, enmarcando los tres grandes vanos. El más occidental de estos vanos o portones está flanqueado en la parte izquierda por la jamba quizá más alterada pues prácticamente toda ella está reconstruida, mientras que la mocheta carece de decoración; la jamba de la derecha es también sencilla y tiene igualmente muchos de los sillares renovados, rematando en una mocheta que tuvo un capitelillo pinjante, de cesta redondeada, con hojas planas que en la parte superior se vuelven para acoger bolas o formar volutas, un modelo que aunque en esta ocasión se conserva sólo en parte, repite el modelo que veremos más adelante. El portón central queda flanqueado por dos jambas iguales, con las aristas cortadas en nacela, nacela que también se prolonga, curvándose, en las mochetas, que esta vez se decoran con hojas palmeadas enrolladas, aunque la pieza del lado izquierdo es una reconstrucción moderna. El tercer portón presenta ambas jambas recorridas por delgados bocelillos angulares con las mochetas decoradas con sendos capitelillos pinjantes de cestas redondeadas y hojas lisas, vueltas en los extremos externos para acoger bolas y enrolladas en los internos formando volutas; la pieza del lado izquierdo muestra además restos de pigmentación rojiza. Finalmente el machón más oriental muestra en su lado derecho otra jamba -enmascarada hasta hace poco por las reformas posteriores- de características muy similares a estas últimas, por lo que cabe sospechar que pudo haber algún otro vano en esa dirección o que al menos el esquinal de la casa presentaba alguna estructura más compleja que la actual. CALLE DE LOS HERREROS, N.º 10 Quedó esta estrecha calle englobada también dentro del primer amurallamiento de la ciudad, ascendiendo por la vertiente meridional de la meseta en que se asentó Zamora y comunicando la Puerta Nueva con los arrabales situados junto al río. Cuando el casco urbano siguió aumentando se convirtió en una de las vías que ponían rápidamente en contacto la Puebla del Valle con la plaza de San Juan, donde se hallaba el centro administrativo de la ciudad bajomedieval y moderna. En su parte más baja se ubicó la iglesia de San Simón y el nombre que recibe muy probablemente provenga de su actividad dominante en los tiempos medievales. En el tercio superior se abre un callejón sin salida y aquí, en el edificio que hace esquina con la calle, se halla otro de los edificios civiles que han conservado restos medievales. En este caso es mucho más simple que el de la rúa de los Francos pues sólo está formado por un vano, en obras en el momento en que se redactan estas líneas. El edificio está construido a base de mampostería, con esquinales de sillería y la parte inferior corresponde también a un amplio vano, de sencillas jambas rematadas en dos mochetas con capitelillos pinjantes de hojas vueltas acogiendo bolas. En este caso el capitel izquierdo mira hacia el frente mientras que el derecho lo hace hacia el intradós de la puerta, aunque en ambos casos parecen conservar su posición original, por lo que no sería extraño que, tratando de buscar una simetría, hubiera algún otro vano similar hacia el callejón, oculto durante nuestras visitas o quizás ya destruido. El cargadero de la puerta es una sencilla pero robusta viga de madera. Algunos metros más abajo, en el n.º 26 de la misma calle, un edificio en ruinas, del que sólo queda la fachada de la planta baja, nos muestra una jamba con arista recorrida por un bocelillo, idéntica a la que mostraban los pilares de la casa de la rúa de los Francos n.º 2. Por este motivo, y aunque ahora no aparecen las mochetas, cabe suponer que sean restos de una entrada de la misma época. CALLE DE BALBORRAZ, N.º 44 El extraño nombre de esta calle se ha explicado a través de la lengua árabe como la Puerta del Cabezudo, en virtud de la leyenda que asegura que en la entrada de la muralla que había aquí el rey Alfonso III clavó la cabeza del caudillo musulmán Ahmed ben Muawiya, corriendo el año 883. Pero al margen de fabulosas noticias esta calle fue tradicionalmente una de las principales arterias comerciales de la ciudad, una función que sin embargo ha perdido en los tiempos modernos. Según Amando Represa ya existía en el siglo X y aunque en principio quedó casi como camino de ronda del primer recinto de murallas, su desarrollo fue inmediato, sobre todo desde que a mediados del siglo XII surge el mercado que desde esta calle se prolonga hacia el río, buscando el paso del Puente Nuevo. Balborraz se llena entonces de tiendas y de pequeños talleres, y entre sus vecinos se documentan nombres francos, como don “Arnalt de Valboraz, tondedor”, quien con “don Michael, rapador”, confirman una venta de propiedades a la Orden de Santiago, realizada en el año 1232 “enna tienda de Geralt de Montpesler”. Por estas épocas la calle reunía también la actividad de plateros y herreros, artesanos que entonces quedaban tanto dentro del segundo recinto amurallado como fuera del mismo. Y es que esta arteria quedó dividida por dicho recinto, englobándose la parte alta dentro de él y permaneciendo la baja extramuros, hasta que en la primera mitad del siglo XIV el tercer recinto la acoja por completo; la comunicación sin embargo permaneció abierta pues consta la existencia de un Arco de Balborraz, derribado en 1555 por su estado ruinoso, aunque caben sospechas sobre su ubicación, ya que en un documento de 1478 se habla de unas casas que arrienda el cabildo y que se sitúan en la plaza de San Juan de Puerta Nueva, junto a la Puerta de la calle de Balborraz. En la Baja Edad Media aparece frecuentemente en la documentación escrita y a través de ella se constata un vecindario compuesto también de odre ros, alfayates, zapateros, retalladores, igualmente de notarios y capellanes, y con presencia incluso de algún extranjero, como Juan Borgoñón. El n.º 44 se ubica en la parte alta de la calle, en la mano occidental, la que poco a poco se fue adosando al primer recinto amurallado y quedaría luego englobada en el segundo recinto. Es un edificio de planta baja y dos alturas, descansando el conjunto en dos machones laterales, con aristas achaflanadas, que enmarcan un amplio vano, cuyas jambas de sillería, como en los casos anteriores, rematan en sendas mochetas decoradas. Ahora aparecen dos capitelillos pinjantes, de forma más o menos troncopiramidal alargada, de perfiles nacelados y con incisiones que re p resentan hojitas lanceoladas planas ocupando las esquinas, conservando restos de color rojo. No lejos de aquí, una excavación arqueológica realizada en 1994 en el solar n.º 40, también adosado a la muralla del primer recinto, descubrió restos constructivos de una casa que los arqueólogos fecharon a finales del siglo XII o comienzos del XIII, con un muro de mampuesto que se asentaba sobre la roca y que separaba la zona de vivienda -con suelo de argamasa de cal y canto- de un pequeño patio interior contiguo a la muralla y pavimentado con cantos rodados trabados con cal. Seguramente fue ésta una organización similar a la que compartieron la mayoría de las casas de la zona en aquellos momentos, aunque cabe pensar también que en origen el patio trasero pudo ser un estrecho paso, transitable, longitudinal a la muralla y después parcelado y repartido entre las distintas viviendas. CALLE DE BALBORRAZ, N.º 52 Este solar se halla más hacia el centro de la calle, en la misma mano que el edificio anterior y aunque es una construcción reformada recientemente, sigue manteniendo en la planta baja la estructura original, idéntica a la del n.º 44, es decir, un amplio portón flanqueado por dos machones laterales de sillería rematados en mochetas. La del lado norte está mutilada y la jamba presenta su arista cortada en cuarto de caña; la del sur, con el ángulo de la jamba en chaflán, conserva en el remate un deteriorado capitelillo pinjante, similar a los del n.º 44, con la particularidad de que en esta ocasión las hojitas están perfiladas con cintas segmentadas. CALLE DE LA PLATA, N.º 16 Actualmente esta calle es una prolongación de la de Balborraz, aunque en la Edad Media también ella debía ser conocida por este último nombre. Formaba parte de la Puebla del Valle, en el sector conocido como del Mercadillo, junto a la iglesia de San Julián y su denominación sin duda obedece a la principal actividad de sus vecinos. No aparece por tanto como calle con nombre propio, aunque cabe sospechar que a la misma se refiere un documento de Moreruela que habla de las casas de la calle Balborraz “do venden la plata”, una de tantas como poseyó este monasterio aquí durante los siglos XII y XIII. El n.º 16 se halla en la parte más baja, cerca de la plaza de San Julián de Mercado, en la mano de poniente. Es una casa con planta baja y dos pisos, aunque la fachada inferior ha sido dividida en dos puertas y se halla todo revocado. Aun así se ve la típica estructura compuesta por un amplio portón adintelado, con jambas rematadas en mochetas, la septentrional con un capitelillo pinjante de cesta con hojas planas acogiendo bolas, del tipo de los vistos en la rúa de los Francos o en la calle de los Herreros, y el meridional con el otro modelo que venimos describiendo, el formado por una pieza prismática con simples hojas lanceoladas. Sería por tanto el único caso donde no se da una simetría. Es posible que tanto en esta calle como en la de Balborraz haya unos cuantos edificios más que conserven el mismo tipo de puertas, ocultas hoy por revocos y tabiques. Muchas de las fachadas mantienen aún los amplios portones y los cargaderos de madera y en alguna, como en el n.º 2 de la calle de la Plata, parece intuirse una mocheta bajo el enlucido, rematando un machón de sillería perfectamente visible. CALLE DE LOS BAÑOS, N.º 12 Nada tiene que ver el nombre de esta calle con la actividad artesanal que fue la nota dominante de todo el sector de la ciudad en que se encuentra, el del mercado ubicado en la Puebla del Valle. Es una estrecha calle paralela a la de la Plata, situada al oeste de la misma, entre la de la Zapatería y el Duero y quizá su origen haya que buscarlo en un establecimiento de baños, tal vez aquellos que en el año 906 el rey Alfonso III, con su esposa Jimena y sus hijos García, Ordoño, Gonzalo, Fruela y Ramiro, dona a la Iglesia de Oviedo. Si atendemos a la cita textual -Concedimus, intra ciutatem Zamoram, balnea que construximus ibi- podemos pensar que se ubicaban dentro de la ciudad de entonces, más o menos en el entorno de la catedral y del castillo, pero teniendo en cuenta que este documento es considerado como un falso, escrito a mediados del siglo XIII, quizás no sea tan descaminado pensar que al menos entonces había unos baños en esta calle, aunque no fueran de origen tan antiguo. Mucho después, en 1439, Beatriz Rodríguez Garavita, entrega a Gómez González de Jerez, notario y procurador del cabildo de la catedral, las casas, huerta y noria que tenía en esta calle, que encuadra en la colación de Santa Lucía. El edificio que nos ocupa se encuentra en la parte inferior de la calle, al final de su sector más estrecho, y es una casa con planta baja y dos alturas, con la fachada revocada y muy transformada, que muestra en la jamba norte de la puerta una mocheta con capitelillo pinjante de hojas lisas con bolas colgantes de su parte superior. Dado el actual estado del edificio no es posible saber si conserva la jamba contraria. ARRABAL DE SAN FRONTIS. CALLEJÓN DE FERMOSELLE La iglesia de San Frontis, según consta en una lápida allí conservada fue fundada por el canónigo Aldovino de Périgord, fallecido en 1215 pero vecino de Zamora al menos desde 1182. En origen debió ser una alberguería en torno a la cual se fue formando un arrabal, aunque es posible que ya antes existiera alguna población, pues el lugar es propicio, ya que se halla junto al puente viejo, en el camino que comunicaba la zona más antigua de la ciudad con las tierras de Sayago, de Ledesma y de Salamanca. La documentación relativa a la Baja Edad Media registra la presencia en el barrio de gente más bien humilde -carniceros, conejeros, zurradores (curtidores de pieles)- pero junto a ellos hay numerosos clérigos y canónigos de la catedral, institución que contaba aquí con la propiedad de numerosas casas. El actual callejón de Fermoselle se llamó tradicionalmente y hasta hace no mucho callejina de San Antón, por una ermita dedicada a la advocación de este santo, patrón de las actividades ganaderas, tan importantes en el entorno. Aquí, en una casa de fachada recientemente reformada, afloran dos mochetas embadurnadas por el revoco, aunque se puede apreciar en ambos casos la forma de capitelillos pinjantes piramidales, decorados en los ángulos con hojas lanceoladas, en un caso parece que en somero relieve y en el otro formadas por incisiones. ARRABAL DE SAN FRONTIS. CALLE DE SAN ROQUE Hasta fecha muy reciente existieron en esta calle restos de la pared de una antigua casa que presentaba una vez más la articulación que venimos viendo, de jambas rematadas en mochetas que sostenían un cargadero de madera, si bien en este caso la anchura de vano era más reducido que los que hemos visto en Balborraz, en la Rúa de los Francos o en la calle de los Herreros, quizá porque ya se transformó todo en tiempos, o tal vez porque era ésta una casa más modesta, propia de una puebla más humilde. Ambas piezas se veían sólo parcialmente y mientras una de las mochetas mostraba el habitual motivo prismático con hojas lanceoladas -muy toscas y erosionadas-, con un dentado en la parte superior, la otra estaba muy deteriorada, aunque parecía reproducir una forma muy similar. En conclusión puede decirse que nos hallamos ante una serie de edificios civiles de la Zamora medieval, cuya función más que probable fue la de establecimientos comerciales, a la cual sin duda se sumaría la de vivienda, que bien podría situarse en la planta primera. Su estructura, con una fachada tan abierta, es la misma que ha perdurado durante siglos para este tipo de locales. Por lo que se refiere a su cronología no tenemos duda de que coincide con la construcción de muchas de las iglesias románicas de la capital, con aquellas que se están levantando en los últimos años del siglo XII y en los iniciales del siglo XIII, pues la decoración que presentan las mochetas es idéntica a la que encontramos en los canecillos de esos templos. Así, las piezas de forma piramidal, con hojas planas lanceoladas en los ángulos, son elementos muy comunes en los aleros del tardorrománico de la provincia y ciudad, que podemos encontrar en la propia catedral o en las iglesias capitalinas de San Pedro y San Ildefonso, San Juan de Puerta Nueva, Santa Lucía, Santo Sepulcro, La Magdalena, ermita del Carmen del Camino, San Isidoro, Santa María de la Horta, San Leonardo y en una pieza en los fondos del Museo, procedente de la calle San Andrés, n.º 5, que posiblemente sea otra mocheta; en la provincia aparecen en las iglesias de Villamor de la Ladre, en el oratorio de la Dehesa de La Albañeza, en Sobradillo de Palomares, Fuentelcarnero, Peleas de Abajo, La Hiniesta, Benegiles, San Martín de Castañeda y en las benaventanas de San Juan del Mercado y Santa María del Azogue. En cuanto a las piezas con capitelillos pinjantes de forma redondeada con hojas de las que penden bolas, se encuentran también en Santa Lucía, en los fondos del museo -procedente de las excavaciones en el palacio del Cordón-, en San Juan de Puerta Nueva e incluso alguno de los canecillos de La Magdalena presenta tipos muy cercanos, aunque mucho más sofisticados; el motivo sin embargo es frecuentísimo, con múltiples variantes, en muchos capiteles del último románico en otras provincias. En consecuencia, y a tenor de tales paralelos, creemos estar en condiciones de asegurar que nos hallamos ante algunos de los pocos restos que han sobrevivido de la arquitectura civil no palaciega del entorno de 1200, posiblemente el momento de mayor desarrollo de la ciudad de Zamora, y a ellos, sin duda, podrán incorporarse nuevos hallazgos en los próximos años.