Sant Joan les Fonts
SANT JOAN LES FONTS
Con una extensión de 32 km², el municipio de Sant Joan les Fonts se encuentra en el punto de confluencia que une Girona con Olot, Figueres y Camprodon. El término, muy accidentado y de población muy desigual, está atravesado por el río Fluvià y forma parte del Parque Natural de la Zona Volcánica de la Garrotxa.
Lo conforman tres núcleos principales, que son Sant Joan les Fonts, la Canya y Begudà, además de los vecindarios de Sant Cosme, el Pla de Baix y el Pla de Dalt, y de los antiguos vecindarios de Pocafarina, Aiguanegra, el Rossinyol y el Racó. La carretera GI-522, que pasa por Sant Joan les Fonts y por el término vecino de Castellfollit de la Roca, enlaza con la N-260 que va de Olot a Figueres, y con la C-26 de Olot a Ripoll.
La primera mención al lugar aparece en el año 958, cuando el obispo de Girona, Arnulf, consagró la iglesia de Sant Joan, inicialmente dedicada también a san Esteban y san Miguel. Era propiedad de los vizcondes de Besalú, Udalard Bernat de Milany y su esposa Ermessenda, quienes en 1079 la cedieron al monasterio de Saint Víctor de Marsella para que se fundara en ella un priorato. A partir de esta fecha se suceden las menciones a esta iglesia, y otras del término que también aparecen en las Rationes decimarum de 1279 y 1280.
Sant Joan les Fonts
Desde la población de Sant Joan les Fonts, avanzando por calles asfaltadas hacia su extremo oriental, en dirección al río, se llega con extrema facilidad a la iglesia monástica, hoy aislada en un entorno ajardinado, toda vez que los últimos restos de las construcciones residenciales de la extinta comunidad fueran suprimidos en las restauraciones de los años 80 del siglo xx.
El monasterio se sitúa en la concavidad de un meandro del río Fluvià, con una confortable inmediatez a una constante fuente de aprovisionamiento de agua y pescado, una foresta que proveyó de recursos vegetales a la comunidad y fuentes de agua de donde tomaría el sobrenombre. El lugar resulta aún hoy recoleto y confortable, manteniendo una discreta distancia de la población, que se ha desarrollado hasta alcanzar lo que debieron ser en su día las puertas del compás monástico.
La documentación, examinada minuciosamente por Ramos Martínez, nos permite entrever algunas de las coordenadas históricas de este cenobio, pero no alcanza a despejar muchos otros interrogantes. En el año 958 el obispo Arnulfo de Girona consagró una iglesia advocada a Sancti Stephani Martir et Sancti Mikaelis et Sancti Johannis Babtista y reedificada por el levita Wisandos y sus hermanos Oliba, Sunifred y Morgadus y su nieto Wandalgaude. El obispo concedió a donaciones y primicias a la iglesia y oblaciones a los fieles, como era habitual. Presuntamente, dicha iglesia se encontraría en el área que ocupa la iglesia vigente.
En el siglo xi, si no antes, la iglesia se encontraba bajo el dominio de los vizcondes de Besalú, que devinieron después en vizcondes de Bas. Ese santuario aparece mencionado con la advocación de san Esteban y san Juan, y finalmente sólo de san Juan. Resulta muy relevante la donación efectuada en 1079 por el vizconde de Besalú Udalard Bernat de Milany su mujer Ermessenda al monasterio de San Víctor de Marsella y su abad Ricardo Sancto Victori, Masseliensis cenobii, al que le ceden nostrum propium alodium, videlicet aecclesiam Sancti Johannis de Fontibus, cum omnibus suis directis. En el mismo año 1079, Gunarri fue designado prior del establecimiento, y figura en la documentación relativa a la parroquia de Capsec. Inferimos que el abad de San Victor de Marsella pretendió organizar una priorato en la casa de Sant Joan les Fonts donada por Udalard y Ermessenda, pero la documentación no lo afirma explícitamente. Las cesiones económicas y de bienes raíces por parte del matrimonio se prodigaron durante el último cuarto del siglo xi. La nomenclatura es inequívoca en el legado testamentario de Ademar Ramon, señor de Aiguanegra (1094): ad cenobio Sancti Johannis et Sancti Estephani de Fontes subteriores, corpus meum cun mea parte de ipso manso de alodio que vocant Estevaneche. Como detalla Ramos, en la documentación del xi y xii la iglesia se denomina Fontibus, Fontes inferiores o Fontes subtiores, para diferenciarla de Sant Cristòfol les Fonts, escriturada como Fontes superiores.
La confirmación documental efectuada por el obispo de Girona Bernat Humbert en 1106 confirma la donación efectuada casi tres décadas antes por Udalard y Ermessenda y detalla: cederunt et fratuito animo concesserunt ecclesiam Sancti Johannis de Fontibus inferiores S. Victrori martyri Massiliensi ad construendum ibi coenobium monachorum. Esta construcción podría interpretarse en términos institucionales, cenobíticos, pero también en un plano físico, de modo que la primera década del siglo xii parece una fecha plausible para situar el diseño y la implantación de la iglesia que ha llegado hasta hoy.
Las donaciones siguieron acumulándose a lo largo de las primeras décadas del siglo xii, al punto de que le obispo Dalmau efectuó en 1127 una nueva confirmación de cesión a favor del abad Bernardo de Saint-Victor.
La iglesia fue consagrada en 1117, año en que comenzó a ser utilizada como parroquia para laicos, además de iglesia monástica. Si el documento de 1106 era indiciario del inicio de trabajos arquitectónicos, cabrá interpretar que la fábrica se llevó a cabo con estimable rapidez al menos en las partes operativas imprescindibles para efectuar la consagración. No obstante, la homogeneidad constructiva que se justificará más abajo permite interpretar que el margen temporal para la ejecución del cuerpo de la iglesia apenas superó una década.
Durante los siglos xii y xiii se acumularon las donaciones, efectuadas principalmente por la familia vizcondal de Bas. En 1191, Ponç II de Cervera, vizconde Bas, y Marquesa de Ribelles, su mujer, conceden a los monjes que habitaban en el priorato y a las parroquias vizcondales de Santa Eulàlia de Begudà y Santa Maria de Castellar de la Muntanya y sus clérigos que pudieran moler grano en los molinos de su propiedad. El documento acredita que una comunidad reducida, de cinco benedictinos, regentaba el priorato. Algunas cartas de cesión de propiedades por parte del rey Pedro el Ceremonioso detallan que la parrochia Sancti Johannis de Fontibus tenía al frente al prior Bertran. Resulta sintomático que el establecimiento, que nació como priorato atareado con la cura animarum, llegó en el siglo xiv a ser conceptuado con una parroquia con monjes al frente. La lánguida existencia explica que, en las primeras décadas del siglo xv, sólo dos monjes estuvieran al frente de la casa, particularmente afectada por los estragos de las enfermedades, y acabe por extinguirse esa presencia, de suerte que acabe regida por un vicario perpetuo.
Ramos recuerda que en el nomenclátor de la diócesis de Girona esta fundación aparece mencionada como Ecclesia parrochialis Sancti Johannis de Fontibus qui est prioratus. La denominación en los tiempos de Juan I era Sant Joan Desfonts. En 1424, una bula del papa Martin V transfiere el cenobio a Sant Pere de Besalú, desligando de iure la casa garrochina del monasterio benedictino de Saint-Victor de Marsella, después de cuatro siglos y medio. En 1463, Sant Joan Çesfonts y otras poblaciones quedan incorporadas a la corona por mandato de Juan II, y en 1592 el papa Clemente VIII ordena la unión de los prioratos de Santa Maria de Ridaura y Sant Joan les Fonts al monasterio de Sant Pere de Camprodon. Dado que por entonces la vida religiosa era inexistente en Sant Joan les Fonts, cabe considerar que el ámbito residencial monástico cayó en desuso, sino en colapso. Al margen de ello, Sant Joan siguió manteniendo la gestión de numerosas propiedades, cuyos réditos procuraban el mantenimiento de la parroquia. Este título le fue substraído a Sant Joan tras la Guerra Civil, de modo que los oficios han quedado reducidos a su mínima expresión y su apertura se justifica por razones turísticas, segunda vida incentivada por la atribución en 1981 de Monumento Nacional.
La iglesia presenta una estructura de planta basilical, con tres ábsides semicirculares –el meridional destruido en época moderna y sustituido por una capilla cúbica–, exedras sin tramo recto salvo uno exiguo en el santuario central, sin crucero marcado ni transeptos, con la cabecera directamente abierta a las tres naves abovedadas, de cuatro tramos cada una, sin responsiones en los muros internos de las naves laterales, contrafuertes de un solo resalte en los ángulos de las naves y en los tres puntos de tránsito de los tramos y por tanto alineados con los tres pares de pilares, reducidas ventanas de doble derrame y sin dobladura ni cornisa al exterior pero sí al interior, con moldura corrida de nacela simple que, en el caso de las ventanas septentrionales, presentan con bolas rítmicamente distribuidas, solución reproducida por los restauradores contemporáneos con ánimo homogeneizador. Los vanos de iluminación están distribuidos asimétricamente (en la nave de la Epístola, ventanas en el primer, tercer y cuatro tramos y muro oeste; en la nave del Evangelio, aberturas en el primer, segundo y cuatro tramo y muro oeste), centran aquellos tramos del muro perimetral en los que no se encuentran puertas y proporcionan una luz muy escasa.
En el ábside norte se sajó una ventana tan elemental como las de las naves; en la exedra central se abre en su eje una ventana con un tratamiento más ambicioso tanto en la cara interna como en la externa –columnillas en los codillos, capiteles pseudocorintios y sobre los capiteles arquivolta de bocel labrado que conjuga hojas y tallos con aves, todo con una pericia limitada– y dos ventanas elementales en los extremos del cilindro mayor. En la franja de imposta del ábside norte se desarrolla un registro ornamental con la reiteración de un motivo de hojas de cuatro hojas abiseladas y empleo del trepanado en su base
La iglesia carece de ventanas en ninguno de los dos flancos de la bóveda central puesto que no caben, dado que su limitada altura a penas excede por encima de las colaterales. Las puertas laterales, con tímpano y una arquivolta prismática enrasada con el muro, se sitúan respectivamente en el segundo tramo de la nave meridional y en el tercer tramo de la nave septentrional. A ellas se añade la puerta de poniente, en el centro del hastial. Con ello se determina una segregación de circulaciones y usuarios que se examinará más abajo.
Los muros que constituyen la caja de la iglesia fueron operados con roca gres ocre. Arrancan con un zócalo corrido de dos hiladas por encima del suelo exterior –banco que se encuentra recalzado en la base de los dos cilindros absidiales. Sobre el plano del zócalo resaltan los arranques de todos los contrafuertes, tanto los que se suceden en los muros como en los ángulos de las naves laterales. La tercera hilada de los muros dispone sillares labrados a bisel, para marcar la posición retranqueada de los paños que prosiguen hacia arriba. Sobre el plano de los paños se proyectan volumétricamente los prismas de los contrafuertes, prolongando en vertical la prominencia que se había generado ya desde el suelo. Encima de la hilada en bisel se sitúan los elevados umbrales de las puertas laterales: para ser empleadas, en su día requirieron el concurso de escalones de madera, porque no hay huella de sustracción de peldaños pétreos en la fábrica conservada. Los paños de muro están constituidos por doce, trece o catorce hiladas, hasta la posición de los mensulones cúbicos y lisos que soportan la hilada en resalte que marca el inicio de la cornisa y en la que desembocan y quedan absorbidos los contrafuertes. La inflexión entre el muro vertical y la rosca de la bóveda quedó marcada en el muro de cierre de la nave sur mediante el empleo de una hilada de sillares oblongos dispuestos por encima de las claves de las ventanas, hilada específica que tiene correspondencia al exterior con los sillares sostenidos por los mensulones, correlación precisa que confirma que, en el proceso constructivo, se elevó de modo simultáneo la hoja externa e interna del paramento y se empleó unos sillares específicos para puntualizar el arranque de la bóveda; en el muro de la nave norte, sin embargo, la hilada en cuestión no se advierte, y por tanto no puede aseverarse la correlación de aparejamiento. La cornisa está compuesta por un total de cuatro hiladas, de las que la segunda es una sucesión de sillares dispuestos en esquina, que dan lugar a un friso corrido de luces y sombras que anima plásticamente el severo aspecto general de la fábrica, solución aplicada más tarde en la iglesia de Sant Pere de Besalú. El recurso combinatorio de esta cornisa compuesta se reprodujo exactamente en el remate de la nave central que, como va dicho, se alza escasamente por encima de los tejados de las colaterales. En el ábside norte el friso en esquinilla viene soportado por un registro de cinco arquillos ciegos, a modo de recurso arcaizante asumido desde el acervo constructivo de generaciones pretéritas. Por su parte, el perímetro externo del ábside central se articuló con cuatro columnas adosadas (cuyos tambores son en general más altos que las hiladas que los respaldan, de modo que se insertan solo parcialmente en el paramento), rematadas en capiteles vegetales (destrozados tres de ellos y muy lastimado el cuarto) del mismo cariz que los capiteles de la ventana axial, sobre ellos seis arcos ciegos y encima el consabido friso de sillares en esquina; sobre este, se levantan ménsulas más menudas que acaban por soportar el resalte de la cornisa. Este léxico constructivo y la conjugación de las piezas resultan congruentes con el horizonte cronológico de inicios del siglo xii, en contraste explícito con el conservadurismo acreditado en el absidiolo septentrional. La erosión ha afectado a las ménsulas tanto como al resto de piezas, de modo que no puede discernirse si las sombras presentes en la faceta frontal de algunas son accidentales o rastros de un esquemático motivo vegetal.
El examen de los paramentos permite confirmar que no hubo ningún cambio de proyecto constructivo, de modo que el proceso de edificación se llevó a cabo sin interrupciones bruscas ni parones dilatados. En consecuencia, cabe sostener que todo el edificio corresponde a una única concepción, técnicamente ajustada a soluciones reiteradamente ensayadas, iglesias de tamaño medio que incorporaban en algún extremo soluciones características de la tradición léxica de la arquitectura lombarda.
El rasgo que singulariza este edificio en la producción arquitectónica del siglo xii dentro de la diócesis de Girona, es el empleo casi sistemático de sillares almohadillados. Esta fórmula plástica, extraída del repertorio formal romano, era visible en algunos monumentos, como la torre Gironella de la ciudad de Girona, aunque no en Empúries –puesto que sus paramentos almohadillados se encontraban sepultados entre escombros–, en la muralla del pla d’Almatà (Noguera), en la torre romana redonda de Ossó de Sió (Urgell), en la de Llinars del Vallès o en la torre de Castellví de Rosanes, además de en puentes de fundamentación y desarrollo romanos, como el de Martorell, o acueductos como el tarraconense de las Ferreries. Plantea un verdadero reto intelectual justificar este aparente unicum en una iglesia románica de la diócesis de Girona. El recurso estaba al alcance de todos los constructores de los siglos xi y xii, pero ¿cabe considerar en buena lógica que solo llegó a asumirlo el fabriquero de la iglesia de este priorato de relevancia institucional discreta? Esta hipótesis resulta doblemente desconcertante: sucede que el interés por la arquitectura romana no se compadeció con una sensibilidad aguda por la plástica clásica. Es cierto que los atractivos capiteles interiores de Sant Joan les Fonts está tutorizados genéricamente por el bagaje romano, pero en modo alguno no llegan a los niveles de excelencia y magisterio de los capiteles, por ejemplo, de Lladó, por no mencionar la producción escultórica provenzal de Besalú. La ausencia del recurso del almohadillado en otros edificios homologables, de acuerdo con lo que ha sobrevivido hasta hoy, permite preguntarse si esta fórmula fue una aportación del constructor o, no menos improbablemente, una solicitud plástica requerida por el promotor vizcondal. Sucede que se recurrió al almohadillado para ornamentar muros externos en arquitectura militar (castillo de Grialò, castillo de Amposta) y se encuentra reprovechado también en los arranques de algunos puentes medievales (Sant Martí d’Aravó, en Guils de Cerdanya) acaso como acarreo de obras romanas. Si estos escasos ejemplos tuvieran algo de indiciario, podría especularse con la idea de que los responsables de la iglesia quisieron conferirle un aspecto acastillado, y no tanto por la convencional adición de merlones en las cubiertas sino por el empleo en sus paramentos externos de una solución tan inusual en las iglesias como recurrente en las fortificaciones romanas y medievales. Los constructores acreditaron un profundo conocimiento de la tradición arquitectónica del país, aunque reprodujeron una insólita fórmula que acredita información de monumentos romanos y acomodo a los requerimientos de los promotores.
Los pilares de la iglesia presentan desde su zócalo una sección en tau orientada hacia la nave mayor, de modo que desde las naves laterales los pilares presentan un perfil prismático liso, desde el pavimento hasta las bóvedas. En los costados delantero y trasero de cada pilar se adosaron sendas columnas para cargar con los arcos formeros que segregan las naves. En el costado central se dispuso una tercera columna para sostener el perpiaño apuntado de la nave mayor. Las basas de todas las columnas y de los perfiles prismáticos asumen perfiles de basa ática sobre filete. A diferencia de los otros, la tercera pareja de pilares, los que articulan el tránsito del tercer y cuarto tramo, asumieron una pilastra en vez de columna en el flanco que afronta la nave central. En el muro occidental se adosaron sendas columnas adosadas para recibir los formeros del cuarto tramo. La solución de columnas adosadas a los pilares es común en iglesias del siglo xii de la diócesis, como Sant Pere de Galligans, Vilabertran, Sant Esteve d’en Bas, Santa María de Besalú… o las más distantes de Solsona o Gerri.
Las bóvedas de las naves laterales asumen perfil de cuarto de esfera, como es habitual en iglesias del siglo xii de la diócesis gerundense, ejecutadas también en Sant Pere de Besalú o Sant Pere de Galligans, entre tantas otras. La bóveda se lanzó con hiladas (tres o cuatro, según sectores) de sillares en su arranque y sillarejo grosero en el resto del cañón. Las cimbras de las bóvedas recibieron un lecho de argamasa previo a la instalación de los sillarejos, lo que dejaba aplicado un revoque irregular, muy parcialmente conservado hoy tras las intervenciones de restauración que pretendieron sacar a la luz los elementos constructivos de las bóvedas, independientemente de su deficiencia formal. La extensa restauración de la bóveda norte resulta palmaria tanto en el interior de la nave lateral como en el segmento correspondiente de la fachada occidental. Por su parte, la bóveda central se encuentra completamente enfoscada –como sucede también con el ábside mayor–, de modo que no podemos argumentar su proceso ejecutivo ni verificar la extensión de las restauraciones llevadas a cabo en la misma. Cabe suponer, en todo caso, que esta bóveda mayor fue ejecutada al menos un siglo después que el resto de la iglesia, habida cuenta del perfil apuntado del cañón, que lógicamente también manifiestan los dos perpiaños que la ciñen.
La fachada oeste está definida por los perfiles inclinados de los tejados de las tres naves y los contrafuertes esquineros, con ventanas saeteras en el eje de las naves laterales. En el sector central del hastial el paño se ejecutó en resalte, desde el punto correspondiente a la recepción del empuje del formero norte hasta el punto de recepción del formero sur, alojando en el centro de esa prominencia la puerta axial de la iglesia y, encima de ella, un óculo abierto con posterioridad. El ingreso queda definido por tres jambas lisas en degradación –la última correspondiente al umbral– que se prolongan en sendas arquivoltas también lisas, con dos pares de columnas –una de las dos que son originales presenta acanaladuras verticales– y boceles ornamentados, respectivamente alojados en los codillos de jambas y arquivoltas. Los cuatro capiteles son fitomórficos, pseudocorintios con dos pisos de hojas abiertas y nervios definidos a bises y caulículos en espiral bajo el ábaco. Entre los capiteles se extiende un registro de medio relieve con la misma distribución de hojas y calículos que en los capiteles. De estos, los dos exteriores están destrozados por la agresión de la intemperie. El mismo rigor erosivo ha repercutido en las dovelas inferiores de la moldura insertada en el codillo exterior de las arquivoltas. Por el contrario, la decoración de lazos y estrellas que guarnece el bocel del codillo interno se conserva en buen estado, mejor que los capiteles de posición interior. Los cimacios carecen de decoración y presentan un perfil plano inclinado. También dintel y tímpano, rehundido este respecto a aquel, son lisos. Ante ello cabría presumir que este tímpano contó en origen con una decoración pintada, perdida antes de la instalación del porche que salvaguarda el vano y a sus usuarios de la intemperie. En el costado del interno, el tímpano presenta la misma morfología: plano rehundido respecto a la arquivolta y el dintel, que están a paño con el muro que los acoge.
El porche fue aplicado en un momento avanzado, cuando la agresión atmosférica sobre la roca ya se había consumado en buena medida. En el ángulo suroeste se instaló un campanario durante las reformas del siglo xviii, con acceso desde el interior de la iglesia, con planta cuadrada y fábrica de mampostería en la mitad inferior y planta hexagonal y paramentos de sillares en la superior, diferencias explícitas que sin embargo no es imprescindible interpretar como operadas en dos momentos históricos diferenciables. Una inscripción bajo la ventana acredita el año en que se efectuaron los trabajos de ese sector: 1792. No hay evidencias físicas para afirmar que esta torre substituyó a un campanario precedente ejecutado en el siglo xii. La edificación de la torre formó parte de un proyecto constructivo más amplio que incluyó la rectoría destinada a los clérigos adscritos a la parroquia.
Las construcciones añadidas en el siglo xvii y xviii fueron eliminadas en la quirúrgica restauración practica a fines de los años 80 del siglo xx, que liberó la caja de las naves y en el interior reparó bóvedas y suprimió el coro sobre vigas habilitado en el tramo occidental de la nave central y septentrional. Los trabajos de restauración comportaron exploraciones arqueológicas de parcos resultados. La información del subsuelo se ha visto incrementada en los últimos años por exploraciones de georradar (SOT Prospeccions). Los resultados pusieron de manifiesto que a lo largo de la vida de la iglesia las construcciones sucesivas se han distribuido en el costado meridional y occidental, más confortables por razones térmicas y de circulación desde las vías de comunicación, reservando el costado septentrional para ámbito funerario. Resulta extremadamente difícil interpretar la naturaleza funcional de las estructuras arquitectónicas superpuestas, de modo que sólo se podrá precisar los perfiles de estas fábricas cuando se exhumen arqueológicamente. Las parcas informaciones, proporcionadas por ahora, sólo permiten barruntar la existencia de una galería claustral adosada el muro de la nave sur, aparejada para proteger meteorológicamente el tránsito por la puerta sur de la iglesia. Esa galería no parece haber tenido continuidad en otra perpendicular, de modo que cabría descartar la erección de un claustro regular completo.
La serie de capiteles desplegados en el interior del edificio asumen en su mayor parte una temática fitomórfica, con la salvedad de dos, que se incorporan representaciones de seres monstruosos. Serán descritos sucesivamente, desde el Este al Oeste y del Norte al Sur, comenzando por el capitel de la columna adosada que media entre el absidiolo septentrional y el ábside mayor.
Capitel 1: dos pisos de hojas de acantos apretadas contra la cesta, con puntas salientes y perfiles recortados, y encima caulículos descritos sobre el dado y los cuernos. Cimacio de hojas de cinco apéndices, prolongación de la imposta que recorre la base del cuarto de esfera del absidiolo norte.
Capitel 2 (encuentro del ábside mayor con el absidiolo meridional): completamente similar en su configuración al capitel 1, del que es pendant, con los mismos recursos plásticos ajustados al volumen prismático de la cesta; en los costados laterales la escultura de las hojas está inacabada. Cimacio perfilado, con listel, caveto, cordoncillo y listel, que se interrumpe abruptamente en el perfil interior del ábside mayor.
Capitel 3 (primer pilar del intercolumnio norte, lado E): dos pisos de hojas verticales con el nervio central resaltado, indefinición en el resto y punta vuelta, caulículos esquemáticos perfilados en el ábaco; cimacio plano repicado en restauraciones.
Capitel 4 (primer pilar del intercolumnio sur, lado E): prácticamente idéntico al capitel 3, del que es pendant: sobre collarino dos pisos de hojas verticales con el nervio central resaltado, indefinición en el resto y bulto de punta vuelta, perfiles de hojas ahuecados entre el segundo piso de hojas y los calículos, estos esquemáticos en cuernos y dado; cimacio plano repicado en restauraciones.
Capitel 5 (primer pilar del intercolumnio norte, lado O): sobre el collarino dos pisos de hojas muy carnosas, con nervios y perfiles perfectamente definidos, remate vertical vuelto y con acanaladuras en envés y remate en botón; por encima, tallos detallados dispuestos en “V” de cuyo ápice surgen parejas caulículos gruesos aplicados a los cuernos y dado del ábaco, y uso bisel en las hojas y trepanado en los ángulos para profundizar las sombras. Cimacio con tallo ondulante del que brota hojarasca.
Capitel 6 (primer pilar del intercolumnio sur, lado O): sobre collarino sogueado, dos pisos de hojas verticales, con el nervio central perfilado por incisiones, extremos carnosos vueltos y bifurcados, un perfil superior de hojas vaciadas, que comenzó a esculpirse en el centro pero quedó inconcluso, caulículos en los cuernos y florón de cinco pétalos en el dado. Cimacio compuesto sucesivamente de fino listel, nacela, medio bocel y doble listel.
Capitel 7 (segundo pilar del intercolumnio norte, lado E): prácticamente idéntico al capitel 5, al que se encara, salvo que las hojas del primer piso son más estilizadas y los caulículos algo menores. El cimacio sigue el mismo principio que la pieza con la que se encara, acaso con una sinuosidad de curvas de mayor longitud.
Capitel 8 (segundo pilar del intercolumnio sur, lado E): muy similar al capitel 6, al que se encara: sobre collarino sogueado, dos pisos de hojas verticales, con el nervio central perfilado por incisiones, extremos carnosos vueltos y bifurcados, un perfil superior de hojas vaciadas, que no se comenzó a esculpir, caulículos en los cuernos y en el dado; cimacio compuesto sucesivamente de fino listel, caveto y listel.
Capitel 9 (segundo pilar del intercolumnio norte, lado O): en la cara mayor dos grifos dispuestos hacia sendas aristas, donde afrontan testas con sendos leones dispuestos en cada una de las caras cortas del capitel. Las cuatro criaturas aferran el collarino con sus garras, aunque las dos centrales levantan coreográficamente una pata y extienden sus alas hacia el eje, de modo que una testa monstruosa de bocaza abierta comienza a ingerir los extremos plumíferos. La descripción de las piezas se hace con perfiles cilíndricos generales e incisiones lineales para definir plumas, ojos, pico y garras. En el cimacio, dos cabezas en las esquinas –complementadas con otras dos a los lados del cimacio– y en el registro de lazos de cuatro puntas
Capitel 10 (segundo pilar del intercolumnio sur, lado O): prácticamente idéntico al capitel 9, del que es pendant: en la cara mayor dos grifos pasante dispuestos hacia las aristas de la cesta, donde afrontan testas con sendos leones dispuestos en cada una de las caras cortas del capitel, con flores en el ángulo. Los cuatro seres fabulosos y violentos asen el collarino con sus garras, aunque los dos híbridos alzan coreográficamente una pata, mientras sus alas se alzan hacia el dado, donde una testa monstruosa de bocaza abierta ingerir los extremos de las alas. En los grifos las plumas de sus pechos se han perfilado por incisión, y otro tanto sucede con las guedejas de los leones. Cimacio con cintas ondulantes en cuyas concavidades que se abren en abanico hojas de cinco apéndices.
Capitel 11 (tercer pilar del intercolumnio norte, lado E): Un registro de pencas verticales, de nervio central perfilado y punta vuelta hacia fuera con limitada prominencia, faja de perfiles de hojas huecas, que generan vacíos y sombras, una cinta horizontal sobre ellas; en el nivel superior, un florón en el dado y caulículos abultados en los cuernos de la cesta. Cimacio liso en caveto con huellas del impacto del desbastado.
Capitel 12 (tercer pilar del intercolumnio sur, lado E): esquemático capitel de dos pisos de hojas verticales de rudimentaria labra, sin definición ni plasticidad, marco liso de hojas vacías y caulículos inerciales en cuernos y dado. Cimacio de soga enrollada verticalmente alrededor de un supuesto toro no visible.
Capitel 13 (tercer pilar del intercolumnio norte, lado O): Estructura y configuración análoga al capitel 11. Pencas verticales con el nervio marcado y el ápice grueso vuelto hacia el exterior, tras ellas un segundo plano de hojas descritas en su superficie con incisiones al bies, encima una soga horizontal y, sobre esta, caulículos en los ángulos, florón en el dado y el resto de la superficie con líneas incisas en paralelo. Cimacio liso en caveto.
Capitel 14 (tercer pilar del intercolumnio sur, lado O): capitel de dos pisos de hojas verticales con una ejecución elemental, casi grosera, sin definición gráfica y limitado tratamiento volumétrico, con remate inercial de caulículos en cuernos y dado, como en tantos otros capiteles. Cimacio con trenzado entre listeles lisos.
Capitel 15 (muro occidental, cara interna, intercolumnio norte): Estructura y configuración análoga a los capiteles 11 y 13, al que se encara; todo muy lastimado por impactos y erosión. Cimacio liso en caveto.
Capitel 16 (muro occidental, cara interna, intercolumnio sur): cesta con entrelazo de gruesas cuerdas perfiladas en sus lados y grades testas de bocas dentadas abiertas bajo los cuernos, ocupados por caulículos de pequeñas dimensiones. Cimacio convexo cubierto de hojarasca, afectado por erosiones y agentes biológicos.
Capitel 17 (primer arco perpiaño, lado norte): sobre collarino liso, dos pisos de hojas verticales, con nervio perfilado y remate de las puntas en bola, como minúsculas piñas; encima los perfiles consabidos de hojas huecas, caulículos en los cuernos y cabeza felina de fauces abiertas en el dado. Cimacio en caveto liso
Capitel 18 (primer arco perpiaño, lado sur): sobre collarino simple, dos pisos de hojas a penas definidas, sin descripción, perfiles de enmarque ahuecados y caulículos sencillos en cuernos y dados. Cimacio con registro de motivos vegetales, anudados en los tallos y hojitas en ambos extremos
Capitel 19 (segundo arco perpiaño, lado norte): prácticamente idéntico al capitel 17, incluido el cimacio, salvo la testa, con las fauces cerrada.
Capitel 20 (segundo arco perpiaño, lado sur): capitel prácticamente calcado al capitel 12, salvo la presencia de testas felinas en el dado y en los extremos de los lados cortos. Cimacio compuesto: listel, nacela, cordoncillo y listel con doble perfil.
Completado el análisis de los capiteles y su emplazamiento correspondiente,+ se advierte una meditada distribución. Así, los dos capiteles que median respectivamente entre el ábside mayor y los laterales son hermanos, y lo mismo sucede con los dos capiteles que marcan el extremo oeste del primer tramo de la nave mayor. Este emparejamiento en dirección Norte-Sur, se substituye por emparejamientos en dirección Este-Oeste de los capiteles que soportan el segundo formero de ambos intercolumnios. En el tercer tramo, los capiteles instalados en el lado oeste de los segundos pilares presentan concordancia y hermanamiento, y por tanto, de nuevo en alineación transversal a los ejes de la iglesia. Otro emparejamiento se efectúa bajo el último formero del intercolumnio norte, esto es, en disposición Este-Oeste. El último casamiento se establece en el nivel alto de la nave mayor, entre las dos cestas del flanco septentrional.
Esta distribución permite barruntar que esos capiteles emparejados marcan umbrales: entre la nave mayor y el ábside, entre el primer ámbito del coro monástico y el segundo tramo de la nave central, entre las naves laterales y la mayor a la altura del segundo tramo y entre el ámbito de los religiosos y el de los laicos, admitidos estos hasta el tercer tramo, como denotan esos enfáticos hitos divisorios que son los dos capiteles con monstruos, los únicos no fitomórficos de todo el conjunto. Además, estos expositores de seres agresivos subrayan también la posición de la salida de los difuntos del espacio sagrado al cementerio, a través de la puerta abierta en el muro de la nave del Evangelio, en su tercer tramo. Los monstruos deslindan en este iglesia el ámbito de los religiosos del que incumbe a los profanos, pero también el camino de los vivos del circuito de los muertos.
A la luz de la meditada y nada azarosa distribución de estos elementos, parece evidente que los promotores aristocráticos costearon el concurso de un maestro de obras y de unos lapicidas que se sometieron a la interpretación funcional y jerárquica del espacio eclesiástico conforme a los criterios funcionales y pautas circulatorias del prior y su comunidad benedictina.
Pila bautismal
Sant Joan les Fonts conserva una de las dos pilas bautismales románicas conservadas en la región. Presenta seno hemisférico, carece de pie y se apoyada sobre un escalón (81 cm de alto y 121 cm de diámetro en la boca). La mitad superior presenta perfil exterior cilíndrico, y la mitad inferior, troncocónico, subdividido por una soga esculpida en el tercio inferior. La decoración se despliega en el perímetro vertical de la mitad superior, delimitada en su límite inferior por una soga, recurso empleado también para segregar personajes y arcos. El relieve apenas tiene prominencia, la técnica sumaria y desmañada, que da lugar a personajes desproporcionados y acciones rudimentarias. Bajo uno de los arcos se sitúa la figura descabezada de un personaje bendiciendo con la diestra y sosteniendo unas llaves con la izquierda, que cabe interpretar como san Pedro. A su derecha, una escena de decapitación a cargo de un hombre que sujeta con la izquierda a una mujer, mientras con la derecha blande la espada. Desconozco la identidad de los personajes y ninguna de las lecturas (Isaac, san Juan Bautista, Goliat…) me parecen convincentes ni fundamentadas. A la izquierda de san Pedro, otro santo ignoto, con las manos extendidas hacia abajo, para mostrarlas, y la boca entreabierta en lo que parece sugerir canto. Al lado de este, una figura que con imaginación podría interpretarse como un cuerpo con cabeza y tres pares de alas, serafín o querubín con una pareja de aves a los lados de su cuerpo. Sigue un león lamiéndose las patas, una cinta vegetal vertical, personaje sin rasgo alguno bajo arco, motivo vegetal arbóreo y un personaje masculino bajo arco con las manos alzadas en posición de orante. Sigue una palmeta y tras ella un personaje masculino bajo arco sin atributos identificativos pero acompañado del letrero emma en vertical (¿presuntamente emmanuel?), un nuevo motivo vegetal en lazo de ocho y otra figura, esta femenina, con las manos en la cintura, túnica de amplias bocamangas y a su izquierda se perfilaron una Alfa y una Omega y el mismo motivo vegetal anterior. La mayor parte de los personajes son inidentificables y en todo caso la secuencia resulta incongruente con la naturaleza sacramental de la pila bautismal. La falta de solvencia iconográfica se corresponde con la insuficiencia formal de la pieza.
Majestad de Sant Joan les Fonts
Procedente de esta iglesia, y tras pasar por el Museo Diocesano, desde 1979 se conserva en el Museu d’Art de Girona (núm. inv. 12) un Cristo crucificado triunfante de cuatro clavos, sin coronar y con túnica de mangas, conforme a la modalidad conocida como “Majestad”, tan habitual en el área pirenaica durante el siglo xii. Algunos rasgos del rostro hierático, particularmente el tratamiento capilar, mantienen concomitancias con la escultura de la fachada de Ripoll, sin que eso implique un magisterio directo. La policromía se conserva en un buen estado a pesar de algunas p érdidas y alteraciones. La túnica, que hoy se observa verde pero que en origen debió ser azul, se detalla con escasos pliegues paralelos y viene anudada por un cíngulo de doble nudo. Emanaciones de sangre son manifiestas en las heridas de manos y pies. En el momento de ingresar en el museo, o poco antes, se añadió al cuerpo de Cristo (108 cm) el brazo derecho del que carecía desde un momento impreciso, como acreditan fotos antiguas. La cruz (196 x 130 cm) está policromada y resaltada por una faja negra. En el anverso del brazo superior de la cruz se despliega en vertical la inscripción ihs nazarenvs rex ivvdeorum. En el reverso figuran los cuatro evangelistas en los extremos de cada uno de los brazos y en la intersección el clípeo eucarístico del Cordero místico con una inscripción circular: forma dei magni sub imagine pingitur agni (La figura de Dios Magno es pintada bajo la imagen del Cordero). Así pues, la pintura concede imagen al Cordero, que es forma figurativa de Dios, explicitando la escritura los dos niveles de representación (plástica y teológica) que se contienen en la imagen. Según detalló Joaquim de Gispert en 1895, esta Majestad se encontraba en el altar lateral de la iglesia, aunque en origen pudo ejecutarse para ocupar una posición preeminente en el ábside central. La ausencia de marcas en los travesaños desmiente que hubiera estado colgado de cadenas de la bóveda. Descartada esta opción, cabe considerar que se encontrase instalado encima de una viga, centrando el semicírculo del arco de triunfo.
Tabla de altar
En la nave de la Epístola hay una tabla de altar de más 1,20 de longitud, que presenta un reconditorio cuadrado en la cara superior del ara. Aunque la musealización afirma que corresponde al desaparecido altar de un ábside lateral, las dimensiones se corresponden mucho más con el mueble del santuario mayor.
Texto y fotos: Gerardo Boto Varela – Planos: Xevi Llagostera
Bibliografía
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