Identificador
40237_01_110
Tipo
Formato
Fecha
Cobertura
41º 29' 54.39'' , -3º 55' 30.88''
Idioma
Autor
José Miguel Merino de Cáceres
Colaboradores
Sin información
Derechos
Edificio Procedencia (Fuente)
País
España
Edificio (Relación)
Localidad
Sacramenia
Municipio
Sacramenia
Provincia
Segovia
Comunidad
Castilla y León
País
España
Claves
Descripción
“AÚN, EN 1866, alcanzamos á ver preciosos restos de su archivo; aún, ¡cosa más extraña! alcanzamos un resto de su comunidad, un buen sacerdote que viviendo en las cercanías iba á encerrarse allí por temporada, y que vistiendo su majestuoso hábito blanco nos hizo los honores de la casa con fruición sólo igual á la nuestra. ‘¿Quién sobrevivirá á quién? se nos ocurría con lágrimas en los ojos; ¿el monje o el monasterio?´. Y al despedirnos del ignorado monumento, aún sin previsión de los nuevos trastornos que iban á caer sobre nuestra patria, parecíamos oírle murmurar como á todos los que en desamparo se quedan, pero entonces con voz más perceptible, aquellas palabras de Job tan indefiniblemente melancólicas: Voy á dormirme en el polvo, y si mañana me buscares, ya no existiré” (José Mª QUADRADO, España: sus monumentos y artes, su naturaleza e historia. Salamanca, Ávila y Segovia, Barcelona, 1979 (1884), p. 718). La tradición señalaba para Sacramenia la presencia del cenobita Juan Paniagua, citado por Manrique y Colmenares, más tarde venerado como santo y al que debemos la doble advocación de San Juan y Santa María de Sacramenia, inmediatamente anterior a la llegada de los monjes bernardos. La crítica erudita había señalado que la casa segoviana de Santa María de Sacramenia era la más antigua entre las españolas, datando su fundación en 1141 ó 1142. Pero el razonamiento resultaba más que cuestionable dado que la fuente aducida con exclusividad eran las tradicionales Tablas de Cîteaux, plagadas de inexactitudes, según demostró el padre Cocheril. Las últimas investigaciones de José Carlos Valle señalaron que la primera casa cisterciense hispana correspondía a Sobrado (1142) y no a Moreruela (tradicionalmente datada en 1131 o 1132, vid. VALLE PÉREZ, José Carlos, “La introducción de la orden del Císter en los reinos de Castilla y León. Estado de la cuestión”, en La introducción del Císter en España y Portugal, Burgos, 1991, pp. 133-161). En 1144 Alfonso VII realizaba una donación fundacional al abad Raimundo y a los monjes de Sacramenia que seguían la regla de San Benito, el mismo monarca demostró nuevamente su generosidad en 1147, 1152 y 1153, al igual que Alfonso VIII en 1174, 1191 y 1199, ofreciendo las rentas de 200 cahices de sal en Villafría, la granja de Aldea Falcón, las sernas de las Viñas, Carrascal y Pechorromán, la dehesa de Llantada y diversas heredades en San Mamés, San Miguel de Bernuy y Fuentidueña, además de un canal en el Duratón a la altura de Fuentidueña y molinos y cañamares sobre el río de Sacramenia. Alfonso VIII ofrecía en 1174 libertad de pastos, de leña y de madera para la construcción de su iglesia. Por su parte, en 1183 Fernando II de León otorgaba al monasterio libertad sobre el derecho de portazgo y de pastos en todo su reino. En una donación del obispo de Segovia Pedro de Agen en 1147, se especificaba que los monjes allí instalados trabajaban con sus propias manos, para algunos autores dato indicativo de su nueva condición cisterciense; en la misma donación se haría alusión a la fundación por parte de los cistercienses de Sacramenia del monasterio de Nuestra Señora de la Armedilla, en tierras del concejo de Cuéllar, y que tiempo después pasó a la observancia de la orden jerónima. Para Linage resultaba extraño que entre la fundación del viejo monasterio-eremitorio y la afiliación de Sacramenia al instituto cisterciense mediaran tan pocos años. Lo cierto es que en Sacramenia se produjo una afiliación -que no fundación- de la línea L´Escale-Dieu/Morimond, aunque sólo desde 1179 podemos asegurar que el cenobio pertenecía al Císter pues así se detalla en una bula concedida por el papa Alejandro III. De 1172 data un falso por el que Fernando II de León otorgaba al abad Remundo de Sacramenia heredades, granjas y derechos de pastos y leñas en los términos de Fuentidueña, Sepúlveda y Cuéllar. De 1173 data otra donación de Cerebruno, arzobispo de Toledo, de una granja en la aldea de Cabaniel, junto al río Henares. En 1186 el monasterio obtendría de Alfonso VIII derechos de pastos y leñas en tierras de Sepúlveda. La casa segoviana no fue demasiado afortunada y languideció a lo largo del siglo XIII, siendo calificada como “mui pobre e mui minguada” en un privilegio otorgado por Alfonso X en 1274. En 1454, don Pedro de Luna, señor de la villa de Fuentidueña, penetró a la fuerza en la abadía, saqueándola y apropiándose de sus ornamentos y del archivo. El abad fray García de San Martín huyó entonces hasta Cuevas de Provanco y San Martín de Rubiales, mandando como pesquisidor al bachiller Diego Manuel, alcalde real de la Casa de la Moneda de Segovia, quien solventó el contencioso decretando una pública procesión de arrepentimiento y una ceremonia de reconocimiento de la afrenta previo pago de 25.000 maravedís. El abadiato pasó entonces a manos de don Juan de Acebes, el último perpetuo del monasterio, antes de la institución de los abades trienales. El mismo abad fue el responsable en 1488 del trueque con los benedictinos de San Pedro de Arlanza de ciertas propiedades en Aldehorno y Hontoria del Pinar a cambio del priorato de Santa María de Cárdaba. Pedro de Luna siguió manteniendo actitudes hostiles y extremadamente violentas con respecto a los derechos del monasterio y de sus colonos en Lagunilla y el valle de Amaldua hasta 1492. Tras la progresiva decadencia que llenó toda la Baja Edad Media, Sacramenia terminó por integrarse en 1481 en la reformada Congregación General de Castilla según los usos de Montesión y Valbuena. En 1584 su comunidad no pasaba de 15 miembros, y para Valle, justificaba la modestia de las obras allí acometidas a lo largo de la época moderna. Hacia 1627-29 reseñaba Colmenares que el monasterio sólo conservaba de importancia la iglesia “que pide mayor casa que al presente tiene”, sufriendo un incendio en 1674, según se desprende de una inscripción visible en un salmer sobre la columna central de la panda septentrional del claustro (se custodia hoy en Miami). El fuego hizo arder toda la casa y derritió las campanas de la iglesia. Sugiere Merino cómo una espadaña -alzada quizás sobre el absidiolo septentrional de la nave del evangelio- se derrumbó durante el mismo, siendo sustituida por la todavía visible sobre el lado de la epístola de la cabecera. Tras el incendio los trabajos de reparación que ascendieron a 2.000 ducados fueron sufragados por el caballero de Santiago don Alonso de Carden Peralta y Pacheco. Durante el transcurso de estas obras se trajo una señera campana desde el priorato de Santa María de la Sierra, se remató el claustro alto (1770) y la hospedería hacia el lado occidental del claustro (en la bóveda de la escalera aparece la data de 1775), así como la sacristía, enfermería y atrio de convalecientes, estancias de cuya evidencia sólo perduran algunos vestigios completamente arruinados. El primer decreto desamortizador de José Bonaparte en 1809 motivó una orden de desalojo, sufriendo un saqueo por parte del comandante Librada “el Romo”. Fernando VII restituía los bienes en 1814, siendo abad Vicente Tarancón y prior Raimundo González. El decreto de 1820 suprimía las casas con menos de 24 miembros, efectuándose un inventario de Sacramenia y expulsando a la comunidad, que sólo pudo llevarse los enseres de sus celdas. En 1821 Ramón Cano, abogado natural de Castrillo de Duero, adquiría el monasterio y procedía a desvalijarlo en su totalidad (incluyendo pisos, tabiques, balcones, rejas, barandas, puertas, ventanas, ladrillos y tejas), respetando sólo la iglesia. En 1823, tras la caída de los liberales, regresaban los monjes al frente del abad Fernando Ruiz, hijo del monasterio de Valdediós. Encontraban esta vez la casa en un estado deplorable, sin pisos, tabiques ni carpinterías. El siguiente abad, Rafael Gañán, emprendió las obras más urgentes de acondicionamiento, emprendiendo medidas legales contra Ramón Cano, que fue condenado al pago de una multa de más de 70.000 reales de los que la comunidad sólo pudo cobrar la mitad. Pero el decreto desamortizador más virulento correspondió al célebre gabinete Mendizábal, que en 1835 suprimía todos los conventos con menos de doce profesos. En Sacramenia sólo la iglesia se salvó de la enajenación, siendo cedida a la parroquia de Pecharromán. El Coto y el monasterio pasaron más tarde a manos de José Bustamante, director del Real Colegio de Artillería de Segovia y por matrimonio de su hija Dolores con Carlos Guitián a los descendientes de éstos. La hospedería, rehabilitada como vivienda de colonos, pudo salvarse de la total destrucción, desapareciendo el archivo y la sillería del coro. Cuando Quadrado visitó el monasterio en 1866 lo encontró “herido de muerte”. En 1870 la iglesia se dividió transversalmente a la altura del quinto pilar, destinando la cabecera al culto -con acceso desde el brazo norte del crucero- y el resto del templo -que lamentablemente permaneció casi un siglo sin cubiertas- a cochera y almacén de aperos, tal distribución se mantuvo hasta la reciente restauración que se inició en 1974. Torres Balbás describía el conjunto monacal en 1920, cuando todavía permanecían allí la sala capitular, el refectorio y la cocina. En 1926 parte de sus dependencias fueron expoliadas y expatriadas a los Estados Unidos, iniciando un increíble periplo estudiado meticulosamente por Merino. La iglesia permaneció afortunadamente in situ, siendo finalmente restaurada durante la década de 1980. La abadía de Sacramenia es uno de los más brillantes testimonios arquitectónicos del Císter en tierras castellanas, conservando un templo que se caracteriza por una rotunda horizontalidad, sumándose así al ideario de la estética cisterciense, opuesta al ornato y los volúmenes ascensionales. Sólo parte de la iglesia permanece extramuros del recinto monacal, hacia el extremo septentrional del mismo. Para acceder hasta el ámbito monástico debe superarse un zaguán, precedido por un sector de frondosos chopos y una portada clasicista. Está flanqueada por pilastras y coronada por un frontón partido, alojando un relieve de la Inmaculada y dos esculturas identificadas con las figuras de Alfonso VII y Alfonso VIII que -como una buena parte de las dependencias monacales- fueron a parar a los Estados Unidos. A la derecha de la portada clasicista se conserva un crucero de 1683 sufragado por Mateo Escudero y su mujer María Carretero. Desde el zaguán se penetra hasta un gran patio frontero con el sector de la cilla, reformado en época barroca. Con el tiempo, el zaguán fue tabicado, convirtiéndose en cochera, abriéndose otra puerta hacia su lado meridional, entre el horno y una portería. La iglesia, litúrgicamente orientada y de dimensiones nada despreciables, tiene planta de cruz latina, con tres naves de seis tramos, crucero saliente y cabecera con cinco capillas escalonadas: semicircular la central, precedida por tramo presbiterial recto, y otras dos a cada lado, rectas al exterior y semicirculares al interior, con presbiterio recto las contiguas al ábside mayor y más bajas las extremas. La original tipología utilizada en la cabecera permitió a Valle imaginar algún precedente gascón o languedociano que en la actualidad no se ha conservado, Merino señalaba su genérica similitud respecto a Le Thoronet y Sénanque. Destaca en cualquier caso por la gran diafanidad de sus volúmenes, la maestría de su estereotomía arenisca y la rotunda desnudez de sus muros. Desde el exterior, la capilla mayor queda dividida en dos cuerpos de similar altura por medio de una imposta cuyo perfil combina baquetones, escocias y listeles. Está perforada por tres ventanas de medio punto, con chambrana engolada y arquivolta baquetonada cuyas escocias están ornadas con hojas cuatripétalas y bayas. La arquivolta apoya sobre una imposta -la misma que se prolonga a lo largo del hemiciclo- y columnillas acodilladas coronadas por capiteles vegetales de carnoso sogueado, los fustes reposan sobre basas áticas con garras angulares y plintos cúbicos. El ábside mayor culmina con cornisa nacelada que apoya sobre canecillos, la mayor parte de ellos nacelados, aunque destacan algunas piezas de gran calidad escultórica que plasman un barrilito, gruesas piñas, hojas ramificadas, acantos y perfiles acaracolados o modelos de cestería, piezas que se repiten en los ábsides laterales. La nave central, más ancha y alta que las laterales, se cubre con bóvedas estrelladas de ligaduras y terceletes que arrancan de ménsulas angulares lisas o con bolas y datan de inicios del siglo XVI. Fueron alzadas con posterioridad a la integración de la casa en la Congregación General de Castilla en 1481, aunque conserve los originales fajones de sección prismática, apuntados y doblados, que voltean sobre imposta nacelada y semicolumnas de fustes truncados que rematan en toscas ménsulas troncónicas. Cada tramo está perforado por una ventana de medio punto con alféizar en talud. Todos los capiteles poseen cestas lisas excepto los de los tres primeros pilares del lado septentrional y un toral del meridional, con decoración de acantos. Torres Balbás advertía cierta familiaridad entre las cestas del triunfal de Sacramenia y las de la iglesia del templo premonstratense vallisoletano de Retuerta, la apreciación resulta certera, un cierto sabor abulense valida incluso la vía borgoñona. También los formeros son apuntados y doblados, apoyando sobre semicolumnas adosadas al pilar. A partir del cuarto pilar del lado septentrional y el quinto del lado meridional, los capiteles de los formeros son vegetales y se disponen bajo cimacios e impostas naceladas que se prolongan a lo largo del muro. Las basas son áticas, con garras esféricas de finos acantos o frondas delicadamente talladas en sus esquinas, y se disponen sobre plintos moldurados. Los pilares son de sección cruciforme, con basamento baquetonado, adosándose semicolumnas a tres de sus frentes y una pilastra hacia las naves laterales. Las naves laterales se cubren con crucerías cuatripartitas, reforzándose con nervios baquetonados (presentan claves vegetales las bóvedas más orientales de la nave meridional) que apoyan sobre cimacios nacelados y pilares de esquinas achaflanadas. Ventanas abocinadas de medio punto abiertas en cada uno de los tramos de las naves laterales -más altas las de la nave septentrional- iluminan el interior. La puerta de conversos, en el último tramo de la nave meridional del templo, fue cegada, en tanto que la puerta de monjes -con arco rebajado- del primer tramo data de hacia 1500. El primer pilar de la nave septentrional, cubierto por el nivel de pavimento, fue descubierto durante la restauración, apreciándose ahora sus basas áticas con garras de acanto de fina labra, contario en el zócalo inferior e incisos fileteados. En el mismo pilar, los cimacios de los torales se prolongan a lo largo de la semicolumna que voltea sobre el crucero, remarcando un característico anillo que nos recuerda un planteamiento similar al adoptado en Moreruela y Sandoval. En la nave colateral meridional el anillo se decora con tetrapétalas inscritas en el interior de círculos. La puerta de conversos consta de chambrana talonada y cinco arquivoltas de medio punto que apoyan sobre columnas acodilladas, cimacios nacelados y toscos capiteles vegetales y geométricos, los fustes terminan con basas áticas de garras angulares. Insistía Valle en cómo era habitual que en muchas construcciones cistercienses los sectores occidentales desvelasen la necesidad de agilizar las obras y la atonía de sus fábricas, advirtiendo una mayor rusticidad. Los dos tramos más occidentales de la nave central se cubren con un coro alto, posterior al ingreso del cenobio en la Congregación castellana, presenta bóvedas estrelladas de terceletes y combados (mantiene además un arco rebajado entre los pilares del tercer tramo -desde los pies- de la nave septentrional). A los pies están depositados cuatro sarcófagos lisos (dos de ellos antropomorfos) y una aguabenditera moderna que apoya sobre un pilarcito formado por un bloque de seis columnillas con cestas lisas que data del siglo XIII. Al exterior, la nave central tiene cubierta a doble vertiente y las laterales a una sola. El muro septentrional se refuerza mediante seis contrafuertes prismáticos escalonados entre los que se disponen las ventanas abocinadas de medio punto. Todos los muros rematan (aunque las construcciones adosadas impidan contemplar el lado meridional) en cornisas naceladas y canecillos con idéntico perfil, la mayor parte -junto a la hilada cumbrera- producto de la restauración. Algunos canecillos de rollos del muro septentrional y otros con perfil discoidal, en el lado oeste del brazo septentrional del crucero, son también recientes. La fachada occidental es de una gran sencillez, reflejando fielmente la distribución interna (la reciente restauración retiró algunos aditamentos de su lateral meridional). La portada está flanqueada por dos contrafuertes rematados en talud y sendas ventanas de medio punto abocinadas perforando las naves laterales. Está situada en el cuerpo inferior, ligeramente avanzada sobre el muro y coronada por un tejaroz liso, dispone de chambrana lisa y seis arquivoltas baquetonadas de medio punto que apoyan sobre cimacios lisos ligeramente prolongados a lo largo del muro, sencillos capiteles vegetales y columnas acodilladas sobre basas áticas. Las cestas, muy erosionadas, tienen someros acantos con flores hexapétalas y piñas angulares. En el cuerpo central inferior y el contrafuerte septentrional aún podemos advertir dos canzorros que soportaron un desparecido atrio. El cuerpo superior, está flanqueado por enormes contrafuertes prismáticos rematados en gabletes con pináculos de crochets. Entre los contrafuertes del cuerpo superior aparece un gran arco apuntado rebajado con perfil baquetonado que arranca de dobles cabecitas antropomórficas (recuerdan a otras similares en la portada occidental de Bujedo de Juarros, Burgos), parece cumplir función de descarga, cobijando el gran rosetón. Recientemente restaurado, posee centro lobulado del que parten doce columnillas radiales, amenizadas con capiteles de crochets que delimitan otros doce trilóbulos. El cuerpo occidental remata en frontón partido que data de 1733, albergando una hornacina con la imagen de San Bernardo coronada por pináculo. A la capilla mayor da paso un triunfal apuntado y doblado que apoya sobre semicolumnas adosadas. El presbiterio está cubierto con cañón apuntado que arranca de imposta nacelada. El muro meridional alberga una credencia -quizás pudo tener un uso funerario- con apuntado arco polilobulado. El ábside mayor, propiamente dicho, está perforado por tres ventanas de medio punto y se cubre con bóveda de horno (carece de nervios de refuerzo que había imaginado Merino de Cáceres antes de desmontar el retablo de 1592). Las capillas contiguas se organizan de similar manera, si bien los arcos apuntados y doblados voltean sobre ménsulas con dos rollos e imposta nacelada, se cubren con cañones apuntados. A las otras dos capillas extremas se accede desde un arco apuntado que apoya sobre ménsulas naceladas a modo de mochetas, se cubren con bóveda de horno y resultan perforadas mediante sendas ventanas de medio punto talladas en un bloque pétreo sobre mochetas naceladas (trilobuladas al interior). El crucero se cubre con bóvedas de cañón apuntado que arrancan de impostas naceladas, alzando un cimborrio -de vistosos contrafuertes angulares exteriores- con crucería estrellada en el tramo central de similar cronología que las de la nave mayor aunque en este caso la plementería define una corona central y motivos heráldicos angulares pintados hoy perdidos. Martín Postigo recogía una donación real de 1490 referida a la explotación de una cantera en tierra de Sepúlveda que tal vez pueda ponerse en relación con estas obras inmediatas a la integración de Sacramenia en la Congregación Cisterciense castellana. El cimborrio está perforado por un óculo a cada lado, hacia el septentrional contemplamos otra seña heráldica pétrea ornada con un águila bicéfala. La puerta de muertos aparece cuidadosamente cegada en el testero septentrional del crucero, por encima apreciamos dos ventanas de medio punto abocinadas y un rosetón con arquivoltas lisas que se repite -aquí con lacería- en el meridional. Por el testero meridional se penetraba hasta una sacristía moderna, la puerta data de fines del siglo XVI o inicios del XVII, tiene frontón partido y remata en pináculo, una fracturada inscripción aún presenta restos visibles (...MUNDAMINI QVI FERTISVASA D(omi)N(i)...”. También conserva la puerta de monjes en el primer tramo de la nave septentrional que da paso al desaparecido claustro, interiormente ostenta arco rebajado y hacia el exterior perfiles tardogóticos de bolas (doble jamba y chambrana que apoya sobre ménsulas) característicos de la época de los Reyes Católicos. Al exterior, el ángulo noroccidental presenta sólidos contrafuertes prismáticos escalonados muy restaurados. A lo largo de los muros interiores del templo se han conservado restos de policromía (especialmente en algunos sectores de la nave septentrional y en el tramo presbiterial de la capilla mayor). El retablo mayor, obra de factura clasicista, está presidido por una maltrecha talla en madera policromada de la Virgen con el Niño que data de la primera mitad del siglo XIV. Para Valle, la iglesia de Sacramenia es una empresa homogénea, fruto de una única campaña constructiva acometida por el mismo equipo de canteros. La distinta factura de los capiteles permitieron determinar a Sowell cómo mejoraban su calidad a medida que avanzamos hacia occidente aunque sin llegar a constatar diferentes fases constructivas. De hecho, la escultura desplegada sobre los capiteles del triunfal presenta una inusitada calidad, pero diferimos de Sowell pues los desarrollos superiores de picudos acantos y los barrocos remates frutales presentes en los capiteles de los tramos más orientales van tornándose toscos, tendiendo hacia el geometrismo y las cestas de trama romboidal en los tramos occidentales. Ciertos elementos presentes en el nivel superior de la fachada de poniente (el perfil del arco de descarga con la pequeñas cabecitas dobles o el tipo de contrafuertes) sugieren la presencia de un nuevo equipo de canteros cuyos rasgos estilísticos son plenamente góticos. El resto de las dependencias monásticas se sitúan al sur del templo, alrededor del claustro. La mayor antigüedad correspondía a las orientales, prolongación del brazo meridional del crucero y cuya construcción aseguraba el desarrollo de la vida cotidiana en el cenobio (sobre esta cuestión vid. VALLE PÉREZ, José Carlos, “La arquitectura del reino de León en tiempos de Fernando II y Alfonso IX: las construcciones de la Orden del Císter”, en Actas del Simposio Internacional sobre ‘O Pórtico da Gloria e a Arte do seu tempo´, Santiago de Compostela, 1988, pp. 149-172: id., “Las primeras construcciones de la orden del Císter en el reino de León”, en Arte Medievale. Ratio fecit diversum. San Bernardo e le arti. Atti del congresso internazionale, Roma, 1991, VIII/1, 1994, pp. 34 y ss.; id., “Las construcciones de la Orden del Císter en los reinos de Castilla y León: notas para una aproximación a la evolución de sus premisas”, Cistercivm, XLIII, 1991, pp. 767-786). En la actualidad ningún testimonio medieval se ha conservado in situ exceptuando una solana moderna hacia el sudeste y algunos muros desventrados cuajados por frondosas enredaderas que no interesaron demasiado a los expoliadores. Los actuales propietarios han diseñado un parapetado jardín en el espacio ocupado antaño por el claustro, foráneos abetos y sauces dan sombra a una fuente barroca central. El claustro poseía ocho tramos en la panda oriental y seis en las tres restantes que estaban cubiertos con bóvedas de crucería, octopartitas las centrales (en la panda oriental la del acceso hasta el capítulo) y de nervaduras estrelladas las de los ángulos. Fajones y nervaduras de las bóvedas apoyaban sobre columnillas hacia el patio y sobre ménsulas en los muros de cierre. Para Merino tales cubiertas no eran anteriores al siglo XV, si bien las arquerías abiertas hacia el patio tenían mayor antigüedad, aunque fueron renovadas a fines del siglo XVI o inicios del XVII las de las galerías occidental y meridional, al igual que los contrafuertes existentes entre las arquerías y el claustro alto. El claustro alto, con ocho arcadas de medio punto por panda que apoyaban sobre columnas dóricas, presentaba antepechos al exterior (excepto en la septentrional, donde aparecían balaustradas de hierro forjado) y arcos rebajados en los ángulos interiores. Se cubría con una techumbre de madera. En la crujía claustral oriental, a la derecha de la puerta de acceso a la iglesia existió un nicho tardogótico que cobijaba una altar románico apoyado sobre columnillas de rudos capiteles (hoy en Miami), se trataría del archipresente armarium, convertido en altar -como en otras casas cistercienses- cuando a fines del medievo se destinó una estancia específica como biblioteca. Adyacente se hallaba la antigua sacristía, con acceso desde una sencilla puerta de medio punto con triple baquetón, que permitía el paso hasta un espacio estrecho y alargado cubierto con bóveda de cañón y el hastial del crucero. Desde la vieja sacristía se llegaba hasta la construida a fines del siglo XVII. La mayoría de autores consideran que el capítulo, con nueve tramos cubiertos con bóvedas de crucería que apoyan sobre cuatro columnas y ménsulas cónicas, es posterior al templo (Torres Balbás, Sowell y Steger), si bien Valle advertía claras coincidencias (perfil de las nervaduras, apeo de las cubiertas, modelos de capiteles y elementos ornamentales o marcas de cantería) entre los canteros que inician la construcción de la iglesia de Sacramenia y los activos en la sala capitular. La entrada a la sala del capítulo posee puerta de medio punto provista de doble baquetón y escocia ornada con motivos florales que apoya sobre sencillas cestas vegetales de tipo corintio. Aparece flanqueada por otros cuatro vanos de medio punto que apoyan sobre cuatro columnillas centrales. Sobre el capítulo se alzó el dormitorio de monjes. Más allá del capítulo se hallaba un locutorio y las salas de trabajo (durante el desmantelamiento de Byne permanecían tapiadas). En el lado meridional planteaba Merino la posible existencia de una sala de copistas y el refectorio, cubierto con bóveda de cañón apuntado reforzada por cuatro arcos fajones apeados sobre ménsulas formadas por tres capiteles sobre modillones moldurados con baquetón entre filetes y nacela inferior. Fue remodelado a lo largo del siglo XVII, rehaciéndose el muro meridional y añadiendo yeserías, al tiempo que se instalaba un banco corrido y el sitial abacial, con nicho avenerado. El testero septentrional estaba perforado por dos rosetones con doble derrame escalonado, cegados quizás por las bóvedas claustrales. La cocina estaba instalada en el ángulo sudoccidental, con acceso desde el refectorio, el claustro y el exterior. En la actualidad sólo conservamos su zona baja aunque Torres Balbás señalara cómo se cubría con bóvedas algo más modernas que las del refectorio. Hacia poniente, aparte de la hospedería moderna que prolonga el hastial templario occidental hasta la cocina y un espacioso compás, está situado el refectorio de conversos (Sowell y Valle), en ocasiones confundido con la cilla (Merino y Torres Balbás) y cuya cubierta es coetánea a la de la sala capitular. Se trata de un gran espacio rectangular delimitado por catorce tramos cubiertos con crucerías, los formeros y fajones son de medio punto y las nervaduras de las bóvedas presentan sección bocelada, apoyando sobre ménsulas lisas hacia los muros oriental y occidental y seis columnas en el centro de la estancia. Las columnas están coronadas por sencillos capiteles, algunas cestas son lisas y otras están ornadas con incisos rombos entrecruzados (en el mismo refectorio de conversos se conservan fuera de contexto otros cinco capiteles decorados con los mismos rombos entrecruzados). Los fustes apoyan sobre basas áticas con garras esféricas vegetales y podium. Para la escasa iluminación se utilizan pequeñas ventanas cuadrangulares que perforan los muros de oriente y de poniente. Varios tirantes metálicos aseguran la estabilidad del conjunto. Anotaba Merino cómo la hospedería ocultó el muro medieval occidental, dotado de potentes contrafuertes unidos mediante arcos de perfil muy rebajado. En su lado meridional se abría una puerta apuntada de acceso al convento (se conserva en Miami); y en ángulo con la anterior, la de la cocina, con acceso directo desde el exterior. Para el primer taller que participó en la construcción del monasterio de Sacramenia se supone un origen languedociano o gascón, con rasgos escultóricos parejos en el Bordelais y la región de Agen (Cahn), aunque sin descartar otras huellas borgoñonas y la colaboración de mano de obra local (al respecto de los localismos vid. VALLE PÉREZ, José Carlos, “La arquitectura cisterciense: sus fundamentos”, Cistercivm, XXX, 151, 1978, pp. 275-289; id., “Les fondaments de l´architecture de l´ordre de Cîteaux”, Les Cahiers de Saint-Michel de Cuxa, 13, 1982, pp. 311-331), hipótesis que nos parece más plausible y revela puntos de contacto con talleres escultóricos activos en otros edificios románicos segovianos (Perorrubio, El Arenal, Tenzuela, Peñasrubias, Caballar) y cuya datación oscilaría ca. 1175-1180 (Sowell). Rasgos como los carnosos roleos anudados acogiendo bayas, las flores tetrapétalas o las cestas corintias admiten perfectamente la comparación con similares caracteres en galerías del área inmediata. El segundo taller -plenamente gótico- activo en el sector occidental del templo debió participar también en el claustro y otras dependencias monásticas (cocina o refectorio), así como en el hastial de poniente del templo cisterciense Santa María de la Sierra, sus referentes parecen estar en fábricas de tesitura francoborgoñona (catedrales de Sigüenza, Cuenca y El Burgo de Osma o los cenobios bernardos de Huerta y Las Huelgas), datando Valle su actividad ca. 1225-1230. La construcción de la fábrica monacal se prolongó pues a lo largo de un abultado periodo de tiempo que duró casi media centuria. Las arquerías de las galerías meridional y oriental del claustro fueron modificadas entre los siglos XV y XVI. También corresponden a la misma época las bóvedas de las cuatro crujías claustrales, en conexión con las que cubren el tramo central del crucero, nave central y coro alto. En 1926 el claustro monacal y la sala capitular fueron desmontados por Arthur Byne, solícito agente expoliador camuflado de erudito, a la sazón agente de William Randolph Hearst en España. El delegado del famoso magnate de la prensa norteamericana, burlando y sobornando a las autoridades españolas, había adquirido el conjunto segoviano por 40.000 dólares (otros 10.000 le supusieron su desmantelamiento y embalaje) con destino a la suntuosa Casa Grande de San Simeón (California), las operaciones fueron dirigidas por la arquitecta Julia Morgan, formada en Berkeley y protegida de la madre de Hearst. Las cajas de madera que contenían los restos pétreos fueron trasladadas hasta la cercana villa de Peñafiel en camiones, y desde allí por ferrocarril hasta Madrid y el puerto levantino de El Grao, desde donde fueron embarcadas rumbo a los Estados Unidos. Pero el violento crack bursátil de 1929 quebró la bonanza financiera de Hearts de modo que sus megalómanos proyectos se fueron a pique. Los materiales procedentes de Sacramenia permanecieron olvidados hasta 1951, sepultados en unos almacenes del Bronx newyorkino, fecha en que fueron adquiridos por los promotores inmobiliarios E. Raymond Moss y William S. Edgemon con la intención de ser reaprovechados en un centro comercial y de recreo de nueva creación. El monto de la operación ascendió, veinticinco años después de su salida de Sacramenia, a los mismos 40.000 dólares que había abonado Byne por la inicial adquisición. Desde New York esta vez, fueron nuevamente embarcados rumbo a los muelles de Everglades (Florida) y por carretera hasta Miami. Pero serias penalidades se sumaron a la desconcertante historia del convento a la hora de desembalar el voluminoso cargamento. El Departamento de Agricultura norteamericano consideró necesario impedir la llegada de paja extranjera para evitar posibles contagios fitosanitarios. Así, durante la operación del cambio del material vegetal que facultaba el mullido, fue alterado el contenido de muchas de las cajas, confundiendo consiguientemente los códigos de posición de los materiales y dando al traste con todo intento de recomposición lógica. Por otra parte, en los planos originales de Byne, las cajas que contenían materiales procedentes de la galería oriental del claustro se habían clasificado con la letra “O”, lo mismo que las procedentes de la galería occidental, el gigantesco rompecabezas en tres dimensiones (Merino de Cáceres) así generado resultaba de complejísima resolución. Desde Nueva York llegaron hasta Miami unas 35.784 piezas embaladas en 10.751 cajas, y tras año y medio de concienzudo trabajo dirigido por Allen Carswell (uno de los especialistas que participó en el montaje de The Cloisters del Metropolitan de Nueva York) al frente de quince albañiles y ocho canteros, en 1954 sólo se habían conseguido establecer las líneas generales del conjunto: tres alas claustrales, la sala del capítulo y el refectorio. Los restos del convento de Sacramenia, bautizado como Ancient Spanish Monastery, terminaron instalándose en una zona excesivamente alejada de los principales focos comerciales de la ciudad, de modo que las expectativas de explotación turística nunca dieron sus anhelados frutos. En 1962 fueron adquiridos por la diócesis del sur de Florida, alzando una iglesia en el antiguo refectorio y convirtiendo el conjunto medieval en parroquia (Saint Bernard de Clairvaux), museo y más recientemente residencia de ancianos. Señalaba Merino cómo la reconstrucción fue a todas luces imprecisa, torpe y carente de rigor científico, despreciando el claustro alto y forzando los materiales existentes a las necesidades de las nuevas estancias.