Identificador
09000_0003
Tipo
Formato
Fecha
Cobertura
42º 20' 25.74'' , Lomg:3º 42' 14.49''
Idioma
Autor
Jaime Nuño González
Colaboradores
Sin información
Edificio Procedencia (Fuente)
País
España
Edificio (Relación)
Localidad
Burgos
Municipio
Burgos
Provincia
Burgos
Comunidad
Castilla y León
País
España
Claves
Descripción
En la capilla de San Nicolás, abierta en el brazo septentrional del transepto de la seo y recientemente restaurada, se custodian dos sepulcros románicos que hasta fechas recientes se conservaron empotrados en la capilla de San Enrique, “colocadas en la parte más alta del muro que media entre esta capilla y el claustro alto, en la perpendicular del sepulcro de Juan García de Medina de Pomar (†1492)”, según señala don Nicolás López Martínez. Dicho autor describe en su pormenorizado estudio las vicisitudes y traslados sufridos por las piezas, desde su primitiva ubicación en el presbiterio, de donde fueron desalojados en el siglo XVI a las capillas del Ecce Homo y de San Andrés y la Magdalena en virtud de las obras acometidas en aquella zona del templo, hasta su penúltimo emplazamiento en el siglo XVII, así como la leyenda forjada sobre ellos en cuanto a su contenido, supuestamente los restos de los obispos de Oca y Valpuesta. Pedro Orcajo cita un documento del Archivo en el que se manda que, en el momento de la refundición de esas dos capillas en la nueva de San Enrique, “los entierros de los señores obispos que están en ella se pongan en la misma capilla decentemente”, añadiendo luego, con referencia a documentos catedralicios, que se decoran con “dos órdenes de estatuas en nichos divididos por columnas, en donde se guardan los huesos de los obispos de la sede de Oca, que trajo consigo don Simón, obispo de la misma”. La falacia fue desvelada con la apertura de los ataúdes en mayo de 1999, hallándose los restos de un niño de entre 6 y 9 meses y el cadáver momificado de una niña de entre 2 y 4 años. Nicolás López argumenta que los mismos corresponden a los de los infantes don Sancho (†1181) y doña Sancha (†1184/1185), ambos hijos tempranamente fallecidos de Alfonso VIII y doña Leonor. El estilo y algunos detalles iconográficos, como inmediatamente veremos, parecen avalar tal adscripción, que forzosamente debe mantener la duda ante la ausencia en ambos de epitafios. Consérvanse dos cajas y una sola tapa, labrados los tres bloques en buena piedra de Hontoria, que conservan en su actual colocación la dispuesta en el siglo XVI al ser empotrados en el muro, en la que la tapa se situó sobre el sarcófago que carece de ella. Sepulcro de la infanta doña Sancha En el sepulcro que, según la anterior identificación de Nicolás López, correspondería a la infanta doña Sancha, la caja mide 140 cm. de longitud por 57,5 cm. de ancho en la cabecera -46 cm. en los pies, ya que es como el otro ligeramente trapezoidal- y 33,5 cm. de altura. Aparece sólo labrado el frente de la pieza, estando retallado en parte el fondo para su mejor encaje en el muro. El relieve, de exquisita factura, representa la muerte y el tránsito del alma de un infante, acompañado de un cortejo fúnebre de obispos y abades, todas las figuras inscritas en un marco arquitectónico encuadrado en las esquinas por sendas columnillas de ángulo y pilastras bajo arquitrabe ornado con florones. La minuciosidad llega a individualizar los elementos de la basa y el capitel vegetal de las columnas, mientras que los pilares se ornan con dos líneas de finas puntas de clavo, mismo tipo de decoración que a modo de cenefa recorre la base de la pieza. En el centro del relieve preside la composición, bajo un arquillo trilobulado decorado con puntas de clavo, la muerte y elevatio animæ de un infante. Aparece éste tendido en su lecho y cubierto por una sábana excepto la cabeza, flanqueado por dos adultos, el situado en la cabecera es un hombre ataviado con saya corta con cinturón mesándose los cabellos y a los pies una plañidera lacerándose el rostro, ambos incurvados sobre la difunta. Sobre la escena del duelo, dos ángeles que surgen de una figuración de ondas recogen y elevan el alma del infante en un lienzo, apareciendo ésta desnuda, con las manos unidas y, detalle importante, coronada. A ambos lados de esta escena central se representó el cortejo funerario, situándose los personajes bajo arquería de arcos de medio punto ornados con puntas de clavo, bandas e contario en las roscas o simplemente sugiriendo el despiece de dovelas, con tetrapétalas en las enjutas. Apean estos arcos en finas columnitas de basas áticas de grueso toro inferior sobre plinto, coronándose por capiteles vegetales de hojas lisas simplemente sugeridas. Las dos figuras más cercanas al tránsito del alma del difunto corresponden a sendos obispos en actitud de bendecir, mitrados, revestidos de pontifical y portando el báculo. Tras ellos, a cada lado, se disponen tres abades tonsurados portando báculos y en dos casos libros. Estas figuras laterales se dispusieron en posición entre frontal y de tres cuartos, dirigiendo su mirada a la escena central. La tapa que hoy corona el sepulcro superior parece corresponder por sus medidas al que nos ocupa, con 140 cm. de longitud, 52,5 cm. de anchura en la cabecera y 31,5 cm. de altura máxima en el ángulo de la doble vertiente. Su tipología es la típica de esta época, recibiendo como la caja finísima decoración escultórica. El lateral de la cabecera del sepulcro se decora con un dragonzuelo en acrobática posición invertida, de largo cuello escamoso, cabeza de león, alado, con garras felinas y cola resuelta en tallo vegetal describiendo un ornamental molinillo, al decorativista modo frecuente en la metalistería y miniatura. De las rugientes fauces del híbrido brota un tallo ondulante que recorre el frente de la tapa, en cuyos meandros se arremolinan anillados brotes entrecruzados. Este tallo es engullido, en la zona de los pies, por una grotesca cabeza monstruosa, aunque este lateral de la tapa restó sin esculpir. Sobre la citada cenefa corre, entre dos bandas de puntas de clavo, una efectista línea de hojas nervadas hendidas. De las dos vertientes sólo se labró una de ellas, enmarcada en la cumbrera por una cadeneta de lazo de tres probablemente no finalizada, pues hacia la cabecera muestra decoración de contario luego interrumpida. En ésta se representó nuevamente la elevatio animæ, aunque mostrada en un plano más celestial y eliminando las referencias terrenales de la vista en la caja. Aparece así el alma de la difunta -lamentablemente descabezada- con las manos mostrando las palmas sobre el pecho e inscrita en una mandorla almendrada decorada con contario que es elevada sobre un sudario por una pareja de ángeles; surgen éstos a cada lado de un fondo nubes, ambos de sonrientes rostros de efebo, con nimbos estrellados y vestidos con túnicas de barrocos plegados, destacando el fino trabajo del despiece de las alas. Acompaña a la elevatio animæ, que ocupa un lugar más preeminente que en la caja, un cortejo fúnebre bajo arquitecturas de arcos de medio punto de roscas ornadas con contario y tetrapétalas en las enjutas sobre columnillas o pilares de basas con garras sobre plintos y capiteles vegetales. Aquí, algunos de los soportes aparecen acanalados o con decoración de zigzag. Como en la tapa, los más cercanos a la figura central aparecen mitrados y revestidos de pontifical (con las estolas ornadas con orifrés y puntos de trépano), portando báculos y bendiciendo, lo que les identifica como obispos o abades mitrados, los que les siguen portan báculo y los de los extremos son acólitos turiferarios, tonsurados y con navetas. Como el resto visten calzado puntiagudo, siendo sus ropajes menos ricos que los anteriores. Sepulcro del infante don Sancho Sólo se conserva la caja de este sepulcro, de dimensiones algo inferiores al anterior (135 cm. de longitud, 33,5 cm. de altura y 48 cm. de profundidad en la cabecera por 42 cm. en los pies). En el frente de la caja -sospechamos que inacabada- se dispuso un incompleto apostolado, con ocho figuras bajo arquerías de medio punto rebajado sobre finas columnillas inconclusas, de basas áticas de grueso toro inferior sobre plinto, que dejan paso en los extremos a pilastras ornamentadas con zarcillos. En las enjutas de los arcos se dispusieron florones y tallos acogollados. Las figuras de los apóstoles presentan variadas actitudes, entre frontal y tres cuartos, en no muy explícita actitud de diálogo por parejas, sosteniendo en la mano izquierda un códice o filacteria (algunos con la mano velada) y mostrando la palma, bendiciendo o realizando un gesto con el índice extendido hacia su compañero que materializa la idea de diálogo. Escapa a esta tónica la figura de San Pedro, tonsurado y portando las llaves que lo identifican; aparece junto a San Pablo, caracterizado por su alopecia. Todos ellos aparecen nimbados, algunos de ellos con la aureola estrellada y en otros ornada de puntos de trépano, descalzos, vistiendo túnica y manto de gruesos pliegues en tubo de órgano, en “uve” o recostados, amén de la recurrente banda plisada del manto que recorre desde la cintura hasta debajo de la rodilla contraria. Aunque se intuye un esfuerzo de individualización que huye de la isocefalia, da la sensación que el modelado de las figuras quedó pendiente de la definición final, nunca realizada. No es éste el único caso de apresurada entrega de la obra en el arte funerario -por los condicionantes de uso de la pieza-, razones que aquí se acrecientan por la sorpresiva muerte de los infantes a tan tierna edad. Refuerza esta idea el número de apóstoles, que alcanzaría el de doce caso de haberse dispuesto dos parejas en los laterales, sin labrar, aunque esto no deja de ser una hipótesis. Pese a que por dimensiones la tapa que hoy lo corona parece corresponder al otro sepulcro, como observa don Nicolás López, temáticamente las escenas tradicionales en el arte funerario de la época se complementan bien en su actual disposición. El carácter real de la difunta del primer sepulcro estudiado parece ratificarse tanto en la corona que porta el alma de la elevatio animæ de la caja como en la categoría del cortejo fúnebre, cuajado de prelados y abades. Como ya sugiriese Pérez Carmona y más recientemente López Martínez, estas obras manifiestan evidentes relaciones con otras contemporáneas, conservadas en San Juan de Ortega (cenotafio del santo) y las dos piezas más antiguas del Panteón de Las Huelgas Reales de Burgos, correspondientes al sarcófago de doña Leonor (†1194) y la tapa del sepulcro de María de Almenara (†1196). Parece meridianamente claro que en la capital se instaló, durante el reinado de Alfonso VIII, un taller aúlico si no exclusivo sí especializado en el arte funerario, el mismo que Gómez Bárcena denomina “Taller de Las Huelgas”. En las producciones de dicho taller, cuyo marco cronológico conviene a las piezas que nos ocupan, se observa además la evolución tanto estilística como iconográfica de los artistas, desde las plantillas plenamente románicas hasta la introducción de las nuevas corrientes francesas y la irrupción de la heráldica. La fuerte personalidad escultórica de dicho taller alcanza las cotas más altas de dominio del estilo y la técnica, no viendo nosotros aquí influencia silense alguna más allá del común ambiente estilístico de ambos talleres. De las cuatro piezas referidas, el sepulcro de don Sancho muestra una composición algo menos recargada que el resto, aunque ellos no sea indicio de mayor antigüedad, pues ambos parecen haber salido del mismo taller en fechas muy próximas.