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Capitel del interior

Identificador
09568_01_006
Tipo
Formato
Fecha
Cobertura
43º 0' 7.46'' , Lomg:3º 35' 8.31''
Idioma
Autor
José Manuel Rodríguez Montañés,José Luis Alonso Ortega
Colaboradores
Sin información
Edificio Procedencia (Fuente)

 

País
España
Edificio (Relación)

Iglesia de Nuestra Señora de la Antigua

Localidad
Butrera
Municipio
Merindad de Sotoscueva
Provincia
Burgos
Comunidad
Castilla y León
País
España
Descripción
LA HERMOSA IGLESIA DE BUTRERA se ubica en la zona baja de la localidad, a unos 150 m al este del actual caserío, rodeada de prados y fincas de labor y próxima al río Trema. Junto a ella quedan vestigios, apenas visibles, de un camino que discurría hacia el oeste por el costado norte del edificio. Durante la última restauración se puso al descubierto una necrópolis de tumbas de lajas instalada en el afloramiento rocoso que emerge frente al hastial occidental. Por el costado septentrional de la nave, y con acceso desde el sur, se sitúan las ruinas -luego transformadas en cementerio- de la troje. El templo manifiesta un aire extraordinariamente robusto gracias al notable grosor de sus muros (1,20 m), levantados en excelente sillería caliza de bloques regulares asentados prácticamente a hueso y labrados a hacha en las partes románicas; la sacristía cuadrada, adosada al costado meridional de la cabecera y cubierta con bóveda de terceletes, se aparejó con sillares tallados a trinchante. Pese a que reiteradamente se ha venido considerando a este templo como de planta de cruz griega, motivado ello por la brevedad de su nave -con sólo dos tramos- y la presencia de un amplio transepto destacado, el espacio interior manifiesta un claro sentido basilical, con su eje longitudinal bien definido. La actual fábrica, tal como se desprende de la lectura de paramentos -corroborada además por los diferentes estilos de la decoración- es fruto de dos campañas constructivas románicas, probablemente próximas en el tiempo y quizá incluso consecutivas, aunque bien distanciadas en cuanto a ambiciones y presupuestos estéticos. A la primera se debe en lo constructivo únicamente la cabecera, que repite el esquema de ábside semicircular con contrafuertes prismáticos hasta la cornisa y presbiterio que continúa la línea de paramento del hemiciclo, carente del tradicional codillo que suele ensanchar este espacio, manifestando similitudes con algunas cabeceras del entorno, como las de Ailanes, Crespos, San Miguel de Cornezuelo, Torme, o la muy rehecha de Munilla. La cabecera se compone de tramo recto presbiterial, cubierto con bóveda de cañón levemente apuntada y reforzada por un fajón que genera el cascarón que cierra el hemiciclo absidal. Exteriormente se alza sobre un zócalo corrido, articulándose el tambor del ábside en tres paños delimitados por contrafuertes prismáticos lisos que parten del zócalo y alcanzan la cornisa. Horizontalmente queda dividido el paramento en dos pisos mediante una imposta moldurada con listel y chaflán interrumpida por las pilastras y sobre la que se sitúa el cuerpo de ventanas. En cada paño del hemiciclo se dispuso una ventana, de mayor desarrollo -albergando una modificada saetera- la del eje y ornamentales y ciegas las laterales, que volvemos a encontrar en los muros interiores y exteriores del presbiterio. La ventana central, en torno a un estrecho vano rasgado muy alterado y agrandado posteriormente, consta de un fracturado arco de medio punto ornado con dos hileras de dientes de sierra que albergan un bocel aplastado decorado con puntos de trépano, y dos arquivoltas, la interior con diez cabecitas humanas de ruda talla dispuestas bajo serpientes entrelazadas a modo de arquillos y la externa simplemente achaflanada. Apean los arcos en imposta de listel y bisel corrida y jambas escalonadas en las que se acodillan tres parejas de semicolumnas, coronadas por capiteles de ruda talla. En los del lado izquierdo del espectador vemos un torpe remedo de la bestia apocalíptica, en forma de serpiente de siete cabezas, un mascarón de grotescos rasgos humanoides que parece engolar el fuste y una pareja de dragones afrontados; en el otro lado, los dos interiore s muestran sendos mascarones humanos, uno mostrando los dientes y el otro barbado y con gruesos pómulos, mientras en el externo emerge una cabecita de batracio entre las dobles volutas anilladas que rematan la cesta. Las basas de estas columnas presentan perfil ático de grueso toro inferior, sobre plinto. Al interior esta ventana funciona hoy como hornacina aprovechando el derrame del modificado vano, acogiendo la monumental imagen de la Virgen sobre la que luego nos detendremos, y resta únicamente de la primitiva estructura parte del arco -decorado con cenefa de entrelazos que albergan botones vegetales- y las columnas que lo sustentan, rematadas por deteriorados capiteles, el izquierdo ornado con un aspa y el derecho con tres pisos de aves de largos picos. Flanquean a esta ventana absidal, al exterior, otras dos en el hemiciclo, como dijimos ciegas, que volvemos a encontrar en el interior y exterior del muro norte del presbiterio y sólo al interior y muy modificada -debido al añadido de la sacristía- en el muro sur de este tramo recto. La ventana exterior del muro norte del presbiterio muestra arco de medio punto con chambrana decorada por fino entrelazo sobre dos columnas acodilladas, con achaflanado cimacio corrido entre ellas delimitando una especie de tímpano liso; el capitel de la izquierda del espectador presenta una máscara humana de enormes orejas mostrando los dientes, y el derecho otra similar que abre grotescamente su boca estirando sus labios con ambas manos. El ventanal del paño norte del hemiciclo manifiesta similar morfología, con el arco achaflanado, un muy perdido león en el capitel izquierdo y en el derecho tres pisos de extraños tubos horadados (“como de mocárabes” dice García Guinea al describir la similar cesta de San Román de Escalante, en Cantabria) que volvemos a encontrar en Siones, Virtus y Vallejo de Mena, mientras que en su tímpano se embutió un prótomo de animal. La ventana exterior del lienzo meridional del ábside fue modificada al abrirse un vano adintelado, contemporáneo de la sacristía, que daba luz al altar, pese a lo cual resta parte del arco doblado, abocelado y ornado con puntas de clavo en la rosca el interior, y en chaflán con cinco filas de finos tacos el externo, así como la columnilla derecha, coronada por una cesta en la que se afrontan dos toscos cuadrúpedos. Interiormente, los paramentos de la cabecera aparecen recorridos por dos líneas de imposta, una, decorada con tetrapétalas inscritas en clípeos separados por avolutados vástagos anillados imitando labores de forja (motivo frecuente en la zona de Amaya, en Siones, etc.), marca el arranque de las cubiertas y se continúa en los cimacios del triunfal y del arco que genera el cascarón; la otra imposta, que corre bajo la línea de las ventanas, se moldura con mediacaña y bisel ornado con triple hilera de billetes. Entre ambas líneas de imposta se disponen las tres ventanas antes referidas, de las cuales quizá sólo la central del ábside albergaba un vano, siendo las otras, como las vistas en el exterior, meramente decorativas. La correspondiente al muro norte del presbiterio se compone de arco de medio punto doblado sobre cimacios de listel y chaflán y dos parejas de columnas acodilladas, cuyos capiteles se decoran, de izquierda a derecha, con un personaje representado en busto que sostiene con ambas manos un objeto circular de difícil identificación, los dos interiores presentan sendas cabezas humanas -una masculina y otra femenina- entre hojas rematadas en volutas, y el exterior de la derecha repite la enigmática figura femenina que ya vimos en otra cesta de Santa María de Ordejón de Abajo, de cabeza cubierta con un tocado plisado que a modo de barboquejo le cubre la boca, llevándose las manos a las sienes. El arco interior mata su arista con un bocel, mientras que en la rosca del externo se representó una escena pastoril, con el rabadán ataviado con sayón y portando un cayado, ante un perro, cinco ovejas y un carnero, y en la otra parte del arco un personajillo sentado leyendo un libro que sostiene sobre sus rodillas. Esta composición trae al recuerdo la que decora la rosca de uno de los arcos de la arquería absidal de Santa María de Siones y algunas figuras de San Pantaleón de Losa. La ventana ciega del muro meridional del presbiterio fue alterada como dijimos para realizar el acceso adintelado que servicio a la sacristía renacentista adosada en este lado, pese a lo que resta el arco, decorado con una sucesión de veneras y botones vegetales, el semioculto capitel izquierdo decorado con piñas y el derecho, con tres coronas de hojas picudas acogiendo bolas. Similar rudeza a la hasta ahora vista manifiestan los capiteles que soportan el triunfal, apuntado y doblado, que da paso al presbiterio, y el fajón que ciñe la bóveda de éste y se articula con el cascarón absidal. El capitel del lado del evangelio del arco triunfal muestra el combate de jinetes, ambos sobre monturas ricamente enjaezadas y armados con yelmos cónicos, cotas de malla, espadas al cinto y escudos de cometa, sobre los que percuten las lanzas que empuñan. La cesta frontera se decora con una serie de cabecitas de felino, las superiores coronadas, que asoman entre formas geométricas en aspa, al peculiar estilo de los capiteles de Vallejo de Mena, Tabliega de Losa, Bárcena de Pienza y Siones. En el capitel norte del hemiciclo se afrontan dos grifos que vuelven sus cuellos y alzan sus patas sobre el rostro de la máscara humana que hace de fondo, bajo la que pende una especie de armiño. La cesta que corona la semicolumna del lado de la epístola recibe, por su parte, una doble corona de hojitas lanceoladas y cóncavas, sobre la que se dispone una máscara humana entre cuatro grandes volutas. A esta primera campaña le sucedió un segundo taller, que acometió la obra a partir del presbiterio modificando el proyecto original y definiendo la estructura de la corta nave y el destacado transepto. Su buen hacer revela un lenguaje arquitectónico más elaborado y tardío, manifestando su dominio del aparejo en la casi perfecta unión con la obra precedente, pero, aún así, es apreciable la neta ruptura de hiladas entre la obra del presbiterio y los pilares sobre los que voltean los formeros de los brazos del transepto. La nueva obra, espacialmente y en proporción más amplia que la cabecera, se compone de una corta nave dotada de dos tramos, el occidental cubierto con una bóveda de cañón apuntado y el crucero con una espléndida bóveda de crucería de nervios baquetonados y clave ornada con un florón de tallos y brotes lobulados. Al exterior, la mayor amplitud de la bóveda del crucero obligó a disponer un breve cimborrio apenas destacado, aunque quizá se proyectase con mayor envergadura al estilo del de Tabliega de Losa. Los brazos del transepto, alzados sobre zócalo escalonado y ceñidos al exterior por contrafuertes prismáticos, se cubren con sendas bóvedas de cañón apuntado, reforzadas por un fajón contra los hastiales, al igual que ocurre en la nave. Estos muros laterales del transepto se rematan exteriormente a piñón, siendo recorridos a media altura por sendas impostas con perfil de listel y nacela. En el brazo septentrional se dispusieron dos saeteras de fuerte abocinamiento al interior -al estilo de los vanos dobles de la cabecera de San Juan de Ortega-, mientras que al sur debía abrirse un vano de mayor luz, sustituido por el moderno y adintelado actual, que sólo recuperó un chambrana con puntas de diamante. El elemento más llamativo del transepto es sin duda la pareja de capilla-nicho semicirculares inscritas en el espesor de sus muros orientales, muros que al exterior se adelgazan escalonadamente sobre ellas. Ambas se abren mediante arcos netamente apuntados que apean en columnas adosadas, se cubren con bóvedas de horno sobre impostas de listel y nacela, y en su eje se abren sendas saeteras (cegada por la sacristía la sur) bajo las que corren nuevas impostas, aunque manifiestan algunas diferencias entre sí. Frente a la mayor simplicidad de la capilla septentrional -cuyos capiteles reciben dos pisos de hojas lisas lanceoladas, las superiores con caulículos, y hojas abiertas en abanico con brotes-, en la del brazo sur el arco aparece enmarcado por un rehundido a modo de alfiz decorado con sucesión de losanges, continuándose la decoración vegetal de sus capiteles a modo de friso por ambos lados. El capitel y jamba izquierda se decoran con carnosas hojas lisas de bordes regruesados y caulículos o brotes en sus puntas, mientras en la parte derecha vemos hojas de acanto de fuertes escotaduras y acanaladuras que acogen en sus puntas caulículos y bayas arracimadas, al estilo de algunas cestas del interior y fachada sur de Moradillo de Sedano y otras del interior de Escóbados de Abajo. Esta curiosa solución de capillas excavadas en el espesor del muro, que creemos debe relacionarse con la necesidad litúrgica de la multiplicación de altares, la encontramos en buen número de edificios de ámbitos geográficos diversos, tales las iglesias sorianas de San Mamés de Montenegro de Cameros, San Nicolás, San Juan de Rabanera y La Mayor de Soria, San Vicente y San Miguel de Almazán y la ermita de los Santos Mártires de Garra y, la catalana de San Benito del Bagés, las aragonesas de San Pedro de Siresa, Santa Cruz de la Serós y San Juan de Uncastillo, La Asunción de Cereceda en Guadalajara, etc. En Burgos, además de este caso de Butrera, señalamos los de Lara de los Infantes, Monasterio de Rodilla y, sobre todo, el de Tabliega de Losa, cuya planta presenta sorprendentes afinidades con la que nos ocupa. La pareja de arcos formeros del transepto, ambos apuntados y doblados, apean hacia el este en triples haces de columnas, el doble de gruesa la central, mientras que hacia la nave reposan en semicolumnas simples. Los capiteles del haz septentrional se decoran con fauna fantástica: una pareja de bellos trasgos alados, con pezuñas de cabra, cuerpo escamoso de colas enroscadas y cabeza monstruosa de grandes ojos almendrados y saltones, orejas puntiagudas y hocico de cánido, se afrontan en la cesta central, mientras que en las laterales se disponen dos híbridos similares a los anteriores, aunque en uno remata el largo cuello una cabeza masculina de acaracolados y llameantes cabellos, con grotesco gesto de la boca mostrando la lengua; la composición y acabado de estos monstruos los relacionan directamente con otros de Moradillo de Sedano y Gredilla. El haz de columnas del lado meridional se corona con capiteles vegetales, dos de ellos con varios pisos de hojas, las inferiores lisas y picudas y crochets superiores con bayas y brotes en las puntas; la otra cesta muestra acantos ramificados de espinoso tratamiento. Vegetales son los dos capiteles que coronan las columnas adosadas que recogen los formeros, con grandes hojas de acanto dispuestas en abanico sobre hojas lisas rematadas en caulículos en el del lado de la epístola, y dos pisos de hojas lisas de las que penden finos tallos trenzados y hojas partidas acogolladas en el del evangelio. Por lo que respecta a las cestas que reciben el fajón de la nave, la del muro norte aparece lisa, mientras que la meridional se decora con dos grandes mascarones humanos -uno barbado- inscritos en una especie de clípeos. Su mediocre factura contrasta con la hasta ahora vista y la aproxima a las realizaciones del primer taller. Las ménsulas que recogen los nervios de la bóveda del crucero manifiestan una decoración vegetal similar a la de los capiteles de la portada, a base de geométricos entrelazos avolutados de los que brotan hojitas lobuladas y frutos arracimados. Al exterior, los brazos del transepto se coronan con una cornisa moldurada con listel, junquillo y nacela -sustituida por banda de puntas de diamante en el brazo sur- que reposa en simples canes de nacela y alguno con perfil de proa de nave. En los canecillos de la cabecera se combinan las más toscas figuras del primer taller con los refinados relieves del segundo, por lo que es probable que el remate de estos muros correspondiese a la segunda campaña. Entre los realizados por el primero vemos algunos prótomos de animales, entre ellos un cáprido de retorcida cornamenta, un mascarón monstruoso de enormes colmillos (repetido en el ábside de Siones), una máscara engullendo a un personajillo y un busto masculino que parece mesarse las barbas. El repertorio del segundo taller muestra un espléndido grifo -que veremos copiado, con menor acierto, en la cabecera de Hermosilla-, un cuadrúpedo de cuerpo recubierto por gruesos mechones triangulares, monstruosa cabeza de fauces rugientes y puntiagudas orejas, un infante cabalgando y clavando su espada en un monstruo similar al anterior, una descabezada arpía, un rugiente prótomo monstruoso y dos figuras que parecen extraídas del repertorio ornamental del taller. La primera de éstas, en un can hoy apenas visible sobre el muro de la sacristía, corresponde a un personajillo tocado con bonete, sedente, con la pierna izquierda cruzada y apoyada sobre la derecha, y la cabeza ladeada apoyando sobre la mano, en una pensativa o somnolienta actitud que recuerda a la de San José en el frontal de altar. La otra figura se sitúa en el hemiciclo absidal, y muestra a una mujer sedente y velada que porta en sus manos un pomo esférico del estilo al de los Magos del citado relieve del interior. La portada se abre en el espesor del potente muro sur del tramo occidental de la nave y se compone de arco apuntado moldurado con tres cuartos de bocel en esquina retraído y una banda de puntas de diamante, apeando en jambas lisas coronadas por imposta de hexapétalas inscritas en clípeos y talla a bisel. Rodean el arco tres arquivoltas separadas por cenefa de puntas de diamante, decorándose la interior con un bocel ornado de tetrapétalas entre mediascañas; la media recibe un bocel entre mediascañas y la exterior un friso de estrechos acantos de puntas plegadas y palmetas. El conjunto se rodea con tornapolvos de puntas de diamante. Apean los arcos en jambas escalonadas en las que se acodillan tres parejas de columnas -sobre zócalo abocinado moldurado con un bocel en la arista- coronándose las más occidentales por una maltrecha imposta de tallos ondulantes acogiendo brotes arracimados y hojitas vueltas. En el lado derecho del espectador la imposta combina la decoración de entrelazo de cestería con hexapétalas en clípeos y hojitas de acanto similares a la de la tercera arquivolta. Estas impostas se continúan sobre los muros recibiendo banda de losanges. Las columnas se alzan sobre deterioradas basas de perfil ático con atrofiada escocia, gran toro inferior aplastado -en un caso ornado con semibezantes- y plinto, coronándose por capiteles de fina decoración lamentablemente muy deteriorada. En el exterior del lado occidental acertamos a distinguir, sobre un fondo vegetal de hojitas trilobuladas, el combate entre un infante ataviado con cota de malla y quizá embrazando un escudo, que con su diestra alza una espada contra un híbrido del que sólo resta su enroscada cola de reptil. En la cesta central sólo se insinúan dos figuras de híbridos afrontadas sobre un fondo vegetal y en la interior se observa parte de las dos coronas de hojas, las inferiores de grueso nervio central y las superiores lisas con bolas en sus puntas vueltas. En el lado oriental, el capitel interior recibe dos decapitados dragones afrontados cuya cola de reptil se enreda en sus patas, mientras que en el central, de relieve prácticamente perdido, se afrontaban dos cuadrúpedos sobre fondo de acantos. En la cesta exterior, pese a las mutilaciones, es aún reconocible la escena de la “despedida de la dama y el caballero”, de la que apenas resta la silla de montar del jinete, que sujetaba con su diestra las riendas de la montura mientras alzaba la otra mano saludando a la figura femenina, que, para subrayar su elevada condición, viste saya encordada en la cadera y entallada por cinturón. Sobre el hastial occidental se alza una esbelta y creemos posmedieval espadaña con remate en piñón, dos huecos para campanas de medio punto sobre impostas de filete y campanil. A esta espadaña da servicio una escalera de caracol inscrita en el muro occidental del pórtico. Éste, posterior a la fase románica que alzó la estructura actual (aunque aparejado con sillares labrados a hacha), protege la portada abriéndose al sur mediante un amplio arco de medio punto, y en el grosor de su cierre occidental alberga la escalera de caracol que da servicio a la espadaña. Se aboveda con cañón apuntado, cuyo eje presenta, en consonancia con los muros, una desviación respecto a la transversal difícilmente explicable. En la cornisa se reutilizaron, junto a otras piezas de posterior cronología, varios canecillos románicos con simples nacelas, una con una tosca mano labrada a bisel, motivos vegetales, un prótomo monstruoso de aire felino y rugientes fauces, una cabecita femenina velada, cuyo aire grotesco lo señalan su gran nariz y boca sonriente mostrando los dientes, otra dama con toca con barboquejo y una cabecita masculina barbada, todos de ruda talla. El cierre meridional del pórtico avanza re specto a la línea del hastial sur del transepto, y en su ángulo solapa parcialmente un desgastado relieve de notables dimensiones en el que se figura el Pecado Original. Centra la escena el árbol prohibido, ocupando su copa -de cuyas ramas penden hojas y frutos- el tímpano superior, enmarcado por una cenefa de puntas de diamante similares a las de la portada y chambrana con losanges. A ambos lados del tronco y bajo sendos arquillos formados por las ramas se disponen las figuras de los primeros padres, ambos desnudos y cubriéndose el sexo. Adán, cuyo rostro muestra pese al desgaste rasgos similares a las figuras de la ventana absidal, se lleva como es tradicional la diestra al cuello. Además de este relieve reutilizado, se conservan en el interior el templo otros dos de mayor calidad. Empotrado en el muro septentrional de la nave, frente a la portada, encontramos una excepcional pieza de mobiliario litúrgico: un bello frontal de altar de 78 cm de altura x 143 cm de longitud, decorado con una Epifanía, tema que alcanza similar tratamiento en el tímpano de Ahedo del Butrón y en el relieve de Cerezo de Riotirón. Aquí los dos primeros Reyes se encuentran de pie y en conversación, mientras que el más próximo a la Sagrada Familia realiza la tradicional genuflexión, apoyando como en Cerezo su rodilla derecha en un cojín ricamente ornado; frente a ellos se dispone María, coronada y velada, sobre cuyo regazo se asienta Jesús, quien girado hacia los Reyes, sostiene el Libro con su mano izquierda y bendice con la diestra. Tras ellos encontramos la figura de San José, tocado con un bonete gallonado, apoyando su mano izquierda sobre un bastón “en tau” y llevándose la mano derecha al rostro con el tradicional gesto de somnolencia. Tanto por dimensiones como por iconografía es análogo al de Villasana de Mena (89 x 141 cm), aunque en éste el cierto aire gotizante de alguna de sus figuras nos haga pensar en una cronología algo más avanzada. Estilística y compositivamente, este frontal se aproxima a las realizaciones del maestro de Cerezo de Riotirón en la citada iglesia (relieve hoy en el Museo de los Claustros de Nueva York) y en el tímpano de Gredilla de Sedano, manifestando la misma pesadez de los paños, recorridos por multitud de pliegues arremolinados en torno a las articulaciones, idéntica concepción cuadrada de los rostros, de ojos exoftálmicos, geometrizadas barbas de mechones triangulares, desproporciones expresivas aplicadas a las manos, con las que establece un lenguaje gestual entre las figuras, etc. Como bien señala Elizabeth Valdez en su estudio del maestro de Cerezo, el origen de su estilo parece fruto de la confluencia de su formación soriana (El Burgo de Osma, Santo Domingo de Soria), con el contacto con los talleres que en mayor o menor medida están influidos por la estética silense y otros en los que ésta es discutible (Moradillo de Sedano). A los mismos presupuestos responde la excepcional figura de María a la que hoy hace de hornacina la ventana absidal. Labrada en un bloque de arenisca y de tamaño casi natural (152 cm de altura por 50 cm de anchura máxima), representa una disgregada Virgen de la Anunciación que muestra la palma de su diestra ante el pecho, repitiendo el gesto que caracteriza a la figura en esta escena. Aparece sentada, coronada y vistiendo velo, túnica y un pesado manto de borde decorado con brocado, que la figura sujeta sobre el vientre con dos dedos, amanerado gesto revelador del origen de su artista que encontramos en los tímpanos de Santo Domingo de Soria, Berlanga de Duero y Gredilla de Sedano. La disposición en zigzag de los bordes de su indumentaria, la propia estructura de los abundantes plegados, hinchados y curvos en torno a las articulaciones, pliegues en coma sobre las piernas, acostados, escalonados y resueltos en cola de milano en el paño que asciende hasta la rodilla izquierda, en aplastado tubo de órgano entre las piernas y en el velo, etc., que se repite en la figura del frontal, parecen reproducirse fielmente en la figura de María del tímpano soriano de Santo Domingo, en la María de la Anunciación-Coronación de Gredilla de Sedano y, con algunas variantes, en las imágenes marianas de Cerezo de Riotirón, Ahedo del Butrón y la riojana de Alcanadre. Si a ello añadimos la presencia, siguiendo el borde interior del pliegue circular del hombro izquierdo de la figura, de las pequeñas incisiones triangulares que encontramos igualmente aplicadas a buen número de relieves tardorrománicos del ámbito navarro-aragonés (Agüero, San Juan de la Peña, Tudela, seo de Zaragoza) y castellano (San Vicente de Almazán, Santo Domingo, San Juan de Duero y San Nicolás en Soria, Ahedo del Butrón, Gredilla de Sedano, Soto de Bureba, claustro de Silos, etc.) -recurso quizá tomado de la eboraria-, alcanzaremos a definir el marco general del que participa nuestro escultor. El análisis estilístico de las realizaciones de los dos talleres escultóricos que trabajan en Butrera nos desvela el origen de su arte. En el primero de ellos son evidentes sus conexiones con iglesias de los Valles de Mena y Losa en las que de un modo bien patente es perceptible la influencia de los talleres cántabros, encontrando analogías con las de Siones, San Lorenzo de Vallejo de Mena, Villasana de Mena, San Pantaleón de Losa, Bárcena de Pienza, La Cerca, etc. El estilo del segundo taller conecta con las mejores realizaciones del tard o rrománico burgalés, y ya Pérez Carmona señaló las semejanzas y quizá identidades con los artistas de Cerezo de Riotirón y Moradillo de Sedano, aunque incluyendo sus realizaciones dentro de una pretendida filiación silense que coincidimos con Elizabeth Valdez en matizar. La citada autora, en su documentado estudio sobre la personalidad del “maestro de Cerezo”, ve a este trabajando en Butrera en una fase avanzada de la evolución de su estilo, tras haber entrado en contacto, sobre todo en El Burgo de Osma y Moradillo de Sedano, con maestros -en el primero de los casos de formación silense-, que suavizaron la inicial rigidez de sus figuras. Por todo ello, parece que debemos situar el inicio de la construcción de esta iglesia de Butrera en el último tercio del siglo XII, siendo probablemente ambas fases ejecutadas sin solución de continuidad dentro de las dos últimas décadas de dicha centuria.