Identificador
33316_01_041
Tipo
Formato
Fecha
Cobertura
Sin información
Idioma
Autor
Sin información
Colaboradores
Sin información
Derechos
Edificio Procedencia (Fuente)
País
España
Edificio (Relación)
Localidad
Los Pandos
Municipio
Villaviciosa
Provincia
Asturias
Comunidad
Principado de Asturias
País
España
Descripción
TARDÍAS Y CONTROVERTIDAS son las referencias documentales asociadas a este templo, ya que, si bien como algunos autores sostienen, la actual iglesia de Santa María Magdalena de los Pandos, cuya primera mención aparece en 1483, puede identificarse con la denominada Santa Eugenia de los Pandos que recoge la Nómina de parroquias de la diócesis de Oviedo elaborada entre 1385 y 1386, indicando que húsala apresentar el abbad de Villamayor; creemos más acertado identificar esta iglesia de Santa Eugenia con la que bajo dicha advocación se conserva en la localidad homónima en el mismo concejo de Villaviciosa y territorio de los Pandos, una estructura tradicional fuertemente intervenida en el siglo XIX, que sin embargo pudiera tener su origen muchos siglos antes. Además, en ciertos documentos posteriores relacionados con el mencionado monasterio de Santa María de Villamayor y con San Pelayo de Oviedo, en el que a partir de 1530 se integraron los bienes del cenobio piloñés, así como en diversos estudios centrados en el patrimonio monástico de estas dos instituciones se hace distinción entre ambos templos, señalando en diversos documentos que sus derechos pertenecían in solidum a estas instituciones, heredera una de la otra, y destacando el hecho de que la última vez que la abadesa de San Pelayo presentó párroco para Santa Eugenia fue en 1918, y para Santa María Magdalena en 1919. Podemos concluir de esta forma que la iglesia de La Magdalena de los Pandos aparece citada por primera vez a finales del siglo XV, si bien los restos románicos de su fábrica nos hablan de una fundación anterior de la que no conocemos actualmente dato o referencia documental alguna, a no ser que en origen fuese conocida con otra advocación. A pesar de las continuas reformas por las que ha pasado el templo desde su construcción, conserva, aunque enmascarada por una serie de añadidos y anexos nada afortunados (como el pórtico cerrado situado a los pies), lo esencial de su primitiva estructura románica, de armónicas y proporcionadas dimensiones, siguiendo un simplificado esquema de nave única, posiblemente cubierta con armadura de madera a dos aguas, aunque hoy sustituida por un plafón, y cabecera cuadrada, con bóveda de cañón, ligeramente apuntado, que parte de una línea de imposta con algunos restos de taqueado que recorre a media altura todo el perímetro de la cabecera. El arco triunfal, acusando ya los presupuestos del románico tardío de la primera mitad del siglo XIII, presenta un arco apuntado con dos roscas lisas, ya que, como mantiene I. Ruiz de la Peña, la decoración que presenta el intradós de la rosca interior es de dudosa filiación románica. Las roscas apoyan sobre columnas adosadas, compuestas de basas de tipo ático, una de ellas decorada con sogueados en el primer toro, estilizados fustes monolíticos y capiteles con esquematizadas composiciones, de formas redondeadas y sumario tratamiento de las superficies. Los dos capiteles del lado de la Epístola presentan dos piezas iguales de una simple composición en la que se disponen, rematadas por una serie de dados, a manera de almenas, una serie de hojas lanceoladas en dos hileras superpuestas, siguiendo un modelo repetido tanto en construcciones del románico temprano, como San Salvador de Fuentes o San Julián de Viñón, como en obras adscritas al románico tardío, como ésta que nos ocupa; dos etapas caracterizadas por la simplificación de las formas. En el lado del Evangelio, mientras que el capitel externo cubre tanto su cesta como el cimacio con una serie de grandes frutos esféricos, el interno, de talla tosca y sumaria, se decora con una escena de cetrería, que M. S. Álvarez Martínez identifica con dos halcones cazando una liebre, episodio de la actividad cinegética del noble medieval que también aparece representada en una de las portadas de la cercana iglesia de Santa María de la Oliva y en la de Santa María de Villaverde, en el concejo de Cangas de Onís. En el exterior, enmascaradas por los añadidos posteriores, podemos distinguir las proporciones de la construcción original gracias a la característica cornisa románica apoyada en canecillos, que en el caso que nos ocupa se conserva en el remate de la cabecera y en ambas fachadas de la nave. Siguiendo modelos habituales muy difundidos en la zona, encontramos un amplio repertorio en el que se combinan decoraciones geométricas, como modillones de lóbulos, frutos esféricos, placas rectangulares enrolladas en los extremos, cilindros, volutas, etc. y representaciones zoomorfas, situadas éstas preferentemente en los ángulos del alero, entre las que cabe destacar una testa de felino devorando un cordero, un cerdo y un lobo, animales de la fauna local, muy conocidos por los feligreses. En ellos, a la función estética y decorativa, puede unirse un fin moralizante destinado a mostrar la lucha entre el bien y el mal, encarnados respectivamente en los animales domésticos y los salvajes, un mensaje perfectamente comprensible para el campesino de la época que tenía en lobos y zorros a sus peores enemigos. El elemento más destacado de todo el conjunto lo constituye la portada, situada en la fachada occidental. Se trata de una pieza de esquema similar al de San Juan de Cenero, en el vecino concejo de Gijón, por su realce sobre el muro del imafronte, que actualmente ha perdido el tejaroz; se compone de cuatro arquivoltas de las que la interna aparece polilobulada con arquillos de herradura, y las tres restantes lisas, envueltas por un guardapolvo de billetes, y descansando sobre tres columnillas acodilladas en cada una de las jambas. En los elementos decorativos de esta pieza, tanto en la presencia del arco polilobulado como en las escenas representadas en los capiteles, que trataremos a continuación, se aúnan una serie de motivos de distintas procedencias en los que se resumen las diferentes influencias de las que se nutre el estilo románico en Asturias. Así, los lóbulos del arco son motivo de filiación zamorana que hunde sus raíces en el mundo islámico y que llega a Asturias a través de los caminos de peregrinación, repitiéndose en otras portadas, como las de Santa Eulalia de Ujo, San Martín de Pereda o la del desaparecido templo de San Bartolomé de Nava. Junto a este motivo de origen meridional, en dos de los capiteles de esta iglesia, dispuestos a ambos lados de la portada, se localiza una representación de origen normando, las llamadas cabezas engoladas: monstruosos felinos, cargados de expresionismo, que con las fauces abiertas parecen devorar la propia cesta del capitel. Un tema iconográfico que E. Fernández González relaciona con seres de ultratumba surgidos de las leyendas galas y posteriormente cristianizados como representantes del mal, que alcanzan gran incidencia en la costa cantábrica desde finales del siglo XII. Composiciones muy difundidas a lo largo de toda la geografía románica aparecen en los cuatro capiteles restantes de la portada, dos de ellos con temas vegetales de hojas y frutos, los otros dos, siguiendo la característica simetría bilateral del estilo, presentan, respectivamente, una pareja de leones que, compartiendo la cabeza engullen un ser humano, y dos aves, posiblemente palomas, que picotean una hoja situada entre ambas. Se trata de dos representaciones muy habituales que hacen referencia al hombre pecador y a su salvación a través de la fe, así que, mientras que el capitel de los leones presenta al hombre pecador vencido por los vicios, la otra pieza muestra la salvación del alma, representada por las aves, que, comiendo del fruto del paraíso, encuentra el camino hacia la Salvación. Se complementa la presencia de restos románicos en el templo con una serie de piezas sueltas, y de difícil datación, situadas en el atrio de la iglesia. Entre ellas, una gran pila bautismal monolítica, muy tosca y carente de decoración u otro rasgo que nos ayude a establecer una filiación románica; y a su lado, dispuesta en el suelo, parte de lo que pudo haber sido una lauda sepulcral, decorada en la parte superior con la silueta de un águila con las alas explayadas a la que flanquean dos figuras de difícil interpretación. En líneas generales podemos decir que el templo de Santa María Magdalena de los Pandos se inscribe dentro de las incipientes corrientes del románico tardío, datado en la primera mitad del siglo XIII, caracterizado por la simplificación de las formas, la esquematización, la sencillez general del conjunto, aunque, en este caso, como ocurre en Santa Eulalia de la Lloraza, todavía se mantienen en las portadas las relaciones con el románico pleno; de ahí que estas construcciones pudieran situarse en el espacio cronológico de transición entre la plenitud del estilo, establecido en la región entre la segunda mitad del siglo XII y primeras décadas del XIII, y las formas del románico tardío, que en algunas construcciones se prolongan hasta entrado el siglo XIV.