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Capiteles de la portada oeste de la iglesia

Identificador
09000_0023
Tipo
Fecha
Cobertura
42º 20' 27.10'' , Lomg:3º 43' 39.77''
Idioma
Autor
Jaime Nuño González
Colaboradores
Sin descripción
Edificio Procedencia (Fuente)

 

País
España
Edificio (Relación)

Hospital del Rey

Localidad
Burgos
Municipio
Burgos
Provincia
Burgos
Comunidad
Castilla y León
País
España
Descripción
Reconvertido en sede del rectorado de la Universidad de Burgos y Facultad de Derecho, este antiguo hospital dedicado a la asistencia de peregrinos se encuentra en el extremo oeste de la capital, en el barrio de Las Huelgas. Perdida su función benéfica en el siglo XX, sólo la iglesia continuó prestando uso religioso, tal como aún hoy se mantiene. La dimensión económica, social y artística del Hospital del Rey ha sido durante sus siglos de existencia de tal calibre que continuamente ha recabado la atención de cronistas y estudiosos, desde su fundación hasta el más reciente estudio de Luis Martínez García donde se hace un detenido repaso a todo el proceso vital de la institución. En una de sus Cantigas cuenta Alfonso X la actividad constructora que desarrollaron el rey Alfonso VIII y su esposa Leonor de Aquitania en esta zona del extrarradio burgalés en el entorno de 1200: E pois tornous a Castela / de sí en Burgos moraba / e un hospital facía / él, e su moller labraba / o monasterio das Olgas. El mismo monarca ilustrado, parafraseando a Jiménez de Rada, describe en su Primera Crónica General lo magnífico que resultaba el nuevo Hospital y la atención que prestaba a todos los necesitados: “El fizol grand a marauilla, et fermosos de fechuras et de obras fechas altamientre, et muy noble de casas et de palacios, et con tantas riquezas le enssancho yl enrriquesçio segund que diximos que fiziera el monesterio de las duennas, que todos los romeros que passan el camino françes et de otro logar, dond quier que uengan, que ninguno non sea refusado dend, mas todos reçebidos, et que ayan y todas las cosas que mester les fuera de comer et beuer et de albergue, en todas las oras del dia et de la noche quando quier que lleguen; et a todos los que y quisieren albergar que les sean dados buenos lechos et complimiento de ropas. Et esto assi sse mantiene y oy cutianamientre; et al que y uiniere enfermo, o enferma o que enfermare y, danle mugieres et uarones que piensen de yl den guisadas et prestas todas las cosas quel fueren mester, fasta que sane o muera. Et desta guisa se fazen alli en aquel ospital las obras de piedad, que quiquier podrie alli uer todo lo que dicho es como se uerie all en un espeio”. A tenor de este texto no cabe duda de que resultaba en aquel momento un modelo en lo asistencial y en lo constructivo, para cuyo mantenimiento el mismo Alfonso VIII dotó a la institución de un rico patrimonio que fue incrementando en los siglos siguientes. Se desconoce el momento exacto de su fundación, aunque el 28 de mayo de 1209 ya se documenta su existencia, precisamente a través de un documento en el que Alfonso VIII da al hospitali quod est situm inter Monasterium Sancte Marie Regalis et Hospitali Ioannis Mathei, quod est in medio camini, hereditates, terras, vineas, etc ... et totum aliud quod mihi pertinet in Burgis de infantico preter collacios. En 1211 el rey añade a la dotación varias villas, así como el diezmo de la bodega real del castillo de Muñó y el 15 de mayo de 1212 coloca a la institución, con todas sus posesiones, bajo la dependencia del inmediato monasterio de Las Huelgas, pero sin que las monjas pudieran enajenar nada ni utilizar los bienes del Hospital en provecho del monasterio. Al frente había un prior, doce freires y siete capellanes que estuvieron vinculados a la orden de Calatrava, pero nunca estos caballeros llegaron a tener dominio sobre los bienes o gestión de la entidad, que siguió dependiendo de la abadesa de Las Huelgas hasta el año 1822, cuando se incauta de él la Junta Municipal, dando paso a un continuo trasiego de unas manos a otras, de devoluciones y nuevas incautaciones que provocaron el desgaste de su actividad y patrimonio. Tras perder todos su bienes por la Desamortización de 1855, una efímera recuperación parcial volvió con Alfonso XII, que duró hasta poco después de la Guerra Civil, cuando se produce el completo abandono. Lo que desde entonces se perfilaba como un desastre más para el patrimonio cultural fue felizmente superado en 1986, año en que comienzan las obras de restauración para su uso universitario. El edificio, tal como se conserva, es un compendio de estructuras y pabellones que en cierto modo cuentan su historia desde los comienzos hasta la última restauración, con múltiples fases que se suceden desde sus orígenes en tiempos de Alfonso VIII, y especialmente con obras de los siglos XVI, XVII, XVIII y XIX. Quizás lo más sobresaliente de su arquitectura histórica sea el Patio de Romeros, con la puerta del mismo nombre que sirve de entrada principal, la Casa del Fuero Viejo y el pórtico de la iglesia, obras levantadas en un brillante estilo renacentista en las décadas centrales del siglo XVI. Del más antiguo edificio no es mucho lo que se conserva e incluso resulta complejo valorarlo en su justa medida pues al margen de los elementos emblemáticos, como son las portadas, el resto resultan muros casi de anónima cronología. De todo ello nuestro interés deberá centrarse en dos puntos: la puerta que da acceso al amplio patio interior y la iglesia. La primera es hoy un lugar de tránsito entre el Patio de Romeros y la zona docente y se ubica junto a la actual cafetería. Es un arco formado por tres arquivoltas apuntadas, la interior adornada con un grueso bocel delante del cual se dispone otro bocel quebrado, en forma de pronunciados dientes de sierra. La segunda y tercera, muy similares, portan abultadas molduraciones donde se combinan boceles con profundas escocias, rematando todo con una chambrana de nacela en cuya clave se dispuso una ménsula posterior. Los soportes presentan ligero abocinamiento y corto podio, con el arco interior descansando en una combinación de pilastra y columnilla acodillada en cada lado, coronadas respectivamente por un friso y un capitel que comparten la misma decoración: largas hojas de finos tallos rematadas en pequeños cogollos, a las que se adhieren otras pequeñas hojitas planas y lobuladas. Por su parte las dos arquivoltas externas descansan sobre columnillas acodilladas con el mismo tipo de cestas, aunque ahora las hojitas lobuladas alternan con tréboles; estos mismos motivos aparecen también en el sector de las pilastras detrás de los capiteles. Llama la atención el hecho de que, tanto a un lado como otro, los tres capiteles y las pilastras asociadas están tallados en un mismo bloque de piedra, lo que denota la maestría del cantero. Esta portada es uno de los últimos restos de una amplia construcción rectangular, de testero plano, compuesta por tres naves de ocho tramos, que desapareció en 1910 y de la que quedan también una serie de grandes pilares ochavados y unos planos dibujados por Juan Moya que publicó en 1922 Vicente Lampérez. Este autor entra en discusión con la teoría mantenida hasta entonces y transmitida por Amador de los Ríos, de que ese ámbito correspondía a la vieja iglesia levantada por Alfonso VIII pues según él toda la estructura-sin ábsides o cabeceras propiamente dichas- y sus distintos elementos son los “inconfundibles de un hospital del siglo XIII: las naves laterales para los lechos; la alta nave central para la aereación (sic); el altar del fondo para decir la Misa que los enfermos veían desde las camas”. Esta construcción debía presentar una rica ornamentación, seguramente ya más tardía, pues sufrió diversas reformas en siglos posteriores, aunque Lampérez no tenía duda alguna sobre su carácter: “Creo, pues, con creencia firme, que el recinto llamado ‘arcos de la Magdalena´ ... era el más auténtico resto del hospital del siglo XIII. Fueron esas naves aquellos ‘palacios´ (salas) muy notables de que habla el Rey Sabio”. Desde que el arquitecto-historiador enunciara tan categóricamente esta idea, nadie se ha atrevido a opinar otra cosa, aunque Luis Martínez, en su reciente obra, apunta la idea de que pudiera tratarse del “dormitorio de pobres sanos” descrito en un inventario de 1500. Pero esta posibilidad tampoco invalida la opinión de Lampérez. En cuanto a la iglesia, el actual edificio es igualmente producto de sucesivas reformas que obedecen sobre todo a momentos posteriores a la Edad Media y que han dado como resultado una planta de cruz latina, con capilla mayor cuadrangular, acceso a los pies y esbelta torre que se alza encima del pórtico. Buena parte de su fábrica -y especialmente la imagen del interior- obedece a transformaciones de los siglos XVI y XVII, aunque creemos que la caja de muros de la nave, con la portada oeste y otra portadita en el lado norte, se remontan al momento fundacional o en todo caso a años casi inmediatos. El templo primitivo sin duda debía ir completamente enlucido, aunque los modernos gustos impuestos durante la restauración del conjunto han eliminado los revocos de algunas partes. Esto nos ha dejado ver el sistema constructivo a base de mampostería que alterna con verdugadas de ladrillo compuestas por una simple hilera, en lo que quizás haya que identificar la noticia transmitida por Lucas de Tuy -que escribe en tiempos de Fernando III- de que “el Hospital y su capilla estaban construidos con piedra, ladrillo y cal, y pintados con oro y colores vivos”, según la traducción de Lacarra. El elemento más noble de este templo es la portada de poniente, ahora encajada bajo el pórtico cubierto por bóveda de arista que se adapta perfectamente al arco de entrada. Su amplio dovelaje compone cuatro arquivoltas apuntadas que no son sino una sucesión de molduras, listeles, boceles y medias cañas, en cuyo sector interior, en la segunda arquivolta, volvemos a encontrar los agudos dientes de sierra. Los apoyos son columnillas acodilladas, para las tres arquivoltas exteriores, mientras que el arco de ingreso combina media pilastra y un cuarto de columna. El basamento, ahora bien conservado, es un corto podio quebrado sobre el que se disponen las basas de plinto, toro inferior formado casi por un bocel completo, corta y profunda escocia y otro toro más delgado. Los fustes son monolíticos y los capiteles vegetales, con dos series de delgadas hojas rematando en volados cogollos, casi como ganchos, lo que se viene llamando por influencia de la nomenclatura francesa crochets. Los cimacios son de nuevo muy moldurados, todo lo cual pone en estrecha relación esta portada con la anterior, aunque ahora la decoración de los capiteles no se extiende por las pilastras, que además presentan las aristas cortadas en nacela. Aunque nada tiene que ver con la época que nos ocupa no podemos dejar de hacer alusión a las puertas de madera que cierran este arco, talladas hacia 1540 y donde se representan a Adán y Eva en el Paraíso por encima de dos grandes paneles donde los peregrinos rodean a Santiago, que es protegido por un ángel. Esta escena muestra una veta totalmente costumbrista, con personajes bien vestidos, pobres desarrapados, niños, o una madre amamantando a su hijo. Una tercera portada, más modesta, se localiza en el muro norte de la nave de la iglesia. También apuntada, consta simplemente de una arquivolta con el mismo tipo de molduras descritas y una chambrana de similares características. Las dos columnas que la flanquean también repiten la forma y decoración de las que hay en la portada occidental. Al poco de concluirse la construcción de la iglesia se adosó a los pies la torre-pórtico, abierta en la base por tres lados mediante sendos arcos apuntados, cegados más tarde. De planta cuadrada, su fábrica seguía el mismo tipo de aparejo de mampostería con verdugadas de ladrillo que veíamos en la nave, con un alto cuerpo inferior -ligeramente troncopiramidal- sobre el que se disponía otro con función de campanario, abierto con dos troneras de sillería a cada lado, levemente apuntadas y unidas a la altura de los salmeres por una imposta corrida de nacela, sobre todo lo cual se elevó un tercer cuerpo ya en siglos postmedievales. En sus sencillos muros se ubican dos escudos con las armas de Castilla, uno situado en el lado norte, en el pilar que separa las dos troneras primitivas, y otro en el oeste, en el cuerpo inferior. Son escudos que se asemejan bastante a los que porta el sarcófago de Alfonso VIII, conservado en el monasterio de Las Huelgas, cuya labra se viene fechando a mediados del siglo XIII, aunque el monarca falleció en 1214. En todo caso cabría pensar que los de la torre del Hospital del Rey fueran anteriores a la unión de León y Castilla, en 1230, aunque también hay que reconocer que el castillo solo aparece representado en siglos posteriores y ha sido el emblema tradicional del Hospital. De la misma época de la torre debe ser el espacio adosado al norte de la nave y que se usa en invierno para el culto. Está formado por una bóveda de cañón apuntado, con un arco fajón en el centro y por su aspecto diríase que fue originalmente bodega, almacén o similar. Fechar estos restos conservados puede entrañar un problema pues dada la ausencia de datos sobre el momento fundacional y el proceso constructivo no se puede ser muy preciso. La enorme similitud que guardan los capiteles de las portadas de la iglesia especialmente , con los que decoran la cabecera del templo de Las Huelgas encuadran la obra, a grandes rasgos, en el primer cuarto del siglo XIII, fecha que se viene aceptando para la iglesia de ese monasterio. Las cronología tradicionalmente asignadas para lo más antiguo de lo conservado en el Hospital ronda el año 1220, sin embargo, si sabemos que existía ya a comienzos de 1209 no hay razón para pensar que entonces no se hubieran levantado aún los dos espacios más importantes, como eran la iglesia y la sala de enfermos. Una idea más difícil de aceptar todavía, diríamos que casi imposible de asumir, es pensar que ya hubiera una renovación de los mismos en tan corto espacio de tiempo. Por otro lado las tres portadas conservadas, especialmente las dos con dientes de sierra forman parte de una tipología que fue el emblema de la arquitectura noble de la época, con amplísima difusión por toda la corona de Castilla, por la fachada atlántica francesa y por el sur de Inglaterra, coincidiendo en buena mediada con los dominios de los Plantagenet, familia a la que pertenecía la reina Leonor, esposa de Alfonso VIII. Aparecen también en el monasterio de Las Huelgas -quizás el edificio más representativo del reinado-, e igualmente en otros monasterios de indudable importancia, como son San Andrés de Arroyo, Santa María la Real de Aguilar, Santa María de Huerta, Santa Eufemia de Cozuelos o Santa María de Mave, además de en multitud de parroquias rurales que tomaron como modelo la nueva manera de construir de estas grandes casas, aunque combinándolo con la tradición más asentada. Entre esos edificios citados hay además dos que portan inscripciones de su construcción, Santa María de Mave, datada en 1200 -en todo caso acabada antes de 1208-, y la sala capitular del monasterio de Aguilar, cuyo artífice, Domingo, dejó testimonio de su nombre y fecha en una columnilla conservada hoy en el Museo Arqueológico Nacional de Madrid, con la data de 1209. Sin duda estamos asistiendo aquí al nacimiento de unas formas novedosas, que unos incluyen todavía dentro del mundo románico -como podemos ver en muchas páginas de esta obra- y que para otros suponen ya el paso al gótico. No queremos entrar en un debate tan arduo, pero estamos convencidos de que en este mismos Hospital del Rey se produce un cambio significativo, y no sólo en el aspecto ornamental. La muestra se halla en el esquinal noroeste de la iglesia, construido todo él en sillería de similar aparejo, pero en cuyas hiladas inferiores vemos nítidamente las marcas de talla que dejaba el hacha, el típico instrumento románico, y en las superiores los rastros del trinchante, un útil que se incorpora al mundo de la cantería a comienzos del siglo XIII y con el que se labrarán los sillares de todos los edificios hasta que a comienzos del siglo XVI sea sustituido por nuevo instrumental.