Identificador
09226_01_002
Tipo
Formato
Fecha
Cobertura
42º 15' 50.06'' , - 3º 56' 1.31''
Idioma
Autor
Jaime Nuño González
Colaboradores
Sin información
Edificio Procedencia (Fuente)
País
España
Edificio (Relación)
Localidad
Celada del Camino
Municipio
Celada del Camino
Provincia
Burgos
Comunidad
Castilla y León
País
España
Claves
Descripción
ENVUELTO TAMBIÉN por una llamativa cerca almenada, el templo parroquial es uno de los mejores ejemplos de la arquitectura románica de inercia, en el que sobreviven formas constructivas del viejo estilo en un contexto claramente gótico, como es frecuente en algunos otros monumentos del bajo Arlanzón (por ejemplo en Los Balbases o en Villaldemiro) o en las tierras de Villadiego, tal es el notable caso de Villamorón. Todos estos sitios guardan en común el hecho de encontrarse en ricas tierras agrícolas, que durante el amplio período que va del siglo XIII al XVI construyeron grandiosos edificios, cuyos testimonios más antiguos arrancan precisamente del momento en que el mundo románico se está extinguiendo y se impone con fuerza la estética gótica. Calificar con un adjetivo u otro a estos templos no es fácil, aunque el peso de lo gótico se deja ver de manera evidente, mientras que son algunos rasgos arquitectónicos los que aún siguen vinculados a la tradición. Esto ocurre en Celada del Camino, donde se levanta una magnífica iglesia construida a base de sillería caliza cuya planta -al margen de los añadidos- conserva la más pura tradición románica, con ábside semicircular, presbiterio recto y una nave articulada en tres tramos, con portada al sur. Con el paso de los siglos se fueron añadiendo distintas estructuras, como la torre que se eleva a los pies, la sacristía vieja y la capilla de la Vi rgen de la Parra, al norte, y la sacristía nueva y la capilla del Cristo al sur, además de las bóvedas de crucería que cubren los tramos de la nave. A primera vista nadie dudaría que nos hallamos ante un característico ábside semicircular románico, dividido en tres calles mediante gruesos pilares de tres cuerpos, y con un ventanal en cada uno de esos paños, con saeteras abocinadas hacia el exterior, enmarcadas por arcos de medio punto doblados, sostenidos por columnillas. Pero son precisamente las decoraciones que muestran estos ventanales algunos de los rasgos que nos llevan a pensar en una construcción sumamente tardía, vinculada a modelos estéticos que se han introducido en la iglesia del monasterio de Las Huelgas o en la catedral de Burgos y que constituyen lo más notable del primer gótico burgalés. Las arquivoltas, aún manteniendo un arcaizante medio punto, se molduran con profusión de boceles y mediascañas, siguiendo las pautas dominantes del momento en que se están construyendo; los capiteles, siempre vegetales, tampoco dejan lugar a dudas sobre su modernidad, con largos tallos rematados en rosetillas, hojas de vid o crochets. El largo presbiterio, más ancho que el hemiciclo y dividido en dos tramos, no se aprecia con facilidad en los muros exteriores, a causa de los distintos añadidos. Sus extremos debían ir reforzados por contrafuertes, mientras que otro, en el centro del paramento, sirve de separación de los dos tramos que se ven mucho mejor en el interior. En cada uno de los dos lados de su primer tramo tuvo un ventanal, que debieron ser similares a los del ábside, aunque fueron destruidos en siglos modernos para abrir las consabidas ventanas cuadrangulares. Por lo que respecta al alero de todo este conjunto, de nuevo sigue la tradición románica. La cornisa está moldurada con bocel y nacela y los 47 canecillos -algunos muy deteriorados- son bastante simples, generalmente de nacela, a veces lisas pero en ocasiones albergando sencillos motivos geométricos o vegetales. Los hay con hojas, con bolas, con puntas de clavo, con bocel, pero también hay una serie de ellos figurados, con cabezas humanas o animales, a veces monstruosas o haciendo muecas, a los que se suma uno de proa de barco. Si analizáramos estas piezas descontextualizadas de su arquitectura no tendríamos empacho en afirmar su carácter románico, pero lo que resulta evidente es que no son canes reutilizados sino que el alero es tan original como el resto de la cabecera, lo que demuestra también que este tipo de elementos y decoraciones tienen una larga perduración temporal, acompañando en ocasiones a edificios más ortodoxamente góticos. Así pues la valoración cronológica de pequeños restos de cornisas, fragmentarios paramentos que conservan algunos canes, o piezas sueltas de este tipo, es labor sumamente arriesgada que en muchas ocasiones puede ser errónea, como sin duda ocurrirá en algunos de los restos recopilados en esta misma obra. En el interior la cabecera está presidida por un retablo que no deja ver las ventanas del ábside, aunque es clara la bóveda de horno apuntado que cubre el espacio, partiendo de una imposta de listel abocelado, nacela y bocel, en gran parte mutilada, pero mejor conservada en el presbiterio, de donde parte también la bóveda de cañón apuntado, siendo un modelo que se repite en otra imposta que recorre los muros a media altura. El paso del hemiciclo al tramo recto presbiterial se hace mediante una doble esquinilla a cada lado en cuyos ángulos se acodillan sendas columnillas, rematadas en capiteles. En la parte norte las dos cestas muestran sendas cabezas masculinas entre hojas de largos tallos facetados, rematados en rosetas, como las que se veían en los ventanales del ábside y que son los motivos que presentan también las dos columnillas del lado sur. El alargado presbiterio, como ya dijimos, se articula en dos tramos, separados por un arco fajón que apea en delgadas columnillas pareadas, cuyo tramo inferior ha sido recortado. Las basas o se han perdido o están ocultas bajo el pavimento actual y los capiteles -en realidad una doble cesta a cada lado- repiten de nuevo los motivos antecedentes, es decir, cabezas en el lado norte y largos tallos con rosetas en el sur. Al norte de la cabecera se abre la sacristía vieja, un espacio cubierto con bóveda de cañón, con varios huecos en los muros a modo de credencias. Está adosado tanto al cuerpo de la iglesia como a la capilla de la Virgen de la Parra y creemos que puede ser obra del siglo XV, coronada por un moderno alero con canecillos que imitan los que tiene la capilla contigua. El arco triunfal es apuntado y doblado, descansando en gruesas semicolumnas flanqueadas por otras dos de menor tamaño y que reciben la rosca del trasdós. Las basas, aunque muy maltratadas, se disponen sobre podio y se componen de plinto, toro con lengüetas, escocia y otro toro más pequeño; los capiteles de nuevo repiten el tipo vegetal que reiteradamente venimos describiendo, aunque en el muro sur los capitelillos laterales muestran las habituales caras masculinas. En cuanto a la nave, y volviendo al exterior del templo, se pueden apreciar las distintas reformas que ha sufrido en altura, visibles especialmente en su testero, donde aún sobrevive la vieja espadañita, según un tipo que en ocasiones albergaba la campana que llamaba a concejo. La parte más antigua se alza hasta los 3/4 de la altura actual y estaría sostenida por contrafuertes, después reemplazados o alterados. En el lado norte se aprecia cómo el muro original -casi de sillarejo- fue recrecido primero con cuatro hiladas de un despiece similar y posteriormente con otras tres mejor escuadradas que sostienen el alero actual, contemporáneo de esa última reforma. La parte más antigua presentaba en mitad de este paramento septentrional una portadita, que dejó de tener uso al construirse la capilla de la Virgen de la Parra, ya que la oculta parcialmente. Dicha portada tiene arco apuntado -quizá fuese doblado- con arista abocelada y chambrana también abocelada que parte de ménsulas -una característica muy gótica-, con jambas de simples pilastras. Los dos contrafuertes de este lado también parecen originales, aunque serían recrecido con posterioridad. En el lado sur, también alterado con algunas reformas, se encuentra la portada, absolutamente gótica, con seis arquivoltas muy apuntadas, molduradas a base de boceles y mediascañas y con un conjunto de cinco columnillas a cada lado. En realidad los fustes y las pilastras en que se acodillan parecen tallados en una misma pieza, a modo de gran placa. Por lo que respecta a los capiteles, se puede ver aquí la evolución que han sufrido las cestas individualizadas de época románica, formando ahora una decoración continuada -aunque aún mantienen cierto volumen particular- y que finalmente desembocaran en los frisos corridos que caracterizan las portadas góticas del siglo XV. Los motivos son también plenamente góticos, con cabezas masculinas a la moda de la época -una de ellas con dos pájaros picando los ojos- y profusa decoración vegetal, fundamentalmente de hojas y racimos de vid. Aún se mantiene la puerta sobre un cuerpo avanzado, rematado por un tejaroz donde una vez más se ven canecillos que en muy poco o nada se diferencian de los de épocas anteriores, entre los que se inscribe una imagen más tardía aún, del titular del templo. El resto del edificio obedece a reformas todavía posteriores, en una larga serie de reformas y añadidos que se van sucediendo gradualmente, con el añadido de la capilla de la Virgen de la Parra hacia mediados del siglo XIV, la sacristía vieja en torno al XV, el abovedamiento de la nave (con inscripción de 1539), el coro y la minúscula capilla de la Vi rgen del Niño -abierta en el primer tramo-, en el siglo XVI, fecha que puede hacerse también extensible a la capilla meridional, siguiendo con la renovación de la torre en el XVII -aunque sobre varias etapas anteriores- y finalizando con la sacristía nueva en el siglo XVIII, todo ello completado con el amurallamiento externo que, siguiendo la idea de Cadiñanos, pensamos que bien puede ser del siglo XVI. Llegados a este punto cabe preguntarse si podemos atribuir al menos a la capilla mayor el calificativo de románica, en virtud de sus peculiaridades constructivas, o quizá debemos pensar abiertamente que se trata de una obra gótica, a juzgar por sus elementos decorativos. A este respecto -y dejando aparte autores más antiguos, que hablaron del lugar cuando las valoraciones artísticas eran muy distintas-, quienes se han detenido, aunque sea brevemente, en este templo no parecen dudar en atribuirlo una cronología románica, aunque sea tardía. Así se manifestó Pérez Carmona, quien habla de un ábside “del románico avanzado”, Andrés Ordax, que dice que el templo “tiene cabecera románica, pero su interior muestra detalles protogóticos en el apuntamiento de la cubierta y en los soportes pareados de los lados”, aunque otros son menos explícitos, como Valdivielso, que lo incluye en su recopilación del románico burgalés, pero sin calificarlo ni fecharlo, o Palomero e Ilardia, que hablan de que “el ábside sigue las características de todos los románicos” para más adelante mantener que “el conjunto del templo, de buena traza y cuidada realización, lo podemos fechar en la segunda mitad del siglo XIII”. Por nuestra parte creemos que es baldío esfuerzo tratar de decantarse por uno u otro calificativo, pues es evidente que aquí se da la conjunción de los dos estilos, uno aplicado a la arquitectura fundamentalmente y otro a la escultura, aunque en una y otra manifestación artística hay rasgos que combinan lo tradicional y lo novedoso. Así el alto desarrollo de las bóvedas de la cabecera y la estilización de los arcos son signos de modernidad, mientras que los canecillos, especialmente los de proa de nave y los de nacela responden a la vieja tradición. Lo que no deja lugar a dudas es que toda la cabecera se levantaría en torno a mediados del siglo XIII, e incluso ya dentro de la segunda mitad de la centuria, cuando el arte gótico está plenamente establecido y triunfante en las ciudades y villas más importantes, aunque en el medio rural todavía se rastrean las influencias románicas. Más tardía aún es la construcción de la nave, al menos si valoramos su portada meridional, que fácilmente podríamos datar en el entorno de 1300 o incluso en décadas posteriores. Al margen de todo este debate, la iglesia de Celada del Camino destaca por el notable arte mueble que encierra, con una serie de magníficas tallas de diversas épocas, entre las que sobresalen especialmente un Cristo gótico, una escultura de la Virgen con el Niño, en piedra policromada, y sobre todo los sepulcros, igualmente en piedra policromada, del adelantado de Castilla, Juan González de Celada, y de su esposa doña Mayor, fechados en 1342.