Santa María de Ripoll
Antiguo monasterio de Santa Maria de Ripoll
El monasterio de Santa Maria de Ripoll está situado en el centro del municipio de Ripoll. Durante la época románica ocupó lugar destacado entre los monasterios benedictinos de la Marca Hispánica por el itinerario cultural, arquitectónico y artístico desarrollado.
Desde el punto de vista arquitectónico su carácter emblemático se fundamenta en los sucesivos edificios que configuraron su iglesia monástica, y en una compleja red de espacios sagrados que cobijaba el monasterio. Actualmente se conservan restos arqueológicos y arquitectónicos del conjunto monumental románico, mal conocido por falta de excavaciones y estudios específicos, pero avalados por una rica y extraordinaria documentación escrita de la época, cuya lectura arquitectónica ha aportado, nuevos datos sobre su construcción e identificación. Estas fuentes también dan noticia de la existencia en el monasterio de un panteón condal –iniciado por Wifredo el Velloso (+897), continuado después por la rama condal de Cerdaña y Besalú, finalmente cesó como tal con el último conde, Ramon Berenguer IV (+1162)–, así como de diversas memorias funerarias a él vinculadas, y sobre distintas capillas de devoción, entre las que destaca la dedicada a la Madona, la más primitiva y en realidad origen del actual monasterio benedictino de Ripoll.
En época románica (siglos ix-xii) se pueden distinguir tres etapas en la evolución del edificio del templo monástico de Santa Maria: orígenes y antecedentes del monasterio benedictino (siglo vii-888); la etapa de patronazgo condal (888-1070) y la etapa monástica (1070-1215), en la que se distinguen dos fases, la fase de dependencia de San Víctor de Marsella (1070-1215) y la de abades independientes (1172-1215).
La primera etapa (siglo vii-888), abordará los orígenes y construcciones anteriores al templo reedificado por Wifredo el Velloso en el año 888. Sobre este período existe cierta confusión ya que toda referencia anterior al año 880 –fecha del primer documento que nombra la existencia de la domui Sanctae Mariae virginis in monasterio rivipullense– es incierta al constar solo en “relatos” de cronistas e historiadores (Pere Miquel Carbonell, Jerónimo Pujades, Narciso Camós, Gregorio Argaiz, Domingo Portusachs, José María Pellicer, etc.) que no citan la procedencia de los datos que dan. Según la tradición, el primer cenobio en el valle de Ripoll se fundó durante el reinado de Recaredo (586-601), y durante el reinado de Suintila (621-631) un noble godo llamado Recemiro completó en el año 626 la fábrica del monasterio. Las razzias árabes de 718-730 provocaron el despoblamiento de la zona y el abandono del cenobio. Según el cronista J. M. Pellicer, a fines del siglo viii se restableció el cenobio y fue dotado de varias iglesias. Pero, fue nuevamente destruido y abandonado a causa de una incursión sarracena en el año 827, provocada por la traición del noble Ainzón.
Una carta de donación hecha por el presbítero Ariulfo en el año 880 es la primera fuente documental que cita la existencia de la iglesia de Santa Maria en el monasterio ripollés (Ego Ariulphus presbiter,…. Dono atque concedo domui Sanctae Mariae virginis in monasterio Riopullense, et ipsas ecclessias alias qui ibídem sunt fundatas, nomine Sancti Petri apostoli, et in onore Sancti Iohannis martiris Christi), y junto a ella a otras dos iglesias, una dedicada a san Pedro y otra a san Juan Bautista, ambas igualmente dependientes de Daguí, abad del monasterio.
Los relatos antiguos vinculan la iglesia de Santa Maria a una antigua imagen encontrada de la Virgen, la cual después de su descubrimiento se colocó en una iglesia ella dedicada en el valle de Ripoll. Gerónimo Pujades en su Crónica Universal del Principado de Cataluña, es quién recoge con más detalles este hecho: Hallada pues la santa imagen de la sacratísima Virgen y reina del cielo, fue llevada de su cueva y colocada en la iglesia que había entonces en aquel pequeño monasterio, obrando (…) infinitos milagros en los devotos. Esta descripción informa del traslado de la imagen a una iglesia existente en un primitivo cenobio anterior a la reedificación de 888, y datos recopilados posteriormente confirman que en el monasterio de Ripoll se conservó hasta el siglo xvii una capilla dedicada a la Virgen, situada en lugar distinto al templo monástico. Narciso Camós, en 1657, ofreció la siguiente información del lugar: antes de edificarse el convento, y reedificarse dicha iglesia, tuvo ya capilla [la Virgen] en el mismo lugar donde la descubrió el cielo con alguna particular maravilla (…); no obstante que, aunque faltan sus noticias en escrito, quedan todavía, para perpetuar sus memorias, la antigua tradición y una cuevecita que hay en la pared del presbiterio, bajo su altar, la cual se llama la cueva de Nuestra Señora, aunque de poco tiempo a esta parte está cerrada. Esta capilla permaneció olvidada y oculta al clausurarse en el siglo. xvii, y convertirse después en lugar de enterramiento de abades y monjes. En el siglo xix, era conocida como cripta de los monjes, J. M. Pellicer, E. Rogent y C. Barraquer dieron noticia de su existencia sin conocer su función original.
En el año 2002-2003 a partir de esta información se identificó dicha capilla y se sacó de nuevo a la luz. Una losa sepulcral en la nave central ocultaba su acceso; levantada la losa se halló un tramo empinado de escaleras que bajaban hacia una puerta de dintel monolítico, una vez traspasada y después de algunos escalones más se accedía a una capilla rectangular de 7’30 m x 5’00 m. x 3’50 m de altura, cubierta con bóveda rebajada realizada con piedra sin trabajar. El muro orientado recto con una ventana (?) centrada de doble vertiente (?), cegada con piedras, se desconoce la resolución exterior, actualmente inaccesible. Los muros laterales presentan un banco continuo de obra. En el muro occidental se abren dos puertas, la citada puerta de acceso desde la nave –de 0’95 m. de ancho–, centrada y elevada respecto al nivel de pavimento de la capilla y otra en el lado meridional más estrecha –0’50 m–, también con dintel monolítico y umbral actualmente semienterrado en el pavimento de la capilla. Esta última puerta da acceso a un supuesto pasadizo de techumbre adintelada con losas rectangulares de color gris que descansan sobre los sillares de las paredes laterales, se halla cegado a 1’35 m del umbral por derrumbe del techo, o quizás fuese rellenado con material de derribo cuando se clausuró en el siglo xvii. Por su situación este posible pasillo pudo comunicar la capilla de la Virgen, identificada por Camós, con otros espacios existentes en la zona sur del subsuelo del templo, como la zona de enterramientos privilegiados situada debajo de la cabecera construida por el abad Oliba, y quizás también con memorias funerarias situadas en esta zona, existentes en los siglos x y xi.
La segunda etapa (888-1070), identificada con el período de patronazgo condal, recorre la historia del monasterio de Ripoll desde su restablecimiento por Wifredo el Velloso en el año 888 hasta que Bernat II de Besalú lo anexionó en el 1070 a la Congregación de San Víctor de Marsella, desvinculándose de este modo del patronazgo condal. Es la etapa más fecunda en construcciones, pudiéndose distinguir hasta cuatro edificios levantados del templo monástico de Santa Maria; algunos de ellos de gran calado arquitectónico por la época y el lugar.
La primera construcción del actual templo de Santa Maria de Ripoll está vinculada a la decisión de Wifredo el Velloso de apadrinar el restablecimiento, mejora y ampliación de los edificios de un primitivo cenobio. En abril de 888 hizo consagrar y dotar un nuevo templo monástico dedicado a Santa Maria. Se han conservado diversas copias de su acta de consagración, fechada el 20 de abril de 888; el conde Wifredo y su mujer Guinedilda lo dotaron con objetos, libros, ornamentos litúrgicos, propiedades y un sirviente, además, como signo de que ponían el monasterio bajo su tutela entregaron a su hijo Radulf con su herencia para que viviese en él. Todo lo pusieron en manos del abad Daguí y de los monjes que entonces formaban la comunidad cenobítica sujetos a una regla. Lo consagró Gotmar, obispo de Osona. Los motivos de la elección preferente de Ripoll por parte de los condes se desconocen, aunque según relatos antiguos estuvo vinculada a la antigua imagen encontrada de la Virgen. Según Gerónimo Pujades el edificio entonces consagrado ya existía, siendo solo rehabilitado y dignificado: los condes (… ) trataron de hacer consagrar (que aún no lo estaba) aquel santo templo, y de aumentar el convento, dándole largas dotes y patrimonio para vivienda de los religiosos que allí servían a Dios y a su benditísima Madre (…) En este año ochocientos ochenta y ocho fue consagrada y no fundada la iglesia de santa María de Ripoll (…); que no fue darle principio sino consagrar la iglesia que era parte de lo que tenía que ser y estaba hecho (…) apunta resultar de algunas escrituras del mismo convento que su principio fuese de antes de la general destrucción de España en tiempo de los godos. Del templo que Wifredo hizo consagrar actualmente no hay restos identificados, para ello sería necesario realizar excavaciones o prospecciones en el subsuelo del templo actual.
Por otra parte, el conde Wifredo manifestó en su testamento el deseo de ser enterrado en Santa Maria de Ripoll. Se desconoce el lugar original de su sepultura –que inauguró el panteón condal de Ripoll; posteriormente (¿siglo xii?) fue colocado a la derecha de la puerta del templo que comunicaba con el claustro, en una tumba doble, junto a un hijo o familiar suyo (?). El conde Wifredo murió en 897; en esta época la nobleza tenía la costumbre de enterrarse a las puertas de los templos; existía prohibición expresa de hacerlo en el interior. Se apunta la hipótesis de que originalmente pudo ser enterrado delante de la puerta principal de la iglesia monástica de Santa Maria consagrada en 888. El hallazgo en 1969-975 de un importante espacio funerario debajo de la cabecera orientada construida por Oliba (1032) hace pensar que quizás el templo reedificado por Wifredo en 888 pudo estar occidentalizado, y que el lugar original de su tumba pudo haber estado en este primitivo conjunto funerario.
La segunda construcción realizada en esta etapa condal fue la ampliación del templo de Wifredo iniciada por el conde de Cerdaña y Besalú, Miró II, y terminada y hecha consagrar por su hermano Sunyer, conde de Barcelona, en el año 935, por Jordi, obispo de Osona, siendo Ennec, abad del monasterio. No se conserva el acta original de esta consagración ni copia alguna; ausencia que resulta extraña en el cuerpo documental conservado de Ripoll. De esta segunda construcción se tiene noticia indirecta a través del acta de consagración del año 1032, redactada por el conde-abad Oliba, exemplo quoque avi sui reverendae memoriae comitis Mironis, qui eandem ecclesiam admodum parvulam destruens, maiori sumptu et opere aedificavit. El texto explicita que el conde Miró destruyó la iglesia anterior para edificar otra mayor y más suntuosa y que Sunyer la terminó e hizo consagrar después de morir su hermano Miró en el año 927. Comprender el alcance del término –destruens– respecto al primer templo, no es asequible, pero parece dudoso que la destrucción fuera total; según costumbre vigente en este tipo de obras el edificio primitivo solía quedar integrado en el nuevo. Actualmente no hay restos identificados de estas obras de ampliación, posiblemente por falta de excavaciones pertinentes.
La tercera construcción de esta etapa condal fue la proyectada por el abad Arnulf; se consagró y dotó en noviembre de 977 bajo el patrocinio de Oliba Cabreta, conde de Cerdanya y Besalú. Según fuentes documentales, el abad Arnulf (948-970) introdujo importantes mejoras en el monasterio –nuevas habitaciones, murallas, acequia, molino, etc. –, y un nuevo proyecto de reforma para su iglesia monástica. El nuevo templo fue consagrado por Fruià, obispo de Osona, el 15 de noviembre de 977. En su acta de consagración se describen dos fases en la construcción del nuevo edificio. La primera (ca. 957-970) es descrita en los siguientes términos: dominus Arnulfus praedicti loci venerandus extitit Abbas (….) Hic nempe eiusdem loci, post cunctam diu fabricam, fundamenta Ecclesiae quae nunc est locare disponens, mortis obice sequestratus reliquit. Durante esta fase dirigió las obras el abad Arnulf, levantando los fundamentos de las partes nuevas que modificaron el edificio anterior. Hay noticia documental de que mantuvo el altar y/o ara original de la primera consagración de 888 y de la segunda dedicación de 935. Sin embargo, Arnulf murió en 970 sin haber terminado su proyecto. Se desconoce la fecha de inicio de las obras. La segunda fase (970-977) fue más corta que la anterior, duró sólo siete años –de 970, año en que murió Arnulf, hasta su consagración el 15 de noviembre de 977. Guidiscle, sucesor de Arnulf, dirigió las obras quam postmodum dominus Guidisclus normali functione monachorum pater pulchra sublimatam fabrica fornicibusque subactis priore multo maiorem magno sudore perseverando consumavit, consummatamque, dedicationem ilico fieri festinavit. La descripción de la obra hecha en esta fase según el acta de 977 es pulchra sublimatam fabrica fornicibusque subactis. El significado de los dos últimos términos empleados en esta descripción ha sido interpretado diversamente según los autores; las propuestas hechas hasta el momento identifican fornicibusque subactis con bóvedas de piedra de los ábsides, o bien con bóvedas de las naves, o con arcos construidos en piedra, identificándose con los de separación entre las naves.
Algunos autores defienden que no se pueden referir a las bóvedas de las naves, ya que no era común en esta época cubrirlas con piedra, sino con madera. Los autores que los identifican con las bóvedas de los ábsides –parte de iglesia que más prontamente se cubrió con piedra– señalan que indicaría la existencia de más de un ábside. Pero si se acepta para fornicibus el significado de “arco construido en piedra”, podría referirse a los arcos de separación entre naves. Esta última interpretación es la preferida por los autores que atribuyen al edificio consagrado en 977 una planta de cinco naves. Sólo una minoría identifica el término –fornicibus– con la existencia de arcos diafragmáticos en las naves para sostener la cubierta de madera. C. Peig ha propuesto una nueva interpretación para fornicibusque subactis, al apuntar que el término subactis (subigo) significa hacer subir, e identificando fornicibus como arcos o arcadas abiertos en un piso alto o superior. Esta interpretación se apoya en una nueva lectura del acta de 977 a la luz del acta de consagración de 1032. Ésta última presenta un breve resumen de las construcciones del templo monástico de Santa Maria desde Wifredo el Velloso hasta la consagración hecha por el abad Oliba, donde se describe la obra de Arnulf y Guidiscle del siguiente modo: qui hanc secundo majoris operis culmine sustulerunt. Los términos empleados –culmine sustulerunt–, sugieren que el templo se amplió entonces elevándose hacia arriba. Habitualmente se ha dado a estos términos el significado convencional de rematar o terminar el edificio, sin embargo la idea de obra acabada no era común expresarla en estos términos, por lo que cabe la opción de que destacaran algún aspecto de la reforma como la construcción de pisos superiores en el templo monástico. Por otra parte, esta resolución conectaría con el significado de otro párrafo del acta de 1032, donde se menciona omne enim superpositum eiusdem ecclesiae solo tenus coequavit, que el abad Oliba derribó lo superpuesto (¿piso o nivel alto?) del edificio de 977. Desde esta perspectiva las obras realizadas por Arnulf y Guidiscle –fornicibusque subactis– pudieron incluir la construcción de un piso elevado que se abriría a través de arcos a la cabecera y/o quizás también a otras partes del templo, y que posteriormente Oliba hizo desaparecer en su reforma consagrada el año 1032.
Generalmente se ha identificado la ampliación de 977 con la construcción de un aula de cinco naves, que a su vez exigía una cabecera de cinco ábsides, pero esta propuesta no está suficientemente fundamentada por falta de excavaciones que lo atestigüen. A partir de la información aportada por Jaime Villanueva, que visitó Ripoll en los años 1806 y 1807 (tiénese aquí por tradición que aquel prelado [Oliba] no hizo otra cosa más que el crucero o nave del altar mayor, dejando intactas las naves que se abocan a ella, que era obra de los abades antecesores Arnulf y Widisclo), se dedujo que el templo proyectado por Arnulf tenía cinco naves, ya que el consagrado por Oliba las tenía según diversos testimonios. Oliba pudo mantener en su templo reformado de 1032 la estructura de cinco naves anterior, pero arrasó, en cambio, la antigua cabecera de 977 por tener pisos superiores (superpositum), disposición quizás no acorde con la idea de espacio litúrgico que Oliba tenía. Cabe la posibilidad de que el abad Arnulf contemplara el proyecto de elevar considerablemente el nivel del suelo del nuevo edificio en relación con el de los anteriores (888 y 935), a fin de crear una nueva iglesia alta o elevada, en cuyo subsuelo se albergasen espacios de culto anteriores.
Actualmente, los restos que se podrían identificar como correspondientes al edificio de 977 se reducen a los fundamentos y a algunos de los pilares de los cuatro primeros tramos de la actual nave central (los dos tramos más occidentales fueron añadidos por el abad Oliba) y al banco corrido donde se apoyaban los soportes de separación de las colaterales en la misma zona, que actualmente no es visible. También se atribuyen al templo de 977 ocho capiteles y dos basas de tipo califal, encontrados entre el material de relleno empleado en la reforma de 1826-1830, cuando se redujeron las cinco naves primitivas a tres. Por su tamaño, medidas y estilo, estas piezas se identificaron como correspondientes a las primitivas columnas de separación entre las naves colaterales de 977, aunque no todos los capiteles presentan las mismas medidas. Por otra parte, a raíz de las excavaciones realizadas entre 1969-1976, bajo la gran cabecera orientada de Oliba, se comprobó que allí no se encontraban los fundamentos o restos de la cabecera de 977, lo que planteó la posibilidad, junto con otros detalles, de que el templo de Arnulf tuviera la cabecera occidentalizada, duda que habría que solventar en un futuro con nuevas excavaciones y prospecciones en el extremo opuesto del edificio, concretamente debajo de los dos tramos que Oliba construyó para ampliar las naves en 1032.
Conviene descartar la propuesta de identificar los cuatro tituli –citados al final del acta de consagración de 977– como altares situados en los cuatro ábsides laterales de la cabecera del templo de Arnulf y Guidiscle, así como el fundamentar la existencia de una cabecera de cinco ábsides en esta identificación. Los tituli nombrados en el acta de 977 son hinc inde mergentibus titulis, primo videlicet Domininostri Salvatoris, quem speciale devotione, ubiorationibus eius perpetuo haberetur memoria, Suniarius sibi disposuit Comes, secundo vero sancti Michaelis archangeli, quos dedicavit dominus Miro Gerundensis opilio, tertio vero sancti Pontii, quem & construxit Miro Comes ob animae tutamentum, quarto dein sanctae crucis, quod unxit Fruia Ausonensis Episcopu, y por los datos dados de su origen, tres de ellos responden a fundaciones privadas, anteriores a la reforma de 977, y como tales se hallaban efectivamente en el recinto monástico, pero no podían formar parte del templo de Santa Maria. El primero, San Salvador, fue dispuesto por los condes de Barcelona, Sunyer y Riquilda, en el año 925 (Suniarius superna tribuente clemencia comes et marchio et uxor mea Richildes donatores sumus ad ecclesiam in honore Dei omni[potentis et] Sancti Salvatoris cuius baselica sita est territorio Ausonensis, in valle nuncupata Ripullo, in cenobio Beatae Marie) y el tercero, San Poncio, por el conde Miró II de Cerdanya y Besalú, antes de morir en 927. El segundo, San Miguel, pudo ser memoria funeraria del propio abad Arnulf. Del cuarto, Santa Cruz, se desconoce su función pero pudo corresponder al espacio y/o altar destinado a los fieles laicos, cuando estos asistían a ceremonias (Navidad, Pascua) en Santa Maria, y donde se exponían para su veneración las reliquias de la veracrux que poseía el monasterio. La referencia a la dedicación o unción de estos tituli en el acta de 977 podría indicar que quizás las obras de remodelación del templo monástico afectaron de alguna manera los espacios de los tituli ya existentes, como el primero y el tercero, o bien que eran de nueva construcción, como el segundo y el cuarto, razón por la que se consagraron a la vez.
Del templo de 977 también se desconoce la solución que presentaría el cuerpo de fachada, que según la hipótesis antes planteada podría estar situada a oriente. Las excavaciones citadas de 1969-1975 pusieron de manifiesto que delante del extremo oriental del cuerpo de naves se encuentra un interesante conjunto funerario de personas nobles anulado por las obras de la cabecera del abad Oliba. Este lugar actualmente está a medio excavar y estudiar; podría responder en su nivel medio (siglo ix-x) y superior (siglos x-xi) a enterramientos condales dispuestos delante de la primitiva puerta del templo monástico (977, 935 y 888), aunque su nivel inferior sea más primitivo (¿siglo vii-viii?).
La cuarta y última construcción de la etapa condal fue el templo proyectado por el conde-abad Oliba, que completó y mejoró las obras de sus antepasados consagrando un nuevo edificio el 15 de enero de 1032. El conde Oliba (ca. 971?-1046), bisnieto del conde Wifredo e hijo de Oliba Cabreta, profesó como monje en Ripoll en 1003, y fue nombrado abad del monasterio en 1008. Durante su abadiato se preocupó por mejorar la situación del monasterio de Santa Maria a todos los niveles: confirmó los antiguos privilegios reales y papales del monasterio y los nuevos por él adquiridos, además, como obispo de Osona (1018-1046), diócesis a la que pertenecía Ripoll, concedió al monasterio nuevos privilegios jurídicos y eclesiásticos. El acta de consagración original de la construcción olibana, fechada el 15 de enero de 1032, se conservó hasta 1835 y, según A. Albareda, su redacción puede atribuirse al propio abad Oliba. El texto expone una breve historia de las anteriores construcciones realizadas en el templo de Santa Maria y la descripción de la obra realizada por él mismo. En la relación de privilegios del monasterio se destaca el privilegio que el papa Benedicto VIII concedió a Ripoll, en el año 1013, para poder cantar el Aleluya y el Gloria en la fiesta de la Purificación de la Virgen (Ypapanti Domini) –2 de febrero– cuando ésta coincidía con Septuagésima. Este hecho podría revelar que la citada fiesta de la Virgen pudiese tener un significado especial en la historia del monasterio, hoy desconocido, además de un cierto interés por adoptar ritos utilizados en Jerusalén y Roma. El deseo manifestado, en el acta de consagración, de hacer una nueva construcción cuya magnificencia superara y completase las anteriores podría resultar, hasta cierto punto, convencional si se sitúa en el ámbito de un texto oficial, que incidía y honraba la actuación de la familia condal a la que Oliba pertenecía. Probablemente, tuvo además otros motivos más prácticos y urgentes para poner en marcha la reforma del templo de Santa Maria; los rasgos innovadores que presenta la cabecera proyectada por Oliba –un amplio espacio unitario, de un solo nivel, en el que se abren un elevado número de ábsides– podrían responder a la intención de crear un nuevo ámbito cultual adaptado a las exigencias de la liturgia romana que Oliba impulsaba.
Se desconoce cuando el abad Oliba (1008-1046) concibió el proyecto de ampliar y renovar el templo de Santa Maria. Dos cartas suyas atestiguan que las obras de remodelación de la iglesia ya estaban en marcha entorno al 1023, una dirigida a sus monjes de Ripoll acusando recibo de una carta con noticias de las obras, de 1023, y otra, datada entre 1024-1025, dirigida al rey Sancho de Navarra, pidiéndole dinero para las obras de Santa Maria. El acta describe las obras realizadas por Oliba: Omne enim superpositum eiusdem ecclesiae solo tenus coaequavit, et a fundamentis extruens, multo labore et miro opere divina se iuvante gratia ipse complevit, distinguiendo dos tipos de acciones constructivas. La primera era igualar al nivel de suelo/pavimento la iglesia existente: Omne enim superpositum eiusdem ecclesiae solo tenus coaequavit. Desde el punto de vista arquitectónico, el término coaequavit implica nivelar, reducir a un solo nivel la superficie interior de un edificio. Esta actuación indicaría entonces que el edificio anterior de 977 debía poseer niveles o pisos altos. Según la descripción, Oliba derribó del edificio anterior sólo lo construido por encima del nivel del suelo, no todo. Sin embargo, la interpretación más aceptada es que Oliba destruyó todo el edificio anterior y construyó uno nuevo desde sus fundamentos, propuesta que no se ajusta al sentido global expresado en el acta de 1032, por apoyarse en un uso incorrecto del término coaequavit, entendido como demoler (aequo), y no como nivelar/dejar a un solo nivel, igualar (coaequo). Tampoco se atiende a que la descripción aplica esta acción sólo a unas determinadas partes del edificio –omne superpositum eiusdem Ecclesiae–, no a todas. Se desconocen los motivos por los cuales Oliba decidió anular lo superpositum (piso elevado) del templo anterior; cabría la posibilidad de que su organización espacial dificultase el desarrollo de la liturgia romana introducida por Oliba en Ripoll. La segunda acción constructiva descrita es que levantó desde sus fundamentos la nueva obra que completaría el edificio: et a fundamentis extruens, multo labore et miro opere divina se iuvante gratia ipse complevit. Al señalar que lo nuevo construido se hizo desde sus fundamentos –a fundamentis extruens– se puede deducir que la obra nueva se levantó fuera del perímetro del edificio anterior. Además, el término complevit indica que con ella se completó lo conservado de la iglesia que ya existía eiusdem ecclesiae. El testimonio aportado por J. Villanueva después de su visita a Ripoll (1806-1807) da luz sobre el alcance de las obras y reformas hechas por el abad Oliba, y es importante para entender la descripción dada en el acta de consagración: viniendo ahora a hablar del templo, debo prevenir que el que hoy vemos es el mismo que últimamente se consagró en 1032 por (…) Oliva. (…) Tiénese aquí por tradición que aquel prelado no hizo otra cosa más que el crucero o nave del altar mayor, dejando intactas las naves que se abocan a ella, que era obra de los abades antecesores Arnulf y Widisclo. Según esta tradición, conservada oralmente entre los monjes de Ripoll, Oliba amplió el edificio antiguo por sus extremos, más allá de su perímetro: hacia oriente con una nueva cabecera, y a occidente con un nuevo cuerpo de fachada flanqueado por dos torres.
El edificio así remodelado por Oliba presentaba una planta basilical cruciforme, destacable por sus proporciones de 60 m x 40 m, y organizado en tres ámbitos: una amplia cabecera orientada de siete ábsides en batería abiertos a un gran transepto; un cuerpo de cinco naves, organizado en siete tramos; la nave central definida por pilares rectangulares y las colaterales posiblemente por columnas y, finalmente, un cuerpo de fachada principal flanqueado por dos torres. Posiblemente adosado a la parte meridional ya se desplegaba, desde la época del abad Arnulf, un claustro rodeado por las habitaciones monásticas. De los restos arquitectónicos y arqueológicos conservados e identificados de la iglesia olibana se puede deducir que lo extraordinario del edificio no era sólo la magnitud de sus proporciones, o el elevado número de ábsides o de naves –no existe otro ejemplar conservado en la Marca Hispánica que presente estas características– sino también la solución y organización espacial de tipo diáfano planteada en su interior. Su resolución arquitectónica exhibe rasgos innovadores para la época por su tipología y disposición.
La cabecera de Santa Maria consagrada en 1032 fue construida de nueva planta desde sus fundamentos sin adaptarse a ninguna construcción previa, por lo que refleja la disposición arquitectónica que Oliba consideraba adecuada para la nueva liturgia de tipo romano que implantó en el monasterio de Santa Maria; quizás esta circunstancia pudo ser la causa de su innovación. Las excavaciones realizadas en 1969-1975 pusieron de manifiesto que para su construcción Oliba tuvo que clausurar y adaptar un espacio funerario existente en esta zona; algunas de sus sepulturas, fueron seccionadas por los fundamentos de la nueva cabecera, lo que obligó a reubicar los restos en otro lugar. Sin embargo, hay indicios ciertos de que Oliba no lo anuló, sino que lo acondicionó al hacer construir dos ventanas en la parte inferior del muro del ábside mayor para que iluminasen el lugar, y mantuvo las sepulturas no afectadas por las obras. La decisión de Oliba de levantar siete ábsides y no cinco, de acuerdo con el número de naves mantenidas, posiblemente respondiese no sólo a las exigencias de los nuevos usos litúrgicos romanos implantados, sino también a una mentalidad dónde el símbolo lo impregnaba todo. El número siete es también el número de tramos transversales que tienen las naves de la nueva iglesia olibana. Los siete ábsides se abren en batería a lo largo del muro oriental; son tangenciales entre sí, y no presentan escalonamiento interno, ni externo. Todos tienen planta semicircular, de poca profundidad, y se abren directamente al transepto sin tramo previo. Actualmente, desde el transepto se accede a los ábsides a través de una o dos gradas que podrían responder a la solución original. El ábside central mide 9 m de diámetro por 5 m de profundidad, los seis laterales, oscilan entre 2’5-3 m de diámetro por 2’5 m de profundidad; sus arcos de acceso son de medio punto con un resalte que arranca desde sus mismos fundamentos. El arco de acceso al ábside mayor desapareció en el terremoto de 1428. Por su estructura y fundamentos se puede afirmar que los ábsides del templo olíbano fueron cubiertos con bóveda de piedra. Los laterales originales presentan una ventana centrada de doble vertiente con arco de medio punto sin resalte. El ábside central no conservó en planta sus ventanas originales, que desaparecieron en el siglo xvii debido a la construcción de un camarín para la Virgen; en la reconstrucción de finales del siglo xix se dispusieron las tres ventanas actuales. Sin embargo, las dos ventanas abiertas en el subsuelo de dicho ábside central, que abarcaba parte de una zona de enterramientos, actualmente casi semienterradas por el nivel del suelo exterior, se consideran originales del edificio de 1032.
Los ábsides desembocan directamente en el transepto y forman una unidad espacial con éste, configurando un ámbito de cabecera extraordinariamente diáfano. Las medidas del transepto son excepcionales: 40 m de longitud x 9’5 m de ancho x 9 m de alto; sus brazos tienen 14’5 m y 15 m de longitud, y exceden al cuerpo de naves. Cada uno de los brazos del transepto está dividido por un arco fajón en dos tramos desiguales; el primer tramo –8’5 m–, abarca los dos primeros ábsides laterales en el muro oriental, y los arcos de comunicación con las naves laterales en el occidental; el segundo tramo –de 4’5m– es la parte que sobresale exteriormente del cuerpo de naves y sólo abarca el ábside lateral extremo. Los dos brazos del transepto presentan cubierta en bóveda de cañón; las originales se conservaron hasta el siglo xix, entonces fue restaurada la del lado norte y rehecha la del lado sur. Sus muros testeros presentan un amplio y alto ventanal con las mismas características de amplitud, altura, alféizar plano y arco de medio punto con resalte, que las ventanas abiertas en los muros perimetrales del cuerpo de naves. El tramo de transepto correspondiente al crucero no se ha conservado, desapareció definitivamente en el terremoto de 1428. La existencia de pilares cruciformes en la zona de comunicación con la nave central parece indicar que existieron arcos fajones en la zona de conexión del crucero con los brazos; son los únicos en todo el edificio. Esta resolución, junto con la función del crucero de albergar el altar mayor, podría llevar aceptar la solución de un crucero central diferenciado en el transepto original. Un documento de 1432 (Jaume Graell de Barcelona emprenía el preu fet de la volta sobre l’altar major en substitució del cimbori romànic, per 425 florins d’or) da a conocer la posible existencia de un cimborrio románico que se derrumbó en el terremoto de 1428; sin embargo, hay duda de si éste cimborrio era el original del edificio olibano, o se remodeló cuando se cubrieron las naves con bóveda de piedra posteriormente (¿siglo xii?). Actualmente, el crucero presenta una torre cimborio de tipo octogonal, solución debida a la reconstrucción de E. Rogent (1886-1893), que para su reconstrucción se inspiró en el de Sant Jaume de Frontanyá. El nivel del transepto es elevado respecto al de las naves; actualmente se accede a él a través de ocho gradas que ocupan el intradós de los arcos de comunicación. Las arcadas que abren el transepto a las naves laterales fueron reconstruidas totalmente en el siglo xix, de acuerdo con los restos de fundamentos conservados.
Exteriormente el juego de volúmenes y dinamización de los muros de la cabecera de Oliba son de gran impacto. Los ábsides laterales presentan un remate de arquillos ciegos bajo la cornisa. Del ábside central, la única parte original conservada es la inferior, que presenta un podio o banco de donde arrancaban cuatro lesenas; del remate superior no se ha conservado nada, quizás continuaba el friso de ventanas ciegas que presentan los brazos del transepto. El acabado exterior que actualmente presenta es debido a la restauración que Martí Sureda realizó entre 1880-1883 para devolverle su “estado románico”, desfigurado en el siglo xvii por la construcción de un camarín de la Virgen que afectó su organización interna original y desfiguró el perímetro exterior de la cabecera con la anexión de edificios que lo ocultaban. Los muros exteriores de los brazos del transepto presentan un friso de doce ventanas ciegas; sus arcos de medio punto están perfilados con un resalte, que en los entrearcos se sostiene en pequeñas ménsulas lisas; por debajo de su alfeizar corre una moldura continua de sección rectangular que sobresale escalonadamente realzando el efecto de luz-sombra (interior-exterior) del friso de ventanas. En los muros testeros el frontón presenta la misma solución de ventanas ciegas que enmarcan, integrándolo en su diseño, el gran ventanal central del muro; aquí las ventanas ciegas que lo flanquean van disminuyendo de tamaño según la inclinación del tejado.
La iglesia consagrada por Oliba en 1032 tenía un cuerpo de cinco naves según atestiguan los restos de fundamentos conservados, y varios testimonios escritos, destacando el de J. Villanueva, quién informó de que Oliba mantuvo el cuerpo de naves del edificio de Arnulf. Sin embargo, Oliba adaptó las naves a su reforma añadiendo dos tramos más en el extremo occidental, antes del nuevo cuerpo de fachada, por lo que de los cinco tramos originales se pasó a siete. Atestigua esta ampliación el que los pilares de esta parte no son iguales al resto, destacando por su mayor longitud y por no estar achaflanados, detalle conocido por planos antiguos, que no conservó la restauración de E. Rogent. Hecho que tuvo que requerir otro tipo de adaptaciones: ampliación de los arcos de separación de las naves colaterales, y de los muros perimetrales, de la cubierta, etc. Hay autores que consideran que la solución de cinco naves responde sólo al edificio de Oliba y no al edificio de 977, admitiendo que Oliba no conservó nada de éste. La intervención realizada en el claustro en el año 2010, para dejar a la vista los muros de la planta baja en su estado original, presentó como uno de los resultados que el exterior del muro perimetral de naves que da al claustro es de la época de Oliba, sin embargo la parte interna de dicho muro presenta, a la altura de sus últimos tramos y a nivel de pavimento, unos arcos que no son visibles por el lado externo; actualmente no están identificados a falta de prospecciones y nuevas investigaciones para delimitar su identidad.
Otra cuestión debatida es el tipo de separación que presentaban entre sí las naves colaterales: si los arcos de separación estaban sostenidos sólo por columnas o se alternaban columnas y pilares. Los testigos que pudieron ver el templo antes de la reforma de 1826-1830, que redujo el número original de cinco naves a tres, confirman solo el número de éstas, pero no detallan con precisión la resolución que presentaban. J. Villanueva cita al respecto: la iglesia es de cinco naves de poca elevación: la del medio tendrá unos 40 palmos de latitud, y todas ellas de 120; las colaterales están divididas parte por columnas parte por machones. Hasta 1886 se había interpretado unánimemente que las colaterales se separaban entre sí solo por columnas, y con la nave central por pilares. Pero, durante la última reconstrucción (1886-1893) Elías Rogent ante determinados problemas de sostenibilidad de cubiertas propuso una alternancia de columnas y pilares, interpretando de forma distinta la descripción de J. Villanueva, e instalándola en la reconstrucción. Entre 1863 y 1886 se habían llevado a cabo algunas catas a fin de rehacer los machones arruinados del lado norte y deslindar esta cuestión, pero no se consiguió resolver nada con certeza, a pesar de haber hallado el banco de apoyo de las arcadas de separación en los primeros tramos del lado norte de las naves. La mayoría de autores sostiene que el cuerpo de naves del edificio consagrado en 1032 presentaba cubierta de madera, a seguro renovada en relación al edificio anterior de 977. Algunos autores, como E. Junyent, apoyan la propuesta de cubierta con madera en que los pilares de la nave central no presentan arcos fajones que confirmen la presencia de bóvedas de piedra. Exteriormente los muros de la nave central presentan, en su parte superior, el mismo friso de ventanas ciegas que los brazos del transepto, lo que unifica en cierta forma el acabado externo del edificio olíbano; hay que tener en cuenta que la ampliación de tramos de naves y cubierta tuvo que revertir en que la parte superior de los muros también se renovase.
En el extremo oriental del muro sur del cuerpo de naves existió una puerta lateral de acceso y/o comunicación con las habitaciones monásticas; fue anulada en obras de reconstrucción posteriores a 1884. En torno a esta puerta lateral del templo, que a partir del siglo xii comunicó con el actual claustro, se han hallado enterramientos a nivel de pavimento. Unos delante de su umbral exterior, atribuibles a los siglos x-xi, por su semejanza con algunos de los situados en el subsuelo de la cabecera. Otros en la parte derecha de dicha puerta, donde se levantaba desde antiguo un muro de cierre, en el centro del cual se abría la antigua sala capitular; entre éstos se han identificado el de Wifredo el Velloso y el de Bernat Tallaferro. Sin embargo, éstas últimas sepulturas, por los rasgos que presentan, no son las originales, lo que indicaría que o bien fueron remozadas posteriormente (¿siglo xii?), aprovechando la ocasión para colocarlos con alguno de sus hijos, o bien fueron trasladadas a este lugar desde algún otro sitio. Se plantea la posibilidad de que esta puerta lateral ya existiese en el edificio de 977 y se utilizara como lugar de enterramientos de alguna determinada saga condal.
Oliba remató el nuevo templo con un cuerpo de fachada flanqueado por dos torres. Este cuerpo estaba constituido por un endonártex que conectaba directamente con la nave central. Éste amplió considerablemente el espacio de tránsito desde la puerta de acceso hasta el interior del templo; pudo tener una función de parada estacional en la liturgia funeraria de la época. Es probable que el endonártex original tuviese un piso alto a modo de tribuna que comunicase con las torres, pero se arruinó con el terremoto de 1428, restaurándose a los pocos años con bóveda de crucería gótica y un óculo redondo en el piso alto; posteriormente en 1886-1893, Elías Rogent lo reedificó en versión neorrománica. Actualmente, las torres no presentan su resolución original al completo. La torre sur es la única que conservó los pisos o niveles originales, pero durante su restauración (1891-1893) Rogent le añadió un piso más y un remate con almenas, siguiendo los modelos de Sant Miquel de Cuixà y Sant Martí del Canigó. Este arquitecto tenía intención de reconstruir la torre norte, arruinada, con la misma resolución que la sur; entonces sólo se conservaba hasta el primer piso. Pero, por circunstancias desconocidas, ajenas al proyecto de Elías Rogent, sólo se levantó un segundo piso, y posteriormente a 1893, se colocó el extravagante remate que hoy presenta a modo de frontón en cada una de sus caras; se desconoce el autor. Según la tradición esta torre se derrumbó en el terremoto de 1428 y no se volvió a levantar; según algunos autores esta torre originalmente nunca se llegó a terminar. Se desconoce la resolución que Oliba pudo dar a la fachada y puerta principal del edificio consagrado en 1032, pero se le atribuye el muro todavía conservado a ambos lados del cuerpo esculpido de la portada que se añadió a mediados del siglo xii, decorado con dos tramos de lesenas rematados por cinco arcuaciones ciegas. La zona de la portada de Oliba posiblemente estuvo pintada, ya que detrás del actual cuerpo esculpido del siglo xii se han encontrado trozos de muro con pintura al fresco. También se desconoce la solución original de su imafronte.
Sobre la posible existencia de un pórtico o exonártex en época olibana, Elías Rogent recogió en un texto hasta ahora inédito, escrito al final de su vida (ca. 1893-1895), algunos indicios que podrían avalarlo, concluyendo que en época románica debía proteger la fachada y los sepulcros a ella adosados. El actual, pórtico de cinco arcadas góticas, fue construido a finales del siglo xiii por el abad Ramon de Vilaregut (1280-1310). J. Villanueva es de los pocos autores que señala la función funeraria de este pórtico destacando la existencia de cinco sepulcros a nivel de pavimento que flanqueaban la portada, entrase a la iglesia por un pórtico despejado (…) en el cual hay cinco sepulcros a la raíz de la pared con vestigios de inscripciones que ya perecieron. Es indubitable que aquí están enterrados algunos de los condes o personas principales (…) El pórtico es la Galilea antigua, sitio donde se enterraban las personas de cuenta hasta el siglo xiv. También J. M. Pellicer, en sus crónicas de 1875, 1878 y 1888, da testimonio de estos sepulcros, actualmente desaparecidos o no visibles debido al actual pavimento. Datos dispersos recogidos en fuentes documentales parecen sugerir la implicación del abad Oliba en reformas vinculadas al panteón condal, paralelas a las obras del templo. Es una incógnita no resuelta deslindar si las reformas introducidas por Oliba en la iglesia monástica de Santa Maria pudieron ser consecuencia de cambios efectuados en el panteón condal, o quizás ambas reformas fueron sabiamente conjugadas en un gran proyecto inicial.
Otra cuestión planteada pero no resuelta es la configuración de un posible recinto claustral existente desde antiguo (¿época abad Arnulf?) y que Oliba pudo reorganizar en su reforma. El actual claustro se inició a finales del siglo xii y se terminó a principios del siglo xvi, pero hay claros indicios de que con anterioridad ya existió en el mismo lugar un recinto o patio claustral, puesto que en tres de sus muros de cierre se han conservado restos de dependencias atribuibles a los siglos x-xi. El muro de cierre del ala oriental presenta tres aberturas hoy cegadas –una puerta flanqueada por dos ventanales u hornacinas–, que por su tipología constructiva podrían corresponder a la sala capitular de los siglos x-xi; en el extremo norte del mismo muro, otra puerta, también cegada, comunicaba a través de un pasillo con el antiguo dormitorio de los monjes. El muro de cierre del ala meridional, posiblemente uno de los más antiguos conservados, presenta cuatro pares de ventanas geminadas que por su tipología constructiva se atribuyen al siglo x; podrían identificarse como dependencias del antiguo scriptorium. En el año 2010 se descubrió en el extremo sur de este muro un arcosolio elevado con una imagen en yeso de la Maiestas Mariae, cuya cronología y estilo está en estudio, pero que indudablemente pertenece a época románica. El lado septentrional del claustro se cerraba con el muro del templo dinamizado con una serie de seis lesenas; no se ha conservado su remate; por sus características, los técnicos que intervinieron en el año 2010 lo han atribuido a la reforma de Oliba.
Después de la reforma de Oliba consagrada en 1032, y a lo largo de todo el siglo xi, no se conocen otras construcciones o reformas en el templo monástico, aunque sí pudo haber dedicaciones de nuevos altares. La serie de emulaciones constructivas entre las diversas generaciones de la familia condal, sobre todo de la rama de Cerdanya-Besalú, que redundaron en la monumentalidad de la iglesia monástica de Santa Maria, cesó cuando en el año 1070 el conde Bernat II de Besalú consumó la anexión del monasterio de Ripoll a la Congregación de San Víctor de Marsella, de acuerdo con los dictados de la Reforma gregoriana, que intentaba desligar los monasterios del patronazgo civil. El conde Bernat llevaba ya algunos años previendo realizarla, lo que pudo causar, en el año1066, el traslado de reliquias procedentes de los tituli de San Salvador y San Poncio –fundaciones condales– al altar mayor de Santa Maria.
A raíz de esta anexión empezará la tercera etapa (1070 - 1215), o etapa monástica, la última del período románico, en la que se pueden distinguir dos fases de acuerdo con la orientación que tomó la vida monástica en Ripoll. La primera se desarrolló de 1070 a 1169 y responde a la fase de dependencia de la congregación de San Víctor de Marsella. Las fuentes documentales conservadas de este período –desde la anexión del monasterio de Santa Maria a la congregación de San Víctor de Marsella sellada el 27 de diciembre de 1070, hasta que se independizó de ella en el año 1169– no contienen referencias directas sobre posibles actividades constructivas en el monasterio de Ripoll. Sin embargo, restos arquitectónicos y escultóricos conservados testifican la posibilidad de que durante esta fase se hicieron mejoras y obras en el templo de Santa Maria. Según los restos conservados, se realizaron obras en la zona del altar mayor (crucero), instalándose un mosaico de 9 m x 11 m en el pavimento del crucero, y se hizo un nuevo baldaquín de piedra y plata para cubrir el altar. También se realizaron en la zona de la fachada con el añadido de un cuerpo esculpido que enmarcaba la portada. En esta época también se pudo cubrir las naves con bóvedas de piedra. La razón de estas obras podría estar en la adecuación y mejora del edificio de acuerdo a nuevos usos litúrgicos y/o al espíritu o regla de San Víctor de Marsella. Durante el gobierno de los dos últimos abades marselleses: Pere Ramon (1125-1153) y Gaufred II (1153-1169), hay constancia, en fuentes documentales, de algunos hechos que podrían estar relacionados con las citadas obras. En el año 1157, durante el gobierno del abad Gaufred II (1153-1169), se implantó en Ripoll la fiesta de Sancta Maria in sabbato. El carácter innovador y magnificente que transpira el texto de la institución de esta fiesta parece sugerir que formaba parte de un gran proyecto de dignificación del monasterio y en concreto de su templo. Este proyecto podría relacionarse con el proceso de recuperación de una parte importante del tesoro de plata de Santa Maria de Ripoll, incautado en el año 1141 por el conde Ramon Berenguer IV, y que posteriormente fue resarcido o indemnizado a través de la donación del alodio condal de Molló. Se conocen dos documentos relacionados con las rentas de este alodio: uno fechado en 1151 y el otro sin datar; ambos informan de que con estas rentas se quería restituir la plata incautada. En el segundo documento se da una relación de las piezas de plata en cuya elaboración se habían invertido réditos de Molló: Hoc est breve de Molione ad restaurandum thesaurum quod ego Guillelmus prepositus restauravi in ecclesia Sancte Marie. Primum in cruce VI libras de argento et octo moabitinos maris, et in teste II libras, et in columpnis XII libras, et in cimborio septem libras et I solidum. La referencia al trabajo de orfebrería realizado en columnas y en un ciborio podría relacionarse con la construcción de un nuevo baldaquín para sustituir al anterior incautado, obra de Oliba, descrito en un inventario de 1047 (colunas ciborii coopertas argento, et desuper tabulam coopertam argento). Actualmente se conservan cuatro basas de piedra caliza esculpidas que, por sus medidas y el estilo, se atribuyen a un baldaquín del siglo xii. El nuevo baldaquín de piedra pudo tener, como el de Oliba, partes recubiertas en plata, como el fuste de las columnas y quizás también algunas zonas internas del ciborio o cubierta, si se atiende al documento citado.
X. Barral fecha el mosaico instalado en el pavimento del crucero, debajo del altar mayor, como una obra de mediados del siglo xii por su estilo y programa iconográfico. Esta cronología permite incluirlo como una de las reformas de mejora realizadas en el crucero y altar mayor durante el gobierno de los últimos abades marselleses. El mosaico original se mantuvo in situ hasta 1886. Debido al mal estado en que se encontraba, en la restauración (1886-1893) de E. Rogent se colocó una reproducción. Actualmente sólo se conservan cuatro trozos del mosaico original, conservados en el Museo de Ripoll. Su programa iconográfico se conoce por un dibujo que hizo J. M. Pellicer en torno al 1880. Según E. Junyent, en esta época también se elevó el nivel del transepto de 1032, aumentando hasta nueve los escalones de acceso desde la nave; no justifica la afirmación. X. Barral afirmó posteriormente que la instalación del mosaico pudo ser una de las causas de la elevación, pero no la única.
Durante este período también hubo reformas vinculadas a los sufragios por los difuntos que se celebraban en el monasterio. Una copia del siglo xiii da noticia de los sufragios instaurados por el abad Pedro Raimundo (1125-1153), y por su sucesor el abad Gausfred II (1153-1169), que instituyó una misa los viernes en el altar mayor de Santa Maria por todos los difuntos, así como una procesión con responsos que daba la vuelta a las sepulturas y cementerio. Posiblemente estos sufragios pudieron exigir adaptaciones y una mayor dignificación de los espacios funerarios del panteón condal, situados en las puertas de Santa Maria, y en el acceso al cementerio, así como en los espacios del recorrido señalado para la procesión. Quizás, en este período y contexto se pudo añadir el cuerpo esculpido de la portada, de unos 11’60 m de longitud x 7’20 m de altura, y el traslado de algunas tumbas condales para mejorar su situación y veneración.
La segunda fase (1172-1215) de esta etapa monástica abarca los años de los abades independientes del monasterio. Durante este tiempo reaparecen noticias sobre nuevas construcciones en las fuentes documentales y en inscripciones epigráficas, pero ninguna vinculada al edificio del templo. Al primer abad independiente, Ramon de Berga (1172-1206), se atribuye el inicio del actual claustro entorno al 1180. Se empezó por la galería que corría paralela al muro del templo; esta galería consta de 13 arcos de medio punto, decorados con diversas molduras tanto en la cara interna como en la externa, sostenidos por 14 parejas de columnas con capitel, ábaco y basa que descansan sobre un pretil, rehecho entre 1880-1882. De su sucesor, el abad Bernat de Peramola (1206-1213), se menciona que restauró las antiguas murallas y las reforzó con torres. De estas noticias documentales se deduce que si estos dos abades hubiesen realizado obras en el templo posiblemente también habría referencia documental escrita de ellas. En 1215, a raíz de un decreto del Concilio Laterano IV, se estableció que los monasterios benedictinos se habían de reunir en capítulos generales a fin de que la regla y el buen gobierno se observaran. Se creó entonces la Congregación Claustral Tarraconense que reunió a los monasterios de la Corona de Aragón y Navarra; Ripoll fue uno de los primeros monasterios que formó parte de ella, terminando así la fase de los abades independientes.
La obra del claustro se completó en época gótica. En el año 1380 el abad Galceran de Besora (1380-1383) levantó una galería superior encima de la primera románica, y en ella erigió en 1383 una capilla dedicada a san Macario. En el año 1387, el abad Ramon Descatllar (1383-1408) decidió emprender la construcción de las tres galerías bajas que faltaban: empezó por la oriental, donde se abría la sala capitular; en el año 1390 continuó por la sur; la última fue la occidental, que se terminó en 1401. Estas tres galerías se construyeron teniendo como referencia la galería románica construida por el abad Raimundo Berga. Las galerías superiores correspondientes se construyeron entre 1506 y 1517, y tuvieron, a su vez, como referencia, la primera galería superior mandada construir por el abad Galceran de Besora.
Texto: Clara Poch Gardella – Fotos: Concepció Peig Ginabreda – Planos: Conchita Ruiz Terradillos
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