Identificador
49000_0756
Tipo
Formato
Fecha
Cobertura
41º 29' 55.12'' , -5º 45' 14.87''
Idioma
Autor
Jaime Nuño González
Colaboradores
Sin información
Edificio Procedencia (Fuente)
País
España
Edificio (Relación)
Localidad
Zamora
Provincia
Zamora
Comunidad
Castilla y León
País
España
Claves
Descripción
EL ANTIGUO PALACIO CONOCIDO popularmente como Casa del Cid -atribuido también al personaje zamorano Arias Gonzalo-, se halla en el extremo suroeste de la ciudad histórica, frente a la cabecera de la catedral y al palacio episcopal, formando parte del primer recinto amurallado. Es una estructura rectangular de la que en realidad sólo subsisten los cuatro muros perimetrales, mirando el occidental, el que corresponde a la fachada principal, hacia la plaza de la catedral, el septentrional a la calle Corral de Campanas, el oriental a los edificios contiguos por esa misma calle y siendo el meridional el que se identifica con la muralla, en el tramo que va de la Puerta del Obispo hacia las Peñas de Santa Marta, dominando desde aquí el río Duero en su paso más primitivo, donde estuvo el Puente Viejo. Este muro perimetral conforma un potente paramento de sillería que se ha visto alterado a lo largo de los siglos, albergando en su interior un espacioso jardín y una casa, ubicada en el extremo suroeste y que ha sido objeto de continuas renovaciones desde la Edad Media, la más reciente llevada a cabo en el momento en que se redactan estas líneas, la única que por otro lado ha sido acompañada de una excavación arqueológica y un estudio de los antiguos muros, realizados ambos por Strato S. L. Otro análisis de muros -aunque en este caso sólo del que coincide con la muralla- lo realizó Miguel Ángel Muñoz García en 1998, dentro del Plan Director de las Murallas de Zamora, con conclusiones un tanto distintas a las otras. En realidad es un edificio muy complejo de estudiar, no sólo por las transformaciones históricas sino por las distintas restauraciones que con criterio historicista se llevaron a cabo en 1956, 1959, 1962 y 1966. Tampoco han aclarado mucho las recientes excavaciones arqueológicas, que aunque han documentado en el solar restos que se remontan hasta el final de la Edad del Bronce, a la hora de analizar la época que a nosotros nos interesa, los resultados no parecen haber sido muy precisos, estando mejor documentados los suelos y muros de etapas posteriores a la Edad Media. Por lo que se refiere a la interpretación de la fachada meridional, la de mayor interés y complejidad, nuestas opiniones, como iremos comentando, difieren sustancialmente de las aportadas en estos dos recientes estudios. Del muro norte, el que mira a la calle Corral de Campanas, poco se puede decir. Construido con grandes bloques de arenisca local es la parte más simple del conjunto, que bien puede remontarse a la época original, aunque con algunas reformas, como la apertura de un portón adintelado, ya amortizado, cercano a un punto donde el muro se convierte en mampuesto y donde parece intuirse el arranque de otra puerta más antigua, en arco. Menos aún se puede decir del cierre oriental, del que incluso resulta difícil precisar su trazado original, dados los cambios que ha sufrido la distribución de la manzana. La fachada oriental fue la principal y posiblemente tuvo mayor altura que la que hoy presenta. Es un muro liso, sencillo, de sillería, con tres pequeñas saeteras rectangulares y una portada en el centro. Esta puerta sigue el esquema típico de época románica y aunque hoy se nos muestra como un simple arco de medio punto, sobre simples jambas, cabe la posibilidad de que en origen fuera doblado. Las dovelas presentan un bocel recorriendo la arista, flanqueado en el frente y en el intradós por sendas escocias rellenas de pequeñas rosetas de diferentes diseños; los salmeres apoyan en pequeñas y deterioradas impostas molduradas con listel, nacela y bocel, el mismo perfil que muestra la chambrana que protege el arco, aunque en ella la nacela aparece cargada con medias bolas. Por encima de la cota del arco el muro es recorrido por restos de seis canzorros que debieron servir para soportar un pórtico o tal vez para servir de apoyo a una estructura superior, volada. La fachada meridional es la que ha concitado la atención de los estudiosos y la que se ha visto sometida a más variadas interpretaciones. Lo que hoy vemos es un complejo muro formado por varios paramentos, con reformas, recrecimientos, vanos abiertos y cerrados, adosamientos, todo ello contiguo a la Puerta del Obispo o de Olivares, la antigua Puerta Óptima del primer recinto amurallado, reconstruida en 1230, según la inscripción que se dispone sobre ella. La estructura que corresponde a la antigua casa está formada en realidad por dos lienzos, ambos de sillería: el occidental parte de la propia Puerta del Obispo -junto a la que se puede ver la línea de adosamiento de hiladas-, conservando dos ventanas con dintel ajimezado y mostrando numerosas alteraciones en su extremo este, donde se ha renovado prácticamente toda la piedra y se ha construido un pequeño pabellón moderno sobre el muro; el paramento oriental queda ligeramente retranqueado, también con dos ventanas con ajimeces, y en el ángulo que forma con el anterior se ha dispuesto un machón de muros inclinados, hecho en mampostería, a modo de contrafuerte. Esta fachada aparece además en numerosas vistas de la ciudad, tanto en dibujos o en pinturas como en fotografías. La imagen más antigua probablemente sea la que figura en el dibujo de Antón Van den Wyngaerde, de mediados del siglo XVI, donde muestra un balcón de madera, volado, sostenido por unos jabalcones, que en algún momento se ha interpretado como posible cadalso relacionado con el sistema defensivo de la muralla, pero que en realidad no es sino una especie de solana de la casa. Las distintas imágenes posteriores del edificio han dado pie a numerosas y dispares interpretaciones sobre la evolución del mismo, hasta los más recientes estudios con metodología arqueológica arriba citados. Ya desde Gómez-Moreno se ha sostenido que esta fachada se remontaba al siglo XI, en función de los cuatro dinteles de doble arco de herradura, con bocelillo recorriendo los arquillos y la arista inferior del dintel -que habrían perdido en todos los casos el mainel- y que Luis Caballero equipara a uno de la iglesia de San Ginés de Toledo, fechado en la segunda mitad del siglo IX, mientras que tanto para Miguel Ángel Muñoz, como para Strato S. L., siguiendo ambos la idea que apunta Cooper, existe una posibilidad de cronología bajomedieval para estos ajimeces, partiendo de la idea de un pretendido paralelismo con los de algunos castillos de esta época. Muñoz y Strato son los únicos que, al margen de las ventanas, han dedicado un estudio más concienzudo al conjunto de la fachada, aunque llegando a conclusiones muy distintas. M. Á. Muñoz establece como restos más antiguos las cuatro hiladas inferiores, que equipara con el momento de construcción de la Puerta del Obispo, hacia 1230; el resto del paramento -donde están las ventanas- lo data en época bajomedieval, con multitud de reformas llevadas a cabo en siglos posteriores. Strato S. L. suponen que la parte más antigua son las siete hiladas inferiores de la casa, que también consideran contemporáneas de la Puerta del Obispo, pero dando una fecha de finales del siglo XI, a partir de las conclusiones de Gómez-Moreno, sin atender a la inscripción que fecha la puerta en 1230; el resto del muro lo datan en una reforma llevada a cabo en “un período comprendido entre 1570 y 1756”, momento en el que se realizarían las ventanas con los ajimeces, piezas éstas que, en consecuencia, estaría descontextualizadas. Por nuestra parte creemos que buena parte de lo que se conserva en esta fachada se remonta a su edificación original, como también lo es el sector del muro más oriental, hoy un tanto descuidado pero que conserva igualmente otros dos ajimeces. No es fácil sin embargo aportar una fecha incuestionable para ese momento fundacional, que en todo caso sería anterior a 1230 pues resulta evidente que la actual Puerta de Olivares o del Obispo se adosa a la casa, a pesar de la dificultad en seguir la línea de unión de ambas estructuras, dada la degradación de los sillares. Los ajimeces sin duda son un elemento muy antiguo pero probablemente ya fueron concebidos para colocarse en el lugar donde hoy siguen; en este sentido Luis Caballero, apoyándose en las opiniones del portugués M. J. Barroca, sugiere que nos hallaríamos quizá ante los restos del palacio real del siglo X, aunque quizá sea más ajustado pensar en que la construcción puede coincidir con los tiempos en que Fernando I (1037-1065) y Alfonso VI (1065-1109) revitalizan la ciudad y parece ser que renuevan sus defensas, un momento quizá más apropiado para la erección de un gran palacio, acorde con el importante papel que iba adquiriendo la ciudad. Es cierto que el arcaismo de tales dinteles puede remontarse hasta época visigótica, pero ello no es óbice para una larga permanencia del tipo a lo largo de los siglos altomedievales, especialmente en los territorios norteños de Galicia, Asturias, León, Burgos y País Vasco, donde también aparecen en algunos edificios que cronológicamente se acercan o adentran ya en el siglo XI, aunque teniendo siempre en cuenta las resbaladizas hipótesis que se enuncian sobre una época tan desconocida y poco documentada, tanto histórica como artísticamente. Lo cierto es que en ese momento fundacional se plantea la construcción de un gran palacio, al que corresponde tanto el lienzo occidental -la propiamente dicha Casa del Cid- como el lienzo oriental retranqueado, donde sobreviven las otras dos ventanas iguales y donde los paramentos no parecen haberse reformado, de ahí la degradación que presentan los sillares. Entre los dos grupos de ventanas ajimezadas, dentro del lienzo occidental, se llegan a ver restos de dos huecos más, cegados, a los que les falta el dintel y sobre los que no sería descabellado pensar que fueron los que primitivamente tuvieron como coronamiento los otros dos ajimeces que hoy se hallan en la torrecita del interior de la casa, una obra historicista levantada ex novo hacia mediados del siglo XX y en la que se reutilizaron aquellas dos piezas antiguas. Es evidente que entonces nos hallaríamos ante un gran palacio, sin duda digno de la realeza, que bien pudo tener hacia su extremo occidental una especie de torre que dominara la Puerta del Obispo, ya que en ese lado la altura conservada es algo mayor y parece apuntar en ese sentido. La primera modificación del palacio creemos que coincidiría más o menos con la reconstrucción de la puerta de la muralla, fechada en 1230. A este momento puede corresponder la fachada occidental, con su portada, una obra que aunque sigue dentro de una tradición románica, sin duda es muy tardía. Si las transformaciones en un edificio religioso, siempre con un uso más puntual y sistematizado, son frecuentes, en uno civil prácticamente son continuas y esto es lo que ha debido ocurrir con la Casa del Cid a lo largo de su historia; algunas de esas alteraciones es posible rastrearlas, otras seguramente no han dejado rastro que permita identificarlas. Conocemos la imagen del edificio a mediados del siglo XVI a través del dibujo de Van den Wyngaerde, con una destacada solana que aunque no sabemos cuándo se construyó, creemos que fue el motivo que obligó a romper la venta ajimezada más occidental para convertirla en puerta. De esta construcción, que nada tendría que ver con las defensas de la ciudad, creemos que se conservan también los huecos de algunos mechinales que sostendrían el piso volado de madera. A partir de entonces seguramente las modificaciones son más frecuentes aún, comenzando por la desaparición de la solana, pero la imagen de la fachada meridional no sufre sustanciales cambios hasta que en pleno siglo XX comienzan las restauraciones historicistas. En alguna de éstas se renuevan buena parte de los erosionados sillares, que en algunas parte estarían más o menos como hoy se ven en el lienzo oriental, totalmente degradados. No resulta complicado ver cómo la mitad oriental de la casa tiene hoy prácticamente todo el paramento renovado, algo más difícil de seguir en la zona más próxima a la Puerta del Obispo, donde incluso se llegaron a utilizar sillares viejos. Un detenido recorrido visual por los muros nos da un indicio de qué piezas son originales y cuáles han sido repuestas y la diferencia radica en la argamasa empleada para recibir los sillares, cal en el caso de las piezas antiguas y mortero de hormigón en las renovadas. Así resulta más sencillo comprobar cómo las cuatro hiladas inferiores de todo el conjunto, aquellas que tanto Muñoz García como Strato S. L. consideran como la única parte fundacional superviviente, son en realidad un forro moderno, tras el cual sin duda se hallan los degradados sillares originales, que ya debieron erosionarse hace siglos. De este modo, si nos fijamos en una fotografía tomada por Laurent a principios del siglo XX, veremos que ese zócalo estaba entonces rehecho y reforzado con mampuesto, algo que a los restauradores modernos les debió parecer impropio de tan digno edificio y que no dudaron en reemplazar por nobles sillares, induciendo una vez más a los errores de interpretación del monumento que tan frecuentemente se producen y de los que nosotros, lógicamente, tampoco estamos exentos.