Santa Maria de Lavansa
VILANOVA DE MEIÀ
Iglesia de Santa Maria de Lavansa
Tòrrec es un pequeño núcleo a los pies de la sierra del Montsec que, junto a Lluçà y Boada, formaba parte la antigua baronía de Lavansa, una jurisdicción señorial medieval desaparecida en época moderna, e integrada en el actual municipio de Vilanova de Meià. Fuera del pueblo, oculta entre la maleza, se encuentra la cueva de Lavansa y junto a ella la iglesia de Santa Maria. Los 25 km que separan Vilanova de Meià de Tòrrec se recorren por la carretera LP-9132 que va a Artesa de Segre y que enlaza a mitad de camino con la carretera local L-512, más estrecha y sinuosa pero bien asfaltada. Desde Tòrrec se debe andar por un camino no señalizado que desciende hacia un profundo risco en dirección al barranco de Fontfreda. Se tiene que bordear la corriente de agua y volver a subir la peña hasta que otro camino se adentra en la vegetación en dirección a la gruta. A medida que se avanza la vía se diluye en la frondosidad y la travesía se hace más dura y dificultosa hasta que, tras media hora, aparecen a unos escasos 50 m de la cueva los restos de la iglesia románica.
La cueva de Lavansa ha estado habitada desde tiempos prehistóricos hasta finales del siglo xx. El terreno intrincado y protegido, lleno de cuevas en las que cobijarse y rodeado de agua y recursos hicieron del área un lugar ideal en el que establecerse. Las primeras noticias escritas que hacen referencia a la jurisdicción de Lavansa se remontan a 1010, cuando el conde Ermengol II de Urgell realizó una donación a la iglesia de Sant Miquel de Montmagastre de unas tierras situadas en Lavançola. A finales del siglo xi, y sobre todo durante el siglo xii, el nombre de Lavansa continuó apareciendo en diferentes documentos testamentarios, tanto como demarcación territorial, como apelativo señorial, pero no será hasta 1391 que se haga referencia directa a la iglesia, dedicada a santa María.
De la antigua iglesia de Santa Maria de Lavansa, emplazada en una estrecha terraza en la falda de la roca desnuda de la cueva de Lavansa, que está unos metros más arriba, se mantienen en pie unas pocas ruinas, que en buena parte han sido absorbidas por la espesa vegetación. Tras años de abandono las fuertes raíces de boj y encina se han adueñado de la piedra y la han ido debilitando paulatinamente la estructura arquitectónica hasta resquebrajar sus muros y provocar su hundimiento. Tan sólo se conserva una parte importante de su muro norte, un pequeño paño del sur y la base del ábside que peraltaba la iglesia a levante para salvar la irregularidad del terreno. El edificio se adaptaba perfectamente a lo abrupto del terreno y utilizaba el risco que la protege como soporte para su muro norte, que aparece adosado a la roca. Incluso aprovechaba una cueva natural, no muy profunda, como estancia anexa y, posiblemente, lugar de enterramiento al que se bajaba por unas escaleras excavadas en la misma piedra, lo que podría dar pie a pensar en un posible origen eremítico del templo, tal y como sucede en la riojana iglesia de San Millán de la Cogolla, en la soriana de San Baudelio de Berlanga y otras muchas iglesias del románico castellano.
Originariamente constaba de una sola nave rectangular, de unos 15 m de longitud por unos 5 m de ancho, y un sencillo ábside semicircular que presenta, junto al primer tramo de la nave, una ligera inclinación de su eje en relación al resto del templo. Tres arcos fajones, de los que sólo puede verse el arranque, compartimentaban la nave, la cual estaba cubierta con una bóveda de cañón que no se ha conservado. Tan sólo resta del ábside su base, visible desde el exterior, y una pequeña ventana de doble derrame que da a la roca y, por lo tanto, no aporta luz. En el muro septentrional, la parte mejor conservada, son apreciables los dobles arcos formeros de medio punto que recorrían los laterales del templo y que funcionaban como pequeñas capillas que seguramente tendrían sus respectivos altares. La disposición y la tipología de esta arquería son prácticamente idénticas a la de Sant Cristòfol del Puig de Meià, lo que hace pensar que fueron levantadas en la misma época. El último tramo antes del ábside presenta un pequeño absidiolo, bien conservado, de planta semicircular y bóveda de cuarto de esfera. que hace las veces de transepto abierto a la nave y puede recordar o bien a las cabeceras de dos ábsides asimétricos como Santa Anna de Montadó, o bien la solución de cabecera trebolada de iglesias cercanas como la de Sant Bartomeu de la Vall d’Iriet o la de Sant Romà de Comiols, todas ellas también de datación próxima al siglo xi.
La entrada debió situarse en el muro sur, del que sólo quedan unas hiladas de sillarejo, apenas trabajado pero bastante regular. A los pies del templo, entre la densa maleza, se intuye una estructura con una cúpula que posiblemente cubría una estancia subterránea de la que se ignora su función.
No se sabe con exactitud cuándo se levantó el templo aunque las similitudes estilísticas con ejemplos cercanos como el de Sant Cristòfol de Meià o el de Sant Serní de Fabregada permiten situarlo en la primera mitad del siglo xi.
Texto y foto: Juan Antonio Campos
Bibliografía
Bernaus i Santacreu, R. y Sánchez i Agustí, F., 1999, pp. 406-409; Catalunya Romànica, 1984-1998, XVII, pp. 479-480.