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Detalle de los restos de las escaleras de acceso a la cripta

Identificador
40317_02_086
Tipo
Fecha
Cobertura
41º 20' 49.80'' , : Lo, g:3º 47' 47.16''
Idioma
Autor
José Manuel Rodríguez Montañés
Colaboradores
Sin información
Edificio Procedencia (Fuente)

 

País
España
Edificio (Relación)

Ermita de San Julián

Localidad
Castrillo de Sepúlveda
Municipio
Sepúlveda
Provincia
Segovia
Comunidad
Castilla y León
País
España
Descripción
SE EMPLAZAN las ruinas de esta iglesia en las proximidades de Sepúlveda, a algo más de un kilómetro en línea recta hacia el oeste de la villa y sobre un peñasco que a modo de península avanza sobre uno de los meandros del Duratón. El acceso al lugar, que se inscribe dentro del Parque Natural de las Hoces del Río Duratón, debe realizarse desde Castrillo de Sepúlveda a través de la pista terrera que parte hacia el sur justo antes de dicho pueblo. Tras recorrer por ella unos dos kilómetros, abandonaremos el vehículo junto al cartel de señalización del Parque que así nos lo indica, para seguir la senda a pie durante aproximadamente otros dos kilómetros, sirviéndonos de referencia unas abandonadas taínas, los restos de una construcción arruinada y, finalmente, la propia iglesia, que se alza en una explanada rodeada por las hoces del río y una barranquera, abancalada en la zona más suave de su pendiente y en la que se observan restos de antiguas taínas. Bien parcas son las noticias que aluden a este despoblado, conocido al menos en la segunda mitad del siglo XII como Hoz de San Julián. A mediados del siglo XIX, en el Diccionario de Pascual Madoz se cita el lugar de “San Julián” como “despoblado en la provincia de Segovia, partido judicial y término jurisdiccional de Sepúlveda (media legua). Está situado a la derecha del río Duratón; y se hallan (sobre un peñasco de unas 100 varas de altura desde el río) las ruinas de la que fue su iglesia”. La única vía de acceso es la que se realiza desde el norte, hallándose justo en el inicio de la especie de península un montículo que divide el camino. Los vestigios de edificaciones, más bien escasos, se sitúan sobre todo al sur y al oeste del templo. Reconocemos una estructura rectangular de medianas dimensiones en las proximidades de la fachada meridional, así como lo que parece un pozo o nevero de planta aproximadamente circular. Son abundantes también los fragmentos de teja y, más escasos, los de cerámica. Antonio Molinero daba a conocer en 1950 el hallazgo, junto a la ermita, de “cerámica excisa, y cerámica incisa decorada con técnica de punto en raya (técnica del Boquique); hallazgo de los señores De Miguel y Cabrerizo, de Sepúlveda, y de un núcleo de la colonia veraniega de dicha Villa, con el autor”, datadas por él en la Edad del Hierro. Todo ello, si bien parece certificar el poblamiento de la zona desde la prehistoria hasta el periodo medieval, no resuelve las dudas sobre el carácter del mismo en el momento que nos ocupa. En el origen de tal incertidumbre se sitúa el lienzo de muro reutilizado en el hastial occidental de la iglesia de San Julián, correspondiente a una desaparecida estructura con cubierta seguramente de madera a doble vertiente y que presenta un curioso aparejo de mampostería, calificado de altomedieval por los autores que se han ocupado del edificio. Independientemente de la fecha que se le asigne, sin duda anterior al templo románico actual, más que prueba de una edificación prerrománica -extremo que sólo una excavación podría dilucidar- lo es de construcción en época de penurias, pues es la economía de medios que revela dicho muro la que realmente llama poderosamente la atención. En su construcción se utilizan pequeñas lajas de piedra que se disponen en hiladas, alternativamente colocando los mampuestos en oblicuo, en horizontal o incluso sólo pequeñas piedras, y entre ellas finas capas de argamasa que no llegan envolver los mampuestos sino simplemente a compactar las hiladas, como si se ahorrase hasta en el agua del mortero. Hoy descarnado y privado del revoco que debía cubrirlo, observamos el remate a piñón del muro y su menor longitud respecto a la anchura de la nave románica, por lo que hubo de completarse para constituir el cierre occidental de la nave, viendo en ambos extremos algunos bloques de piedra de buen tamaño. Además de sobreelevado, fue además forrado al exterior con otro muro de mampostería para soportar una pequeña espadaña, probablemente de dos troneras y de la que sólo restan algunos sillares. En el hastial, además, se abrió en la hoja exterior una ventanita de arco de medio punto que a duras penas intenta coincidir con la saetera interior. Si la anterioridad de este muro respecto a la iglesia románica es clara, no lo es tanto su cronología. Lo que sí es cierto es que, en el siglo XII, en el espectacular emplazamiento que ocupaba la primitiva edificación se alzó, asomado al barranco de unos de los meandros del cañón, un pequeño pero muy interesante templo de una nave, levantado combinando la mampostería de calicanto encofrada con la sillería, ésta reservada para el forro interior de la cabecera, los esquinales y el recercado de la portada meridional que da acceso a la nave. Su planta es basilical y notoriamente irregular en su nave, probablemente por el condicionamiento a la estructura precedente, oscilando el grosor de sus muros entre los 125 cm del sur, los aproximadamente 70 cm del norte y los 115 cm del hastial occidental. La cabecera se compone de tramo recto y ábside semicircular asentado a plomo con el cortado, sobre la roca viva, del que apenas resta el arranque del tambor tras su reciente derrumbe, en mampostería enfoscada al exterior y forro de sillería al interior. Según la descripción de Conte Bragado a partir de fotografías anteriores al desplome, el interior “estaba recubierto de sillares hasta la misma altura del tramo recto de la cabecera, tenía dos pequeños arcos ciegos colocados simétricamente a los lados del eje imaginario que dividiría el ábside en dos partes iguales. Otra pareja de arcos iguales a éstos y en esta misma situación aparecen en el exterior, empotrados en el muro de mampostería”. Suponemos que tales arcos corresponderían a las ventanas laterales del hemiciclo. Sí restan los muros del presbiterio, que combinan también la mampostería con un forro interior de sillería perfectamente escuadrada, de la que hacen economía mediante dos grandes arcos ciegos de medio punto en ambos paramentos. Sobre ellos se dispone una imposta achaflanada sobre la que volteaba una bóveda de mampostería, de la que apenas subsisten los riñones. El hemiciclo, a tenor de la fotografía publicada en 1979 en la obra Patrimonio Arquitectónico y Urbanístico de Segovia, se cerraba con un cascarón, del que no restaban sino los arranques. Del arco triunfal se mantienen algunos tambores de las columnas entregas sobre las que apeaba, así como el rebaje junto a la cornisa donde se ubicarían los hoy expoliados capiteles. Ocupando toda la longitud de la cabecera se encuentra una pequeña cripta o confessio, que repite la planta de la capilla. Parcialmente colmatada por escombros, es visible el arranque de la bóveda de calicanto que la cerraba, así como los escalones que parten bajo el triunfal, tallados en la roca como la misma cripta. No son frecuentes estructuras de este tipo, que podemos considerar inspiradas en las del Salvador y San Justo de la cercana Sepúlveda, aunque también las encontramos en San Nicolás de Soria, por ejemplo. Poco podemos decir sobre la función de ésta que nos ocupa, salvo que sus reducidas dimensiones, mucho menores que los casos antes citados, aconsejan pensar en un uso funerario más que cultual. La portada se abre al sur, donde se instalaría el poblado. Sustraídos los sillares que la rodeaban, suponemos que contaba con un arco de medio punto rodeado de una o dos arquivoltas, pues quedan vestigios de dos -con reservas tres- jambas escalonadas. Y, a falta de la decoración escultórica que nos consta decoraba los capiteles del arco toral y las cornisas, el descarnamiento de los paramentos nos permite realizar un acercamiento al proceso de construcción, siendo bien visibles las líneas de mechinales, algunos dados forma con tejas, correspondientes a las cinco alturas de los encofrados en los que fraguaron sus muros, aparejo bien extendido por el sur de Soria y Segovia y de cuyas virtudes da fe su pedurabilidad. En su masa se trabaron sillares en las esquinas de los codillos del ábside con el presbiterio y de éste con la nave, zonas más expuestas a la erosión. La coincidencia de cota entre los mechinales de la cabecera y la nave nos habla además de la unidad del proceso constructivo de ambos espacios. Señalemos por último el interrogante que plantea la estructura rectangular dispuesta al oeste del hastial de la nave, de la que apenas se reconoce la planta pero cuyo muro meridional parece continuación solidaria del de la nave.