Identificador
49830_01_002
Tipo
Formato
Fecha
Cobertura
41º 43' 23.09'' , -5º 26' 58.31''
Idioma
Autor
Pedro Luis Huerta Huerta
Colaboradores
Sin información
Edificio Procedencia (Fuente)
País
España
Edificio (Relación)
Localidad
Belver de los Montes
Provincia
Zamora
Comunidad
Castilla y León
País
España
Claves
Descripción
LA PRIMERA REFERENCIA DOCUMENTAL sobre el monasterio de San Salvador se remonta al año 1029, cuando Fronilde Ovéquiz y sus padres, Oveco Muñoz y Marina Vimáraz, se reunieron en el monasterio quos vocitant Sancti Salvatoris de Uila Ceide para decidir sobre el reparto de unas heredades. En el acuerdo al que llegaron se estableció que el citado cenobio quedara íntegro en propiedad de la madre, doña Marina, junto con otros bienes entre los que se encontraba la mitad de Uale de Uila Ceide. En los años siguientes continuaron las donaciones realizadas a su comunidad que estaba encabezada por el abad Ermenegildo y el prepósito Juan. Así, en 1042, de nuevo Oveco Muñoz, junto con su mujer e hijos, le hizo entrega de varios lugares situados en el campo de Toro, recordando que ellos habían fundado dicho monasterio (Construximus ibidem monasterium et ecclesiam Sancti Salvatoris) y acotado sus términos, concediéndole después toda su herencia, incluida la donación del realengo y del comisso de Uilla Cete hecha por el rey Vermudo. Al menos en los primeros momentos estuvo ocupado por una comunidad dúplice de siervos y siervas, según consta en un documento de 1103, y era, por lo que hemos visto, un monasterio particular que poco a poco fue perdiendo su independencia en favor de la abadía benedictina de Sahagún. En efecto, a principios del siglo XII, Ordoño Sarracín, Pedro Gutiérrez, Martín Froilez -nieto de los fundadores- y Alonso Téllez entre g a ron al cenobio leonés las partes que les correspondían del de Villacete, quedando incorporado a él de forma definitiva en 1130. En esos momentos cesaro n los abades propios y los monjes de Sahagún se hicieron cargo de la recaudación de diezmos y tributos ocasionando el malestar de los vecinos, del obispo y del cabildo de Zamora que no veían con buenos ojos esta injerencia. El conflicto derivó en un litigio desde 1208 y en un enfrentamiento violento en 1216 cuando Martín I, obispo de Zamora, entró en el monasterio de San Salvador expulsando a los monjes y poniendo en su lugar al clero secular. En 1229 el obispo Martín II y el Cabildo llegaron a un acuerdo con Guillermo II, abad de Sahagún, sobre las primicias y diezmos de las iglesias de Belver, estableciendo que el prelado recibiría cada año la tercia de las iglesias de Santa María y San Salvador, tendría además el derecho de institución del clérigo y el abad el derecho de presentación. A pesar del acuerdo firmado, el malestar seguía latente entre el vecindario lo que desembocó en un nuevo levantamiento, en 1231, con serias revueltas que se extendieron hasta la misma villa de Sahagún. En este caso el motín fue sofocado por el aguacil mayor Álvaro Rodríguez que había sido enviado por el rey. El abad Guillermo se dio por satisfecho con la humillación de los vecinos que fueron obligados restituir las cosas a su sitio en un plazo de diez años. Las desavenencias continuaron a lo largo de toda la centuria hasta que en 1301 el abad de Sahagún arrendó el priorato de Belver, con todos sus derechos y pertenencias, a Rodrigo Álvarez Osorio con la condición de que éste mantuviese a dos clérigos, uno para la iglesia de San Salvador y el otro para la de Santa María. En el transcurso de los siglos siguientes el edifico fue transformándose con sucesivos añadidos y reformas que alteraron sustancialmente su fábrica primitiva. En 1835 fue víctima de la desamortización, conservando la iglesia la titularidad de parroquia, que perdió definitivamente en la década de 1950 lo que favoreció su abandono total. Desde entonces la ruina ha ido avanzado de forma galopante y el fin del conjunto se palpa ya. El panorama es tan desolador que si no lo remedia nadie pronto asistiremos a su desaparición. En este sentido hay que decir que nos consta la existencia de un proyecto de rehabilitación para destinarlo a Casa Consistorial y edificio de servicios múltiples. Del antiguo monasterio románico sólo quedan en pie los maltrechos muros de su iglesia, construidos con un núcleo de cal y canto rodado encerrado entre paramentos de ladrillos unidos con llagueado a doble bisel. Originalmente constaba de tres naves separadas por pilares acodillados de ladrillo sobre los que cabalgaban arcos de medio punto doblados que arrancaban de impostas de nacela, de los cuales sólo se han conservado los del lado del evangelio. Estas naves remataban en una triple cabecera de ábsides semicirculares que fueron destruidos en el siglo XVI para construir un nuevo testero de planta poligonal. La excavación arqueológica realizada en septiembre de 1992 sacó a la luz la cimentación de los ábsides central y meridional, así como la parte inferior del septentrional. Éste presenta un zócalo de ladrillo del que arrancan arquerías ciegas de las que sólo quedan a la vista las pilastras que los soportaban y el enfoscado que en parte las cubría. Los aspectos puramente constructivos quedaron debidamente aclarados en su día por los autores de la excavación, aunque no sin plantear algunas dudas a propósito de los datos que proporcionó la cimentación de la cabecera. Advirtieron una clara diferencia entre los cimientos del ábside central realizados con cantos rodados unidos con mortero de cal, y los laterales, de cantos rodados unidos con tierra compacta. Además se pudo comprobar que no se hallaban trabados entre sí lo que hace suponer que se constuyeron en campañas diferentes. También se documentaron dos enterramientos excavados en el nivel natural, cuya mitad superior se introducía por debajo de los cimientos de los ábsides laterales. Todo ello parece indicar que, o bien el ábside central formaba parte de una construcción anterior (quizá del siglo XI), o bien que se construyó primero éste y poco tiempo después se levantaron los laterales. Se comprobó igualmente que el proceso constructivo abarcó, en un principio, a toda la caja de muros para proceder después a la compartimentación interior con la construcción de los pilares exentos y de los que se adosan al muro de los pies, sin ningún tipo de trabazón con él. Respecto a los aspectos ornamentales del edificio hay que señalar que sus muros se articulan, tanto al interior como al exterior, con dos cuerpos de arquerías ciegas dentro de recuadros y frisos de esquinillas, con algunas variantes en su disposición. El alzado meridional es el que peor se ha conservado pues debió experimentar una re f o rma en el siglo XVIII cuando se hizo la nueva portada. En cada extremo del muro se distinguen todavía dos arcos de medio punto coronados por un friso de esquinillas y guarnecidos con los consabidos recuadros y entre ellos dos niveles de arcos más pequeños y tapiados. Los muros septentrional y occidental presentan la misma estructura decorativa, con un zócalo de piedra sobre el que se eleva el muro de ladrillo articulado en un nivel inferior de arcos de medio punto simples alojados entre bandas verticales y sardineles, y otro superior en el que se disponen, sin guardar simetría con los de abajo, arquillos más esbeltos con esquinillas y rectángulos. Este ritmo sólo queda interrumpido en el muro septentrional por la apertura de dos portadas, la más antigua que sigue el mismo esquema decorativo, y otra apuntada, más próxima a la cabecera, que fue construida más tarde para comunicar con una capilla o dependencia aneja. En el interior se realizaron importantes reformas entre los siglos XVI y XVIII que alteraron considerablemente su distribución primitiva. Además de construirse la nueva cabecera, se dotó al edificio de una sacristía, la nave del evangelio fue compartimentada en capillas y los arcos formeros tapiados con adobes, al tiempo que se destruyeron los pilares y los arcos que formaban la nave de la epístola. Pese a todo quedaron más o menos íntegros los muros perimetrales, decorados con los mismos elementos vistos en el exterior aunque cambiando el ritmo. En el ángulo noreste se conserva la escalera de caracol por la que se accedía a la espadaña, que se cubre, como es norma, con bóvedas de cañón escalonadas, al igual que ocurre en las iglesias toresanas de San Salvador de los Caballeros y la ermita de Nuestra Señora de la Vega. Para concluir podemos afirmar que el esquema decorativo que vemos en San Salvador de Belver se aleja un tanto del modelo clásico de Toro en el que imperan las arquerías de un solo orden jalonando los muros en toda su altura. Algunos detalles ornamentales, como la distribución en dos niveles de la decoración, así como la utilización sistemática de la combinación de arco, recuadro y friso de esquinillas recuerdan sobre todo formas relacionadas con las iglesias sahaguninas, nada extraño por otra parte dada la vinculación que existió con la gran abadía. La pervivencia de estas soluciones induce a situar su construcción hacia los últimos años del siglo XII.