Identificador
40357_02_034
Tipo
Formato
Fecha
Cobertura
41º 26' 29.61" , -3º 58' 49.23"
Idioma
Autor
José Manuel Rodríguez Montañés
Colaboradores
Sin información
Edificio Procedencia (Fuente)
País
España
Edificio (Relación)
Localidad
Fuentidueña
Municipio
Fuentidueña
Provincia
Segovia
Comunidad
Castilla y León
País
España
Claves
Descripción
SITUADA EN LA ZONA más elevada del actual caserío, en la ladera meridional del cerro del castillo, la iglesia de San Miguel domina junto a éste la silueta del caserío de Fuentidueña. De la ocho parroquias que aparecen recogidas en el censo de 1247 es ésta -que contribuía con 15 maravedíes y cuatro sueldos y medio a la mesa capitular- la que mejor ha conservado su estructura original, aunque no exenta de reformas y añadidos, valores que avalaron su declaración como Bien de Interés Cultural en 1995. No obstante, a mediados del siglo XV su situación en cuanto a parroquianos debía ser delicada, pues tenía unida otra, que en la visita publicada por Bartolomé Herrero aparece en blanco -quizá la de San Martín- y junto a las escasas misas que acogía, el visitador recoge que tenía un “beneficio pobre”. En el censo de 1587 publicado por Tomás González se recogen 60 vecinos en la parroquia. Se trata de un magnífico edificio de planta basilical y notables proporciones, levantado en sillería caliza labrada a hacha -prolija en marcas de cantero-, compuesto de nave única dividida en cinco tramos y cabecera orientada de ábside semicircular precedido de tramo recto presbiterial. Posee dos portadas, la denominada “de los Perdones”, abierta en el hastial occidental, y otra más emplazada en el muro septentrional del tercer tramo de la nave, hacia el caserío, ésta protegida por una galería porticada tardorrománica levantada con posterioridad al cuerpo del templo y muy reformada. Una robusta torre de planta cuadrada se dispone adosada al sur de los dos tramos más occidentales de la nave, con acceso desde el interior. A las citadas estructuras, erigidas en al menos dos campañas románicas, se vinieron a añadir sucesivas reformas, fundamentalmente durante el siglo XVI y bajo el patronazgo de las familias Luna, Sarmiento y Rojas. En épocas más recientes, diversas obras de restauración terminaron por configurar el aspecto actual del templo. La cabecera, de generosas proporciones, parece mantener el porte de la primitiva pese a las reformas. Se compone de tramo recto presbiterial al que se acodilla un ábside semicircular, éste levantado sobre un zócalo de remate achaflanado -al exterior, pues interiormente muestra bocel y doble chaflán- aparejado en excelente sillería bien concertada. El tambor absidal se divide en cinco paños desiguales delimitados por semicolumnas alzadas sobre plintos prismáticos en el zócalo, con basas de perfil ático y garras en el grueso toro inferior decoradas con serpientes y hojas acogolladas. Horizontalmente, queda delimitado el hemiciclo en dos niveles mediante sendas líneas de imposta, la inferior, bajo el cuerpo de ventanas, se decora con filete y triple fila de billetes, e invade los fustes de las semicolumnas que articulan el paramento; la imposta superior, que prolonga los cimacios de los capiteles de las ventanas, recibe entrelazo de cestería. En los tres paños centrales del hemiciclo -dada la brevedad de los extremos- se abrieron sendas ventanas rasgadas, aspilleras abocinadas hacia el interior y rodeadas de arcos doblados de medio punto, con gruesos boceles los interiores, lisos los externos y exornados por chambranas con triple hilera de fino taqueado. Los arcos internos apean en columnas acodilladas de basas áticas degeneradas sobre plintos y capiteles de ruda factura, los exteriores todos vegetales menos uno, ornado con una ruda pareja de gallináceas afrontadas bajo cuyos picos se dispone un tallo trenzado. En el resto, las cestas se ornan con hojas carnosas y nervadas de bordes vueltos y remate superior de tallos trenzados con remate avolutado y hojas lisas rematadas por caulículos y corona inferior de ovas; en dos de ellas, de collarino perlado, se tallaron grandes hojas lanceoladas de espinoso tratamiento y remate de hojarasca y, por último, una deslabazada composición de corona inferior de hojitas ensiformes de nervio central y superior de entrelazo perlado. Las ventanas repiten esta disposición al interior, volviendo a dominar en sus capiteles los temas vegetales a base de hojas lisas rematadas en caulículos, tallos de puntas avolutadas y anudadas en el remate de la cesta, hojitas nervadas de espinoso tratamiento, acantos y hojarasca. Sólo dos cestas escapan a tales esquemas, y son la correspondiente al capitel izquierdo de la ventana central, ornada con dos niveles de bolas bajo arquillos y un piso superior de tallos y hojitas espinosas, y el capitel derecho de la ventana septentrional, con una pareja de grifos afrontados de cuellos vueltos. Los cimacios de estos capiteles, decorados con tallo ondulante y hojarasca, se continúan a modo de imposta por el interior del paramento. Tres filas de billetes ornan la arista de la cornisa del ábside y presbiterio, soportada por una hilera de canecillos en la que se integran los capiteles de las tres semicolumnas. El del extremo meridional se decora con dos parejas de leones afrontados y encorvados que juntan sus cabezas en los ángulos de la cesta, sacando la lengua y asiéndose con sus garras al collarino. El capitel siguiente, que flanquea por el sur el paño central del hemiciclo, nos muestra el tema neotestamentario de la Huida a Egipto, con una representación arquitectónica en la cara sur, especie de puerta de muralla flanqueada por dos torres almenadas, la Virgen con el Niño en su regazo sobre la montura en el frente y en la otra cara a San José tirando de sus riendas; esta composición hará fortuna y la encontraremos, con un tratamiento muy similar, en un capitel del arco triunfal de Santa Marta del Cerro y en otro de un formero de San Millán de Segovia, aquí fuertemente impregnada del estilo de San Vicente de Ávila. El siguiente capitel se orna con tres parejas de bellas aves afrontadas de cuellos vueltos uniendo sus picos, al estilo de algunas cestas que ornan el pórtico de la iglesia de San Martín de Segovia y, por último, en el más septentrional encontramos la tradicional iconografía de la lujuria, bajo la forma de dos parejas de sirenas de doble cola que alzan sus apéndices con ambas manos, híbridos que con similar tratamiento los encontramos en prácticamente toda la geografía segoviana. Una espléndida serie de canecillos ricamente decorados soporta las cornisas de la nave y cabecera. En su factura es de nuevo evidente la diversidad de manos escultóricas que los ejecutaron, concentrándose en la nave los de mayor calidad. Los cinco del muro meridional del presbiterio se decoran, de oeste a este, con una hoja nervada y lobulada de punta vuelta soportando una baya; un extraño híbrido de cuerpo de ave y cabeza felina de cuyo cuello nacen otras dos pequeñas cabecitas de ave; otro híbrido agazapado, probablemente un áspid, de cabeza y cuartos delanteros de felino y cola bífida de reptil; una fracturada serpiente de cuerpo enroscado y, en el codillo, una figura humana ataviada con un pesado manto de pliegues paralelos aplastados en zigzag, atavío y disposición que, como veremos, va a convertirse en uno de los iconos del taller y permitirá seguir su difusión por la provincia. El rostro de este personaje resume la caracterización fisonómica de este escultor: tocado con un bonete, muestra una construcción cuadrada, con profundas arrugas bajo los pómulos y recurso al trépano para vaciar las pupilas y las fosas nasales. Ya en el hemiciclo absidal, el siguiente canecillo nos presenta a un guerrero ataviado con larga túnica con cinturón y armado con un escudo oblongo y una lanza. Sigue otro con una hoja nervada rematada en caulículos, uno más muy destrozado y otros tres decorados con personajes: el primero es un obispo o abad ricamente ataviado con vestiduras ornadas de brocados y pedrería, mitra cónica y sosteniendo un destrozado báculo en la mano izquierda y un libro en la derecha; el siguiente es un músico que toca una especie de flauta de pan y el tercero, junto al capitel de la Huida a Egipto, es un infante ataviado con casco semiesférico que porta una rodela sobre la que cruza su lanza. Tras dos prótomos y otra pieza destrozada vemos dos canecillos figurados con sendos personajes de aire rústico, uno masculino ante un yugo, portando lo que parece un cayado y una vara de arrear los bueyes, y el otro femenino, velado, sosteniendo quizás un huso de hilar. Tras el capitel de las aves aparece un can con un descabezado cuadrúpedo; otro con una máscara monstruosa engullendo la cabeza de un personajillo, que se ase inútilmente a las orejas del diablo; sigue la figura de un acróbata realizando una contorsión que le lleva a colocar los pies sobre su cabeza; otro personaje sedente que debía sostener un objeto hoy perdido en su regazo, otro can rasurado y, en el extremo septentrional del hemiciclo, otro con una hoja de acanto. Coronan el muro norte del presbiterio otros cinco modillones, los dos más orientales ornados con un muy gastado personaje sedente leyendo un libro que sostiene sobre sus rodillas y otro igualmente sentado, aunque ignoramos su actividad al estar fracturados sus brazos. En los tres restantes vemos una arpía de cabellera partida, un deteriorado personaje y una hoja picuda. En estos canecillos del ábside y pese a poder diferenciar al menos dos manos, el estilo es homogéneo con el de los capiteles de la cornisa. Su difusión alcanzará un extraordinario desarrollo por toda la provincia a través de la participación de alguno de estos artífices en el foco del Duratón y en el románico de la capital. Los paramentos externos del presbiterio se ornan a media altura con una imposta de listel y nacela, animándose sobre ésta con dos arcos ciegos de medio punto sobre columna central a modo de mainel, disposición presente también en la expatriada cabecera de San Martín y repetida en la cercana iglesia de Cobos de Fuentidueña. Es probable que estos arcos se situasen en origen como en San Martín, sobre la continuación de la imposta inferior del hemiciclo, y fuesen recolocados a más altura tras la supresión de las capillas adosadas. En ambos lados son evidentes las rozas de las bóvedas y vestigios de los muros de las desaparecidas capillas laterales que recubrían la cabecera hasta las semicolumnas del hemiciclo. Muy rehechas, las columnas y los capiteles que las coronan parecen fruto de la última restauración, cuando fueron suprimidas dichas capillas y condenado el paso que las daba servicio -mediante sendos arcos de medio punto- desde el interior de la cabecera. Ambas cestas copian modelos de los originales, así los estilizados grifos rampantes afrontados que vemos en las portadas occidental y norte reproducidos en el muro norte del presbiterio, y las aves afrontadas y opuestas que incurvan sus cuerpos para picarse las patas, copiado de una cesta de la portada septentrional. Al interior, los muros del presbiterio aparecen sumamente modificados por la apertura de sendos arcos de medio punto que daban servicio a las antes referidas capillas laterales hoy eliminadas, sólo restando vestigios de la imposta con triple hilera de fino taqueado sobre la que voltea la bóveda de cañón que cubre el tramo. El paramento interno del ábside se articula como al exterior en dos niveles, delimitados por respectivas impostas que fueron parcialmente fracturadas al colocar el hoy eliminado retablo mayor. La inferior, que corre a la altura del alféizar de las ventanas, se decora con friso de rosetas hexapétalas inscritas en clípeos vegetales. En los laterales de este piso bajo se disponen dos credencias románicas; la sita en la zona septentrional muestra un arco polilobulado de cinco lóbulos inscrito en un marco rectangular, mientras que la meridional, modificada en su zona inferior, presenta un curioso arco trilobulado. La imposta que delimita el cuerpo de ventanas, sobre que la que se alza la bóveda de horno que cubre el ábside, se decora con triple hilera de tacos. Como al inicio señalamos, la nave se divide en cinco tramos, ligeramente más amplio el tercero de ellos, en cuyo muro norte se abre la portada. Es notablemente más alta que la cabecera, lo que permite la apertura en su hastial de un vano de arco de medio punto y abocinado hacia el interior que la da luz por el este; el resto de las ventanas, que se abrían en cada tramo del muro septentrional, fueron cegadas por las reformas posteriores, siendo visibles sus rozas. Marcan los tramos, al interior, semicolumnas sobre basamentos prismáticos rematados en chaflán y basas áticas de amplio toro inferior con bolas y plintos, columnas que soportan los fajones de la rehecha bóveda de medio cañón, y que exteriormente se corresponden con estribos prismáticos que alcanzan la cornisa. Las coronan, bajo la imposta de fino abilletado sobre la que voltea la bóveda, una serie de ocho espléndidos capiteles figurados, en los que se recoge la mejor aportación plástica del templo. No se alzan los muros de la nave sobre el zócalo que vimos en la cabecera, sólo regruesándose el apoyo de las semicolumnas. Iniciaremos la lectura de los capiteles del muro norte por el correspondiente al tramo más occidental, cesta vegetal de collarino sogueado ornada con grandes hojas de acanto en abanico con voluminosos caulículos en las puntas, disponiéndose entre ellas palmetas y, en la zona superior, un piso de hojas similares aunque de menor tamaño. En el capitel siguiente, de espléndida factura, se figura el tema del personaje sometiendo a una pareja de grifos, a los que ase por las barbichuelas. Uno de los híbridos dirige su garra al rostro del infante, ataviado éste con túnica corta. La interpretación del tema resulta compleja, pudiéndose aventurar un sentido moralizante. Compositivamente se relaciona sin duda con los temas de la “Ascensión de Alejandro” y el denominado “Señor de los Animales”. El que sigue es, probablemente, el capitel más emblemático de la escultura del templo y uno de los más llamativos de todo el románico segoviano, y en él se labró una representación de la Psicostasis y los castigos infernales. Compositivamente son las figuras del arcángel San Miguel y un gran mascarón demoníaco las que marcan, en los ángulos de la cesta, la contraposición semántica entre el Bien y el Mal en esta síntesis del juicio que considera las acciones morales. Un ángel de acaracolados cabellos, dispuesto en el lateral que mira hacia los pies tras la figura de San Miguel, sostiene en un lienzo las almas de dos bienaventurados. Ante él aparece el arcángel ataviado con una túnica con ceñidor y sosteniendo la balanza con su mano izquierda, mientras que con la diestra tira hacia sí del platillo más cercano a él, en el que se dispone otro alma de un justo que junta sus manos en actitud orante; un feo demonio intenta vanamente alzarla con sus garras, artimaña que no es infrecuente en representaciones de este tema. Del otro brazo de la balanza, ocupado por una atormentada y grotesca figurilla que representa a un condenado, cuelga otro diablillo, esforzado en hacerlo caer de su lado, mientras el mismo demonio que antes veíamos que intentaba hacer ascender al justo, tira con su otra garra de la soga que rodea el cuello del pecador. El Infierno aparece presidido por un gran mascarón demoníaco cornudo, de orejas puntiagudas, ojos rehundidos y grandes fauces abiertas de enormes y puntiagudos colmillos, de la que brotan serpientes que envuelven a los demonios y atacan a los seis condenados, dispuestos en la cara que mira al altar. Se encuentran éstos dentro de una enorme caldera, cuyo fuego es aventado por un diablillo, y sufren tormento por parte de las ya citadas serpientes y dos demonios, uno clavando su lanza en la cabeza de uno de los desdichados y el otro, alado y de aspecto grotesco, pisoteándoles con sus garras. Como es habitual, refuerza la contraposición el caos compositivo que domina la zona reservada a los castigos infernales, frente al orden de la figura angélica que porta a los elegidos. Sigue en este muro norte el capitel historiado con la escena de la lapidación de San Esteban, quien sufre el martirio a manos de seis personajes ataviados con túnicas y portando los proyectiles. Por la alopecia de uno de ellos, el situado en el ángulo de la cesta que mira a los pies del templo, podríamos intuir que se trata de San Pablo, a tenor de la narración de los Hechos de los Apóstoles 7, 58, donde se dice que “los testigos depositaron sus mantos a los pies de un joven llamado Saulo”, e incluso se añade que “Saulo aprobaba su muerte” (Hechos, 7, 60). Es además el único personaje que no porta piedras, sino que señala con el índice extendido de su diestra hacia arriba, mientras sujeta su manto con la otra mano. La iconografía sigue bastante fielmente el relato de las actas apostólicas, donde se narra el martirio sufrido por el primer diácono tras su discurso ante el sanedrín (Hechos 6, 8-15 y 7), añadiendo algunos detalles que hacen más comprensible la escena, como el demonio alado y tocado con capirote que inspira la felonía a uno de los ejecutores en el frente de la cesta, la Dextera Domini que emerge de un fondo de ondas hacia al diácono, quien arrodillado y en actitud orante recibe el martirio, o la presencia del ángel sosteniendo el alma ya nimbada de San Esteban en un lienzo, en el lateral que mira al altar. El capitel del primer tramo del muro meridional, de collarino ornado de hojitas vueltas trepanadas, decora su cesta con dos coronas de grandes hojas de acanto acanaladas, con fuertes escotaduras, de puntas vueltas y remate de caulículos igualmente acanalados. Le sigue hacia el este un hermoso capitel vegetal con grandes hojas de acanto recortadas y de espinoso tratamiento que acogen pesados cogollos en sus puntas, completándose con un piso superior de caulículos y hojitas acogolladas. Completan las cestas de este muro una donde se figuran dos parejas de aves de cuellos entrelazados picándose las patas, bajo un piso de gruesos caulículos y, en la más oriental, una pareja de leones afrontados de colas resueltas en tallos vegetales, bajo caulículos. El motivo de las aves lo encontraremos repetido en Nuestra Señora de la Peña de Sepúlveda, Sotillo, Castiltierra, Becerril, Pecharromán, Santa María de la Sierra o la ermita de Nuestra Señora de las Vegas de Requijada. Da paso a la cabecera desde el cuerpo de la nave un arco triunfal doblado de medio punto, que recae en semicolumnas adosadas sobre altos plintos moldurados con boceles y basas áticas de fino toro superior, amplia escocia y grueso toro inferior, en el lado del evangelio ornado con una pareja de muy perdidas aves. El capitel que corona la columna de este lado, bajo cimacio de tallos y roleos, fue rasurado en sus extremos. Pese a las fracturas, es identificable el tema que lo orna, con la Visitatio Sepulchri o Tres Marías ante el sepulcro vacío de Cristo. Las Santas Mujeres, de las que ha desaparecido la central, portan los pomos de los perfumes, aparecen veladas y ante ellas, ocupando el frente de la cesta, se disponen varias figuras que representan a los soldados que custodiaban el sepulcro, armados con una lanza, otro tocado con yelmo, uno que alza con ambas manos una especie de maza o hacha y el último que sujeta un enorme podón. Ante ellos aparece el sarcófago, cuya caja se orna con una greca, dispuesto sobre cuatro columnillas y del que la lauda era alzada por la casi desaparecida figura de un ángel, del que resta la parte inferior de la túnica ornada con brocados, indumentaria bien diferenciada de las túnicas cortas de los soldados. La composición resulta en cualquier caso algo embrollada por la presencia del ángel mezclado con los soldados. El capitel frontero del lado de la epístola del triunfal se decora con cuatro arpías de largas cabelleras partidas representadas en posición frontal, con las alas explayadas, bajo cimacio ornado con greca trenzada de tallos. La serie de canecillos que coronan el alero del cuerpo de la iglesia manifiesta diversa calidad, aunque todos denotan un estilo más evolucionado que los de la cabecera, algunos en relación con el de los capiteles del interior de la nave. Se decoran con simples hojas lisas de puntas vueltas, rematadas en piñas o caulículos, bustos humanos masculinos o femeninos y prótomos monstruosos de rasgos fieros, con frecuencia deformados por grotescas muecas, cápridos y bóvidos. Destacan, entre los del muro meridional, uno de bella ejecución figurado con una centaura amamantando a un infante, ante la desesperación de un mujer velada y de profundas arrugas que, en el can vecino, se lacera el rostro. No podemos afirmar con rotundidad que esta fuera la disposición original de las piezas -pues tanto las cubiertas como las zonas altas del muro fueron remontadas-, aunque de ser el caso, podríamos interpretar la angustia de la anciana en relación a la caída en brazos del pecado del infante. El carácter negativo se reafirma en dos de los modillones de la zona oriental de la nave, uno decorado con un anciano de profundas arrugas, acaracolada cabellera y gruesa y larga barba, que luce en sus sienes dos astas de ciervo, iconografía relacionada por Gerardo Boto con un sentido carnavalesco. La pieza siguiente se decora con una pareja amorosamente enlazada en el acto amoroso, con tratamiento cuando menos escasamente parco en detalles. La fémina aparece desnuda, mientras que el hombre denota su condición de rústico por su capa con capirote. También en los canes del muro septentrional de la nave dominan las connotaciones negativas, con extraños híbridos como los prótomos de aire felino, enhiestas orejas y fauces rugientes de las que emergen dos haces de tallos o una serpiente que se enrolla en su cabeza mordiéndole la oreja, el que conjuga un cuerpo de ave recubierto de escamas, pezuñas de cabra, cabeza felina y larga cola enroscada resuelta en un brote vegetal, la bestezuela de torso humano, cabeza grotesca tocada con birrete cónico y parte inferior de ave terminada en cola de reptil. Tres de ellos, situados sobre la portada, parecen sugerir una asociación escénica: el prótomo de un monstruo con pico de ave y tocado por un bonete cónico se dirige hacia un busto masculino barbado y de cabellera partida, de serena actitud, mientras por el otro lado también se gira hacia el personaje otro prótomo monstruoso de aire felino y fauces rugientes. Encontramos también una bestezuela híbrida con cuerpo de ave, cola serpentiforme enroscada y cabeza felina coronada por dos largos cuernos y una máscara de un personaje femenino, velado, de facciones grotescas, que separa con las manos las comisuras de los labios en gesto burlón. Junto a estos, otros muestran bustos humanos, prótomos de raposos, cápridos, bóvidos o simples bayas y caulículos. Como ya referimos, el templo posee dos portadas, pudiéndose considerar principal la que se sitúa en el tramo central del muro norte de la nave, hacia el caserío, protegida por la galería porticada. Se abre este acceso en un antecuerpo avanzado entre los dos contrafuertes que delimitan el tercer tramo de la nave, posteriormente reforzado por dos machones que ciñen la portada y solapan parcialmente las arquivoltas y jambas exteriores. Se compone de arco de medio punto en arista viva y cinco arquivoltas, la interior y la tercera molduradas con grueso bocel entre nacelas, la segunda con una mediacaña y las dos exteriores lisas, exornadas por una cenefa de triple hilera de menudo taqueado, que en el caso de la externa hace las veces de tornapolvos. Apean los arcos en jambas escalonadas en las que se acodillan dos parejas de columnas, aunque debían ser tres, siendo eliminadas las extremas por el añadido moderno de los antes citados estribos. Estas columnas, escalonadas y en gradación, se alzan sobre zócalos en talud y plintos moldurados, y presentan basas áticas de más desarrollado toro inferior, fustes monolíticos y capiteles ornamentados. En lectura de este a oeste vemos, en la primera cesta, acantos acanalados de espinoso tratamiento, de cuyas puntas penden palmetas acogolladas. En el interior de este lado oriental encontramos el tema de las dobles parejas de grifos rampantes afrontados que sirvió de modelo a uno de los rehechos capiteles exteriores del presbiterio, aquí sobre collarino ornado de ovas. Los cimacios de este lado se decoran con tallos ondulantes y piñas, mientras que en el otro reciben entrelazos. Los capiteles de este lado occidental se decoran, el interior, sobre collarino sogueado, con una pareja de aves afrontadas de cuellos entrelazados picándose las patas y enredadas en banda de contario, motivo similar al de una de las cestas del interior del muro sur de la nave. El capitel exterior muestra una pareja de fieros leones afrontados, dispuestos sobre corona vegetal de acantos. En un ligero antecuerpo de la muy modificada fachada occidental se abre la otra portada, denominada “de los Perdones”. Se compone de arco de medio punto liso rodeado por cuatro arquivoltas, la interior y la tercera molduradas con bocel entre mediascañas y las otras dos en arista viva, rodeadas por chambrana abilletada. Apean los arcos en jambas escalonadas coronadas por impostas corridas, decoradas con entrelazo de cestería en la mitad septentrional y tallo ondulante que acoge tetrapétalas en la otra. En las jambas se acodillan dos parejas de columnas de basas áticas sobre plintos y esbeltos fustes coronados por respectivos capiteles. En los del lado izquierdo del espectador -esto es, el norte-, el exterior muestra su cesta decorada con una pareja de arpías afrontadas de largos cuellos entrelazados por un tallo rematado en brotes acogollados. Los híbridos muestran cabezas de efebo de acaracolados cabellos, cuerpos escamosos, pezuñas de cabra y enroscadas colas de reptil. Su compañero de este lado presenta las dos parejas de grifos rampantes y afrontados de cola resuelta en tallo vegetal que ya vimos en la portada septentrional. Más enigmático resulta el capitel interior del lado sur de la portada, donde sobre una corona inferior de acantos de fuertes escotaduras se disponen dos ángeles y ante ellos un personaje ataviado con una túnica, arrodillado en actitud por desgracia irreconocible debido al desgaste del relieve. Parece que bajo su brazo derecho se sitúa una especie de cuenco o platillo y sin duda esclarecería la interpretación la inscripción grabada en la filacteria que despliega con ambas manos el ángel situado sobre él, aunque en ella sólo acertamos a leer: VIDE [¿NOVE?]MBRIS. Por su parte, el ángel de la cara exterior se recoge un grueso pliegue de su manto, mientras posa su diestra sobre la cabeza de la figura postrada. Desafortunadamente, tampoco ofrece mayores precisiones la ruda copia que del capitel se ejecutó en la portada de la cercana iglesia de Cozuelos de Fuentidueña. De ser correcta la interpretación como NOVEMBRIS de la segunda palabra de la inscripción, estaríamos ante una sacralizada vendimia, con un significado similar a la que ocupa uno de los capiteles de la portada occidental de San Zoilo de Carrión de los Condes, aunque todo esto lo avanzamos con los máximos reparos posibles. Por último, la cesta exterior de este lado meridional recibe un piso superior de tallos avolutados, sobre tres grandes hojas de acanto de seco tratamiento, profundas acanaladuras y remates avolutados en las puntas. Ante la fachada septentrional se dispuso una galería porticada que evidencia un estilo más tardío que el resto del edificio, pudiéndose datar, pese a mantener su tipología románica, no antes de los años centrales del siglo XIII. El desconcertado aparejo, un notorio esviaje respecto a la nave y los vestigios de otro zócalo, hacen pensar que muy probablemente fuera totalmente remontada -reutilizando los materiales originales- en época imprecisa, quizás coincidiendo con la erección de la capilla de los Luna en el segundo tercio del siglo XVI. Consta además que existía, ante su actual portada, un cuerpo avanzado y cubierto, eliminado en el siglo pasado, y del que se guarda memoria en el pueblo. En su actual disposición se compone de portada y cuatro arcos de medio punto hacia el oeste, que apean en columnas geminadas salvo el machón central, compuesto de un haz de cuatro fustes. Quizás repitiese tal distribución hacia la cabecera, aunque sólo subsisten dos arcos, el más oriental también sobre un cuádruple haz de columnas, y el arranque del tercero, quedando el resto eliminado por el añadido de la referida capilla de los Luna. Los arcos se exornan, al exterior e interior, con guardapolvos de nacela, coronándose los soportes con capiteles todos vegetales, de buena factura, dominando las hojas lanceoladas y las lisas partidas rematadas en gruesos caulículos o bolas, de las que en algún caso penden piñas. Dos de las cestas del lado oriental de la galería evidencian una factura más ruda y en ellas se acentúa el aire gotizante. Los fustes son todos monolíticos, alzándose sobre finas basas áticas con lengüetas y con plintos. El banco corrido de la galería moldura sus aristas son sendos boceles, y en él se grabaron, como en muchos otros pórticos, dos alquerques. Los canes que soportan la cornisa del pórtico son la mayoría de simple nacela, salvo uno decorado con un rollo. La portada de la galería, abierta en un breve antecuerpo y de aspecto rehecho, se compone de arco de medio punto liso exornado por dos arquivoltas, la interior moldurada con un grueso baquetón y la exterior con un bocelillo y nacela. Apean los arcos en jambas en las que se acodillan dos parejas de columnas de capiteles troncocónicos lisos. En el interior del pórtico, junto a su cierre occidental, se reutilizaron dos capiteles románicos de esquina o machón, uno de ellos decorado con hojas lanceoladas de nervio central con cogollos en las puntas y dos pisos de hojitas ensiformes; el otro, muy desgastado, muestra hojas lisas de nervio medial, remate acogollado y ramillete central. Sobre ellos se situó un escudo cuartelado con las armas de los Sarmiento y los Luna, al que rodeaba una hoy fragmentaria inscripción. Aunque se suele considerar que la torre situada al sur, a haces de la fachada occidental, es un añadido posterior a la fábrica románica -según la opinión de Inés Ruiz Montejo-, salvo el muy reformado cuerpo superior de campanas todo parece indicar que su construcción es obra contemporánea a la de la iglesia. De planta cuadrada y potentes muros de sillería, resulta poco airosa y más bien maciza, limitándose los vanos en el piso bajo a una minúscula saetera, lo que dota al elemento de un aire defensivo reforzado por el acceso interior, desde el tramo occidental de la nave. Interiormente aparece sumamente modificada, conservando a cota algo inferior del coro renacentista una portada de dintel sobre dos ménsulas que da paso a una escalera de caracol inscrita en el ángulo nororiental de la estructura, en la que la labra a hacha de sus sillares no deja lugar a duda sobre su cronología románica. Hemos de imaginar que el acceso a la referida escalera se realizaría a través de algún elemento móvil, o bien mediante una escalera de madera a lo largo de los muros, al estilo de la actual, de fábrica. El cuerpo superior, que alberga las campanas, fue modernamente reformado, aunque su estado de conservación es cuando menos preocupante. En el interior se conserva además la pila bautismal, alojada en una moderna capilla abierta en el muro norte del tramo más occidental de la nave, lugar ocupado hasta el siglo pasado por el acceso al coro. Se trata de un ejemplar de notables proporciones, con copa semiesférica lisa sólo animada por un rebaje en la embocadura y un bocel inferior, de 138 cm de diámetro por 62 cm de altura, sobre tenante cónico de 19 cm de alto. La traza es románica, aunque su cronología es imprecisa. Junto a la pila, se guarda un muy erosionado capitel románico de 38 cm de altura, decorado con arpías de colas entrelazadas, que quizá proceda de la portada septentrional. También el muro de contención de la ladera del castillo, al sur del templo, está aparejado con sillares románicos labrados a hacha, en algunos de los cuales son visibles marcas de cantero. Del mismo modo, son numerosas las estelas discoideas medievales en todo el recinto de la iglesia. El edificio, uno de los de mayor entidad del románico segoviano fuera del foco de la capital, es fruto de la actividad del mismo equipo que levantó el expatriado ábside de San Martín de la misma localidad, dejándose sentir el oficio de su taller escultórico en otras iglesias cercanas como las de San Julián de Cobos de Fuentidueña, La Magdalena de Vivar de Fuentidueña, San Andrés de Pecharromán, la parroquial de Cozuelos de Fuentidueña o la ermita de San Vicente de Fuentesoto. Sin embargo, el taller aquí conformado o al menos parte de sus miembros, extendieron su estilo hacia el sur y el este de la geografía segoviana, sobre todo en el románico del Duratón y de la capital (atrio sur de San Millán, canes de San Sebastián, etc.). Como la mayoría de las fábricas de cierto porte, su construcción es el resultado de un dilatado proceso, pudiéndose determinar en función de las facturas varias fases e incluso al menos dos campañas. A una primera fase podemos adscribir la cabecera y probablemente la traza general del templo, aunque en alzado parece detenerse en la capilla. Sin que se evidencie una diferenciación de campañas, otro equipo de escultores , los mismos que trabajaron en la expatriada iglesia de San Martín de la misma villa, remataron los capiteles y canecillos de la cabecera y realizaron la pareja de capiteles del arco triunfal. Como ocurría en San Martín, parece que este taller -en cuyo estilo hay indudables herencias de lo abulense- llega únicamente a ejecutar la cabecera, aunque en nuestro caso la nave se realizó en buena sillería, participando en su decoración un maestro excepcional, deudor de las mejores maneras de la plástica tardorrománica castellana y que manejaba un repertorio iconográfico más completo, como dejó constancia en el capitel de la Psicostasis. El hecho de que su calidad sólo se deje sentir en las zonas altas de la nave hace pensar que un taller intermedio se ocupó de la decoración de la portada septentrional, aunque quizás sólo se trate de diferentes manos dentro de un mismo equipo, pues es clara la relación entre el capitel de las aves del muro sur de la nave y la más ruda interpretación del mismo asunto en una cesta de la portada norte, extremo aún más evidente en el caso de los grifos afrontados que vemos en la portada norte y en la occidental. En este puerta “de los Perdones” encontramos además la participación de un escultor de limitadas capacidades dentro del mismo estilo, que talla los capiteles de las arpías, el de los ángeles y el decorado con acantos. A una campaña más tardía -bien avanzado el siglo XIII- corresponde la galería porticada, en cuyos capiteles vegetales es también notoria la duplicidad de facturas. Los muros del presbiterio románico -que imaginamos repitiendo las arquerías exteriores al estilo de la de San Martín o su réplica de Cobos de Fuentidueña- fueron notablemente alterados por las intervenciones bajomedievales, al abrirse en ellos sendos arcos de medio punto que comunicaban con dos capillas laterales, eliminadas en la última reforma del templo a mediados del siglo XX y en tiempos erigidas bajo el patronazgo de los Rojas, la septentrional, y los Sarmientos, la meridional. Restan los emblemas heráldicos de estas familias, con el escudo de gules ornado de trece bezantes dispuestos en cuatro series de tres y uno inferior, armas de los Sarmientos, y otro, con dos lobos de sable, uno sobre otro, y bordura de gules con ocho aspas, armas correspondientes a los Ayala. A su patronazgo y al de los Luna se deben también las actuales capillas abiertas a norte y sur del tramo oriental de la nave, la última albergando hoy un muy notable retablo pétreo renacentista. En la escalera del púlpito que parte de la entrada de esta capilla se reutilizó un cimacio románico decorado con rosetas hexapétalas inscritas en clípeos, similares a las que decoran la imposta baja del interior del ábside.