Identificador
31178_01_045
Tipo
Formato
Fecha
Cobertura
42º 43' 44.89'' , -2º 0' 37.66''
Idioma
Autor
Carlos Martínez Álava
Colaboradores
Sin información
Edificio Procedencia (Fuente)
País
España
Edificio (Relación)
Localidad
Abárzuza
Municipio
Abárzuza
Provincia
Navarra
Comunidad
Navarra
País
España
Claves
Descripción
EN TIERRA ESTELLA, al pie de la Sierra Andía, y saliendo de Estella por la carretera NA-120, dirección Norte, llegamos a Abárzuza. A 4 kilómetros de esta localidad, recorriendo la garganta del río Iranzu entre las rocas, bosques de encinas y nogales del Valle de Yerri, se alza el monasterio de Santa María la Real de Iranzu. El nombre de Iranzu significa en euskera “helechal”, por lo que podríamos denominar a esta abadía como Santa María del Helechal. La documentación del siglo XI recoge que en el lugar de Iranzu existió un monasterio con la advocación de San Adrián, habitado probablemente, y siguiendo a Goñi Gaztambide, por benedictinos, aunque la tradición en muchas ocasiones lo haya considerado ocupado por canónigos regulares. Como tal monasterio es citado por primera vez en tiempos de Sancho III el Mayor (1004-1035), en el controvertido documento de la restauración de la iglesia de Pamplona (1027?): ...villa que dicitur Auarçuça integra cum ecclesia sua et suo monasterio quod dicitur Iranzo con suis decaniis in Vrranci et in Legarda uel omnibus que pertinent ad eum. Desde muy pronto, ya en un privilegio de Sancho Ramírez concedido en el año 1092, Iranzu pertenece a la iglesia de Pamplona y así se mantiene en las bulas pontificias de Urbano II (1096) y Celestino II (1144). Años después, entre 1094 y 1114, en tiempos del obispo pamplonés Pedro de Rodez, aparece como arcediano de Iranzu un tal Pedro Ramírez. Entre las posesiones de este monasterio de San Adrián figuran algunas heredades de Urbiola y las iglesias de Ibiricu, Arteaga y Andéraz, que luego pasaron a la casa cisterciense. La primitiva fundación debió de ser pequeña y sin mucho éxito pues, como recoge Madrazo, al parecer, en el siglo XII no quedaba de ella más que su iglesia, situación de aparente abandono que cambia a finales de dicho siglo. En 1176, Pedro de Artajona, obispo de Pamplona, que había estudiado en París, dona a su hermano Nicolás, monje de la abadía francesa de La Cour-Dieu o Curia Dei, filial de Cîteaux, la iglesia de Iranzu para que allí construyera un monasterio de la orden del Cister, a condición de que dicha abadía siempre estuviera sometida al obispo de Pamplona. La donación se realiza con el consentimiento del cabildo de la catedral en los siguientes términos: concedimus et donamus ecclesiam de Irancio, cum omnibus pertinentiis suis, ad edificandum ibi monasterium... No debe extrañarnos la elección de un lugar entre altas montañas y bosques pues, siguiendo los principios de la Regla de San Benito, su rigorismo original y la estricta observancia exigida, la fundación de Iranzu cumplió con la condición de buscar valles solitarios o paisajes montañosos con el fin de conseguir la deseada soledad. A esto había que añadir una tierra que diera buenos frutos y un curso de agua que asegurase la subsistencia de la comunidad, condiciones perfectamente cumplidas en nuestro monasterio. Como en el resto de las fundaciones navarras, el discurrir cisterciense de Iranzu se inicia bajo los auspicios de una buena relación con la monarquía y las familias más poderosas de la sociedad, quienes le cedían tierras de su propiedad, mientras que los obispos le dispensaban una favorable acogida al no importunar los monjes blancos sus intereses. Sin embargo, hay una cuestión que diferencia Iranzu de otras casas de la orden, ya que fue la única casa navarra instituida por expreso deseo del obispo de Pamplona, pues las demás lo fueron con el apoyo de la monarquía. La fundación cisterciense de Iranzu es una filiación de la abadía madre de La Cour-Dieu, quien envío un grupo de monjes, encabezados por Nicolás de París, para tomar posesión del terreno recibido por la donación de su hermano el obispo Pedro (LÓPEZ DE GUEREÑO). El prelado se convirtió en patrono y protector de la casa, llegando a ser enterrado a su muerte, en 1193, en el monasterio. Nicolás será su primer abad y, como tal, fue sepultado al morir en 1199 en la sala capitular. En el siglo XII Iranzu es la única filial hispana de Cîteaux, a través de Curia Dei. Por su parte, el monasterio navarro tuvo como filiales las casas femeninas de Santa María de Salas de Estella, fundada también por el Obispo Pedro de París, ya en decadencia a principios del siglo XV, y Santa María en Herce. Aunque el nuevo monasterio siguió siendo conocido con el nombre de San Adrián, a partir de 1193, con motivo de la donación de la iglesia de Eraul, se le incorporó la advocación de Santa María (Santa María Genitricis eius et San Adriani de Irantio). Es posible que esta nueva advocación pudiera justificarse por la consagración de la iglesia, al menos de su cabecera, que por estas fechas estaba en construcción, o de un altar dedicado a la Virgen. Siguiendo la costumbre de la orden cisterciense, desde el siglo XIII la única advocación utilizada será la de Santa María. Como ya hemos visto, desde su fundación Iranzu tuvo excelentes relaciones no sólo con la diócesis de Pamplona sino también con los monarcas navarros, que lo toman bajo su protección otorgándoles numerosos privilegios, llegando a poseer extensos dominios, con sus correspondientes iglesias y granjas. Así, Sancho VI el Sabio, para ayudar al recién fundado monasterio, le concede un privilegio de protección de las granjas, cabañas y pastos, eximiéndoles de pagar impuestos por pasajes en puentes. Dicha concesión fue confirmada por sus sucesores. En 1179, la comunidad aumentó sus posesiones al comprar a Jordán y a María, su mujer, la villa de Eraul con sus tierras, campesinos y todas las pertenencias, pagando 2.000 maravedíes de buen oro; en 1183 recibe una bustaliza en Andía y se hace con la propiedad de algunas piezas de Martín Yenéguiz de Aibar y del propio obispo Pedro de Artajona, quien les cedió la citada iglesia de San Miguel de Eraul. En 1197, doña Constanza, hermana de Sancho el Fuerte, hizo merced a Iranzu de Elzorri, un realengo próximo a Echarri-Aranaz, con todo su término. También fue una donación importantísima la realizada por García Ferrández, obispo de Pamplona, quien les cedió en 1201 la villa de Abárzuza con todos sus pecheros. Asimismo, recibió privilegios durante los reinados de Teobaldo I (1237) y Teobaldo II (1259); de Enrique I (1271) quien, como su hermano, mantuvo la preferencia por Iranzu; de Luis Hutin (1307), Carlos II (1364), Carlos III (1411) y, por último, de la reina Leonor (1477). De la misma manera, Iranzu contó con el apoyo del papado. Así, Alejandro II (1180) y Gregorio VIII, siete años después, confirmaron la nueva fundación con sus posesiones, entre las que destacaban las granjas de San Pedro, Mongiliberi y Mongía, y Celestino III aprobó la donación de las villas de Abárzuza e Ibiricu, realizada por Pedro de Artajona. Las posesiones del monasterio estuvieron distribuidas por las cuatro merindades navarras y por Álava, Guipúzcoa y Rioja; incluso, el propio Alfonso X el Sabio les donó, en 1253, unas casas en Sevilla, tierras llanas de labranza en Lucena y muchas viñas y olivares en la villa de Alocaz, que debieron abandonar por la inseguridad ante las incursiones musulmanas y otras circunstancias. Todas estas propiedades aparecen reseñadas en el Libro Rubro de los siglos XIII y XIV, salvado, junto con otros pocos documentos, del incendio que sufrió el convento de San Francisco de Estella, a donde había sido llevado todo lo relacionado con Iranzu. Se trata del Libro Becerro del monasterio, elaborado, en su mayor parte, a mediados del siglo XIII en tiempos del abad Fernando Martínez de Milagro (1247-1258), que alcanzó su forma definitiva a mediados de la siguiente centuria, durante el abadiato de Pedro Martínez de Lerate (1320-1360). Como ocurría en otros de los grandes monasterios navarros, el abad de Iranzu tenía asiento en las Cortes de Navarra. Este panorama tan próspero cambió en los años siguientes. Desde la segunda mitad del siglo XIV, tras la muerte de Pedro Martínez de Lerate, comenzará una grave crisis económica que se prolongó a lo largo del siglo XV. Con la llegada del siglo XVI se produce una progresiva recuperación, que les permitirá ampliar sus dependencias, como más adelante veremos. A pesar de los intentos de la Corona de Castilla por incorporar los cenobios cistercienses navarros a la Congregación castellana, Iranzu, en 1634, junto con el resto de fundaciones navarras, se afilió a la Congregación de la Corona de Aragón. En el siglo XIX, tras las exclaustraciones de 1809 y 1835, en las que no hubo necesidad de dejar el monasterio al controlar los carlistas Tierra Estella, con la definitiva de 1839 se producirá su abandono y, por tanto, la ruina total de su fábrica. A partir de 1942, gracias a las intervenciones de las instituciones navarras, se produce una recuperación del monumento y, un año después, se instala en él una comunidad de Clérigos Regulares (Teatinos) quienes, en la actualidad, regentan el monasterio. LA IGLESIA El templo de Iranzu, muy restaurado al igual que todo el monasterio, es, probablemente, el más austero entre los monasterios cistercienses navarros y el único que consta de tres ábsides escalonados de testero recto, modelo importado desde tierras de Borgoña a través, quizás, de la casa-madre Curia Dei. Por el tipo de cabecera, Iranzu está relacionado con los templos de las abadías francesas de Cîteaux, Clairvaux y Pontigny, en lo que se refiere a sus primeros proyectos; con las iglesias españolas de Santes Creus y Vallbona, así como con la antigua cabecera de La Espina (MUÑOZ PÁRRAGA). El presbiterio se ilumina con tres grandes ventanas apuntadas, cobijadas por un triple arco apuntado, y un rosetón de seis lóbulos y arquillos trilobulados, en la parte superior, similar a la iglesia de Fossanova. Los soportes del ábside mayor tienen una columna adosada en su frente y codillos, probablemente preparados para recibir los fajones de una bóveda de cañón apuntado; sin embargo, sus dos tramos se cubrieron con bóvedas de crucería, al igual que el resto de la iglesia. El trazado original del ábside meridional fue alterado ya en época medieval, al añadirle un tramo más hacia el Este que alberga un lucillo funerario en el muro sur, flanqueado por dos hornacinas de medio punto. El nicho es apuntado, con baquetón y arquivolta exterior lisa y columnillas con capiteles vegetales. La bóveda de este tramo es de crucería con nervios de sección mixtilínea, al igual que el arco fajón. Quizás podamos relacionar esta ampliación, y por supuesto el enterramiento, con la donación de 4.000 maravedíes burgaleses que Vela Ladrón de Guevara realizó a la casa en 1306 para ser enterrado en el monasterio. Acerca de esto, en el Tumbo de Iranzu, hoy en el Archivo General de Navarra, su autor Luis de Estrada (1625-1640), recoge que este caballero, perteneciente a la casa de Oñate, estaba enterrado detrás del altar, bajo una lápida con dos escudos de diez corazones y una leyenda de letras góticas, ilegibles ya en el siglo XVII. Dicha lápida hoy se encuentra partida, y las dos mitades están expuestas a ambos lados del portalón de entrada al claustro. Otros autores, como Zapater, creían, por el contrario, que este sepulcro podía haber pertenecido a algún abad de la casa de Andéraz Baquedano. La planimetría de la iglesia se completa con un transepto (no acusado en planta, aunque sí en alzado) y tres naves, la central más ancha, de cinco tramos, los dos primeros más cortos. Las naves están divididas por soportes prismáticos, con una columna en el frente de la cara que da a la nave mayor y una pilastra en las laterales, quizás preparados para recibir un cañón apuntado. Los arcos cruceros de las bóvedas de la nave central y todos los de las laterales voltean en ménsulas vegetales, con la habitual hojarasca de las iglesias cistercienses, en la nave central, y lisas o molduradas en las laterales. Todo el templo está cubierto con bóvedas de crucería, con nervios de triple baquetón, a pesar de que la simplicidad de sus soportes hace pensar que la cubierta proyectada en principio era de cañón apuntado. El hastial occidental está rematado por un óculo de tracería moderna, flanqueado por estrechas ventanas de arco apuntado, sobre dos ventanas de medio punto abocinadas, y una portada de cuatro arquivoltas apuntadas lisas que apean en columnas acodilladas con capiteles vegetales. La parte septentrional del muro se perforó para alojar un husillo de subida a las cubiertas, que tiene sus estrechas saeteras abiertas a la fachada. En origen tuvo una disposición similar al de La Oliva, con un arco de descarga apuntado, cobijando dos ventanas sobre el tejaroz de la puerta y un gran óculo radial; posteriormente se construyó un muro, dejando un paso de ronda entre éste y el primitivo, transformando sensiblemente el diseño original. En este sentido es interesante resaltar que las tres grandes iglesias cistercienses navarras, Fitero, La Oliva y ésta de Iranzu, como otras muchas de la Península, presentan una portada monumental en la fachada occidental, no pensada en los primeros tiempos de la orden, al estar el templo cerrado a los fieles. Esto hecho supone que las normas originales se fueron relajando y, por ello, surgen nuevos criterios. Por lo que se refiere al proceso constructivo, y aunque es difícil hacer un análisis formal de la iglesia debido a la profunda restauración a que ha sido sometida, sin embargo, podemos suponer que las obras de la cabecera debían de estar muy adelantadas a finales de siglo XII, aunque sin los abovedamientos góticos y cubierta, quizás con una techumbre provisional cuando, en 1193, el obispo Pedro de París es enterrado “cerca del presbiterio y en la nave del evangelio” (URANGA e ÍÑIGUEZ). La tradición ha venido identificando su sepulcro con una lápida de comienzos del siglo XVII que, actualmente, podemos ver en el pavimento del presbiterio y que, en realidad, pertenece al abad Astete. Presenta ésta un escudo portando báculo y mitra con flor de lis y estrella en el jefe. En todo caso, a finales del siglo XII es probable que ya se hubieran planteado las partes bajas del templo con unos soportes muy sencillos en la nave central, sin ninguna articulación que determinara una cubierta ya gótica, y con una solución de ménsulas en las laterales, de la misma forma que actualmente apean los formeros. Esta primera campaña se llevaría a cabo desde fines del siglo XII hasta los primeros años de la siguiente centuria (LÓPEZ DE GUEREÑO). A lo largo del siglo XIII se avanzó en el alzado del cuerpo de la iglesia, cambiando el tipo de soporte para cubrir las naves con bóvedas de crucería, y se cerró la fachada occidental, tal y como hemos visto. Asimismo, debemos tener en cuenta la existencia de una serie de piezas sueltas conservadas en el monasterio, fundamentalmente una lápida y claves de bóvedas decoradas con motivos heráldicos que, por sus grandes dimensiones, debían de pertenecer al templo o, incluso, al claustro. Dichas piezas han sido analizadas por J. Martínez de Aguirre y F. Menéndez Pidal, quienes las identifican con familias del siglo XIV relacionadas con Iranzu, lo que nos podría dar una aproximación cronológica para la fábrica del monasterio. Así, por ejemplo, el escudo que ostenta una de las de mayor tamaño, cuyas armas son dos lobos de grandes proporciones, puede ser atribuido a Lope de Eulate (1384-1395) o Pedro Lope de Eulate (1395-1399), abades de Iranzu y miembros de un importante linaje de la merindad de Estella con solar en el palacio de Eulate (Améscoa Alta); otra clave, más pequeña que la anterior, exhibe un escudo que vuelve a repetirse en las bóvedas del claustro, cuyas armas son un fajado de seis que ha sido identificado con las de los Baquedano, procedentes de la Améscoa Baja que, a lo largo del siglo XV, dio tres abades al monasterio, Fernando, Gonzalo y Diego. Al ser elevado el número de claves con este emblema, cabe la posibilidad de que procedan de una capilla hecha a expensas de la familia Baquedano. En otra clave aparecen las armas de los Guevara, que son diez panelas, posiblemente relacionada con la citada donación de 4.000 maravedíes burgaleses que Vela Ladrón de Guevara dio al monasterio a condición de ser enterrado en él. Sin embargo, como hemos visto, éste fue el emblema que Zapater, en el siglo XVII, identificó como perteneciente a la casa Baquedano. En relación con esta clave, es interesante resaltar una lápida partida ya citada, depositada actualmente en el acceso a la panda occidental del claustro que antes estuvo en las proximidades del presbiterio. Tiene dos grandes escudos, con tiracol y diez panelas como armas, separados por dos ángeles. La inscripción reza: AQUI IAZE DON IOAN VELAZ FIJO [DE] DON BELTRAN VELAZ [...ANNO DOMI]NI MILLESIMO CCCº Lº E NONO. Aunque las crónicas del monasterio atribuyen esta lauda a Vela Ladrón de Guevara, sin embargo, la inscripción pertenece a Juan, hijo de Beltrán Vélaz de Guevara, señor de Oñate durante la segunda mitad del siglo XIV, enterrado en el monasterio, quizás en alguna capilla favorecida por la familia. EL CLAUSTRO Y SUS DEPENDENCIAS La disposición de las dependencias en torno al claustro seguirá la estructura definida por los benedictinos: planta cuadrada y jardín central al que abren las cuatro pandas o galerías, en las que se distribuyen las estancias monásticas. En la topografía claustral de Iranzu se sigue el esquema-tipo cisterciense. Desde la iglesia se accede a la panda del capítulo por la puerta de los monjes, actualmente adintelada tras la transformación sufrida a comienzos del siglo XVII. La primera estancia que encontramos es la sacristía, convertida después en vestíbulo de otra nueva que se realizó en tiempos del abad Luis Estrada (1625-1639), cubierta con bóveda de medio cañón con lunetos. Para la obra de esta sacristía moderna hubo necesidad de alterar el trazado de una serie de elementos, como la puerta de la sacristía medieval, la puerta de los monjes que daba acceso desde el claustro hasta su coro, el armariolum, o pequeño nicho en el que en los primeros tiempos la comunidad depositaba sus libros, y, por último, la escalera que conducía a la iglesia desde el dormitorio, que ocupaba la extensión de toda la panda en el piso alto. A diferencia de Fitero y La Oliva, y de la misma forma que en las abadías francesas de Noirlac, Fontenay, Le Thoronet y Silvacane, y las hispanas de Bujedo de Juarros, Óvila y Monsalud de Córcoles, la sala capitular de Iranzu está dividida en seis tramos por dos columnas exentas, con capiteles cónicos muy esquemáticos, uno con pencas alargadas y otro con medios círculos concéntricos superpuestos. Se cubre con bóvedas de crucería, de nervios achaflanados y baquetón central, que apean en los muros perimetrales sobre ménsulas con modillones y, en las esquinas, sobre columnas suspendidas con capiteles vegetales. Como es habitual en muchos monasterios levantados a finales del siglo XII y principios del XIII, durante el período que los historiadores del arte han denominado Tardorrománico, los vanos de comunicación con el claustro (dos sencillas ventanas baquetonadas y la puerta) así como las ventanas del muro oriental, son de medio punto, lo que indicaría claramente dos fases constructivas: una primera que afectaría a los muros perimetrales y que no contemplaba la realización de bóvedas góticas, y otra a la cubierta de crucería (LÓPEZ DE GUEREÑO). A continuación se localiza la subida al dormitorio, con una solución similar a la de La Oliva: un primer tramo que se desdobla al llegar a media altura; debajo de esta escalera se encontraba la cárcel. Siguiendo hacia el Sur está el locutorio donde el prior distribuía el trabajo diario a los monjes. Es de planta rectangular, con dos tramos cubiertos por bóvedas de arista separadas por un fajón de sección achaflanada, apoyado en ménsulas. Más hacia el Sur se abre el paso a la huerta por el que también se accedía a la sala de monjes, dispuesta en sentido paralelo a la panda pero transformada en comedor en época moderna, como en Fitero. En el ángulo sureste del monasterio se ubicaban las letrinas con buenas conducciones de agua. Por último, en el piso superior y a lo largo de toda la extensión de la panda, todavía podemos apreciar una serie de estrechas ventanas de medio punto correspondientes al dormitorio común que, en el siglo XVII, se había convertido en un palomar. La panda meridional o del refectorio, en su ángulo sureste, es la que mayores transformaciones ha tenido en época moderna. El espacio reservado al calefactorio, que debía de ser de grandes dimensiones, está hoy modificado por la residencia de los Padres Teatinos. La sala de monjes, debido posiblemente a un derrumbamiento por la inestabilidad del terreno, se reformó para convertirla en comedor en tiempos del abad Astete (1609-1623), como se recoge en el Tumbo del monasterio (AGN, Sección Clero adicional, fol. 35 v.º). En 1612 la abadía encomienda al cantero guipuzcoano Juan de Gorospe, vecino de la Universidad de Zumárraga, la realización del sobreclaustro, y cuatro años después el estellés Miguel Martín de Iturmendi, maestro albañil, se encargará de levantar el edificio del ala sur del monasterio. Del refectorio, ubicado en su emplazamiento habitual, sólo se conserva la portada medieval. Formalmente debía de tener una estructura similar al de Santa María de Huerta (Soria), levantado éste bajo el patronazgo de la familia Hinojosa, cuyo abovedamiento no se concluyó hasta bien avanzado el siglo XIII, como indican estudios recientes. Este dato que avalaría de forma contundente la proximidad estilística y cronológica del refectorio de Iranzu con el de Huerta. De todas las estancias de Iranzu quizás sea el refectorio una de las mejor documentadas. Por todos es sabido el buen entendimiento que existió entre los monasterios navarros y Teobaldo II (1253-1270) durante su permanencia en Navarra; sólo así podríamos entender las dádivas dispensadas por el monarca para las fábricas de Marcilla, Salas, Tulebras y, sobre todo, para el refectorio de Iranzu. En 1270 debe de estar en proceso de construcción, para lo que el rey contribuye con mil sueldos de legado, como consta en su testamento: Item al monasterio de Irançu sessanta sueldos por pitanza al conuento al dia que celebraren nuestro anniuersario sobre el bidinage de Stella e mil sueldos pora la obra del refectorio. Para hacernos una idea del aspecto original del refectorio contamos, además, con la inestimable descripción del abad Estrada, que se recoge en el Tumbo (fols. 7 v.º y 8). Dice que de no haber habido en él quiebra sería uno de los mejores de España ya que en parte ygualaba con el de la santa iglesia de Pamplona (...) pues tenia siete capillas todas de piedra muy bien labradas y en la testera una claraboya con tanto primor. Se trataba de una estancia de nave única dividida en siete tramos abovedados (con crucería, simple o sexpartita) y un rosetón en el muro de cierre. Al igual que en Huerta y en la propia cocina de Iranzu, probablemente sus muros se adelgazarían en altura a partir de la línea de imposta. El púlpito y su escalera de subida, similar al de Huerta y Rueda, era, según Estrada, “con tanto adorno de piedras y columnas muy bien labradas”. En el extremo suroccidental de la estancia quedan vestigios de un husillo para subir a las cubiertas que, quizás, formara parte de la reconstrucción que Miguel Martín de Iturmendi realiza en esta panda a comienzos del siglo XVII por orden del abad Astete. Algunos autores han datado la obra de la cocina en el segundo cuarto del siglo XIII, por lo que entonces habría que considerar que la donación de Teobaldo II se referiría a una reforma o ampliación del refectorio (MELERO). Era necesaria la presencia de una fuente cerca del comedor, y en algunos monasterios cistercienses se construyó un monumental pabellón del lavabo, dentro del jardín del claustro, frente a la puerta del refectorio, para que en él se lavaran los monjes la boca y las manos antes de ir a comer. El de Iranzu es un hermoso lavabo de planta hexagonal, con tracería gótica similar a la de la panda, único entre los monasterios navarros. Fue prácticamente reconstruido en la restauración de 1942. Por último, cerrando la panda se alza la cocina, dividida en nueve tramos, que desde el siglo XVII, no tiene uso. El centro está ocupado por el hogar, apeado sobre cuatro potentes arcos apuntados de sección achaflanada y columnillas en los codillos. Tal y como hemos visto en el refectorio, parece una evolución tipológica de la de Santa María de Huerta. En la cocina también se observan dos etapas: en la primera se lleva a cabo la parte baja, incluido el hogar, y en la segunda, el abovedamiento, que resultó más complejo y alto que el del proyecto original. Sus bóvedas de crucería apean en consolas, en lugar de hacerlo en las columnillas anilladas, como la de Huerta. Aunque la navarra es de mayor tamaño, presenta un tramo adicional, a modo de vestíbulo, cubierto con bóveda de cañón apuntado, y otro junto a él con la misma cubierta. Al exterior contrarrestan los empujes gruesos contrafuertes prismáticos y decrecientes. Aunque en los monasterios cistercienses se buscaba el máximo aislamiento de los conversos, servidores del monasterio, para no perturbar a los monjes, la panda occidental de Iranzu no tiene un paso aislado para aquellos. Probablemente, utilizarían esta galería para acceder a su coro, ubicado a los pies de la iglesia, pues en el primer tramo de la nave sur se abre su correspondiente puerta, que fue de arco apuntado. El pabellón está ocupado por la cilla o bodega, habitualmente dividida en dos plantas en función de lo almacenado en ellas, que aún conserva tres de sus arcos diafragma apuntados del piso inferior. A continuación, el locutorio del cillero, con puerta de ingreso desde el claustro, de arco apuntado en origen. Tras ésta, otro arco apuntado da paso a un zaguán, dividido en dos tramos por un fajón cubiertos con cañón apuntado, que se cierra con la puerta principal, comunicando el claustro con el exterior. La puerta, cobijada por un pórtico, es de arquivoltas apuntadas, crismón en la clave y capiteles vegetales con decoración de animales en las columnas. Siguiendo la panda, a continuación, y adosada hacia el Sur, otra estructura similar a la de la cilla, también proyectada con arcos diafragma, podría haber hecho las veces de domus conversorum, es decir, las habitaciones dedicadas a los conversos. Son pocos los monasterios cistercienses que construyeron estancias monumentales para los conversos, cayendo estos ámbitos en desuso a principios del siglo XIV, como se constata por la documentación de Iranzu en la que se aprecia una disminución del número de ellos. El hecho de que el muro de la cilla que cierra hacia la panda tenga contrafuertes, parece indicar que aquella se realizó antes de terminar las galerías del claustro; aunque no es habitual, parece que este pabellón, por lo menos la cilla, fue trazado durante la primera campaña constructiva del monasterio, en torno a 1200. Algo especialmente cuidado en los monasterios cistercienses eran las llamadas dependencias extraclaustrales: portería, con pasos diferenciados para personas y carros, en la que se repartían las limosnas y se practicaba la hospitalidad; hospedería, para alojar a los huéspedes; e incluso, un palacio abacial construido para el uso privado del abad cuando éste ya no compartía el dormitorio con la comunidad. En Iranzu todas estas estancias se agrupan en el compás, en el lado occidental del monasterio. Las veces de portería las pudo hacer la zona del pórtico, que protege la entrada a las dependencias, y que aún conserva el paño central medieval formado por un arco ligeramente apuntado, apeado en columnillas de capiteles vegetales, y con una ventana de medio punto sobre él. No podemos ubicar con exactitud la hospedería medieval, pero sí el palacio del abad que se alza en un ala adosada perpendicularmente a la cilla. Se debió de construir a mediados del siglo XIV, en una etapa de esplendor que se correspondería con el gobierno del abad Pedro Martínez de Lerate (1320-1360), siendo remodelado en época barroca. Presenta una fachada en arco apuntado con columnillas de capiteles vegetales y arquivolta exterior decorada con puntas de diamante y, más arriba, un tondo con el Agnus Dei sostenido por cuatro ángeles. La enfermería y el noviciado se situaban al Este del pabellón de monjes, formando un pequeño claustro independiente con su propio refectorio, capilla, cocina e, incluso, sala de muertos. En Iranzu, en esta zona, hay vestigios que debieron de corresponder a la enfermería y el noviciado: varios arcos apuntados y diversos paramentos en mal estado, de una gran estancia de planta rectangular, y la que debió de ser capilla de la enfermería, con ábside semicircular cubierto por bóveda de nervios y una pequeña nave con bóveda de crucería que apoya en ménsulas cónicas (LÓPEZ DE GUEREÑO). Se accede a ella a través de un arco de medio punto abierto a los pies, aunque hay otro más pequeño en el muro sur. En la actualidad se conoce como capilla de San Adrián al hacerla la tradición coincidir con la capilla primitiva que utilizaron los primeros monjes que habitaron el lugar. Curiosamente esta misma confusión es la que se da en la capilla de San Jesucristo en el monasterio de La Oliva. En cuanto al proceso constructivo de las dependencias, vamos a ver que coincidiendo con la primera campaña de la iglesia se trazan los muros perimetrales del pabellón de monjes y los vanos de sus estancias, todos de medio punto, incluidos los de la sala capitular, aunque el meridional del capítulo está descentrado con respecto a la bóveda gótica de su correspondiente tramo. Probablemente, sobre la marcha, y en torno a 1200, el capítulo fue cubierto con bóvedas góticas. Cuando en 1199 muere Nicolás de París, primer abad y hermano del fundador, ya es enterrado en el capítulo, por lo que éste debe de estar, si no concluido, próximo a estarlo. También en este momento se realiza la cilla con sus arcos diafragmas y los contrafuertes en ambos muros y, aunque no era lo habitual, ahora se aboveda la panda del mandatum y se cierra su arquería más la de los dos tramos septentrionales de la panda occidental y uno de la oriental. Curiosamente estos tramos de la occidental son sensiblemente mayores que los del resto de la panda. A lo largo del siglo XIII, se fueron cerrando las estancias que quedaban en las pandas oriental y occidental, concentrando los esfuerzos constructivos en el pabellón del refectorio, con la fábrica monumental de la cocina y refectorio, incluida una portada de fines del siglo XIII. También en este siglo se realiza la zona de enfermería y noviciado, con la capilla de San Adrián, mientras que durante el gobierno de Pedro Martínez de Lerate, a mediados de la centuria siguiente, se concluyeron las obras del claustro. Los claustros cistercienses navarros son de estructura gótica, con bóvedas de crucería, apoyados, por el lado de las dependencias, en ménsulas o consolas y, por el del jardín, en columnas organizadas en soportes cruciformes. A cada tramo del intercolumnio le correspondía un gran arco de descarga, con tímpano perforado por óculos o rosetones, que cobijaba dos o tres arcos semicirculares o apuntados. El claustro de Iranzu dibuja en planta un cuadrado irregular con seis arquerías en las pandas norte y sur, siete en la occidental y ocho la oriental. Todas las pandas están cubiertas con bóvedas de crucería con claves esculpidas con diferentes motivos, entre los que destacan vegetales y heráldicos. En la panda del mandatum las claves representan a un cordero, varias cabezas, estrellas de diferentes puntas y una Dextera Domini; en la occidental, disponen un Agnus Dei, una cabeza, varias rosetas, una mano bendiciendo, cruz en cuadrilóbulo y una flor de lis con dos aves sobre ella; en la sur, vuelve a aparecer el tema de la Dextera Domini, rosetas, un escudo con dos fajas en su campo y otro con una cruz sobre tres roeles; por último, en la oriental: de nuevo la Dextera Domini, panes y peces, cruz de extremos trilobulados, cordero, flor de cuatro pétalos y dos claves más elaboradas con las imágenes de Cristo sedente mostrando las llagas entre candelabros y la Coronación de la Virgen. Lo último que se construye en un monasterio son las arquerías del claustro que dan al jardín y la cubierta de las pandas. El caso de Iranzu resulta atípico, pues las arquerías de la panda del mandatum, el primero de la del capítulo y los dos tramos septentrionales de la de la cilla, formadas por parejas de arcos de medio punto cobijados bajo grandes arcadas apuntadas y rosetón central de seis lóbulos, son muy tempranas. El resto de las arquerías ya tiene tracerías plenamente góticas. Las occidentales incorporan arquillos interiores apuntados, mientras que la del refectorio muestra cinco arcadas de finísimos maineles de cronología tardía. Los capiteles de estas columnas muestran un variado repertorio decorativo que va desde la simplicidad primitiva cisterciense a la flora vegetal naturalista. En las partes más antiguas (panda norte y tramos de la occidental y la oriental) predominan los capiteles vegetales, con detalles de pámpanos, pequeñas hojas y rosetas entre cintas, pencas con bolas y hojas esquemáticas, todos más toscos que los del interior de la iglesia y la portada. Existe un tratamiento especial para los capiteles colocados entre las arquerías principales, donde aparecen temas figurados como, por ejemplo, en la panda norte, la representación de un león y un dragón enfrentados; otro, con cinco figuras que portan libros; y uno más, con flores entre lazos y dos monjes señalando un códice. En la panda occidental, la figuración se reduce a un capitel con cuatro monjes con las cabezas muy estropeadas, y otro con un león enfrentándose a un dragón (también sin cabezas). En las arcadas del siglo XIII se mantienen los motivos vegetales con una evidente evolución hacia el naturalismo. En la panda meridional, hojas esquemáticas, pámpanos, vides y pájaros picoteando. Sin embargo, en los capiteles que pertenecen a la obra del siglo XIV, en la panda del capítulo, hay alguna escena historiada como la de la esquina sureste donde, en una cesta, se representa un animal atacando a un hombre y en el mainel del central del segundo tramo un Calvario, muy deteriorado, que escapa al inicial espíritu rigorista de los cistercienses.