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Tramo de los pies en el muro norte del interior del templo

Identificador
31840_01_279
Tipo
Formato
Fecha
Cobertura
42º 56' 48.62'' , -1º 57' 58.22''
Idioma
Autor
Javier Martínez de Aguirre
Colaboradores
Sin información
Edificio Procedencia (Fuente)

 

País
España
Edificio (Relación)

Santuario de San Miguel in Excelsis

Localidad
Huarte Araquil / Uharte Arakil
Municipio
Huarte Araquil / Uharte Arakil
Provincia
Navarra
Comunidad
Navarra
País
España
Descripción
CON TODO LO DICHO no es extraño que el monumento haya provocado el interés de los historiadores. El primero en darlo a conocer fue el padre Burgui, en una extensa monografía publicada en el siglo XVIII, quien consideró que la capillita interior era la construcción coetánea de los acontecimientos legendarios. El resto del templo sería producto de una ampliación propiciada a finales del siglo XI por el rey Pedro I y el obispo Pedro de Roda, a cuya consagración en 1094 habrían asistido el propio monarca y varios obispos. Burgui afirma también que alrededor del santuario se generó un poblado y que aquél actuaba como su parroquia, función que atestiguarían la pila bautismal y crismeras que él vio en el interior de la basílica. En el siglo XIX Madrazo, al igual que Burgui, lo juzgó contemporáneo de la leyenda y por lo tanto relacionado con la arquitectura visigoda. Ya en el siglo XX Biurrun se ocupó también de él y afirmó que junto con el monasterio de Leire era la única construcción que quedaba en Navarra del siglo XI. La ligó al año 1098, fecha en la que habría tenido lugar su consagración, presidida por el obispo de Pamplona, Pedro de Roda, con la asistencia de otros siete prelados, noticia que parece toma del padre capuchino. Sin embargo hoy se cree que esta consagración no ocurrió, sino que es una extrapolación de la del monasterio de Leire. Respecto a la capilla interior, Biurrun la sitúa dentro del románico ya maduro, de finales del siglo XII. Este historiador ha interpretado esta originalidad del templo como la substitución de la primera iglesia levantada por Teodosio de Goñi y que ya en esas fechas estaría en muy mal estado. Lojendio, por su parte, le otorga una cronología similar, de forma que la iglesia principal la vincula también con la fecha de 1098, mientras que la interior lo estaría con el románico más evolucionado de finales del siglo XII. Pero sin duda el estudio más serio y profundo del monumento se debe al arquitecto Francisco Íñiguez Almech, responsable de su restauración en los primeros años de la década de 1970 (1969-1973), ya que además tuvo la oportunidad de realizar una cuidadosa excavación bajo su solera. Por la importancia de su análisis, pues va a servir de referencia a todos los historiadores posteriores, nos detendremos en sus deducciones. Contempló varias etapas en su construcción. De una observación minuciosa y pormenorizada dedujo que la primera construcción tuvo lugar en el siglo IX en conexión con la arquitectura carolingia. A esta conclusión le llevó el estudio del aparejo, pues en su opinión la disposición y formato de la parte inferior de la cabecera es propio de esta fase incipiente del románico. A este momento corresponderían, asimismo, las ventanas del ábside central, de formato de herradura, cuyas huellas vio en el proceso de restauración, pero que fueron transformadas en una reforma posterior. También advirtió vestigios de una bóveda gallonada. Las excavaciones de la planta evidenciaron una pequeña iglesia de nave única, con ábside semicircular al interior y poligonal al exterior. A ambos lados se situaban pequeños edículos, a manera de capillas, cerrados en recto. A los pies de la nave existió un porche y sobre él se localizaba una capilla. Conjetura esta segunda planta a partir del pilar cilíndrico adosado hoy a la capilla interior y que en su opinión estaba en función de una escalera de caracol y en los restos de una ventana elevada, que indica una segunda altura. Íñiguez justifica este doble espacio de culto en un mismo edificio porque en la capilla alta se veneraría al arcángel y en la baja a Santa María, ya que la iglesia tenía esta doble advocación. Todos estos elementos: aparejo, cabecera, pórtico y altura superior conectarían esta primera fábrica del santuario navarro con la arquitectura carolingia. Sin embargo, en el siglo X habría sufrido un incendió que él detectó en algunos sillares ahumados de la cabecera, lo que obligó a su reconstrucción en algún momento de esa centuria. La segunda fase de la construcción del santuario, siempre en opinión de Íñiguez, tiene lugar en el siglo XI, en el marco del reinado de Sancho III el Mayor y sus herederos. La fecha de referencia es 1074, cuando se documenta una consagración del templo. Entonces se realizó una profunda reforma que buscaba básicamente su ampliación. Para ello se le añadieron dos naves laterales, terminadas en ábside curvo tanto en el interior como al exterior. El edificio se cubrió con bóveda de cañón sin fajones, pero no se modificó ni la cúpula ante el ábside central ni el pórtico con la capilla elevada. Pero, sin duda, la gran transformación del templo tuvo lugar durante el románico pleno, en época de García Ramírez, quien asistió a una nueva consagración en 1143. Este definitivo impulso constructivo lo relaciona Íñiguez con el auge del culto al arcángel que se suscitó a raíz de la curación milagrosa del monarca Pedro I al finalizar el siglo XI, pues incluso, según la tradición, él mismo acarreó material para la renovación del templo. Las obras de esta última fase consistieron en la construcción de los tramos últimos de los pies, pues sólo éstos tienen imposta corrida; a la vez desaparecieron el pórtico original y su capilla superior, que fueron sustituidos por un nártex transversal a las naves y por el edículo interior ubicado en la nave central, pieza que confiere al santuario cierto misterio. Entonces también se recrecieron los ábsides y se reconstruyeron las bóvedas de medio cañón con fajones, pero los refuerzos de pilastras en los muros dejaron las ventanas descentradas. Sólo en esta etapa se dotó al edificio de elementos escultóricos, localizados fundamentalmente en las puertas del nártex y en el templete interior; escultura que relaciona con Zamarce y vincula, con perspicacia, con los trabajos de la catedral de Pamplona, en concreto con el taller del maestro Esteban. Sin duda Íñiguez elaboró una sugestiva y bien trabada historia constructiva del monumento. Pero como se ha escrito últimamente carece de aval documental y no despeja los interrogantes que plantea el edificio, particularmente en esos orígenes altomedievales en los que prevalece la leyenda. Sin embargo, la publicación más reciente (2002) no duda de la historicidad de las dos fases románicas, la primera en el siglo XI y la última en el XII. El Catálogo Monumental de Navarra, sin embargo, había introducido algún matiz en esta cronología. Así, ligaba las obras de la primera fase románica a la fecha de 1032, y por tanto a la figura de Sancho III el Mayor; aceptaba la segunda fase del siglo XII vinculada al año 1141, pero opinaba que la capilla interior pertenecía a un románico más avanzado, debido al apuntamiento de la bóveda, que concretaba en la década de 1170-1180. Para sus autores la capilla se construyó como joyero del magnífico retablo de esmaltes que custodiaba, ya que ambos serían contemporáneos. El problema de estas referencias cronológicas reside, por una parte, en la problemática que afecta a toda la documentación de Sancho III el Mayor, lo que hace inviable tomar la fecha de 1032 como hito cronológico firme; y por otra, en que el apuntamiento de arcos y bóvedas en modo alguno debe considerarse inexistente antes de 1170, sino que se evidencia con fuerza en el románico navarro de los años 1140-1150. En lo que respecta a la fase prerrománica, y siendo conscientes del escaso crédito que hemos de conceder a la leyenda de Teodosio como fuente histórica, lo más prudente es aguardar a que un estudio detallado ponga en consonancia lo que sabemos en la actualidad con respecto a la arquitectura de los siglos VIII a X y lo excavado por Íñiguez. El santuario se asienta sobre la misma roca de la sierra de Aralar y en su construcción hubo que salvar el fuerte desnivel que presenta el terreno, lo que supone alturas exteriores e interiores desiguales, que aquí se resuelven mediante distintos tramos de escaleras. Su fábrica es de piedra muy diversa, tanto en el corte como en el color, pero, como se ha visto, ha sido la clave para proponer las distintas fases de su historia constructiva. Sin duda, en este caso “si las piedras hablaran” tendrían mucho que contarnos e interrogantes que despejar. En los alzados domina el sillar de diferente tamaño, y en las bóvedas encontramos piedra pequeña y desigual, probablemente buscando mayor ligereza. Es un edificio compacto y alargado en el que no sobresale ningún elemento vertical, pues carece de torre, excepto el volumen del cimborrio sobre el crucero, levantado en la restauración de los comienzos de los años setenta del siglo XX. Este añadido repercutió de forma sustancial en la imagen del monumento, como revelan las fotos antiguas. Otra particularidad del edificio es que no tiene acceso desde los pies, pues en ese muro se sustenta una casa en la que se reunía la cofradía. Por su parte, el muro norte, debido al nivel del suelo, destaca por su escasa altura. Se articula con potentes contrafuertes que alcanzan la cornisa, y en cada tramo se abre una pequeña ventana de medio punto abocinada, excepto en el tercero. En el muro correspondiente al nártex se aprecia una puerta de medio punto cegada. La cabecera presenta triple ábside. El central, muy desarrollado, es poligonal, mientras que los laterales, algo más bajos, son circulares y asimétricos respecto al conjunto. Da que pensar que otra versión de esta fórmula de cabecera se repita en la catedral románica de Pamplona en los inicios del siglo XII, pero con contrafuertes. La cabecera de Aralar no tiene ningún elemento de articulación, ni en sentido vertical, contrafuertes o semicolumnas, ni horizontal, por medio de molduras; la misma solución se da también en el monasterio de Leire. Recordaremos que son las características del aparejo de la zona baja del ábside central y del primer tramo de los muros laterales (piedra pequeña ordenada en hiladas continuas que alternan con otras más estrechas) lo que indujo a Íñiguez a señalar el origen carolingio del santuario. En tres de los paramentos del ábside central se abren sencillas ventanas de medio punto, al igual que en las laterales, pero en éstas no están centradas y tampoco se colocaron a la misma altura. El aparejo, de tamaño mediano y mejor elaborado de esta zona media de la construcción, que se prolonga por los muros laterales a partir del segundo tramo, lo identifica Íñiguez con la etapa constructiva del siglo XI. A nivel de la cornisa toda la cabecera está recorrida por canecillos, la mayoría lisos y muchos nuevos. Únicamente se conserva alguno original en las laterales. Así, en la sur distinguimos un rostro, una voluta, un objeto difícil de identificar y dos formas cilíndricas, mientras que en la norte aparecen dos rostros humanos. Todos son de factura bastante modesta, pero pertenecientes a repertorios de tradición languedociana. Un espacioso pórtico, de piedra y con cubierta de vigas de madera, se apoya en el muro meridional del edificio, con una altura parecida a la de la nave lateral. Por su amplio portalón de medio punto y a través de un corredor se accede al interior del templo. En la parte alta del muro exterior longitudinal se abren estrechas ventanas y otra de igual formato sobre la puerta. Íñiguez insinúa que pudo existir otro medieval, al igual que en otros templos navarros. En algún tramo de este muro sin contrafuertes aparecen unos nichos de arco rebajado que corresponden a antiguos enterramientos; los mencionó Burgui en su monografía, ya que en su época se exhumaron los restos. Un banco corrido recorre la parte baja del muro. La puerta de ingreso al templo está colocada en el último tramo del tránsito. Sin ningún rasgo ornamental, dibuja un medio punto con cuatro arquivoltas de platabanda apoyadas sobre pies derechos con imposta lisa. En tiempos el santuario se cubría con teja árabe, pero en la última intervención se sustituyó por laja de piedra, en un intento de recuperar el sistema medieval. En la vista de conjunto del monumento destaca, sin duda, el volumen del cimborrio poligonal sobre el crucero, con óculos en paramentos alternos, que Íñiguez levantó en la reconstrucción basándose en los restos que observó. Su incorporación reciente al edificio queda testimoniada en la distinta piedra utilizada respecto al resto, tanto en color como en textura. El primer plano de la planta del santuario de San Miguel de Aralar lo publicó el padre Burgui en su monografía de 1774. Es cierto que entonces el templo contaba con altares dedicados a distintos santos que hoy han desaparecido y que tampoco se dibuja la cúpula ante el presbiterio, pero en lo esencial el edificio era el mismo que en la actualidad podemos contemplar. Se organiza en tres naves, las laterales resultan bastante estrechas, de cuatro tramos sin crucero y cabecera de triple ábside. La central es semicircular al interior y bastante profunda, y al exterior poligonal, como ya se ha dicho, mientras que las laterales son también semicirculares, pero menos profundas. A los pies del templo se sitúa el nártex, a modo de nave transversal, y en el tercer tramo de la nave central se levanta la pequeña capilla interior. A media altura del ábside central se abren tres ventanas de medio punto abocinadas, y una imposta lisa la recorre por la parte superior que a la vez sirve de límite a la bóveda de cuarto de esfera. Los ábsides laterales se iluminan también con ventanas de medio punto y profundo abocinamiento y se cubren con bóveda de horno. La imposta correspondiente a la del lado del evangelio es de tacos, mientras que la del lado sur es nueva y lisa. Las tres naves se cubren con bóveda de medio cañón articulada por fajones, excepto en el tramo anterior al presbiterio. Aquí Íñiguez organizó un cimborrio de ladrillo con óculos en los cuatro lados que apoya en trompas, con la idea de restituirle la imagen original, que según sus deducciones tuvo. Los soportes de la nave central son pilares de triple esquina, que se doblan en el crucero, con lo que adquiere más solidez este espacio y mejor apoyo el cimborrio. Como elemento irregular hay que señalar el pilar cilíndrico del tercer tramo, junto a la capilla interior, que se cuenta entre los misterios del edificio. Comenta Burgui que señala el lugar de enterramiento de Teodosio de Goñi y que la devoción popular le otorgaba poderes curativos. Los fajones de las naves laterales se prolongan en pilastras adosadas al muro con imposta lisa en el lugar del capitel que se prolonga por el muro, aunque únicamente en los tramos finales. En el último del muro norte hay rastro de una puerta tapiada. Los arcos formeros destacan por su amplia luz. Todos son dobles, menos los del tramo anterior al ábside que son simples pero están reforzados por arcos de descarga. La escasa iluminación del interior se consigue, aparte de por las ventanas de la cabecera, por las abiertas en lo alto de las naves laterales, también de medio punto y abocinadas. Sin embargo, sin aparente razón, es ciego el paramento del tercer tramo de lado del evangelio. En resumen, del interior del templo principal hay que señalar su potente fábrica y austeridad, en la que no se hace ninguna concesión a lo ornamental. Concepción que, como veremos enseguida, contrasta con el nártex y con la capilla interior, por otra parte los elementos, quizá, más singulares del edificio. Cuando accedemos al interior desde la puerta del corredor, no penetramos directamente al ámbito de culto, sino que lo hacemos a un amplio espacio, que cumple la función del clásico nártex cuyo suelo, al igual que en los zaguanes domésticos, es de ruejos. Está concebido como una amplia nave dispuesta en sentido transversal al resto del templo. Sigue el ritmo de la planta del edificio, de forma que se organiza en tres tramos coincidentes con las naves de la iglesia, por lo que el central es más largo que los extremos, pues se ajustan a la anchura de las naves. Se cubre con bóveda de medio cañón articulada por arcos fajones dobles que soportan pilastras de esquina adosadas al muro. Una imposta sencilla rodea todo el perímetro, y en las pilastras ocupa el lugar del cimacio. La iluminación proviene de una ventana de medio punto abierta en lo alto del muro norte, bajo la cual aparece una puerta tapiada y que era la opuesta a la de la entrada. También encima de ésta existía una ventana, hoy oculta. Desde el nártex se ingresa en la iglesia a través de tres portadas, protegidas por rejas, abiertas a la embocadura de cada una de las naves, pero para salvar el desnivel del terreno hay que subir unas gradas. Las tres puertas son de medio punto, pero las extremas que comunican con las naves laterales son de simple diseño, sin ningún tipo de ornamentación. El contrapunto a esta sencillez lo encontramos en la central, por la que penetramos a la nave principal. El medio punto está remarcado por una arquivolta con baquetón y distintas molduras, la más externa se adorna con tacos. El par de columnas de las jambas se asientan sobre basa lisa y culminan en sendos capiteles decorados. Por encima, una imposta con bastante resalte y lisa, a modo de cimacio, se prolonga por el muro hasta morir en el pilar del arco fajón. El capitel de la izquierda está tallado según un diseño de entrelazos cuyos vacíos se llenan con pequeñas flores rosáceas. Por su parte, en el de la derecha distinguimos el motivo del rostro monstruoso en el ángulo superior, cuya boca desprende cintas que dibujan entrelazos que terminan en trifolios. Al traspasar esta puerta penetramos propiamente en el templo, en el último tramo de la nave central, que nos permite ver en toda su originalidad la pequeña iglesia que ocupa el tramo siguiente. Se trata de una construcción pétrea y fundamentalmente muraria cuya puerta principal se abre a los pies. Existe otra lateral que comunica con la nave norte, y en el testero, por encima del altar, aparece una ventana por la que recibe la luz del ámbito iluminado por la cabecera y el cimborrio. La puerta principal describe un arco de medio punto con dos arquivoltas, la interna baquetonada y la externa de platabanda que descansa en el muro, con chambrana moldurada. El baquetón apoya en esbeltas columnas cilíndricas que se elevan sobre podium y basa circular moldurada. Los capiteles presentan un fino trabajo vegetal que se prolonga por el cimacio y la imposta. Ambos capiteles siguen un diseño lineal de formato vertical. El de la izquierda lo componen finas hojas hendidas, que alternan con otras lanceoladas que en el extremo se curvan en forma de airosos abanicos. El cimacio se adorna con palmetas entrelazadas que invaden parte de la imposta, mientras que en el resto resaltan bonitos girasoles. En el capitel de la jamba derecha, de traza similar, vemos hojas hendidas festoneadas con perlado con final avolutado y otras dentadas que terminan en palmeta. En el cimacio y la imposta se repiten los motivos del otro lado. La puerta por la que se accede desde la nave norte al interior de la capillita es similar en traza a la principal, aunque varían los temas ornamentales de los capiteles. El derecho está concebido en doble plano. El primero parece un cesto de finas hojas lanceoladas, con pequeñas puntas marcadas en el interior, que termina en bolas con garras, mientras que en el segundo plano se suceden perfectamente alineadas pequeñas palmetas. Los adornos se completan con un elemento en forma de yugo que abraza un ramillete con lazos y perlado, en la esquina del cimacio, y un girasol, en la imposta. Hojas lanceoladas con pequeñas palmetas repartidas a lo largo del eje forman el motivo ornamental del otro capitel. Un elemento a modo de copa, con una palmeta en el centro y saliendo de la boca cintas curvas, todo festoneado con perlado, es el adorno de la esquina del cimacio, mientras que en la imposta se repite la flor de girasol. La cara interior de ambas puertas contrasta por su gran sencillez. La cubierta de doble vertiente está recorrida a nivel del alero por taqueado que rodea toda la construcción, al que se añade en los muros laterales canecillos lisos. El interior de la capilla está organizado en dos tramos que se cubren con bóveda de medio cañón apuntado, sin fajones. Su arranque está perfilado por una imposta de grueso taqueado en la que todavía hay vestigios de una antigua policromía con tonos rojos y dorado, que, sin duda, contribuía al esplendor del culto. Burgui ya apreció restos pictóricos en esta estancia. En la parte alta del muro recto de la cabecera se abre una ventana abocinada, cuya arquivolta y bocel descansa en dos finas columnas con capiteles decorados. El izquierdo repite el motivo del capitel de la puerta del nártex de cabeza monstruosa lanzando cintas entrelazadas por la boca. Tres girasoles destacan en el cimacio. El capitel derecho está formado por hojas lanceoladas terminadas en volutas. En esta ocasión son rosetas las flores talladas en el cimacio. Como elemento extraño hay que señalar la ventanita en la parte alta del muro que da a la nave sur, hoy sin aparente finalidad. Este dato y su proximidad al soporte cilíndrico, ya comentado, fueron los argumentos en los que Íñiguez asentó su teoría de la existencia de una capilla alta sobre el porche. En cualquier caso, estamos ante una bella y proporcionada construcción del románico navarro, cuyas limitadas dimensiones, en vez de restarle, aumentan su encanto. Asunto debatido entre los historiadores, pero que continua sin solución convincente, es la razón de su anómala localización, aunque todos reconocen su originalidad. Burgui, como mencionamos, la tuvo como la construcción erigida por el legendario Teodosio de Goñi para cumplir su promesa en el siglo VIII, en tanto que Biurrun pensó que sustituía precisamente a aquélla. Iñiguez, por su parte, la interpretó como reconstrucción de una primitiva capilla elevada sobre el pórtico en la que se daba culto a San Miguel; los autores del Catálogo Monumental de Navarra la ponen en relación con el espléndido retablo de esmaltes del que sería su estuche, y finalmente Martínez de Aguirre insinúa una posible finalidad litúrgica o procesional. A juzgar por los capiteles que enriquecen esta parte del santuario de San Miguel de Aralar, cuyo decorativismo se convierte en el contrapunto de la austeridad del espacio mayor, el escultor no sólo se muestra hábil y competente, sino también conocedor de la actualidad artística del reino. En efecto, estos trabajos escultóricos se han relacionado con los de la cercana ermita de Santa María de Zamarce, con la que Aralar estuvo muy vinculado, pero a la vez ambos asumen la herencia de la obra de los grandes escultores de los talleres de la catedral románica de Pamplona. Aunque, en realidad, tanto unos como otros se mueven en la órbita del románico francés en su versión tolosana. En cuanto a la cronología de este monumento singular navarro, se acepta su construcción en dos fases diferentes dentro del románico. Así, la fábrica más primitiva correspondería a la etapa inicial, con 1074 como fecha de referencia, mientras que el nártex y la capilla interior responden al románico pleno, y su fecha clave sería 1141 (en relación con una consagración que Íñiguez por error dató en 1143). Año, por otra parte, que encaja perfectamente con el momento en que mayor repercusión tuvo en el reino de Navarra la ambiciosa empresa de la catedral de Pamplona. Como se advierte, queda en duda la fase prerrománica propuesta por Íñiguez, por falta de elementos definitivos que la avalen en la obra y apoyo documental. Anexo al santuario por el flanco sur existe una hospedería. En 1931 el santuario fue declarado monumento histórico-artístico.