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Capitel de la nave

Identificador
09198_02_004
Tipo
Formato
Fecha
Cobertura
42º 16' 37.61'' , - 3º 32' 12.86''
Idioma
Autor
Jaime Nuño González
Colaboradores
Sin información
Edificio Procedencia (Fuente)

 

País
España
Edificio (Relación)

Ermita de Nuestra Señora del Cerro

Localidad
Cueva de Juarros
Municipio
Ibeas de Juarros
Provincia
Burgos
Comunidad
Castilla y León
País
España
Descripción
EL VIEJO TEMPLO DEDICADO A LA VIRGEN se alza sobre un promontorio a unos 500 m al norte de la población. En su entorno aflora la roca caliza, especialmente en el lado septentrional, de donde seguramente se tomó piedra para su construcción. A los pies discurre el arroyo de Santa María y junto al edificio, el moderno camino que conduce a la antiestética antena que se alza a pocos metros, ha puesto al descubierto algunos huesos humanos, evidencia de una necrópolis medieval. Cuenta Madoz la organización de una cofradía que estaba fundada en torno a esta ermita y que tenía a mediados del siglo XIX nada menos que cuatrocientos miembros, vecinos de varios pueblos circundantes, que elegían anualmente abad, prior y criados, celebrando dos fiestas, una principal el día 15 de agosto y otra a finales de octubre dedicada a las Ánimas. Es una construcción un tanto extraña y controvertida, levantada a base de mampostería caliza -fundamentalmente con lajas dispuestas en espiga-, con esquinales y vanos de sillería arenisca de color gris y rojo, aunque por los paramentos se aprecia ocasionalmente algún otro sillar. Consta de cabecera cuadrangular, corto presbiterio y alta nave articulada en cuatro tramos, con portada al sur y espadañita alzándose sobre el hastial, completando el conjunto la sacristía que se adosa a mediodía del presbiterio. Salvo esta estancia, añadida en época posmedieval, los dos grandes contrafuertes meridionales -obra de 1737-, y alguno de los vanos, el resto del edificio es románico. El ábside, cuadrangular y cubierto a dos aguas, muestra su testero apeado sobre un bancal que acondiciona la abrupta pendiente oriental, cubierta de robles. Se aprecia parte de la cimentación de lajas, sobre la que ya se disponen dos hiladas de sillares, dando paso al resto del paramento de mampostería. En su parte alta se abre una sencilla saetera cegada, pero quizá lo más llamativo de toda la estructura absidal es la construcción a base de pequeñas lajas de mampuesto en espiguilla, especialmente visible en el lado sur, donde también se abre una ventanita moderna. Se conserva íntegro el alero, con cornisa de listel y chaflán sostenida por cuatro canecillos en el lado sur -otros dos están ocultos por la sacristía- y seis en el norte, de nacela, con cilindros, con hoja que acoge un cilindro, o con ajedrezado. Llama la atención el hecho de que el ábside remata al encontrarse con el presbiterio en un esquinal de sillares, según se aprecia en el lado norte al estar libre de adosamientos. El presbiterio es más ancho que la cabecera, aunque en planta apenas si se diferencia del resto de la nave. En cuanto a su altura se eleva ligeramente por encima del ábside, quedando muy lejos aún de la cota que alcanza la cubierta de la nave. Ha perdido el alero románico, lo cual, unido al hecho de que su fábrica continúa perfectamente con la de la nave, así como por la estructura que presenta en su interior, nos hace pensar en que quizá no fue concebido nunca como presbiterio sino que en realidad era un primer tramo de la nave que se desplomó en algún momento, reconstruyéndose después con su altura actual, a la vez que el tramo contiguo de la misma nave se remató ya con esquinal de sillería. Notablemente más elevada que el resto es la nave actual. Su fachada norte es lisa, con la mampostería dispuesta en espiga tan sólo en algún tramo, pero se aprecia sin embargo una línea discontinua, vertical, quebrada, a oriente de la cual el aparejo tiene un concierto ligeramente distinto al resto, coincidiendo más o menos con el paso del primer al segundo tramo. El resto presenta igualmente una diferencia: de la ventana que aparece en el centro del paramento hacia abajo domina la espiga, ausente desde la base de ese vano hacia arriba. No nos resulta muy fácil explicar tales cambios, que podrían responder a fases distintas, y por tanto a un recrecimiento sobre una fase más antigua, aunque lo unitario del conjunto podría hacer pensar en que simplemente es un cambio de técnica sin más trascendencia. En cuanto a la ventana, que se halla cegada, se nos muestra como un arco de medio punto doblado, trasdosado por chambrana, con las arquivoltas sobre pilastras con impostas ajedrezadas. El alero es de listel y chaflán, conservando 18 canecillos, todos muy toscos; los hay de nacela -a veces con cruces u otras formas geométricas incisas-, con boceles y discos, uno con cabeza humana y cuatro con cabezas animales. Cabe señalar que tipológicamente son distintos a los vistos en la cabecera. La fachada sur de la nave está flanqueada por los dos potentes contrafuertes levantados en el siglo XVIII y de nuevo en el paramento se aprecia la mitad inferior con lajas dispuestas en espiga y la mitad superior con mampuesto sin ordenar. En el centro hay otra ventana similar a la septentrional, aunque ahora abierta y con triple arquivolta enmarcando una saetera. Disponiéndose bajo ella, aunque no en la misma vertical, se abre la sencilla puerta adintelada, que creemos obra del siglo XVIII y que tuvo una tejavana sobre ella, a juzgar por los dos canes que subsisten. Sobre su dintel se llegan a ver dos dovelas que formaban parte de un arco románico, aunque parecen fuera de contexto. En cuanto al alero, se repite la tónica del lado norte, con 19 canecillos repartidos entre proas de nave, nacelas, distintos tipos de boceles y seis o siete con distintas representaciones animales, bien simples cabezas -al menos una felina y otra de caballo con sus arreos-, bien de cuerpo entero. Estos canecillos zoomorfos se caracterizan por ser bastante estrechos y con el perímetro sogueado o dentado, bastante diferentes del resto. El hastial de poniente tiene sobre la cumbrera una espadañita que parece formar parte también de la obra románica y en el paramento de nuevo se repite la disposición inferior en espiga y la superior en mampuesto normal. Se localiza aquí una puerta con dintel y arco de medio punto sobre él. Totalmente cegada, aunque es muy posible que también se remonte al período románico, por mucho que se hayan querido ver vinculaciones con el prerrománico asturiano. A media altura y junto a la esquina norte aparece otro arco de medio punto, sencillo e igualmente cegado, que posiblemente pueda explicarse como un acceso exterior a un coro alto -como ocurre en San Bartolomé de Ucero-, contemporáneo del resto. Más arriba aún, bajo la espadaña, se ven restos de otro arco, ahora probablemente correspondiente a una ventana que iluminaba el interior del templo y que fue destrozado, hacia el siglo XVIII, para abrir el ventanal actual. Pasando al interior del templo encontramos unos espacios totalmente revocados, con el pavimento de moderno terrazo. El ábside, presidido por un retablo barroco, se cubre con bóveda de cañón, sin que existan las habituales impostas en el remate de los muros. Un sencillo arco de medio punto, doblado sólo en su lado occidental, da paso al espacio que llamamos presbiterial. La rosca interna de este arco descansa en pilastras que rematan en impostas de listel y ligera nacela, mientras que la exterior -de dovelas aboceladas y trasdosada por chambrana de nacela- lo hace en columnas compuestas por basas de plinto, pequeño cilindro, leve escocia y toro, fustes aparentemente monolíticos y capiteles lisos. En realidad toda la morfología de este arco parece imitar una sencilla portada. El corto presbiterio se cubre igualmente con bóveda de cañón, de nuevo sin imposta, mostrando su muro sur horadado por la entrada a la sacristía. De este tramo se pasa a la nave propiamente dicha mediante un arco de medio punto, de una sola rosca, apoyada en pilastras con toscas impostas de nacela, una estructura realmente extraña para la época románica, lo que nos hace pensar en que tal vez sea muy posterior. Esto se explicaría de acuerdo a la idea arriba expresada de que este presbiterio fuera en realidad un antiguo primer tramo de nave, reducido en altura tras algún derrumbe, aunque se reconstruyeran después la bóveda y este arco, lo que quizá se llegue a comprobar algún día si en una necesaria restauración del edificio se pueden llegar a contemplar los paramentos sin revoco. La nave actual se articula en cuatro tramos regulares, separados por arcos de medio punto doblados que apean sobre semicolumnas adosadas a pilastras, curiosamente sin que se correspondan al exterior con contrafuertes, algo que sin ser caso único no es muy habitual. Son tramos cortos y llamativamente elevados -algo que recuerda a muchas iglesias del norte de la provincia-, cubiertos por bóveda de cañón que arranca de impostas ajedrezadas. En total son ocho semicolumnas, que de este a oeste y de norte a sur presentan las siguientes peculiaridades: 1. Basa compuesta por doble toro y doble escocia, con capitel figurado, mostrando a un personaje toscamente esculpido, vestido con corta túnica y capa y portando un bastón en T. A su lado se aprecia la presencia de un ave que picotea a una serpiente. El cimacio es ajedrezado. 2. No se aprecia demasiado bien la decoración de este capitel, intuyéndose una figura animal -quizá un dragón- y sobre ella un pequeño personaje tocando el cuerno, repitiéndose el mismo cimacio visto anteriormente. La basa también resulta llamativa, con podio o plinto rematado en sogueado, sobre la que aparece un toro igualmente formado por un cordón, una ancha pero somera escocia decorada con toscos zarcillos, y un pequeño collarino. La base del fuste muestra otra decoración en relieve, con dos rudimentarios leones afrontados, en actitud de lucha, sobre una base vegetal. Tanto esta columna como la de enfrente, sobre todo los capiteles, parecen parcialmente embutidas en el muro del testero de la nave, e incluso alguna de las cestas parece recortada, lo que de nuevo nos haría volver sobre la hipótesis de que estos soportes en realidad separarían los dos primeros tramos de la antigua nave, en origen de la misma altura. 3. El capitel muestra la típica imagen interpretada como Sansón desquijarando al león, con el personaje bíblico cabalgando a lomos del animal, mientras que otra figura tira de la cola. Aun así no parece demasiado evidente tal identificación pues el supuesto Sansón no tiene melena, el león apoya su pata delantera sobre otra cabeza felina y ante ellos aparece otro personaje o figura -quizá con un aspecto diablesco- que trata de tocar con su mano la cabeza de la fiera. En cuanto al que agarra la cola, con la otra mano parece ofrecer algo a un leoncillo, interponiéndose entre ambos un gran águila frontal de alas abiertas. Todo esto se desarrolla sobre un fondo de estrías -tal vez queriendo dar un aspecto vegetal- que invaden el collarino, formando aquí un sogueado. El cimacio es de roleos geométricos, mientras que el basamento consta de amplio podio con arista sogueada y basa compuesta por plinto, doble toro -el inferior de nuevo sogueado y rematado en bolas- y escocia. 4. Capitel con un toro recostado, superado por taco trapezoidal y hojas con bolas pendientes en las esquinas. El cimacio es de roleos vegetales y el basamento repite el esquema del anterior. 5. Rudimentaria cesta que presenta a dos águilas frontales, con las alas abiertas, ocupando las esquinas y toscas hojas fibrosas en el centro. El cimacio es de lacería circular, casi idéntica a la que presenta la pila bautismal de Salazar de Amaya y en la misma línea que la que muestran otras pilas -Rebolledo Traspeña, Grijalba, Villarmentero, Villegas y Villamayor de Treviño-, aunque ya dotadas de mayor barroquismo. Las basas también cambian respecto a las anteriores, con doble toro -el inferior rematado en lo que quieren ser garras- y ancha escocia, todo liso, sin que sepamos si bajo el pavimento existe podio. 6. Decoran el capitel hojas alargadas y fibrosas que se enrollan en los extremos, con otras hojitas más pequeñas que suben hasta mitad de la cesta. El cimacio y la basa son como los del anterior, aunque ahora hay un original y amplio podio estrellado. 7. De nuevo el capitel muestra tosca decoración vegetal, con piñas sobre un fondo de tallos o tal vez hojas dispuestas en varios planos. El cimacio es de ondas enlazadas y la basa de simple escocia entre dos toros, a ras del suelo actual. 8. Finalmente encontramos un capitel prácticamente liso, queriendo representar tres anchas hojas, las dos de las esquinas con sus puntas vueltas. El cimacio es ajedrezado y la basa idéntica a la anterior. Completan todo este conjunto los dos ventanales que se ubican en el actual segundo tramo de la nave, que comparten un mismo esquema: triple arco de medio punto con chambrana exterior, lisa en el norte y ajedrezada en el sur. Los arcos se apoyan sobre pilastras de impostas ajedrezadas, aunque en la ventana septentrional la rosca intermedia apea sobre columnillas, con uno de los fustes entorchados y toscos capitelillos vegetales. Tras este detenido repaso por el edificio, lo más complicado resulta valorar las distintas fases constructivas, que en el interior se complican por las espesas capas de revocos que cubren los muros y que no permiten una clara lectura. A pesar de tales problemas y de que no debemos considerar nuestras conclusiones como incuestionables, no podemos compartir la idea expresada por Fr. Valentín de la Cruz de que en esta ermita “se aprecian elementos de la escultura visigótica”, ni la de F. Palomero de que “el conjunto de la nave e inicios del ábside, juntamente con las dos portadas y gran parte del alzado de los muros (si no en su totalidad), responden a una fábrica prerrománica seguramente levantada en época condal, en la segunda mitad del siglo IX”. Por nuestra parte apuntamos más bien el siguiente proceso constructivo: Primera fase: A este momento corresponderían la cabecera y la mitad inferior de todo el perímetro de la nave, basándonos en el característico paramento de espiga que se da en todo este perímetro. Pudo ser una iglesia sencilla, sin abovedamientos, quizá con algunas resonancias prerrománicas, como la estructura del ábside, que nos recuerda a la de lugares tan característicos como San Baudelio de Berlanga o San Miguel de Gormaz, que nosotros fechamos inmediatamente después de 1060, aunque en ambos casos sin que todavía podamos hablar de edificios románicos. A pesar de tales aires arcaicos no dudamos de que la ermita de Nuestra Señora del Cerro encaja ya en un momento netamente románico, como demuestran los canecillos del ábside -que resultan distintos a los de la nave- y la estructura del arco triunfal. En cuanto a una fecha aproximada, puede resultar verosímil -al menos por un razonamiento de anterioridad respecto al resto- la de los años finales del siglo XI. Segunda fase: Ahora se llevaría a cabo el recrecimiento de la nave hasta la altura actual, incluyendo las ventanas y los arcos y soportes interiores. No obstante es muy posible que dentro de esta etapa pueda haber un primer momento al que corresponde el primer tramo -con los cuatro primeros capiteles-, marcado en el muro norte por un pequeño quiebro en el paramento, y como parecen demostrar también las diferencias que se ponen de manifiesto en esas columnas, tanto en los capiteles como en las basas. En todo caso no debió mediar entre la erección de las cuatro primeras columnas y el resto muchos años pues todo el conjunto parece encajar dentro de la primera mitad del siglo XII. Ésta es la fecha que considera Pérez Carmona para el conjunto del templo, aunque supone que el ábside es una reconstrucción posterior, una idea que han seguido también otros autores. Tercera fase: Correspondería a la hipotética destrucción de la mitad superior del primer tramo de la nave, que venimos barajando, dando lugar al falso presbiterio donde desaparece toda evidencia de alero románico. Su fecha resulta totalmente imposible de precisar, aunque tal vez pudo estar vinculada a la última. Cua rta fase: En realidad pueden ser varias, aunque todas ellas muy modernas. Se realizan ahora la sacristía, los contrafuertes, las ventanas cuadrangulares y la portada sur. Contamos con la fecha de 1737, que aparece en uno de los contrafuertes, que dice igualmente que esa obra se hizo siendo ermitaño Miguel Andrés. Las demás estructuras citadas parecen igualmente muy características de ese siglo XVIII.