Sant Romà de Comiols
ARTESA DE SEGRE
Iglesia de Sant Romà de Comiols
La primera noticia relacionada con la iglesia dedicada a san Román, que se alza junto al castillo de Comiols data del año 1054, cuando Arnau Mir de Tost realizó importantes donaciones a favor de la canónica de Montmagastre, entre las cuales figuraba dicho templo. Once años más tarde pasó a depender de Sant Pere de Àger, tras quedar Sant Miquel de Montmagastre, con todas sus posesiones, subordinada a esta otra canónica. Sant Romà se vio beneficiada por las donaciones de los señores de Tost, como la capa de Tirenz que legó en 1068 Arsenda, la mujer de Arnau, tal y como figura en su acta testamentaria. La dependencia jurisdiccional de la abadía de Àger, que perdurará hasta el siglo xix, quedó reflejada en la documentación a lo largo de los siglos. Así, Sant Romà de Comiols era incluida en la relación de bienes de la canónica de Àger confirmada por la bula papal de Alejandro III en 1162.
La iglesia de Sant Romà, a causa de su peculiar emplazamiento, ha tenido que adaptar su estructura al relieve sobre el que se asienta, de ahí que llame la atención lo irregular de su geometría, que se evidencia en la desviación del eje de la cabecera con respecto al de la nave y en la ausencia de paralelismo en la alineación de muros y pilastras. Su planta responde, en apariencia, al modelo de nave única con cabecera trebolada, como podría ser el caso de la cercana canónica de Sant Pere de Ponts. Sin embargo, los absidiolos laterales no forman parte de la cabecera, sino que son capillas laterales, con forma interior de hornacina, incorporadas en el primer tramo de la nave, solución arquitectónica que es habitual en bastantes edificios de la zona, como Sant Salvador del mas Barrat, Santa Maria de Ramoneda o Santa Anna de Montadó, si bien los ejemplos más próximos a lo que se observa en Comiols son las iglesias de Sant Bartolomeu de la Vall d’Ariet y de Sant Joan de Orcau. En algunos casos, este tipo de absidiolos laterales no se manifiestan al exterior, como ocurre en Sant Miquel de Montmagastre, canónica de la que, como ya hemos comentado, dependía Comiols, en Sant Joan de Torreblanca, y en Santa Maria de Lavansa, si bien en este último caso la causa reside en que la pared forma parte del macizo rocoso en el que se apoya. El ábside principal, de gran tamaño, es semicircular, liso, está cubierto en su interior con una bóveda de cuarto de esfera y tiene tres ventanas de doble derrame con arco de medio punto. La cornisa se apoya en tres hiladas de sillares que forman un gran cuerpo troncocónico invertido, similar al que se puede ver en la cercana iglesia de Sant Marc y Sant Joan de Batlliu, y que pueden ser el resultado de una reforma en la que se sobrealzó el ábside. Los muros laterales son lisos y presentan como único elemento que rompe la monotonía las ya mencionadas capillas laterales en forma de absidiolos semicirculares, de las que la del lado meridional ha sido sobrealzada a modo de torre adosada. Testimonio de esta reforma es una especie de imposta que se conserva aproximadamente a media altura y que podrían ser los restos de la antigua cubierta. Un amplio y sencillo arco de medio punto forma la portada, ubicada en el muro sur. En parte superior central de la fachada oeste, la cual presenta una mayor altura que los muros laterales como consecuencia del acusado desnivel del terreno, se abre una ventana de doble derrame y arco de medio punto. Remata esta fachada de poniente un potente campanario de tipo espadaña con doble vano.
La techumbre sobre la nave es de doble vertiente revestida con losas de piedra. Entre la nave y el ábside, que se cubre con el mismo tipo de material que aquella, sobresale un volumen interpuesto, el remate del frontispicio oriental. El aparejo empleado en los paramentos exteriores está formado por sillarejo de tamaño desigual colocado de forma bastante uniforme y ordenada. Cabe destacar la utilización, en una pequeña franja en lo alto del muro septentrional, de material colocado a modo de opus spicatum. En todos sus muros, incluido el ábside, han quedado numerosos mechinales, algunos de los cuales llegan a atravesar el muro.
El interior es oscuro, apenas iluminado por las escasas aberturas existentes, a la vez que exhibe un fuerte contraste entre el color de las piedras de sus muros con el embaldosado del pavimento, de una tonalidad negruzca, el cual es un añadido como consecuencia de la restauración. Domina una sensación de sobriedad, plasmada por el vacío de ornatos escultóricos y elementos decorativos. La nave está cubierta con una bóveda de cañón, compartimentada en tres tramos por otros tantos arcos fajones de medio punto apoyados en pilastras, uno de los cuales está adherido al muro oeste. Cada entrepaño de los muros laterales contiene un arco formero. Los del primer tramo de la nave enmarcan las hornacinas de las citadas capillas laterales, que están cubiertas por sendas bóvedas de cuarto de esfera. Sendos arcos de medio punto facilitan la transición entre la diferente anchura de las hornacinas y la de los arcos formeros. Recorre la parte inferior de los muros laterales un banco corrido. El ábside central está enmarcado por un arco presbiterial seguido de dos arcos en gradación, todos ellos de medio punto. Dicha zona absidal está a un nivel más elevado que el resto de la nave, al cual se accede a través de dos escalones. En el lado septentrional, por debajo de la ventana de dicho lado, hay una credencia de forma cuadrada.
El edificio tiene adosado en su lado sur un cementerio de forma rectangular rodeado por una pared de piedra, al cual se accede por una pequeña puerta de hierro.
Considerando las características constructivas del edificio, el aparejo utilizado y la tipología de elementos tan característicos como los absidiolos laterales a modo de capillas, se puede datar este edificio en la segunda mitad del siglo xi.
Texto: Helena Soler Castán/Juan Antonio Olañeta Molina - Fotos: Helena Soler Castán- Planos: Albert Reig Florensa
Bibliografía
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