Identificador
31310_01_128
Tipo
Formato
Fecha
Cobertura
42º 22' 17.87'' , -1º 27' 57.40''
Idioma
Autor
Javier Martínez de Aguirre
Colaboradores
Sin información
Edificio Procedencia (Fuente)
País
España
Edificio (Relación)
Localidad
Carcastillo
Municipio
Carcastillo
Provincia
Navarra
Comunidad
Navarra
País
España
Descripción
UN PAR DE KILÓMETROS antes de llegar a Carcastillo por la NA-5500 se encuentra el monasterio cisterciense de La Oliva que, tras un largo período de abandono a raíz de los procesos desamortizadores del siglo XIX, recobró su destino monacal en 1926. Durante casi tres décadas, hasta comienzos de los años sesenta, las obras de restauración fueron continuas. En 1963 se inició la construcción de nuevas dependencias, emplazadas al sur de las medievales, lo que ha permitido dedicar al turismo las antiguas al tiempo que se mantiene el culto en la gran iglesia abacial. Las labores de recuperación del conjunto medieval se han venido realizando hasta la actualidad. La Oliva constituye uno de los cenobios cistercienses más monumentales de España, como prueba el que fuera escogido por Dimier entre las cincuenta estudiadas en su monografía sobre el Císter fuera de Francia. De época tardorrománica conserva en buen estado iglesia, sacristía, sala capitular, locutorio, sala de los monjes, cocina y capilla de la enfermería, además de vestigios del dormitorio y el refectorio. Si a ello añadimos las remodelaciones góticas de portada, claustro y otras dependencias el resultado es un complejo merecedor de una detallada visita. Los documentos medievales proporcionan pocos datos referentes a su construcción. Se discute desde hace más de trescientos años acerca del diploma que incluye la primera mención en 1134, hoy tenido por falso. Hacia 1145 era un lugar dependiente de Niencebas, futuro Fitero. En 1150 el rey García Ramírez donó a Bertrando, expresamente citado como abad olivense, La Oliva, Encisa y Castelmunio. La monumentalización pétrea de iglesias y dependencias cistercienses se iniciaba generalmente diez o quince años después del asentamiento de una comunidad en el lugar escogido, una vez verificada la idoneidad del emplazamiento. El primer dato relativo a una edificación perdurable en La Oliva aparece en la donación que hizo el rey aragonés Alfonso II a Bertrando en 1164, consistente en la villa de Carcastillo con todos sus términos (ut ibi ad honorem Dei et beate Marie genitricis eiusdem edificet monasterium in remissionem peccatorum patris mei et in memoriam nominis mei). Las crónicas medievales atribuyen la edificación a los reyes Sancho VI y Sancho VII. El Memorial del Padre Ubani, de 1634, incluye la primera mención de la consagración de la iglesia el 13 de julio de 1198, conforme al contenido de un breviario antiguo manuscrito en pergamino. Posteriormente Bravo, Moret, Juan Antonio Fernández y los padres Arroquia y Arizmendi llevaron a cabo aportaciones de interés. Desde el punto de vista histórico-artístico destacan las descripciones iniciales de Madrazo, Altadill, Iturralde y Suit, Larumbe (con noticia detallada de las intervenciones hacia 1930) y Biurrun. Lampérez y Romea la consideró ejemplo del “magnífico estilo de transición” entre románico y gótico, y valoró la importancia de la iglesia en el panorama del císter español. En 1931 Élie Lambert estableció la filiación estilística del templo dentro del arte hispano-languedociano. En 1946 Torres Balbás puso en entredicho la importancia del componente languedociano y afirmó la impronta de la catedral de Tarragona, constituida a su juicio en cabeza de escuela, considerando imposible que fuera iniciada en 1164, fecha demasiado temprana para que una iglesia española tuviese “apoyos dispuestos para bóvedas nervadas y de ojivas”. René Crozet situó sus bóvedas nervadas en el panorama de la introducción de esta fórmula en Navarra y Aragón. Uranga e Íñiguez aseveraron la coincidencia cronológica con Tarragona y añadieron que La Oliva sirvió de modelo para Tudela, Santo Domingo de la Calzada e Irache. Poco más tarde, Yarza insistió en las relaciones con Tarragona y Tudela, y destacó que “tal vez sea el primer edificio totalmente abovedado con crucería en España”, idea que desarrolla a partir del análisis de los pilares. Entre las aportaciones de los últimos años señalaremos la concienzuda descripción del Catálogo Monumental de Navarra, el cuidado análisis que hace de su arquitectura en el panorama del románico tardío navarro Martínez Álava y el interesante estudio metrológico elaborado por Maciá y Ribes en comparación con la catedral de Lérida. Además de la bibliografía histórico-artística, para el conocimiento completo de La Oliva en época románica conviene manejar las publicaciones de Munita Loinaz, incluida la edición de la colección documental y el estudio del dominio del cenobio. Antes de pasar a la descripción y análisis de la fábrica tardorrománica conviene incluir algunos datos sobre las intervenciones en el templo. No nos detendremos en las modificaciones que sufrieron las dependencias más antiguas a lo largo de los siglos, pues sería prolijo empezar por los cambios que en la Baja Edad Media y entre los siglos XVI y XIX alteraron lo edificado antes de 1230. La expulsión de los monjes en 1835 fue seguida de un largo período de abandono. La abadía fue comprada por particulares que con el tiempo establecieron una sociedad agrícola, que empleó la iglesia y otras dependencias para sus necesidades. Previamente había servido de asilo en la guerra carlista. La Comisión de Monumentos Históricos y Artísticos de Navarra, tras desinteresarse inicialmente, más tarde veló por la protección de sus venerables restos. Pero para entonces ya habían sucumbido importantes estancias, como el refectorio cuya piedra fue empleada en 1864 para la ampliación de la parroquial de Carcastillo. El informe de Ansoleaga e Iturralde (1877) sirvió para incoar el expediente que terminaría, tras la mediación de Federico de Madrazo, con la declaración de Monumento Nacional en 1880. En 1883 la Comisión tomó posesión del cenobio y se iniciaron las labores de conservación. En 1892 se plantea la posibilidad de introducir de nuevo una comunidad monástica, ya que los propietarios tenían previsto enajenar los antiguos terrenos del monasterio, con lo que podrían disponer de superficies cultivables. En 1922 parece cercana la intervención restauradora, ya que se pide una memoria al arquitecto Teodoro Ríos. La llegada de la comunidad procedente de San José de Getafe vino seguida de unos años de intenso trabajo, protagonizados por la apasionada y no siempre acertada intervención de Onofre Larumbe, caracterizada por un generalizado uso del cemento. La iglesia fue inaugurada en 1931. La reconstrucción de cubiertas y la intervención en las galerías del claustro se acometieron paso a paso. A partir de 1940 la Institución Príncipe de Viana se hizo cargo de las labores de restauración, de forma que se ha ido interviniendo sucesivamente en buena parte de las dependencias. IGLESIA ABACIAL La iglesia presenta una variante del tipo más frecuente entre las abaciales cistercienses, puesto que consta de tres naves, largo transepto (de la misma anchura que la nave principal) y cinco capillas paralelas, siendo la central mayor (más alta, más ancha y más profunda) y de remate semicircular, mientras las laterales disponen remate recto. Su longitud total supera los setenta metros y la nave del transepto casi alcanza los cuarenta. La ordenación de cabeceras con cinco capillas, teniendo las laterales testero recto es abundantísima en las abadías de la orden, y así es por ejemplo, la de la abadía madre de La Oliva, Scala Dei. Este trazado había sido ya empleado por Cîteaux en su primera edificación monumental. La disposición absidada de la capilla mayor es un rasgo que diferencia a La Oliva y a otros cenobios hispánicos de las pautas más generales en el resto de Europa. En general, estas pequeñas diferencias sobre la planta básica de la orden suelen deberse a la influencia de tradiciones locales, a condicionantes topográficos o a designios del arquitecto tracista del edificio. Otras hijas de Scala Dei, como Flaran, optaron por capillas absidadas en las cinco de la cabecera. Son especialmente cercanas en planta a La Oliva los templos de Huerta y Matallana, así como Las Huelgas de Burgos, cenobio femenino cuya iglesia alcanzó enormes dimensiones. Se alejan Valbuena (con capillas intermedias absidadas), Bujedo de Juarros y San Andrés de Arroyo (ambas con sólo una capilla a cada lado, distribución acorde en Bujedo con su nave única). Sacramenia dispone capillas escalonadas de exterior recto e interior absidado. La planta de La Oliva se presenta como un compromiso entre el diseño cisterciense básico y el de las cabeceras más frecuentes en las grandes iglesias de los reinos peninsulares durante la segunda mitad del siglo XII, con amplio transepto al que se abren cinco capillas generalmente escalonadas y semicirculares (o bien semicirculares las tres centrales y de exterior recto e interior semicircular las extremas). Integran esta familia arquitectónica las catedrales de Tarragona y Lérida, y muy probablemente (fue modificada en época posmedieval) la de Sigüenza, que sería la más antigua de todas ellas. Hemos de situar la llegada de esta solución en la década de 1150, si bien la mayor parte de las construcciones -cuya lista podría ampliarse- se alzaron con posterioridad. La ubicación de la escalera de caracol en el encuentro entre la capilla septentrional y el transepto, con acceso desde éste, es frecuente en abaciales cistercienses y no muy habitual en otras iglesias de su tiempo. De ahí la conclusión: el arquitecto comenzó su proyecto a partir de una planta que le habrían propuesto los monjes, semejante a la que dibujaría en el siglo XIII Villard de Honnecourt, pero más detallada a la hora de situar la escalera y de incluir las dependencias claustrales. El director de la obra no renunció a personalizar su creación. No copió otro templo de la misma orden, porque no consta que lo hubiera en esas fechas con una cabecera semejante, y, sobre todo, se mostró muy cuidadoso a la hora de diseñar un alzado cargado de coherencia. Las cuatro capillas laterales presentan planta aproximadamente cuadrada. Columnas emplazadas en cada esquina sostienen los nervios que trazan arcos diagonales de medio punto para formar una bóveda de crucería. El perfil de dichos nervios es rectangular, como fue habitual en las primeras bóvedas de este tipo en Navarra. Están aparejados con dovelas sencillas (a diferencia de ciertas bóvedas tempranas de este género, cuyos nervios de mayor sección emplean más de un sillar en cada hilada, como el Espíritu Santo de Roncesvalles). El cruce se resuelve por medio de claves cruciformes, cuyos brazos apenas se inician. El empleo de estas claves, que en las cuatro capillas colaterales se componen de manera semejante, acredita el trabajo de un buen arquitecto, capaz de prever el punto de mayor compromiso en el despiece, con lo que desplaza las pequeñas y habituales correcciones de dimensión a las dovelas inmediatas a la clave. Otro rasgo indicativo de un proyecto esmerado lo apreciamos en el modo como dispone las molduras. Por el interior, una moldura compuesta por tres baquetones parte en horizontal desde el cimacio del ángulo noroeste hacia el testero; a mitad de muro se quiebra en ángulo recto para bajar a nivel inferior y seguir en horizontal, de forma que, tras pasar por detrás de la columna angular, prosigue en el muro oriental y marca el nivel inferior del abocinamiento de las ventanas. Ya en el muro meridional, la moldura vuelve a trazar un ángulo recto y tras contornear por alto la primera credencia, remonta hasta el nivel del cimacio. La presencia de dos nichos, probablemente uno destinado a credencia y el otro a piscina, responde a otra constante de las abadías cistercienses. Uno de los rasgos más personales de las capillas laterales olivenses son las ventanas, que se manifiestan al exterior mediante dos estrechos vanos de remate en cuarto de círculo. Interiormente están formadas por un amplio arco envolvente de medio punto, dividido por un parteluz abocinado en quilla, en cuyo centro existe una columnita rematada en capitel. Este diseño tan peculiar muy probablemente tuvo origen en Santo Domingo de la Calzada y fue copiado en Irache y Santiago de Agüero. Los motivos de los capiteles más antiguos confirman que quienes iniciaron nuestra iglesia vinieron de la entonces colegiata riojana, en el momento en el que en ella ya se estaba realizando la girola, posiblemente bajo la dirección del maestro Garsión. La cronología de Santo Domingo es bien conocida: se colocó la primera piedra en 1158. Su arquitecto utilizó nervios de sección cuadrangular en la girola, mientras que en los espacios de mayor categoría, como la capilla del eje del deambulatorio, optó por otros mucho más moldurados, que nos recuerdan (aunque son más complejos los riojanos) a los que vemos en el crucero de La Oliva. Los capiteles responden a dos modelos. Por una parte están los ocho de las columnas angulares, con diseño de grandes hojas lisas de eje hendido, unidas mediante combados y vueltas en volutas adornadas con hojas lobuladas y piñas; unas molduras altas horizontales marcan la “copa”. Por otra, las dos parejas que soportan los arcos de embocadura en el pilar que divide ambas capillas ofrecen una hojarasca de acantos hendidos muy plásticos, unidos también por combados y adornados con margaritas o piñas en esquinas y centro de cada capitel; son obra del mismo taller. Los arcos de embocadura son apuntados, anchos, y descansan en dos soluciones distintas: en los extremos sobre un pilar con columnilla de esquina, en el centro sobre semicolumnas gemelas, primer anuncio de la utilización de las fórmulas arquitectónicas que Lambert denominó “hispano-languedocianas”. Las capillas meridionales presentan pequeñas diferencias, como el despiece de las ventanas o la presencia de capiteles mucho más toscos (unos con hojarasca acumulada y torpe, en uno o dos niveles de hojas muy nervadas, bajo un cuerpo de volutas también simples o dobles, que recuerdan a los que se tallaron en la segunda fase de la catedral de Tudela; y otros con motivos simplificados, algo más elegante pero sin la claridad de diseño dominante en las capillas septentrionales). Desde luego, es otra la cuadrilla que aquí trabaja y otro el responsable de las obras. Podemos suponer que, una vez encauzado el proceso constructivo olivense por Garsión, éste y su equipo escultórico regresaron a La Calzada. Por el exterior las cuatro capillas laterales se presentan de manera semejante, cada una con sus dos ventanitas de marco achaflanado terminadas en cuarto de círculo. Existe un contrafuerte doble en ángulo recto en cada esquina y otro sencillo entre cada pareja de capillas. Dichos contrafuertes tienen sección rectangular que reduce su resalte cerca de la cornisa. Los modillones son sencillos, en nacela con baquetón horizontal. Una moldura simple recorre la línea del alféizar de las ventanas y se quiebra en los laterales formando ángulo recto hasta el nivel donde adelgazan los contrafuertes. La capilla mayor consta de ábside semicircular y anteábside recto. Éste último alcanza aproximadamente la misma profundidad que las capillas laterales, de manera que el semicírculo absidal queda completamente por fuera del muro oriental de dichas capillas, lo que permite abrir ventanas en sus cinco paños. Dos molduras recorren los paramentos interiores. Una arranca de la altura de los cimacios de las capillas laterales, dibuja un doble ángulo recto hacia abajo a mitad del tramo anteabsidal (más o menos como en las capillas) y prosigue en horizontal marcando el nivel inferior del derrame del alféizar de las ventanas. La segunda moldura se inicia en los cimacios de los pilares torales para llegar a los de las pilastras de embocadura del semicírculo y desde allí contornear los arcos de las ventanas. Dobles columnas apean los arcos de embocadura del anteábside y del ábside, mientras columnas sencillas soportan los nervios. El anteábside se cubre mediante bóveda de medio cañón apuntado; el semicírculo, con bóveda de horno apuntada sobre nervios que confluyen en la clave del arco de embocadura absidal en una solución frecuente en edificios urbanos hispanos iniciados en torno a 1150-1160 y en grandes abadías cistercienses (Poblet, Moreruela, etc.). Una vez más la fábrica con la que guarda ciertas semejanzas y ofrece cronología más antigua corresponde a Santo Domingo de la Calzada, donde es nervada la bóveda que cubre la capilla de San Pedro, abierta en el eje de la girola, con dos nervios que se entregan en el arco de embocadura. En el paño meridional del semicírculo se abren dos nichos semejantes a los vistos en las capillas laterales, con la diferencia de que en este caso uno remata en semicírculo mientras el otro lo hace en arco apuntado. Los capiteles de la capilla mayor ofrecen diseños diferentes. Los de las cuatro columnas sencillas muestran grandes hojas lisas o nervadas, vueltas en volutas poco plásticas que recuerdan de nuevo a Santo Domingo. Los dobles de los arcos de embocadura juegan con palmas, acantos, hojas nervadas y piñas, en diseños poco jugosos, obra de un escultor menos experto. Por el exterior la capilla mayor presenta la misma moldura sencilla que las capillas laterales por debajo de las ventanas. Entre cada vano existe un contrafuerte con doble rebaje. La cornisa apoya en canecillos sencillos de perfil triangular. La nave del transepto, sensiblemente de la misma anchura y altura que la mayor, se ordena del siguiente modo: hacia el Este presenta las embocaduras de las capillas anteriormente descritas, separadas mediante pilastras de tres tipos: las de los arcos torales están articuladas por gruesas semicolumnas gemelas más columnillas en los codillos; las situadas entre cada par de capillas laterales disponen una semicolumna gruesa más columnillas en los codillos; y las de las esquinas muestran dos columnillas; una recibe el correspondiente nervio y la otra el arco formarel que remata el muro extremo del transepto. Por encima de los arcos de acceso a las capillas laterales se abren ventanas abocinadas de medio punto. El muro meridional presenta una puerta de medio punto junto al ángulo oriental, que conduce a una pequeña estancia de planta en cruz, alojada en el grueso del contrafuerte. Se ha supuesto que pudo servir inicialmente de archivo o “tesoro” (entendido al modo medieval, para guardar objetos preciados, quizá incluidas reliquias y miniaturas, no necesariamente joyas o metales preciosos). Al lado de esta puerta se aprecia en el aparejo del paramento un cambio de obra, que también se manifiesta hacia el exterior y que delimita una de las fases constructivas. La ventana superior, amplia y de medio punto, es original. Hacia el exterior muestra una disposición diferente a la empleada en las altas de la cabecera, lo que indica asimismo una cronología posterior. El muro septentrional presenta una composición parecida, pero algo más compleja. En la parte inferior se ven dos puertas de medio punto. La oriental accede a la escalera de caracol que da servicio a las cubiertas. Más al oeste se abre otra puerta, centrada con relación a la sacristía emplazada al otro lado. Consta de bovedilla de medio cañón que da acceso a la puerta propiamente dicha, de medio punto y menor altura. Un poco más arriba se reconoce la antigua puerta de maitines, que conectaba directamente con el dormitorio por medio de una escalera de la que apenas quedan vestigios, cuya monumentalidad fue alabada en textos antiguos. Una serie de mechinales y otro hueco tapiado al mismo nivel son los restos del enteste de la escalera de maitines y también de uno de los cambios producidos en época posmedieval. La ventana original, de medio punto, está emplazada a nivel más alto que en el muro meridional, no sólo por la tradicional disminución del tamaño de los vanos en las fachadas septentrionales, sino por la necesidad de dejar espacio suficiente para disponer la cubierta del dormitorio. Las dos fachadas del transepto se caracterizan hacia el exterior por la presencia de un remate escalonado, que se prolonga por encima de las capillas laterales. Todas las bóvedas del transepto son de crucería, pero mientras la central muestra nervios de triple baquetón, las cuatro restantes los disponen con perfil achaflanado, muy habitual en el gótico navarro de los dos primeros tercios del siglo XIII. La bóveda del crucero se decora mediante finas líneas rojas que resaltan sobre el fondo más claro del mortero de las juntas. En la clave fue pintada una cruz ensanchada con la misma tonalidad roja. Los capiteles altos del brazo sur alternan hojas lisas unidas mediante combados con otras que arrancan del collarino sin combados. Unas y otras se adornan con bolas u otros complementos de esquina. En el brazo norte distinguimos un conjunto numeroso de hojas lisas planísimas con combados. En las tres naves longitudinales de la iglesia se reconoce el largo proceso constructivo. Las líneas básicas perduraron: a) separación mediante arcos apuntados, excepto en el primer tramo, donde se emplearon arcos de medio punto y diferentes proporciones, prueba evidente de un cambio de dirección de obra; b) utilización generalizada de bóvedas de crucería sencilla con nervios mayoritariamente achaflanados (excepto el primer tramo); c) pilares que suponen una variante del llamado tipo “hispano-languedociano”, con núcleo de sección cruciforme, semicolumnas gemelas gruesas en tres caras y frente liso hacia las naves laterales, con columnillas de menor sección en los codillos, opción acorde con la voluntad de austeridad, severidad y monumentalidad propia de la arquitectura cisterciense que con tanto acierto se plasma en La Oliva; y d) pilastras formadas por frente liso y una columnilla en cada codillo. Pero hubo cambios de detalle derivados de su edificación a lo largo de muchos años. El tramo inmediato al transepto en las tres naves resulta algo distinto a los restantes. Se aprecia en que los capiteles bajos tallados siguen fórmulas que ya hemos visto en cabecera y transepto: hojas lisas unidas por combados con “copas” y bolas en las esquinas; alguno de ellos despliega una sobreabundancia de pencas de pequeño tamaño. Las proporciones están calculadas de modo que la altura desde el suelo hasta la moldura situada sobre el arco formero sea igual a la existente desde dicha moldura hasta la clave de bóveda. Para ello la bóveda resulta más abombada y ligeramente más alta que las de los restantes tramos. El diseño de las ventanas mantiene las pautas conocidas de la cabecera, de tal modo que la del muro norte es más ancha que las restantes de la nave, mientras que las de la nave mayor son más estrechas. La molduración de los nervios de la bóveda de la nave mayor adopta un perfil de doble baquetón, parecido al del crucero y muy distinto al achaflanado que vemos en el resto de los tramos. Y tanto los nervios como los plementos fueron decorados con despiece de líneas rojas sobre las juntas de los sillares. Es el mismo procedimiento que hemos visto en el crucero y se empleará en la sala capitular. Visto por el exterior, es decir, en la panda meridional del claustro y en el muro perimetral sur, los paramentos acusan clarísimos cambios de obra tras este primer tramo. La diferencia entre el primer tramo y los restantes es muy fácil de entender en relación con el desarrollo lógico de las obras, puesto que para avanzar en el abovedamiento del crucero y del transepto, no bastaba con disponer como contrarresto las bóvedas de la cabecera, sino que eran precisos contrarrestos similares en la parte occidental, que sólo podía proporcionar la construcción consolidada del primer tramo de naves. En consecuencia, a la hora de resumir el proceso constructivo veremos que este primer tramo de las tres naves hubo de edificarse antes que las bóvedas del transepto. En cuanto a los restantes cinco tramos, parece que las obras avanzaron de este a oeste, porque los capiteles más modernos, con hojarasca más tardía, se sitúan a los pies. En medio se emplean una gran variedad de patrones ornamentales. Los hay que introducen diseños típicos del gótico inicial, con tallos vueltos en hojas lobuladas a manera de crochets, hojas de laurel, hojas grandes individualizadas, habituales en las primeras décadas del siglo XIII. Su presencia en los pilares 5 y 9 coinciden con un nuevo director de obras, el que cambió las proporciones de la nave y dirigió a una nueva cuadrilla de canteros. Un único capitel, en el pilar 9, acude al repertorio tardorrománico para figurar una arpía y una cabeza de monstruo que devora dos dragones. Este motivo aparece, entre otros lugares, en la cabecera de Santo Domingo de la Calzada y en un cimacio de la catedral de Tudela. Otros capiteles de las naves se inspiran en los más sencillos de la cabecera, pero prescindiendo de su plasticidad y de los habituales dados bajo el cimacio. Los hay que quieren ser más ricos, con hojas vueltas y abundancia de adornos geométricos o esquematizaciones vegetales, conseguidos mediante incisiones, muy toscos, como los bajos del pilar 7. Da la impresión de que alguno pudo haber tomado como fuente de inspiración el capitel del Agnus Dei de la sala de los monjes. En los altos de los pilares 8, 9 y 10 se ve otra pobre derivación de diseños tardorrománicos, con bolas aplanadas rematando hojas lisas y tallos verticales. Y en los altos de los pilares 11 y 12 aparecen por vez primera cabecitas humanas, talladas con mucha torpeza. Podríamos explicar la novedad por el deseo de imitar un nuevo repertorio llegado a una obra muy significativa y muy relacionada con La Oliva, la actual catedral de Tudela, cuyos capiteles de los pilares del crucero introdujeron hermosas cabecitas entre hojarasca, conforme a un diseño propio de las primeras décadas del siglo XIII. Por último, los dos capiteles incrustados en el hastial ofrecen motivos vegetales típicamente góticos pero más avanzados, como grandes flores de lis o bien hojas más pequeñas de bordes dentados. Da la impresión de que fueron en general canteros poco hábiles quienes se responsabilizaron de la talla de los capiteles de las naves, tomando casi siempre como referencia patrones ornamentales ya empleados en La Oliva o Tudela. La excepcionalidad de algunos diseños, especialmente los adornados con hojarasca plenamente gótica, podría atribuirse a la presencia de algún maestro de mayor calidad que quizá acabara asumiendo tareas de mayor importancia, puesto que coinciden con cambios de fases constructivas. Los del muro norte parecen de distinta mano que los del sur, mientras que los capiteles altos dan la impresión de haber sido tallados por tramos. Pese a su aparente semejanza, no todos los pilares son idénticos, sino que varios de los occidentales presentan zócalos ligeramente más bajos. Otro detalle propio de menor esmero se advierte en el despiece de sillares de las enjutas sobre los arcos de separación de naves, ya que no siempre consiguen hiladas uniformes y paralelas, sino que parecen iniciarse a la vez desde ambos pilares sin preocuparse por mantener la horizontalidad y continuidad de los tendeles. Una torpeza semejante a la de muchos capiteles encontramos en el tratamiento de las claves: las de la nave meridional juegan con dibujos de cruces y orlas geométricas, mientras que las de la central adaptan con manifiestas limitaciones motivos típicos del gótico: cordero crucífero, rostro de Cristo con nimbo crucífero, águila explayada (probable representación del emblema del rey Sancho VII) y cruz florenzada. Todas ellas centran bóvedas de crucería sencilla en las que siempre se repite el mismo tipo de nervios de perfil achaflanado que hemos visto en el transepto. El mismo tipo de nervios también se emplea en las naves laterales, con la diferencia de que sólo ciertas claves de la nave de la epístola están decoradas mediante diseños incisos circulares. Por cierto, estos nervios de las naves laterales trazan arcos rebajados, siendo los de los tramos segundo a sexto de menor curvatura que los del primero. En general las bóvedas han perdido su revestimiento pictórico, salvo la del tramo occidental de la nave mayor, donde quedan abundantes restos de dos fórmulas ornamentales: a) en los muros altos, en el arco fajón y en los nervios se ve una veladura blanca compartimentada por despiece fingido de sillares en rojo; y b) en los plementos se aprecia un fondo ocre con despiece fingido de sillares en blanco. Casi todos los tramos de los muros perimetrales incluyen una ventana, siempre conforme a las mismas pautas de angostura y abocinamiento. Los tramos segundo, tercero y cuarto del muro septentrional tienen ventanas ciegas, porque la construcción del claustro gótico conllevó el reforzamiento del muro común con la iglesia. El tramo quinto carece de ventana por la presencia de la puerta de conversos y el sexto tampoco tiene porque no podía recibir iluminación externa (al otro lado estaban las estancias de conversos y la bodega). El tramo segundo del muro sur también presenta la ventana cegada por la sacristía nueva. Los tramos tercero, cuarto y quinto del sur son los únicos con ventanas abiertas, mientras que el sexto carece de ellas. En su lugar encontramos un arcosolio funerario gótico. Una moldura sencilla como la de las capillas laterales de la cabecera recorre el muro meridional bajo las ventanas. Las ventanas de la nave central muestran diseños más variados. Las del muro septentrional de los tramos segundo, tercero y cuarto son parecidas, estrechas y abocinadas, mientras que el tramo quinto ofrece dos de medio punto bajo arco rebajado. En el muro meridional desde el tramo segundo quisieron aprovechar mejor la entrada de luz y abrieron mayor número de vanos: tres en el segundo tramo, uno más ancho en el tercero, otros tres menos estrechos en el cuarto y cuatro en el quinto, siempre bajo arcos rebajados (excepto el tercero, con arco de medio punto). El tramo sexto carece de ventanas en ambos lados, lo que unido a otros elementos lleva a pensar en su edificación en una fase más tardía. Bajo todas las ventanas altas corre la habitual moldura horizontal de baquetón triple. La puerta de acceso al claustro está situada en el primer tramo de la nave del evangelio. Consta de bóveda rebajada y puerta de medio punto, luego su trazado es diferente al de la puerta de la sacristía, con lo que inicia un tipo de ordenación de puertas que va a ser habitual en las dependencias realizadas ya entrado el siglo XIII. En esta línea, pero todavía más tardía, se sitúa la puerta de conversos, abierta en el penúltimo tramo de la nave del evangelio. Muestra arco apuntado y está precedida de una bovedilla muy rebajada. La puerta occidental es gótica. Por el exterior, todas las cornisas tanto de las naves laterales como de la central descansan en ménsulas de perfil triangular, como las de la capilla mayor. Sobre el crucero se alza un campanario octogonal, abierto en todas sus caras con arcos apuntados y cubierto por bóveda apuntada de ocho paños. En cada paño de la bóveda existe un hueco rectangular, todo pensado para difundir mejor el sonido de las campanas. Por el exterior culmina en una pirámide octogonal. Al maestro tracista, quizá el propio Garsión, hay que atribuir la perfección en las proporciones del planteamiento inicial. Maciá y Ribes resumen que en La Oliva “la largura de las naves es igual al doble de su anchura total; la longitud total del templo es el triple de la anchura de las naves y la largura del crucero es igual al producto de esta anchura por raíz cuadrada de dos; esta misma medida más una vez la anchura de las naves da la posición del muro de levante del crucero en relación a la fachada de los pies. El grueso de los muros es la vigésima parte de la largura de las naves. Posiblemente la unidad de medida sea el pie capitolino. En definitiva, se trata del mismo sistema dimensional empleado en la Seu Vella [de Lérida] y la diferencia más importante es, únicamente, que en La Oliva se ha doblado la largura de las naves. Un último aspecto que confirma, todavía más, la proximidad conceptual de las dos obras es la relación anchura/alzada de la nave mayor, idéntica que en la Seu Vella: 1/1,7”. La abundancia de marcas de cantero merece un breve comentario. En general se presentan en grupos de veinte a cuarenta, que parecen distribuirse la labor como si trabajaran por cuadrillas o por campañas diferenciadas. Es posible distinguir hasta tres grupos de marcas en la capilla mayor y colaterales. Las de quienes iniciaron las obras se constatan en las septentrionales y en la parte baja del muro meridional de la sacristía. El segundo grupo domina en las capillas meridionales, donde menos del 25% coinciden con las del primer grupo. El tercer grupo corresponde a la capilla mayor y en este caso sí hay un porcentaje importante repetido: casi el 40% corresponden a la primera cuadrilla, el 15% corresponden a marcas del primer grupo que se repiten en el segundo, otro 15% pertenecen exclusivamente al segundo grupo y sólo el 30% son marcas que no hemos visto antes y casi no veremos después. Así que la primera cuadrilla empezó la construcción de la iglesia abacial por las capillas septentrionales; la segunda lo hizo a continuación por las meridionales, con la esporádica colaboración de alguno de la primera. Cuando la primera terminó su tarea empezó a alzar la capilla mayor. Algunos de la segunda fueron sumándose al tajo y también llegaron nuevos canteros, que no se quedaron demasiado tiempo. Se aprecia con nitidez un corte de obra cerca de la esquina oriental del muro sur del transepto. En el muro norte el corte no es tan evidente, entre otras razones por haber sufrido más modificaciones (tribuna añadida en época barroca) y por conservar restos de revestimiento pictórico que disimulan las irregularidades en las hiladas. De todas formas, también aquí se advierte, al otro lado de la puerta, la introducción de marcas distintas. A partir de ambos cortes aparecen a ambos lados del transepto, en conexión con una nueva fase de obras reconocible asimismo en el tipo de capiteles, una serie novedosa de marcas, algunas de ellas muy peculiares y repetidas. Casi el 30% corresponden a la primera y no llegan al 10% las de la segunda. Las marcas nuevas son mucho más abundantes en el muro sur que en el muro norte. En el primer tramo de la nave y en los cuatro primeros pilares coinciden con las del transepto. Sólo aparece un 20% de marcas nuevas, de lo que deducimos que hubo una evidente continuidad entre la labor de los muros perimetrales del transepto y la del primer tramo de naves con sus pilares. Los nervios de la crucería del primer tramo de nave presentan marcas completamente distintas a las de los pilares que los sostienen. Son muy cuidadas y bien trazadas, con abundantes remates en cuña y en todo semejantes a las existentes en la bóveda de la sacristía y en muchas de las restantes dependencias de la panda oriental del claustro. Hemos de concluir que fue una nueva cuadrilla la encargada de abovedar dicho primer tramo. A partir del segundo tramo y hasta los pies, así como en los correspondientes pilares, aparece otro grupo de marcas, más relacionadas con las del transepto y primer tramo. Pero junto a ellas vemos algunas nuevas que se van a reiterar mucho en esta área. En total registramos en esta zona una cincuentena, con una peculiaridad en la distribución, en cuanto que si bien algunas marcas aparecen tanto en el muro sur como en el norte, y en los pilares de uno y otro lado, otras sólo figuran en uno de los lados. De ello podemos deducir que, o bien trabajaron dos equipos simultáneamente, o bien las obras avanzaron con más velocidad en la parte septentrional. Para terminar, la fachada occidental (salvo la portada propiamente dicha) ofrece a la vista marcas que son muy frecuentes en las naves, por lo que hay que asignar la elevación de sus muros a la misma fase y cuadrilla. En cambio, en la parte alta de la fachada, es decir, en el pasaje abovedado, aparece un número de marcas muy reducido, que hemos visto con anterioridad. La escasez es semejante a la que encontramos en dependencias tardías, como cocina y refectorio. DEPENDENCIAS MONÁSTICAS A época tardorrománica pertenecen las dependencias de la panda oriental. Los dos muros principales y paralelos que limitan las estancias de norte a sur, presentan distinto grosor. El oriental mantiene una anchura uniforme a lo largo de toda su extensión, mientras que el occidental cambia en cada estancia: en la antesacristía es muy estrecho (lo que probablemente originó la disposición del arco de descarga, que no vemos sobre ningún otro vano); en la sala capitular es algo más ancho, pero no tanto como el oriental; y en el locutorio y vestíbulo de la sala de monjes ofrece grosor semejante al del otro lado. Esto provoca que los vanos abiertos a un lado y a otro sean distintos: las puertas orientales se articulan mediante dos arcos de distinta factura, mientras que las occidentales precisan un vano sencillo de mayor o menor profundidad. Las ventanas orientales se abren mediante pronunciado abocinamiento. En la mayor parte de los casos los muros longitudinales no traban con los transversales, lo que significa que no fueron edificando y concluyendo las estancias una a una, yuxtaponiéndolas, sino que siguieron el criterio más eficaz de avanzar primero en el muro oriental, de grosor uniforme, antes de ir subdividiendo los espacios propios de cada estancia. La sacristía está emplazada aneja al muro septentrional del transepto. Se trata de una estancia dividida en dos espacios, uno rectangular cubierto por bóveda de medio cañón y otro casi cuadrado con bóveda de crucería. El examen de los muros revela que fue añadida después de terminado el muro norte del transepto. El corte de obra se aprecia nítidamente en el paramento de la galería claustral y en el enteste de la bóveda de medio cañón. Lo confirma además el análisis de las marcas de cantero. En efecto, visto desde claustro, situándonos nada más acceder a él por la puerta de la iglesia, justo al lado del pequeño armariolum situado al sur de la puerta de la antesacristía, se aprecia un corte en el paramento, tanto en la colocación de las hiladas como en el color de la piedra. Lo mismo sucede en el interior de la sacristía, donde las primeras hiladas se labraron con sillares de color mayoritariamente arenoso, mientras que a partir del arranque del arco encontramos abundante piedra de tonalidad más grisácea. Las marcas de cantero de las hiladas inferiores, las de color arena predominante, son semejantes a las que se ven en el interior de la iglesia, en el brazo norte del transepto, mientras que las de la bóveda incluyen muchas nuevas, las mismas que hallamos a lo largo de toda la panda oriental del claustro y que ya hemos visto en la bóveda del tramo oriental de la nave mayor. La sacristía se cubre con bóveda de medio cañón, elaborada en sillares muy bien escuadrados que atestiguan la pericia en la talla del nuevo equipo venido para continuar las obras del monasterio. Dispone de un nicho en su muro occidental, quizá empleado -como en otros monasterios bernardos- para quemar las telas usadas en la unción de los óleos a los moribundos o para recoger las aguas con que se habían lavado vasos y ornamentos sagrados. La puerta oriental fue añadida cuando se modificó toda esa zona al remodelarse el dormitorio y las dependencias hacia la capilla de San Jesucristo. La antesacristía forma un espacio casi cuadrado, comunicado con la sacristía y el claustro. Se cubre con bóveda de crucería formada por potentes nervios constituidos por un grueso bocel, recurso muy frecuente en edificaciones del último tercio del siglo XII y primero del XIII. En los plementos quedan restos de la decoración pictórica consistente en encintado rojo sobre el rejuntado de color claro. Se supone que este reducido espacio pudo haber servido como biblioteca, aunque en su interior no existen huecos en las paredes para alojar estantería y, en cambio, sí los hay tallados por su parte exterior, en el muro del claustro, con rebajes y marcas indicativas de haber tenido puertas y estantes, lo que evidencia su uso como pequeñas librerías. La presencia de armarios excavados en piedra en la pared que da al claustro es una constante cisterciense. En el caso olivense se ven los rebajes en que encajaban los estantes de madera. La puerta hacia el claustro es muy amplia, de medio punto, y presenta molduración en forma de doble bocel parecido a la de la puerta que comunica iglesia y claustro, pero no idéntica ya que el doble bocel de la de la iglesia descansa en un zócalo y el de la antesacristía se presenta continuo hasta el suelo. Fueron cuadrillas distintas las que tallaron una y otra. La sala capitular presenta planta cuadrada con cuatro columnas que apean seis bóvedas de crucería enteras y tres semibóvedas, siguiendo una solución que encontramos en Scala Dei y en Veruela. Como sabemos, estas tres abadías están unidas por relación de filiación, ya que de la francesa dependieron tanto la navarra como la aragonesa, por lo que hemos de suponer que el punto de partida de esta solución está en Francia. Además, si examinamos los capiteles de las tres salas capitulares, los de la francesa muestran el repertorio decorativo más antiguo, todavía perteneciente a la tradición del románico pleno languedociano, mientras que las dos españolas incorporan diseños tardorrománicos. Los capiteles derivan del repertorio empleado en las partes altas del transepto. Las bóvedas, de crucería sencilla, están formadas por nervios que ofrecen la misma sección con bocel vista en la antesacristía y nos recuerdan a los de Scala Dei, aunque allí son de ladrillo. Los arcos que unen las columnas se adornan con baquetones en las esquinas. Un elemento muy característico es el adelgazamiento hasta terminar en punta que se produce en los arranques de los nervios, constreñidos por los gruesos arcos que conectan las columnas. Este recurso aparece en salas capitulares del Midi francés (Scala Dei, Fontfroide y Flaran) y, según Biget, Pradalier y Pradalier Schlumberger, su llegada a Languedoc habría tenido lugar después de 1181 y su presencia en Scala Dei, de donde pudo haber pasado a La Oliva, sería posterior a 1200. La puerta y las dos parejas de arcos de medio punto abiertas al claustro descansan en grupos de cinco columnas en cruz, muy conseguidos, de manera que existen soportes tanto para las arquivoltas interiores de menor luz como para las exteriores (se trata de arcos doblados). Es muy probable que estos grupos cruciformes de fustes se inspiraran en las cuatro columnas en cruz que apean los arcos también doblados pero más austeros (carecen de molduración) de la sala capitular de Scala Dei. Cuando la galería oriental fue abovedada en el siglo XIV se añadieron columnas, arcos y ménsulas. Se conservan las dos ventanas originales de la sala, de medio punto y con enmarque abocelado. El abocinamiento de ambas mantiene buena parte de lo que debió de ser la ornamentación mural original de las bóvedas y vanos edificados por esta cuadrilla, consistente en encintado de mortero claro sobre las juntas de los sillares, recorrido por una gruesa línea roja, descrito en la antesacristía y en el tramo oriental de la nave mayor. Es un procedimiento muy sencillo de ornamentación, que encontramos en otros edificios navarros de finales del siglo XII también caracterizados por su austeridad, como el palacio real de Pamplona. La ventana central fue redecorada en época posmedieval. La puerta que hallamos a continuación de la sala capitular comunica con la escalera de acceso al dormitorio. La puerta es alta, pero más estrecha que las de la antesacristía e iglesia. El vano remata en arco de medio punto y carece de molduración. La escalera se cubre mediante una sucesión de arcos de medio punto progresivamente más elevados a ritmo con los escalones, que sobresalen del muro lo suficiente como para enriquecerlos con una moldura sencilla. El sistema de arcos en degradación recuerda fuertemente a soluciones arquitectónicas del románico provenzal, como el abovedamiento del crucero de la catedral de Aviñón, lo que nos proporciona una pista para aventurar la procedencia del taller que edificó toda esta fase. Al llegar a media altura, la escalera se bifurca en dos, perpendiculares al tramo inicial, solución muy frecuente en dormitorios cistercienses. A continuación se abre al claustro otra puerta, más baja y de la misma anchura, que conduce a un espacio rectangular cubierto con bóveda de medio cañón. Se trata del locutorio, el lugar donde el prior se comunicaba verbalmente con los monjes y distribuía las tareas a realizar tanto en el interior del entorno claustral como en huertas y campos de cultivo. Tiene tres puertas originales. Una hacia el claustro, de medio punto, arco único y sin molduración, ya mencionada. La segunda se abre enfrente, hacia el huerto, también de medio punto sin molduración pero con doble vano, siendo el interior más alto (veremos que esta solución se repite en la sala de los monjes); el aro exterior dispone un rebaje para el batiente. La tercera, más pequeña y dintelada, está en el muro meridional y comunica con la cárcel. A partir de 1206, en los cenobios cistercienses fue permitida la construcción de una pequeña celda de reclusión. Generalmente fue ubicada en el estrecho espacio que quedaba debajo de la escalera de acceso al dormitorio. En La Oliva se trata de un espacio rectangular, angosto, cubierto por dos bóvedas de medio cañón. La más alta incorpora una pequeña abertura rectangular que comunicaba con el dormitorio. Debido a su colocación debajo de la escalera, su parte occidental hubo de abovedarse a menor altura, pero con la misma calidad constructiva. En el muro oriental se abre una estrecha aspillera abocinada, semejante a otros vanos del monasterio. En el sur existen dos nichos rectangulares que parecen originales modificados. La estancia resulta muy estrecha; apenas dejaba espacio para ubicar un camastro. La última puerta situada en la galería oriental del claustro comunica con un espacio rectangular muy parecido al locutorio, tanto en dimensiones como en elementos. La puerta, de medio punto y sencilla, es en todo semejante a la de dicho espacio. Lo mismo sucede con la que da al huerto, con su doble arco, muy deteriorada en el rebaje para el batiente. Se cubre con bóveda de medio cañón. La tercera puerta, de medio punto y doble arco, se abre en el muro septentrional y da a la sala de los monjes. La existencia de un vestíbulo paralelo al locutorio es una opción visible en muchos monasterios cistercienses, aunque otros prescinden de él y acceden directamente desde el claustro a la sala de los monjes. No está claro el uso y la necesidad de una estancia tan semejante a la del locutorio. Quizá tenga que ver con la existencia de la enfermería justo al otro lado del muro oriental de la sala de los monjes. La sala de los monjes solía ser el espacio más cuidado después de la iglesia y la sala capitular. En ella realizaban tareas intelectuales, como la copia de códices, y otras actividades a cubierto. La de La Oliva es rectangular y en su centro se sitúan dos columnas que apean las seis bóvedas de crucería con que se cubre la totalidad del espacio. Dispone de tres puertas originales, todas de medio punto. La del muro meridional conecta con el vestíbulo. Consta de dos arcos de medio punto sin molduración especial. La del muro septentrional se abría hacia el exterior y también consta de doble arco. La tercera puerta, en el muro occidental, comunicaba con el calefactorio y se abría hacia poniente (hoy se encuentra tapiada, lo que no impide ver el doble vano). Cuenta con dos ventanas. La primera, original, de medio punto y abocinamiento interior se abre en el tramo suroriental. La segunda, dintelada y de doble abocinamiento, fue añadida, puesto que comunicaba con un espacio que desde el principio parece haber estado cerrado y cubierto mediante arcos de piedra. Dos huecos rectangulares en el muro oriental debían de servir como pequeños armarios. Su factura semejante al doble hueco de la cárcel permite suponer que son originales. Otro hueco similar aparece en la pared frontera, pero no se puede afirmar que estuviera allí desde el principio. Las dos columnas presentan capiteles decorados. El meridional dedica su cara oriental a un Agnus Dei crucífero y las restantes a grandes hojas muy ornamentadas mediante incisiones, con combados que encierran grandes palmas en las esquinas y enmarcan una hoja lanceolada lobulada en el centro de cada cara. No tiene nada que ver con los que hemos visto en la cabecera de la iglesia, por lo que hemos de atribuirlo a un escultor de la cuadrilla que construía toda la panda. El septentrional es vegetal, en la línea de algunos vistos en la iglesia aunque de mayor calidad, con grandes hojas lisas (de reborde inciso) vueltas en piñas con adornos avolutados y tallos verticales de esquina; en el centro de cada cara vemos una lanceta. Sobre los amplios cimacios de los capiteles apean los arcos y nervios que constituyen las bóvedas. Todos los nervios muestran grueso bocel, semejante al de la antesacristía y la sala capitular. En cambio, los arcos que descansan en la columna meridional presentan perfil más complejo que los otros, ya que se molduran con baquetones en las esquinas (como los arcos de la sala capitular), frente al sencillo cuadrángulo de los septentrionales. En el centro de los cuatro muros se dispusieron ménsulas de dos rollos o de talón que reciben los arcos y los nervios. No hay ménsulas en las esquinas, de manera que los nervios penetran en el rincón mediante adelgazamiento, con un procedimiento que nos recuerda al empleado en la sala capitular. La sala comunicaba hacia el norte, a través de la puerta que se cerraba desde fuera, con otra estancia, probablemente cubierta de madera y que quedaba por encima del canal de desagüe. Es ésta la ubicación más frecuente de las letrinas en los monasterios cistercienses. Hacia el este, entestaban en el exterior de la sala de los monjes los muros paralelos que iba hacia la capilla de San Jesucristo y que formaba parte, según la documentación del siglo XIV, de la antigua enfermería. Encima de las dependencias abiertas a la galería oriental del claustro se situaba el dormitorio de nave única. Era una gran sala rectangular cubierta con once arcos transversales de piedra que soportarían una cubierta de madera. Conservamos el arranque de uno de estos arcos en el muro encima de la sala de los monjes. Se trata de una ménsula y las primeras dovelas de una solución conocida en otros edificios navarros y europeos de los siglos XII y XIII. Los dormitorios cistercienses solían contar con numerosas ventanas, de manera que cada camastro tuviera al menos una en sus inmediaciones, que permitiría la buena iluminación a la hora sexta, cuando los monjes aprovechaban para leer. El de La Oliva todavía muestra los huecos correspondientes a una serie compuesta por once de ellas, todas seguidas, más la duodécima abierta en la pared que daba más allá del locutorio. Ésta última conserva el hueco y el dintel originales; las demás están restauradas y cegadas. Todas corresponden al muro occidental (del oriental nada queda). Son ventanitas abocinadas, rectangulares. Por lo visto fueron recrecidas y completadas durante el proceso restaurador del siglo XX. Del calefactorio sólo existe la antigua puerta medieval, de medio punto hacia el claustro y de arco rebajado hacia el interior, hoy tapiada. Muchos monasterios tuvieron una oficina intermedia entre el calefactorio y el refectorio. Lo delata en La Oliva la existencia de una puerta propia y diferenciada, de medio punto semejante a la que comunicaba con el calefactorio, así como la notable separación existente entre ambos espacios. Del refectorio conservamos buena parte del muro meridional, la parte del muro occidental compartido con la cocina y sólo las hiladas inferiores de una parte del resto. De planta rectangular y nave única, estuvo cubierto por arcos transversales de piedra sobre los que descansaría una bóveda o una cubierta de madera. Quedan a la vista los arranques de tres de los ocho arcos que soportaban su cubierta, que según antiguas descripciones pudo haber sido de medio cañón. Dichos arranques constan de una sencilla ménsula de perfil redondeado y seis o más dovelas. La fachada meridional, que conectaba con el claustro, conserva en su parte baja la puerta original, de medio punto. El intradós aparece moldurado con doble toro sobre zócalo. Aunque su forma nos recuerda a la puerta por la que se accede desde el claustro a la iglesia, el examen detenido demuestra que ciertamente se inspiraron en ella, pero no emplearon las mismas plantillas para su labra, por lo que hemos de concluir que se realizó en una fase diferente, aunque coincida con ella en la disposición interior de un arco rebajado. La puerta se veía flanqueada por dos vanos semicirculares a manera de ventanas bajas a cada lado que todavía tienen parte de los herrajes. La composición de puerta más dos vanos es novedosa en lo que conozco de refectorios cistercienses hispanos. Recuerda a la distribución de vanos en los accesos a las salas capitulares, pero no consta que en ningún período el refectorio de La Oliva fuera usado como sala capitular. Tanto la puerta como estas ventanas están labradas con cierta tosquedad, de manera que los encuentros con las hiladas dispuestas alrededor se resuelven de forma torpe. Existen marcas de cantero semejantes a algunas de los edificios más tardíos, por lo que hay que concluir que la puerta y las cuatro ventanas fueron ejecutadas después de terminada la sala de los monjes y al mismo tiempo que el resto del refectorio y la cocina. En el muro común con la cocina vemos una alacena doble en esviaje, probablemente original y, justo donde termina el muro de la cocina, una ventana baja abocinada. La parte alta de la fachada meridional se ordena mediante dos ventanas alargadas de medio punto y un óculo lobulado, cegados cuando recrecieron el claustro. Junto al refectorio se encuentra la cocina, de planta rectangular y cubierta por dos tramos de bóveda de crucería. Se trata de una dependencia muy modificada. Inicialmente parece que tuvo el hogar en el centro, como muchas otras cocinas cistercienses. Llegaron al siglo XX restos de un tiro emplazado en el centro de la bóveda, cuyas huellas desaparecieron con motivo de una restauración. En el muro meridional, que la separa del claustro, se encuentra la puerta, cegada en su mitad por un muro de ladrillo. En el muro oriental, que la separa del refectorio, existe un gran vano de medio punto que comunica con la alacena rectangular en el lado del refectorio. Se supone que es el torno a través del cual se pasaba la comida. A continuación existen otra alacena rota y una más, muy deteriorada, que conecta asimismo con el refectorio (además de un hueco en alto). En el muro occidental hay un nicho que comunica con el otro lado del muro y debió de servir como ventanilla para pasar la comida al refectorio de conversos. A continuación se ve una alacena con arco apuntado y un vano cegado que al otro lado se corresponde con un arco carpanel. El muro septentrional tiene una ventana y dos puertas. La puerta oriental es original, con vano de medio punto hacia el interior y rebajado hacia el otro lado. Se abría hacia el exterior. La puerta situada hacia el oeste fue añadida en época desconocida. La ventana es de medio punto, mayor que las habituales en La Oliva. El deterioro de su enmarque impide una datación definitiva, pero da la impresión de seguir las maneras de aparejar el abocinamiento (con dovelas internas de menor tamaño) propias de la que se encuentra en el muro frontero y de las del refectorio, por lo que habría sido proyectada desde su construcción. Las bóvedas descansan en ménsulas. De las que se sitúan en las esquinas, una está rota y las tres restantes se decoran con grandes hojas lisas que siguen el diseño de las de la sala capitular, orladas con reborde conseguido mediante líneas incisas. Una de las dos ménsulas centrales también muestra grandes hojas más sencillas, formando parte de una sección de cono, al igual que la enfrentada. Los nervios ofrecen sección rectangular que no ha de interpretarse como testimonio de mayor antigüedad, sino de su pertenencia a una estancia para cuyo uso no era apropiada una decoración esmerada. En el centro y hacia el sur, donde antiguamente hubo tiros de chimenea, los plementos se ven restaurados. En la esquina común entre las pandas occidental y septentrional existió una escalera de caracol hoy accesible desde la parte alta y cegada en cambio en la zona baja. Su puerta inferior pudo estar junto a la puerta de conversos del claustro, porque allí el muro se ve completamente reconstruido. Debió de emplearse para dar servicio a la zona alta de las estancias de conversos. En su parte baja se adorna con un friso de arquillos. El exterior del muro occidental de la cocina presenta una disminución de sección en la parte alta, probablemente dispuesto para la colocación de un forjado en el presumible comedor de conversos. Las estancias dispuestas en la panda occidental son muy posteriores a época románica. La portería corresponde a mediados del siglo XIII. La capilla de San Jesucristo, al nordeste de la iglesia, es un pequeño edificio muy restaurado de nave única, de un único tramo, que remata en cabecera poligonal de cinco paños. Al exterior presenta contrafuertes en las esquinas. La nave se cubre mediante bóveda de cañón apuntado situada entre dos arcos que descansan en sus respectivas columnas con tambores, con capiteles de grandes hojas lisas unidas por combados y cuyos espacios intermedios se adornan mediante incisiones en forma de cabrios. La cabecera dispone una bóveda de nervios, también sobre columnas aparejadas, que confluyen en el arco de embocadura en un diseño que recuerda a la capilla mayor de la iglesia abacial. Pero ya vio Lambert la clara diferencia entre el cuarto de esfera de la iglesia, reforzada en su parte inferior por gruesos nervios, y las superficies curvas que unen los nervios en la capillita, ya que forman plementos diferenciados. A veces se han extraído consecuencias cronológicas de ello, diciendo que el abovedamiento de la iglesia es más antiguo y más sencillo que el de la capilla. La realidad es algo más compleja, porque el sistema empleado en dicha capilla no es por sí mismo más moderno. Ni siquiera es un hallazgo de la arquitectura gótica, sino un procedimiento ya empleado en espacios plenamente románicos como el cuerpo alto del pórtico de Moissac. Allí, de manera semejante a La Oliva, se quiere compaginar una bóveda de nervios con la máxima altura en cada uno de los paños murales de los que arranca dicha bóveda. En consecuencia, los capiteles de los que arrancan los nervios no se colocan en la parte superior del muro, sino a nivel más bajo. Parece deducirse de este sistema constructivo que el objetivo en la capilla de Jesucristo era disponer una bóveda nervada sobre un espacio de altura restringida sin imposibilitar la apertura de ventanas a cierta altura, ya que los nervios descansan en capiteles cuyos cimacios se emplazan justo al ras del abocinamiento del alféizar de las ventanas. El diseño de la cabecera, poligonal en el exterior y en el interior, hace de San Jesucristo una de las primeras iglesias navarras en que tanto el exterior como el interior de la cabecera están formados por cinco paños, muy frecuente en el gótico navarro y que aparece ya en Roncesvalles, en el primer cuarto del siglo XIII, cuyos cinco paños empiezan con un quiebro respecto de los muros de la nave, como en la capilla que nos ocupa. El diseño de los capiteles recuerda a la sala capitular y también a algunos labrados por talleres tardíos en el interior de la iglesia abacial. Muestran grandes hojas lisas de escaso relieve, unidas por combados y marcadas en sus detalles y en elementos intermedios mediante incisiones. Carecen de dados bajo los cimacios, que son todos iguales, con triple baquetón prolongado en moldura del mismo tipo que la que recorre los paños ciegos. Todos estos detalles llevan a proponer una datación avanzada, que podemos corroborar por la cercanía de diseño que muestran respecto de la portada de la iglesia de Carcastillo, consagrada en 1232. Las marcas de cantero prueban que San Jesucristo fue edificada después de la panda del capítulo y antes del refectorio, cocina y portería. Por eso resulta muy adecuado identificarla con la capilla de la enfermería, de acuerdo con documentos antiguos y con el testimonio del padre Ubani. Resumiendo las fases constructivas tardorrománicas, tendríamos el comienzo de la iglesia por su cabecera hacia 1164, según traza y dirección inicial del arquitecto de Santo Domingo de la Calzada. Se alzaron primero las capillas laterales y luego la mayor, que estaría abovedada a tiempo para la consagración de 1198. Luego se edificaron los muros y pilares del transepto y el primer tramo de las naves, en fechas muy cercanas a la consagración, que fueron abovedados a continuación, interviniendo aquí un maestro mayor de probable origen provenzal, al que también cabe responsabilizar de la construcción de las dependencias de la panda oriental del claustro (sacristía, sala capitular, locutorio y sala de los monjes) en las dos primeras décadas del siglo XIII. Después prosiguieron la construcción de las naves de la iglesia y la capilla de San Jesucristo, en la segunda y tercera décadas del XIII, para continuar con el refectorio, la cocina y la portería, ya en el segundo tercio de la decimotercera centuria. La portada de la iglesia, las galerías del claustro y otras obras corresponden ya plenamente a diseños y época gótica.