Pasar al contenido principal
x

Cabecera de Santa María de Vilabertran

Identificador
17214_01_001
Tipo
Formato
Fecha
Cobertura
42.28215, 2.979046
Idioma
Autor
Gerardo Boto Varela
Colaboradores
Sin información
Edificio (Relación)

Santa María de Vilabertran

Localidad
Vilabertran
Municipio
Vilabertran
Provincia
Girona
Comunidad
Cataluña
País
España
Ubicación

Santa María de Vilabertran

Descripción

VILABERTRAN

 

El término municipal de Vilabertran, con una extensión de sólo 2,29 km², llama la atención por su reducido territorio. Está situado al Noreste de la ciudad de Figueres, en el sector central de la llanura ampurdanesa, en el interfluvio entre los ríos Muga y Manol, que confluyen junto al vecindario de Vilanova de la Muga. El municipio de Cabanes rodea el término por el Norte y poniente, mientras que limita al Sur con el término de Figueres, y al Este, con Peralada. La carretera C-252 de Figueres a Garriguella, atraviesa el término, para unirse, más adelante, a la N-260 que va hacia Portbou. Una carretera local conduce a Sant Climent Sescebes.

 

El pueblo de Vilabertran surge y se desarrolla en torno al monasterio agustiniano de Santa Maria, y basa su economía en la agricultura, principalmente en la huerta, y en la ganadería. A lo largo de su término municipal, hay canales de riego que conducen el agua proveniente del embalse de Darnius-Boadella hasta los cultivos.

 

La primera noticia que conocemos sobre Vilabertran data del año 975. Describe una aldea con una pequeña iglesia, que al poco tiempo se amplió y acogió un grupo de monjes encabezados por el abad Pere Rigau o Rigalt. Como consecuencia de una donación de tierras del año 1069, la comunidad de canónigos eligió a Rigau como líder y establecieron las bases para la creación la canónica de Santa Maria de Vilabertran, basada en la regla de San Agustín. A lo largo del siglo xi, el monasterio alcanzó un gran prestigio y durante los siglos siguientes amplió su patrimonio gracias a la protección de la familia Rocabertí, vizcondes de Peralada. Cabe recordar que, en otoño de 1295, el rey Jaime II casó con Blanca de Anjou en Santa Maria de Vilabertran; del fastuoso evento, ha quedado constancia en textos de Ramon Muntaner. A partir del 1592, se convierte en una colegiata, que queda operativa hasta la desamortización de Mendizábal de 1835.

 

Texto: MJV

 

 

Canónica de Santa María de Vilabertran

 

La población de Vilabertran debe su existencia a la fundación y desarrollo de la canónica agustiniana de Santa María. La casa se encuentra en el perímetro occidental de la población y su perfil descolla sobre la llanada ampurdanesa y por encima de los tejados del conjunto de la población. La llegada a la plaza del Monestir, que no ofrece la menor dificultad, ofrece una primera perspectiva, con la fábrica correspondiente a la ampliación de época gótica, volumen que denota la relevancia de la institución durante la baja Edad Media.

 

En la ribera derecha del Muga, a escasa distancia de Figueres, en 974 Guinedilda y su hijo Gausfred donaron a Sancte Marie Villa Bertrandi propiedades contiguas a este edificio, calificado entonces como ecclesia parvula. Se infiere que esa primera iglesia de dimensiones reducidas sería análoga a la arquitectura oriunda prerrománica. La iglesia acumuló sucesivas donaciones en 1066 y 1068. Esta segunda se considera el acta fundacional. El establecimiento, que se denomina ya entonces Vilabertran, recibió los recursos de tres matrimonios acaudalados (Bernat Bernat, Bernat Gaufred y Gaufred Gaudred, junto con sus respectivas esposas). Para su gestión espiritual e institucional eligieron al presbítero particular Pedro Rigall, Rigald o Rigau, rector de una comunidad de clérigos allí albergados y mantenidos, que asumieron Vilabertran como su escenario vital y cenobítico. La congregación de religiosos obtuvo la prebenda de poder elegir canónicamente a sus futuros abades sin interferencias externas. Es evidente que Rigau asumía el gobierno de la casa conforme a una personal interpretación de los presupuestos reformistas de la vida clerical dictadas en sínodo de Girona de 1068. Su reforma, inicialmente, no mantenía vínculos con movimientos más amplios y, de hecho, no será hasta la consagración del templo en 1100 cuando se mencione explícitamente que la comunidad observaba la regla agustiniana. Sin embargo, cabe aseverar que la introducción de esta regla tuvo lugar antes de 1089. En esa fecha Rigau fundó ya como agustiniana la canónica Santa María de Lledó, establecimiento que comenzó a regir Joan, un excanónigo de Vilabertran; a Lledó quedó adscrito en 1095 el priorato de Riudeperes a fin de que prosiguiera in religionem Sancti Augustini. Entre 1087 y 1096 Rigau instituyó otra canónica, Santa María del Camp, en la diócesis de Elna, que en 1110 se desliga de Vilabertran; sus sucesores hicieron lo propio con la casa de Santa María d’Ulla en 1121 y en 1142 con la de Santa Maria de l’Om. A través de estas operaciones, Santa María de Vilabertran logró sustraer numerosas parroquias de las manos de los laicos, asegurándose con ello una mayor incidencia en el mundo rural y un sustancioso incremento de sus propiedades e ingresos. Vilabertran nunca estuvo adscrita a la expansiva canónica agustiniana de San Rufo de Aviñón, pero prodigó el mismo carácter apostólico de la vida canonical; de modo explícito y tutorial, el Liber ordinis de San Rufo asimilaba en la práctica la vía agustiniana y la vía monástica. La canónica llegó a asumir la jurisdicción civil y criminal de la villa en 1191-1194, toda vez que el vizconde Jofre II de Rocabertí se la cedió al abad Ramon Guissall .

 

Desde 1070 se comienzan a incorporar recursos destinados expresamente a la construcción de una nueva iglesia emparentada topográfica y volumétricamente con otras de la región, como Lledó, Fluvià o Galligans. En 1100 el obispo de Bernardo de Girona, acompañado de los prelados de Carcasona y Barcelona y una miríada de clérigos presidió la consagración de la iglesia. En el acta se afirma que la iglesia, inconclusa aún, había sido construida “desde los fundamentos hasta una cierta altura” por Rigau. El prelado gerundense instó a los clérigos que ejecutaran un cementerio, un baptisterio, todas las obras requeridas y, sobre todo, que persistieran en la observancia de la regla de San Agustín, “como si no tuvieran nada y todo lo poseyeran”, norma que ya era vigente en la casa desde al menos doce años antes. Se prohíbe la construcción de cualquier casa ajena a la comunidad a menos de cien pasos eclesiásticos (en 1068 se estipuló sesenta pasos, dentro de los cuales se irían multiplicando las oficinas de la comunidad). Además, se vedaba que en el atrio, deslindado por el reglado cerco de cruces como era preceptivo, no se celebrasen juicios, ferias ni mercados.

 

La iglesia presenta planta basilical con tres ábsides, el central más desarrollado, transepto de la misma extensión que la suma de los tres ábsides y que, sin embargo, se pronuncia en planta puesto que las naves colaterales son más estrechas que los tramos laterales del transepto (como sucede en Santa María de Roses Sant Quirce de Colera o Sant Miquel de Fluvià); naves de cuatro tramos segregadas y articuladas por cuatro pares de pilares de planta prismática con columnas adosadas en tres frentes, puerta de comunicación con la sacristía en el tramo meridional del transepto, un vano de acceso al claustro en el segundo tramo de la nave de la Epístola y una gran puerta de ingreso para laicos en el muro de poniente con proyección volumétrica que aloja el pronunciado derrame.

 

La fábrica presenta palmarios cambios de material y módulo constructivo que manifiestan substituciones de operarios y canteras en un episodio de la historia de la construcción, sin que por ello se viera alterado el proyecto icnográfico concebido desde un principio, salvo en los perfiles de los pilares. Todo el edificio se comenzó a construir empleando sillares de arenisca y calcarenitas, en despiece de sillarejo irregular conjugado con pequeñas piezas tendentes al cubo (ábside mayor, ábsides laterales, transepto sur, muro de la nave de la epístola y hoja interna del muro oeste), piezas de tamaño medio más o menos regulares (transepto norte y muro de la nave del evangelio) y sillares más o menos regulares de ambos tamaños (muro oriental de la oficina claustral que acogió la sala capitular y sala de monjes y hoja externa de la fachada oeste de la iglesia). Estas evidencias certifican que la iglesia se construyó simultáneamente por la cabecera, los transeptos, las naves y los pies, hasta una altura de unas veinte hiladas (en algún extremo más, dado la menudencia de algunos sillarejos) por encima de la cota de circulación. En un momento dado y sin que podamos asegurar la causa, la obra quedó interrumpida aproximadamente en la misma cota a lo largo de todos sus perímetros. Tanto en la fachada oeste, en el exterior de la oficina claustral y en las hojas del interior de la iglesia no se observa la presencia de mechinales, que sí se encuentran en los cilindros de los tres ábsides, a una distancia de nueve hiladas. Las ventanas de esta primera fase constructiva eran vanos oblongos de doble derrame enrasados a paño en ambas caras y sin ningún recurso plástico ni ornamental. En los dos costado del ábside central se habilitaron sendos nichos que podrían haber alojado altares secundarios, aunque no se advierte traza de credencias.

 

Al exterior los tres ábsides presentan banco corrido de fundamentación y refuerzo severamente lastimado, que en el interior se corresponde con el banco del ábside mayor, mejor conservado. En su cara externa, el ábside mayor nació con contrafuertes, compuestos con sillares bien escuadrados. Con esa misma tipología de sillares fueron construidos los pilares que segregan los tres ábsides, con pilastras para soportar los dos primeros formeros y otras pilastras planas para definir los montantes de la embocadura de los ábsides laterales. La perfecta correspondencia de las hiladas de los pilares y pilastras demuestran que son solidarios. Eso implica que antes de que se modificara material y técnica esterotómica ya se había planteado que las naves de la iglesia estarían segregadas por pilares con resaltes planos y que estos cargarían con arcos formeros con dobladura y con fajones simples en la nave mayor. En los ábsides laterales la obra quedó interrumpida a la altura de la cornisa que, con un perfil de nacela simple, marca la inflexión y arranque del cascarón de cubierta.

 

Así pues, a diferencia de tantos otros edificios, esta iglesia no se construyó avanzando de Este a Oeste, o incluso desde los dos extremos, sino creciendo desde el suelo al unísono a lo largo de todo su perímetro. Cabe entender, además, que en el último tercio del siglo xi seguían vigentes los recursos técnicos de aparejamiento de muros establecidos por la arquitectura que convencionalmente denominamos “lombarda”. El curriculum tradicional del primer arquitecto de Vilabertran incluía pilastras en los pilares, pero no columnas adosadas, como queda de manifiesto tanto en los pilares que segregan los ábsides como en el perímetro exterior del cilindro mayor. Cabe suponer entonces que ese primer proyecto consideró la erección de pilares cruciforme con pilastras en sus frentes para soportar arcos con dobladura y fajones. La ausencia de pilastras en los muros de las naves laterales, aparejados hasta la altura de unas veinte hiladas antes de la interrupción, desmiente que el primer proyecto planteara cubrir las naves laterales con bóvedas de arista.

 

En un momento indeterminado, ca. 1080-1090, se incorporó un nuevo equipo de operarios que recurrió a una nueva cantera que proporcionaba una piedra caliza local que podía ser trabajada con resultados más precisos y facetas más lisas. La cualificación de los lapicidas y las calidades de la roca dieron lugar a sillares cuidadosamente escuadrados, de tamaño medio en los paramentos y de mayor magnitud en los pilares, todos más homogéneos que los del episodio constructivo anterior, con perfiles perfectamente definidos (salvo el  sillarejo en las bóvedas) y asentados con un leve lecho de argamasa.

 

El resultado formal es eficaz y atractivo. Los nuevos constructores comenzaron por interrumpir los contrafuertes exteriores del ábside mayor y modificar el aspecto interno del mismo. Sobre el banco corrido instalaron seis basas, columnas de tambores exentos y capiteles esquemáticos que soportan siete arcos ciegos de salmeres segregados. Encima de las roscas corre una cornisa de nacela sencilla, como punto de inflexión para la cubrición del cascarón del ábside, compuesto con sillarejo en el primer tercio y mampostería en el resto de la superficie, que sin ninguna duda se pensó que quedaría enfoscado en todo su desarrollo. Dentro del arco central se habilitó una ventana de doble derrame que en su perfil exterior asumió la fórmula homogéneamente aplicada a los nuevos vanos de la iglesia: perímetro perfilado por arco de dovelas planas, corona de piezas en dientes de sierra y un arco de dovelas más menudas –todo en un mismo plano–, montantes perfilados por retranqueo del paño y abocinamiento sin inflexiones. La cornisa de los tres ábsides es idéntica y se define con una hilada de dientes de sierra y un medio bocel encima, de donde arranca ya el tejado de lajas de pizarra.

 

En el registro de arcos ciegos del ábside mayor se suceden seis capiteles que carecen de cimacios y presentan un tratamiento extremadamente esquemático reproducido de modo simétrico. Enunciados de norte a sur presentan: 1. motivos pisciformes afrontados; 2. palmetas verticales simples; 3. plano; 4. plano; 5. palmetas verticales simples; 6. motivos pisciformes afrontados.

 

En la embocadura del ábside central se añadieron a los pilares preexistentes semicolumnas para soportar el arco de triunfo. Los tambores de ambas columnas manifiestan una elocuente disociación con las hiladas de los pilares. Esta agregación constituye la primera costura del segundo proyecto con el anterior. Los capiteles de esas columnas carecen de tratamiento escultórico y su cimacio es un prisma de perfiles planos.

 

Dado que en 1100 se produjo la dedicación de la iglesia, se infiere que en esa fecha estaba concluida, al menos, la cubrición de los ábsides donde se encontraban instalados los altares consagrados. En torno a esa fecha o poco antes se levantaron los nuevos pilares, cuya novedad sustantiva fue la concesión de unos perfiles más plásticos. Los pilares arrancan sobre un plinto de perfil cuadrado con apéndices en tres lados: los que encaran al pilar siguiente y a la nave central, pero sin ese apéndice en el costado correspondiente a la nave lateral. El cuerpo del pilar arranca sin solución de continuidad. Las columnas forman cuerpo con los pilares a los que refuerzan. Estas columnas presentan en la primera hilada un bocel sobre listel que hace las veces de una basa, aunque evocada aquí de un modo completamente sumario. En su extremo superior, las columnas asumen dos hiladas que son labradas con planos inclinados, mediante los cuales se pretendió sugerir la morfología esquemática de unos capiteles, recurso un tanto burdo que suple la ausencia de capiteles reales. Por encima de estas hiladas discurre un cimacio de plano recto entre dos pequeños toros, moldura que marca el arranque de los salmeres de los arcos formeros, doblados por la proyección de la arista del propio pilar. Las columnas que suben por los laterales de la nave central para recibir el arranque de los fajones fueron formuladas con los mismos parcos recursos que las columnas de los intercolumnios. La única diferencia consiste en la labra en la primera de las dos hiladas que constituyen los pseudocapiteles de un magro toro que sugiere el collarino de arranque de un capitel convencional. El resultado general es un radical aniconismo que, acaso, se suplía en su momento con pinturas murales provistas de historias, pero a tenor de lo conservado no hay otra evaluación posible que la negación de imágenes por parte de la comunidad de canónigos agustinianos. Esta actitud que se reprodujo estrictamente en el claustro. La severa ausencia de decoración se extendió a capiteles, impostas o vanos.

 

El cuerpo de esta iglesia está generosa y equilibradamente provisto de ventanas: una en cada uno de los tres ábsides, dos óculos por encima del ábside mayor, un óculo por encima de cada ábsidiolo, de menor radio que los instalados en el eje del edificio, un vano en el muro oeste de cada brazo del transepto –óculo en el brazo norte y ventana oblonga en el meridional–, tres ventanas verticales en el muro norte y otras tantas en el meridional, tres y tres también en los dos flancos de la nave mayor y tres más en el hastial de poniente –una por cada nave, las laterales bajas y la central por encima de la puerta– lo  que repercute en la composición de vanos de la fachada principal de la iglesia.

 

La nave central descuella sobre las laterales con suficiente holgura como para abrir tres ventanas de doble derrame tanto en el costado norte y otras tantas en el sur. La nave central se cubre con bóveda de cañón reforzada por cuatro fajones, pero posee cinco tramos puesto que el crucero se cubre con la misma bóveda y a la misma altura que la nave, lo que provocó que el muro creciera por encima del arco de triunfo del presbiterio, paño vertical que se quiso dinamizar con la apertura de dos óculos gemelos en lo que a todas luces constituye una solución poco afortunada. Estos tramos, por cierto, asumieron bóvedas de cañón dispuestas transversalmente para asumir eficazmente los empujes de la mayor, que a su vez transmiten peso y tensiones a las bóvedas de horno de los ábsides laterales y a las cubiertas de las naves laterales, lo que implica que estas debían estar ya ejecutadas cuando se abovedó el transepto. Las colaterales recibieron bóveda de cuarto de esfera corrida sin cinchas, lo que excusa la presencia de pilastras en la cara interna de los muros de cierre y el empleo de columnas adosadas en el flanco lateral de los pilares. Sin estos elementos de resalte, las naves laterales pueden ser transitadas con desahogo a pesar de su limitada anchura. Este tipo de bóveda –que en la práctica constituye un arbotante corrido que deja a la vista las enjutas de los arcos formeros– resultó habitual en las fábricas románicas de tierras gerundenses a fines del siglo xi y pervivió durante el siglo xii.

 

El último tramo de las naves posee una parca profundidad, menos de la mitad que el resto de tramos. En consecuencia, los formeros poseen mucha menor luz y flecha de los precedentes. Los arcos reposan sobre resaltes que no son no columnas, como en los tramos anteriores, sino pilastras planas. En realidad, el tipo de material y la correspondencia con las hiladas de los paños contiguos manifiestan que las pilastras que emergen del muro oeste corresponden a la primera fase constructiva, como ocurría con los pilares que segregan los tres ábsides. Uno y otro extremo habían quedado ya ejecutados y fueron asumidos por los constructores de la segunda fase. Sin embargo, fueron los autores de este segundo proyecto los que decidieron cuántos tramos tendrían las naves de la iglesia y, por tanto, su mayor o menor profundidad. La asimetría del último tramo respecto a los otros tres manifiesta la voluntad de instalar a pocos metros de los muros un pilar que permitiera soportar el peso de las torres que se levantarían en los dos ángulos del extremo occidental de la iglesia, como ya existían en la iglesia de Ripoll promovida por Oliba. 

 

El acceso a las torres permitió habilitar sendas cámaras en el cuerpo de las torres pero por encima de las bóvedas de las colaterales, a la altura de las ventanas de la nave central. Estas dos cámaras se abren a la nave mayor a través de una puerta simple con arco de medio punto. Para comunicar ambas puertas en alto se habilitó un estrecho andito que recorre el interior del muro oeste, por encima de la puerta y por debajo de su ventana, aprovechando el grosor del muro oeste de la iglesia. Aunque este pasillo es el resultado de querer vincular la circulación de las dos torres, tiene la apariencia de esas atrofiadas tribunas occidentales empleadas en algunos edificios catalanes del siglo xii, como la iglesia catedral de la Seu d’Urgell. En Vilabertran la conexión de este constreñido pasillo con los vanos que le dan acceso requirió el empleo de dos pequeñas trompas. No hay constancia de la funcionalidad litúrgica de este pasillo elevado, pero si se concibió para albergar ocasionalmente a un coro en alto o una procesión, los eventuales participantes tuvieron que ser pocos.

 

Por encima de las mencionadas cámaras se proyectó el volumen de las dos torres esquineras. La torre suroeste quedó abortada en su primer tramo y sólo modernamente se le ha concedido un gratuito remate de atalaya. La noroeste descuella con tres cuerpos de idéntico tratamiento plástico: en cada uno de los cuatro frentes una lesena de cuatro arquillos que alberga una bífora soportada por columna y capitel troncopiramidal liso. La separación entre los cuerpos se subraya por una línea de dientes de sierra.

 

La culminación de todo el proceso constructivo, con la bóveda central y las torres incluidas, debió acaecer en la primera década del siglo xii, acaso en el primer cuarto, pero no disponemos de referencias que documenten la finalización de la fábrica.

 

Al morir en 1104, Rigau fue inhumado en el claustro y allí permaneció hasta su introducción en la iglesia en 1572; hoy ocupa un arcosolio en el muro lateral norte. Del término claustro debe inferirse que por entonces la comunidad disponía de un ámbito para uso exclusivo al que se abrían el templo y algunas dependencias comunitarias, con pórticos de madera en un primer momento. Habida cuenta de la continuidad muraria y homologación material del muro este de la oficina oriental con diferentes paramentos de la primera fase constructiva de la iglesia y su interrupción en la misma cota, cabe inferir que ese sector ya estaba definido a fines del siglo xi. Esta panda, que predeterminó el desarrollo futuro del resto del claustro, fue diseñada de modo canónico en perpendicular al eje de la iglesia y contigua al transepto meridional. En ella se previó la instalación de la sacristía, la sala capitular y la sala de trabajo de monjes. Suprimido un muro medianero del que hoy no quedan huellas, constituyen un espacio continuo cubierto por cañón corrido. El acceso al capítulo es modesto, con puerta entre dos ventanas de rosca sin moldurar.

 

El paramento de cierre de la panda norte, que lo es también del templo, muestra el mismo cambio de fábrica manifiesto en el interior de la iglesia xi. El muro se retomó con aparejo de sillares mal escuadrados, que también fueron empleados en las galerías sur y oeste. En las partes altas de este lienzo, como en los otros tres muros perimetrales del cuadrilátero, es visible una hilera de mechinales que delata esa primera cubrición de vigas y tablones. Esa techumbre era más elevada en las pandas oeste y norte que en las sur y este.

 

En la galería norte se encuentra cegada la primera puerta que comunicaba claustro y templo, vano dotado de tímpano rehundido, en su día pintado. En él, algunos historiadores aseguraron haber visto un Agnus Dei hoy irreconocible. Esa puerta obliterada fue substituida en 1722 por otra nueva, hoy vigente. A lo largo de la panda sur se extiende el refectorio, cubierto con bóveda apuntada, cuerpo de ventanas de doble derrame a mediodía, sin rastro del lectorium y puerta adintelada con cruz incisa. El espacio delimitado en el ángulo suroeste, abovedado con nervios abocelados, se viene identificando como la cocina, en coherencia con su emplazamiento, sin embargo las alteraciones morfológicas infligidas por las restauraciones y contradicciones estructurales impide ratificar la presunción. En la crujía occidental se habilitó otra sala con cañón apuntado (sillares mal escuadrados en los muros y sillarejo apenas desbastado en las cubiertas), identificado como archivo aunque es más pertinente identificarla como cilla. Este ámbito hacia 1554 se reconvertía en capilla de San Ferriol, operación que requirió la apertura de una puerta en su muro norte a fin de facilitar el acceso desde la calle. En 1732 Esta capilla asumió en su extremo sur un segundo piso, a modo de coro, al que se accedía desde la galería mediante escalera repuesta modernamente. Que la comunidad prescindiera de su cilla y bodega pone bien a las claras que, a mediados del xvi, la vida comunitaria se encontraba en horas bajas.

 

Data de 1151 la noticia que documenta la asignación de rentas específicas para culminar el claustro, que se encontraba en obras desde antes de la consagración del año 1100. Esas aportaciones económicas pudieron estimular la finalización de alguna de las oficinas indicadas, y menos probablemente la sustitución de la primera techumbre leñosa de las galerías por otra abovedada, operación que acaso haya que situar a fines del siglo xii.

 

El desmañado tratamiento de los paramentos perimetrales contrasta con el fino desbaste de las piezas que componen las arcadas y los arcos diafragmas suroriental y suroccidental. El patio presenta planta trapezoidal, un podio corrido sobre el que se asientan ocho arcos en cada costado que reposan alternativamente en pilares y columnas emparejadas, salvo en el centro de la panda este ocupado por un grupo de cuatro fustes con vano de descarga encima. Por encima se lanzan bóvedas de cuarto de cañón de sillarejo burdo que no sería visible, puesto que iba rebozado con revoque de encañizado, muy bien conservado en la galería norte, casi desaparecido en la meridional y ausente en la oriental y occidental. Las bóvedas se sellan con arcos diafragmas en las esquinas sureste (intacto), suroeste (parcialmente desmontado y remontado), noroeste y noreste (amputados). En los conservados se observa la misma solución: en ángulo de las galerías apean en columnas con tambores y capiteles despiezados consonantes con las hiladas contiguas y en el ángulo de las oficinas sobre una pilastra con columna adosada, que no traba con los muros puesto que estos preexistían.

 

La galería oriental fue la primera que se ejecutó. Tras ella se proyectaron arquerías en las otras tres pandas. El anónimo arquitecto se impuso el reto de dotar a todas las galerías del mismo número de arcos. A partir de esa premisa, calculó la luz que podía asumir cada uno de los arcos y, conforme a la disciplina que impone el arco de medio punto, la flecha de las roscas de cada arquería. Por esa razón, por encima de los arcos cada una de las galerías hay un numero diferente de hiladas, a fin de alcanzar en los cuatro flancos la misma cota para la cornisa  y el tejado. Bajo la cornisa exterior de los lados norte, sur y oeste se desplegó un friso de sillares en esquinilla que no cupo en el este. Los añadidos de época moderna alteraron severamente el esquinazo noroeste, que recuperó su apariencia original tras las restauraciones de la década del 1940.

 

En un tercer momento, se edificó sobre la panda del capítulo un imprevisto dormitorio, al que se accede desde la galería mediante escalera de tramo recto adosada, no entestada, al paramento perimetral y bajo la que se habilitó un arcosolio. La cubrición del dormitorio, de armadura de doble vertiente notablemente restaurada (como sucede con las bíforas que se abren al patio exterior), descansa en cinco diafragmas ojivales sobre ménsulas lisas, dispuestas en intervalos regulares como sucede en Poblet o Santes Creus, lo que desplaza su ejecución al menos a fines del xii. La puerta del dormitorio, en alto, se ajusta a la altura del enteste de la bóveda con el muro. No es descartable que la construcción de las galerías porticadas y abovedadas con cuarto de esfera sea posterior a la edificación del dormitorio y la ejecución de su puerta.

 

La decisión de abovedar el claustro no era nueva en la diócesis de Girona, donde se habían lanzado ya bóvedas en los patios de Galligans, la catedral, Sant Llorenç de Sous y Colera, en claustro gerundense de Sant Cugat del Vallès y poco después se consumará otro tanto en el cenobio de Sant Daniel. Para soportar la bóveda se dispusieron alternativamente pilares y parejas de columnas que cargan con la serie de ocho arcos. La operación comenzó por la galería oriental, la más corta y por tanto con arcos pequeños encima de los cuales crecen verticalmente hiladas antes de que arranque la bóveda. Por el contrario, el mayor tamaño y altura de los arcos de las otras tres galerías no sólo impidió la instalación de hiladas verticales, sino forzaba que el cuarto de esfera quedara rebajado o deforme. Para solventar la falta de altura se recreció en desplome los trasdoses de las roscas, de modo que pudo iniciarse ya en ese punto la curvatura de la bóveda. Esta solución, ingeniosa aunque ruda, manifiesta que los operarios de estas galerías poseían más recursos que habilidades y trabajaron a tientas. Es elocuente, en este sentido, el empleo de cimacios de tres piezas, porque no se confió en la resistencia de cimacios monolíticos que debían cargar con muros y arranques de bóvedas. Y ese mismo temor explica el hueco vertical mantenido encima de los cimacios del haz de cuarto columnas que centra la galería oriental. Todos los cimacios, por cierto, son lisos y perfil al bies.

 

Los capiteles, a medio desbastar en algún caso, dan cuenta de un repertorio fitomórfico descrito de manera sumaria, sin concesión alguna a la figuración ni en las cestas ni en los cimacios rectos, en sintonía con las labras de Vallbona de les Monges. El caso de Vilabertran –como el de Sant Daniel de Girona– viene a poner de manifiesto que el aniconismo en la plástica monumental del xii o del xiii en absoluto es exclusivo, y por tanto tampoco distintivo, de los monasterios cistercienses.

 

Los fatigosos trabajos en el patio acumularon un excesivo coste. La comprometida situación económica obligó al abad Ramon de Cabanelles (1220-1244) a abandonar la gestión de la casa en 1238. Años después, en 1268, el vizconde de Rocabertí solicitaba ser inhumado, como su padre y su abuelo, en el claustro. La estructura, en un momento muy posterior, se dotó de un antepecho sobre las pandas norte y este a fin de asentar sendas terrazas en alto. Estas ya existían cuando en 1470 se construyeron casas sobre el dormitorio y la cilla.

 

Si damos crédito a Villanueva y a una inscripción insertada en el transepto septentrional (+ildefonsus eram magnatum magna potestas+ / +non sum qui fueram: iacet hic pars máxima nostri+), se habían depositado en el templo una parte de los despojos mortuorios del rey Alfonso el Casto (m. 1196), mientras otra se inhumó en Poblet, en un caso temprano e inusual de “sepultura doble”, por evisceración de los órganos internos, sepultados en un lugar diferente al resto del cuerpo. Si este hecho es cierto, Vilabertran adquirió entonces el rango de panteón real, por más que el episodio no tuviera redundancia. El dato documentado es que en 1194 el rey testó 150 morabetinos a favor de Vilabertran y fundó allí una capellanía. En 1285 la comunidad de canónigos observó impertérrita la invasión de Felipe el Atrevido, y diez años más tarde celebraron los esponsales de Jaime II el Justo y Blanca de Anjou, ceremonia con la que se escenificó el fin de la contienda siciliana entre angevinos y aragoneses. Los Rocabertí, la única familia nobiliaria que secularmente mantuvo estrechos contactos con la casa, erigió una capilla funeraria en el extremo norte del transepto, consagrada en 1358 y a la que se acabaron trasladando los cuerpos de los miembros de ese linaje que desde principios del xiii, al menos, habían sido inhumados en el claustro. A mediados del siglo xiv llegó desde un taller de plateros de Girona la extraordinaria cruz procesional de plata sobredorada, con programa iconográfico canónico y probados contactos con el baldaquino argénteo de la Seu. La cruz se custodia en la capilla dels Dolors o de la Creu, añadida a la iglesia románica y concluida en 1743.

 

En 1377, Pedro el Ceremonioso concedió al abad Ramon d’Escales (1361-1377) licencia para fortificar el monasterio. El febril abad Antoni Girgós (1410-1431) erigió a mediodía del patio el ambicioso palacio abacial, asumiendo la hospedería del siglo xiii, encargó un retablo mayor y promovió la segunda fortificación del establecimiento.

 

La obligatoria secularización de 1592, convertía la canónica en colegiata y arciprestazgo. Los espolios infligidos por tropas francesas durante la ocupación y la consecuente guerra de la Independencia dieron al traste con los fondos de la biblioteca, del archivo y del rico patrimonio mueble de la casa, así como la pérdida de las tumbas monumentales de los Rocabertí. La desamortización de 1835 convierte esta institución en parroquia y el palacio abacial se privatiza. Sólo la voluminosa cruz se salvó de ese naufragio histórico. Peor suerte corrió aquella otra que la comunidad encargó en 1444 al platero gerundense Pere Angel I. En 1945 se inició una intensa campaña de restauración que ha proseguido interrumpidamente hasta fines del siglo xx.

 

Texto y fotos: Gerardo Boto Varela – Planos: Núria Dolors Vila Costa

 

 

Bibliografía

 

Arnall i Juan, M. J., 1981-1982, pp. 263-268. Badia i Homs, J., 1977-1981, II-B, pp. 384-404; Boades, B., 1948, p. 144; Catalunya Romànica, 1984-1998, IX, pp. 873-894; Dalmases i Balañà, N. de y José Pitarch, A., 1986, pp. 129-130. Flórez, E., 1827, pp. 91-99, 275-278. Freixas i Camps, P., 1983, p. 264-265. Golobardes Vila, M., 1949; Marca, P. de, 1688, p. 1220. Marquès i Planagumà, J. M., 1993. Marquès i Planagumà, J. M., 1995b; Martínez Ferrando, E., 1948, p. 34-39. Montsalvatje i Fossas, F., 1928, p. 77, 90, 92; Moreno, A. y Boto Varela, G., 2015, pp. 95-106. Muntaner,  R., 1820, cap. CLXXXII; Pladevall i Font, A., 1968 (1974), p. 157-161; Puig i Cadafalch, J., Falguera, A. de y Goday, J., 1909-1918, III/1, pp. 465. Santa Maria de Vilabertran, 2002; Stym-Popper, S., 1959, pp.  12-18; To i Figueres, L. y Bellver i Sanz, I., 1987, pp. 9-26. Villanueva, J., 1803-1852, XV, pp. 28-36, 56, 226. Zaragoza Pascual, E., 1997, pp. 244-245.