Sant Pere de Ponts
PONTS
Colegiata de Sant Pere de Ponts
La colegiata de Sant Pere se eleva sobre el pueblo de Ponts y disfruta de un amplio control visual sobre la confluencia del río Segre con su afluente el Llobregós. El acceso a la iglesia se efectúa por la carretera C-14, pasados unos 100 m del kilómetro 119, arranca un desvío a mano derecha que conduce por una pista asfaltada hasta el conjunto monumental.
La primera mención documental de la iglesia de Sant Pere del castillo de Ponts, tiene lugar en 1024, cuando el abad de Santa Cecília de Elins restituyó la iglesia de Cortiuda y otros bienes eclesiásticos a Ermengol, obispo de Urgell, en un juicio celebrado en el interior de este templo. Al acto asistieron los condes Ermengol II de Urgell, Berenguer Ramon I de Barcelona y su madre la condesa Ermesenda. En 1037 tuvo lugar otro juicio contra el abad Lanfranc de Àger, que fue presidido por el conde Ermengol II. Dichas referencias bien podrían aludir a una primera iglesia castral, posiblemente una construcción anterior a la actual, de la que se desconoce su existencia dado que no se han efectuado las correspondientes excavaciones arqueológicas. A finales del siglo xi se instituyó en Ponts una colegiata agustiniana, al menos, así se deduce de un documento fechado en 1098 en el que se menciona la existencia de canónigos. Dado que la mayor parte de noticias de las que se dispone a lo largo del siglo xii corresponden a litigios por causa de investiduras laicas, se deduce que fueron recurrentes las prácticas simoníacas por parte de la comunidad. De acuerdo con un documento de 1169, esta serie de conflictos entre señores feudales y el obispado de Urgell concluyó cuando Pere de Puigverd convirtió Sant Pere de Ponts y sus sufragáneas en un establecimiento franco a favor del obispado de Urgell. La colegiata de Sant Pere de Ponts recibió de los condes de Urgell, numerosas donaciones, como las incluidas en 1144 en el testamento de Ermengol VI de Urgell, por el cual el conde legaba al cabildo de Ponts propiedades en el término vecino de Gualter. En una fecha desconocida, posterior en todo caso al siglo xv, el cabildo se trasladó a la iglesia de Santa Maria, aunque nunca se abandonaron totalmente los usos parroquiales. El altar mayor estuvo consagrado desde el principio a san Pedro mártir. Además, se tiene constancia en 1119 de la existencia de un altar dedicado a Santiago apóstol. En marzo de 1839, durante el transcurso de la Primera Guerra Carlista, las tropas absolutistas causaron estragos en el conjunto monumental, e incendiaron la iglesia y el castillo. El cimborrio octogonal y parte de la cubierta a la altura de los pies del edificio quedaron en ruinas, al igual que las dependencias del cabildo. A partir de entonces el complejo monumental inició un lento proceso de abandono, a pesar del cual, en 1931 obtuvo la declaración de Monumento Nacional. El intento de expolio de un sarcófago del siglo xv favoreció la toma de conciencia por parte de la sociedad civil de Ponts de la necesidad de proteger y recuperar el patrimonio local. Los trabajos de restauración y puesta en valor de la iglesia se iniciaron en 1975, promovidos por la Associació d’amics de Sant Pere de Ponts, quienes siguen en la actualidad fomentando la difusión del monumento y las excavaciones arqueológicas en su entorno inmediato. La primera fase de los trabajos contempló la limpieza del interior así como de su entorno, entre 1976 y 1977 tuvo lugar la reconstrucción de la puerta adovelada de la fachada oeste, mientras que entre 1978 y 1979 se volvió a levantar la bóveda de cañón. La parte más costosa del proyecto, consistente en la reconstrucción del cimborrio y la falsa cúpula interior del transepto se desarrolló entre 1979 y 1983. Los trabajos finales, entre 1984 y 1986, consistieron en la restitución del enlosado de la cubierta y la refacción de la fachada oeste. Los principales cambios operados en el interior del templo consistieron en el desmontaje del coro del siglo xvii y la colocación de un nuevo pavimento enlosado.
La iglesia de San Pere de Ponts es un edificio compuesto por una sola nave, cubierta mediante bóveda de cañón, y una cabecera trilobulada. El elemento más llamativo del conjunto es el elevado y potente cimborrio-campanario, estructura de planta octogonal de tres pisos, de los que el inferior es liso y en los dos superiores se abren ventanas bíforas. Unas anchas lesenas en las aristas determinan unos entrepaños en donde se sitúan dichos vanos, así como los frisos de cuatro arquillos ciegos que se encuentran sobre ellos. El ingreso al interior del templo se realiza por dos puertas, la primera, adovelada y sin decoración se localiza en la fachada oeste, mientras que la segunda se abre en la fachada norte del edificio. Dicha puerta, en la que se observa la existencia de una doble pared, consta de una abertura en el muro coronada por un arco de medio punto que enmarca a otro de menor altura. Durante la restauración del templo se tapiaron en el muro sur unas oquedades que podrían haber correspondido a los restos de un hipotético acceso al templo desde las dependencias canonicales, acceso que con total seguridad alguna vez existió. Recorre los muros perimetrales del edificio un friso compuesto por arcuaciones ciegas. Mientras que en el muro sur se trata de un friso corrido sin la presencia de lesenas, en la fachada norte se disponen en series de cuatro arcos –salvo en el tramo correspondiente a la portada, que cuenta con diez arcos– separadas por lesenas, las cuales articulan el paramento en cinco entrepaños. Una de ellas queda interrumpida por la adición de un arcosolio gótico junto a la puerta. En estos lienzos septentrional y meridional se abren, respectivamente, dos y tres ventanas de doble derrame y arco de medio punto. La lisa fachada oeste, que no presenta ningún tipo de ornamentación, llegó hasta nuestros días en tan avanzado estado de ruina que no es posible saber si contaba con un friso de arquillos bajo el alero. El paramento se ve perforado por una gran ventana bífora en su parte central, bajo la cual, y en posición ligeramente excéntrica, se abre la ya citada puerta, resuelta mediante arco de medio punto que fue rehecha en su totalidad durante los trabajos de restauración. Las estructuras que se adosan al muro meridional corresponden a los restos de las dependencias de la colegiata. Actualmente, este sector se encuentra en fase de excavación arqueológica, por lo que seguramente en breve se podrán conocer mucho más sobre ellas, cambiando con ello la imagen que tenemos de Sant Pere como un templo aislado, y entendiéndolo como parte de un complejo religioso mucho más amplio. El conjunto se pudo haber desarrollado en época altomedieval, paralelamente a la instauración de la colegiata.
La cabecera está formada por tres ábsides dispuestos, como se ha comentado, de forma trilobulada. En los paramentos exteriores absidiales unas lesenas determinan seis entrepaños en los ábsides central y norte, y cinco en el sur. Coronan estos entrepaños sendas parejas de arquillos ciegos, bajo los cuales se abren unos profundos nichos cuyos arcos de medio punto quedan enmarcados por los propios arquillos del friso. El número par de entrepaños en dos de los ábsides, y la necesidad de colocar lo más centradas posible las únicas ventanas que en ellos se abren, provocaron que éstas quedaran algo desplazadas respecto a las bandas en las que se ubican. Por su parte, en el ábside sur, el tramo central, en el que se encuentra la única ventana, carece de nichos bajo los arquillos. Rompiendo la pauta seguida en los otros dos ábsides, en los que las bandas verticales laterales son lisas, en el sur, la banda oeste cuenta con una hornacina y su correspondiente arquillo que la enmarca.
En el interior, la bóveda de cañón se refuerza mediante dos arcos fajones que delimitan tres tramos en la nave y que se apoyan en pilastras carentes de capitel o de cualquier tipo de moldura, y que descansas sobre un banco corrido que recorre la base de los muros laterales. Bajo el cimborrio, el crucero está cubierto por una falsa cúpula octogonal apoyada en trompas y en los arcos torales. En el paramento interior del ábside central tres arcos apoyados en semicolumnas enmarcan sendas hornacinas, de las que en la central es en la que se abre la única ventana del ábside.
El ejemplo más cercano con el que puede relacionarse este edificio, tanto, estilística como morfológicamente, es la iglesia de Santa Maria de Cervelló. En Sant Martí del Brull también se encuentran hornacinas interiores y nichos exteriores en el ábside, así como una planta que, en origen, presentaba una cabecera trilobulada. Otros ejemplos de templos con nichos absidales son Santa Maria de Palau de Rialb o Sant Esteve de Tavèrnoles. También cuenta con planta trilobulada, por ejemplo, Sant Pere de Abrera.
Sobre su cronología, Puig i Cadafalch la estimó hacia finales del siglo xi –sin descartar que se tratara de una obra levantada en el xii con características arcaizantes–. Actualmente, existe cierto acuerdo en concretar su construcción entre 1040 y 1070.
A modo de conclusión, cabe destacar que nos encontramos ante un magnífico exponente del que se conoce como primer románico, sin embargo la intensa restauración a la que fue sometido, que se abordó como un ejercicio destinado a recuperar la forma prístina del templo, eliminando los indicios de reformas acontecidas posteriormente, supuso la total homogeneización de los paramentos del edificio, lo que dificulta la lectura de su proceso constructivo y de su evolución posterior.
Sarcófago de Gilabertus
En el interior de la colegiata, en el muro oeste, junto a la puerta entrada, se conserva un sarcófago de forma rectangular, de 1,93 m de largo por 63 cm de ancho, en cuya orla puede leerse el siguiente antropónimo de origen germánico gilabertus. La inscripción cincelada sobre la piedra se dispone sobre el lateral izquierdo y la parte inferior de la pieza. El relieve de dicho sarcófago se caracteriza por el trabajo mediante incisión y su factura esquemática. En la parte frontal se observa decoración figurada articulada, en una serie de cinco medallones circulares, dispuestos a lo largo de su superficie. En ellos se alternan motivos florales y de bestiario. Los de los extremos y el del centro presentan sendas flores de pétalos lanceolados, mientras que se les intercalan dos medallones con las representaciones de un león y de un bóvido. La orla de 8 cm de ancho presenta, desde el punto donde finaliza la inscripción, una cenefa ondulada compuesta por motivos vegetales. En uno de los laterales se halla una cruz griega inscrita en un medallón. Dado el contexto observado en dicho sarcófago, el león podría aludir a la fortaleza, o al mismo Cristo, y el buey se interpretaría como símbolo de calma, templanza y disposición para el sacrificio. Los motivos florales, aludirían al alma del difunto, aunque también se los relaciona con cultos solares, arraigados en un momento precristiano. De su cubierta solamente se conservan los fragmentos correspondientes a los extremos. La pieza, fechada en base a su paralelo más cercano, el sarcófago de la vecina iglesia de Santa Maria de Gualter, en el siglo xii, apareció en el decurso de los trabajos llevados a cabo en 1979. Sobre su localización, cabe decir que encuentra desplazado de su ubicación original, fruto del reaprovechamiento del mismo para otra inhumación, para ello fue montado sobre ménsulas y adosado al muro.
Sarcófago
En la zona que antaño acogiera el cementerio de la colegiata, se encuentra otro sarcófago de características formales similares al anteriormente citado. El mismo presenta cubierta a dos aguas, con decoración incisa en ambos lados. Una orla de perfil acanalado enmarca el espacio en cuyo centro se dispone un rectángulo totalmente liso, a cada lado del cual se encuentran tres círculos, con un ribete y motivos florales y cristológicos dispuestos radialmente en su interior. El espacio sobrante entre los círculos lo ocupan una serie de botones que imitan los remaches de una arqueta, motivo que se repite en la otra cara, actualmente muy erosionada. En el lateral se dispone un medallón que repite el esquema observado en el sarcófago de Gilabertus, en el que se inscribe una cruz griega astada.
Lápidas sepulcrales
Se conservan también, una serie de lápidas sepulcrales y estelas discoidales procedentes de la misma necrópolis, actualmente se encuentran desplazadas de su emplazamiento original, y pueden verse embebidas en el pavimento a los pies de la fachada oeste. Todas ellas son anepigráficas, sin embargo muestran en sus anversos decoración figurada. En su superficie se hallan gravados mediante incisión motivos alusivos a temas cristológicos y redentores, así como otros vinculados a la eternidad y la inmortalidad del alma humana. Una de las lápidas presenta en bajorrelieve flores de siete pétalos, que simbolizan el número siete, la integración en las jerarquías celestes. Dicho tema de raíces precristianas, pervive durante la tardoantigüedad, y llega a la época románica. Otro tema frecuente en dichas estelas y lápidas, son las representaciones de herramientas de trabajo, que se interpretan bien como la identificación del linaje del difunto por medio de su oficio, bien como una manifestación de orgullo gremial. Se incluyen herramientas de cantería, del trabajo de la lana y el cáñamo, una lanza con la que se solía unir los arados y huellas de pies o zapatos. También hay motivos de tipo heráldico, posiblemente de factura más tardía.
El cementerio del templo se mantuvo en funcionamiento desde la institución de la colegiata agustiniana a mediados del siglo xii, hasta finales del xv, cuando los usos parroquiales fueron trasladados a la iglesia de Sant Pere i Santa Maria. La cronología del conjunto de lápidas y estelas anteriormente reseñado no se ha acotado con certeza, dado el largo periodo de utilización de la necrópolis. No obstante, se considera por analogía con el sarcófago de Gilabertus y con el conservado en el exterior del templo, que algunas de ellas podrían fecharse en época románica.
Texto: Nuria Otero Herráiz - Fotos: Nuria Otero Herráiz /Juan Antonio Olañeta Molina - Planos: Marc Santacreu Ortet
Bibliografía
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