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Exterior

Identificador
19196_01_007n
Tipo
Formato
Fecha
Cobertura
40º 49' 43.91'' , - 2º 57' 32.13''
Idioma
Autor
Víctor Manuel Ricote Ridruejo
Colaboradores
Sin información
Edificio Procedencia (Fuente)

 

País
España
Edificio (Relación)

Iglesia de La Natividad de Nuestra Señora

Localidad
Muduex
Municipio
Muduex
Provincia
Guadalajara
Comunidad
Castilla-La Mancha
País
España
Descripción
LA IGLESIA DE MUDUEX se localiza en pleno corazón del casco urbano de la localidad. Elevado sobre un pequeño promontorio, que domina el conjunto de viviendas que se sitúan a sus pies, encontramos el templo parroquial. Edificio situado al amparo de la misma advocación que ya apuntaban los vecinos informantes de sus Relaciones Topográficas: “que en este dicho lugar hay Iglesia, que es de la advocación de la Natividad de Nuestra Señora, y es parroquial“. Su defensivo emplazamiento se dispuso sobre el anteriormente ocupado por uno de los costados de su antigua fortaleza, delimitado por una sólida barbacana de piedra, o singular alcorcillo según el cronista, que, “formado en su base por bancos rocosos que apenas emergen del suelo, estuvo fortificado“. Su estructura original guarda una factura que reproduce con claridad las líneas maestras de la clásica tipología de la arquitectura románica, habitual en el conjunto de las iglesias de repoblación descritas en la comarca: edificio de planta longitudinal, compuesta por una sola nave de moderada anchura, rematado en su cabecera con dos elementos, un presbiterio recto cerrado por el típico hemiciclo, precedido por un arco triunfal semicircular. Desconocemos la ubicación que pudo respetar en un principio el primitivo campanario; la torre que apreciamos en la actualidad es obra postrera y está localizada a los pies. Apariencia externa que llevó a García López a describirla como sigue: “La iglesia, muy restaurada en varias épocas y aun desfigurada por habitaciones que se construyeron sobre su fachada principal, se comenzó en el período románico, allá a principios del siglo XIII; dato que nos asegura de que el pueblo es más antiguo de lo que consienten decir los documentos”. En el exterior destaca sobremanera el sobrio alzado del cierre semicircular de su cabecera. El ábside, levantado en mampostería, se ajusta a su traza original y debió de contar en un principio con al menos tres pequeños vanos insertos en sus gruesos muros, de los cuales tan sólo perdura en la actualidad el dispuesto en la parte central del hemiciclo, recercado en este caso por una hilada de ladrillo, que enmarca una amplia ventana con arco de medio punto. Disposición que también se vislumbra en otro próximo al descrito, emplazado en esta ocasión en el cerco septentrional del mismo, recibido igualmente con ladrillo en el exterior y que se nos muestra oculto tras el ocre y deteriorado cubrimiento de mortero de cal que envuelve a la práctica totalidad del paramento. En el lado meridional, debió de abrir igualmente un vano semejante a los descritos, pero la posterior apertura en dicho lugar de una nueva estancia dedicada a sacristía, durante la ampliación del siglo XVI, cegó su salida, oculta ahora tras el muro que descarga sobre la nave. El cronista García López hacía patente, en su descripción de principios del siglo XX, las múltiples transformaciones que había sufrido el edificio, reseñando “el enjalbegado con que se ha cubierto esta parte –el ábside–“. Variaciones que también sufrió la cornisa que se ubica en la parte superior del muro, y sobre la que descansa el tejado. Esta faja voladiza, jalonada por canecillos románicos, alterna en su composición canes lisos, exentos de decoración, con otros abocelados con simples modillones. Durante las obras de reforma llevadas a cabo, se elevó la altura de la nave central, permaneciendo la altura inicial del ábside hasta una intervención muy reciente, último decenio del siglo XX, en la cual se alzó hasta igualarla con la de la nave. Dicha modificación resulta evidente al comparar la imagen del ábside recogida por Nieto Taberné, y la disposición que ahora presenciamos. La primitiva cornisa se desmontó por completo, reubicándola en el nuevo límite superior del muro, una vez ganada la altura requerida, hasta equilibrarla con la del contiguo presbiterio. La disposición previa queda reflejada por una pequeña hilera de teja cerámica, con un resultado estético no muy afortunado. El templo fue reformado a finales del siglo XVI o principios del XVII. La nueva planificación abordó tres problemas fundamentales: aportar mayor amplitud a la nave central mediante la sobreelevación, tanto de la nave como del presbiterio. Ampliar sobre planta las dimensiones del edificio mediante la ejecución de nuevas dependencias añadidas, que se ubicaban a lo largo de toda su fachada meridional. Así como la reedificación de la maltrecha torre campanario. Dicha obra propició al mismo tiempo el levantamiento y reutilización de la cornisa de canecillos preexistente, que, al igual que en el ábside, coronan también tanto el muro meridional como el septentrional, hasta la línea que delimita el nuevo asentamiento de los tirantes internos, sobre el que descansa el tejado. La reforma, realizada sobre aparejo de mampostería, incluyó el uso de ladrillo, reservado al mencionado recerco de los vanos del ábside y a las esquinas de separación entre ábside y presbiterio y entre éste y la nave. Centrándose de manera primordial en la ampliación de espacios, tomando como base el muro sur, adosándole un nuevo cuerpo corrido, que abarca la práctica totalidad de la longitud de la nave, hasta las inmediaciones de la torre. En el mismo se suceden la nueva sacristía, adosada en la cara sur del presbiterio, levantada de mampostería con refuerzos de sillarejo en las esquinas y sendas capillas que flanquean, a ambos lados el tejaroz cerrado, del mismo aparejo y en esta ocasión recubierto con mortero como el ábside, que alberga en su interior a la portada románica. Un sobrio pórtico de ingreso de gusto renacentista nos abre el paso al interior cubierto del cerrado atrio que cobija a la portada románica: está compuesto por sendas columnas exentas aupadas sobre un elevado plinto, en el que descansan fustes lisos. En estos exentos soportes apean los capiteles superiores, de orden jónico y ancho collarino rematado por reducidas volutas. Sobre él se asienta una estructura adintelada de madera, conformada por dos zapatas aupadas sobre los capiteles, que sostienen una viga corrida en la parte superior, que enmarcan una cancela de madera con herrajes. La portada románica está formada por un arco abocinado compuesto por tres arquivoltas semicirculares, gradualmente superpuestas sobre el grueso muro y truncado en su parte superior por el forjado del tejaroz que lo cubre. Las arquivoltas se aprecian carentes de decoración, salvo la central, que se ornamenta con un bocel corrido en su vértice inferior, enmarcado entre una doble y estrecha hendidura labrada, que recorre tanto las dovelas como el intradós. La diferencia decorativa se advierte también en los elementos sobre los que se afianza; las dos primeras voltean directamente sobre simples pilastras sin más mediación que los ábacos de perfil cóncavo que las recogen. La rosca central, por el contrario, apea sobre columnas adosadas, alzadas sobre elevado plinto y basas clásicas. Los capiteles que las cubren muestran cestas envueltas por decoración vegetal, “toscamente esculpidos en hojas de acanto” refería Layna Serrano, y cerradas en sus aristas superiores con pequeñas volutas. La concepción de la portada obedece en definitiva a una factura clásica, marcada por la simplicidad, tanto de los elementos que la configuran como de la ornamentación que la acompaña. Pauta de claras reminiscencias cistercienses, reiteradamente respetada en la mayor parte de las parroquias vecinas estudiadas. Este conjunto de sencillas iglesias del románico rural alcarreño fueron realizadas en los primeros momentos de la repoblación. Y en gran medida comparten la seña de identidad común, propia de una época marcada por la escasez de medios y recursos disponibles para su ejecución. En su momento el mencionado conjunto aparecía “totalmente recubierto de sucesivas capas de cal”, adoleciendo también de un deficiente estado de conservación, que lo había privado de su original encanto, como así atestiguaron tanto García López, Azcárate o el propio Layna Serrano, quien lamentaba que “para que la obra, insignificante en sí, lo pareciera más todavía, repetidos blanqueos la privaron de su arcaico sabor”. Una acertada y reciente intervención, además de despojarle de las sucesivas pátinas de cal que le habían sido aplicadas, restituyó parte del material deteriorado, permitiéndonos participar de una visión más cercana a la que pudo tener en un principio. La torre, de factura posterior, cuenta con tres cuerpos, el inferior realizado en irregular sillarejo de piedra, y los dos superiores, de estilo neomudéjar, que se alzan sobre paramento de ladrillo, con el uso de un aparejo entrelazado característico de la mencionada tipología. Con este mismo material se cierran también los remates externos tanto de los contrafuertes, como de los esquinales del presbiterio y el ábside semicircular y el de uno de los cuerpos adosados. En el cuerpo superior se abren sendos vanos semicirculares para las campanas, recercados de una pequeña cenefa de ladrillo, en cada uno de los cuatro lados que la componen. La cuadrada torre aparece rematada con una estructura triangular, levemente cubierta por un oscuro relieve superficial que simula un ficticio tejadillo a cuatro aguas, cada uno de cuyos lados permanecen abrochados, en su ángulo superior, con una especie de piña invertida que la corona. Su emplazamiento, ubicado sobre suelo “rocoso y algo eminente sobre aquel terreno”, según describía García López en los Aumentos de las Relaciones Topográficas de la localidad, goza de una estratégica situación que suscitó la hipótesis de que pudiera haber formado parte de la antigua fortaleza, que allí se asentaba. Según la explicación aportada por el cronista, a principios del siglo XX, “lo fortificaron en época desconocida, pues los restos de un torreón casi oculto entre las casas y los de otro sobre el que se levantó la también arruinada torre de la iglesia, no ofrecen caracteres bastantes para que se aventure opinión razonable sobre la época de sus defensas”. Descripción de la que se deduce que el autor entendía que la ubicación original de la torre debió de corresponder con la actual, al juzgar que para ejecutar del cuerpo inferior de la misma fue reutilizada la base que se conservaba del primitivo cubo defensivo allí levantado. Y por otra parte, mucho más interesante, que en el momento de su visita se hallaba, cuanto menos, parcialmente derruida. Testimonio éste que nos induce a pensar que al menos los dos últimos cuerpos, de factura neomudéjar, fueron levantados con posterioridad a la visita del autor, quedando concluido en el primer tercio del pasado siglo XX. Una vez superado el umbral de su portada principal, accedemos al interior del edificio. Compuesto por una sola nave que nos muestra sus austeras paredes completamente blanqueadas por una capa de yeso –que cubre la práctica totalidad de su paramento–, y carentes de manifestaciones artísticas significativas con las que adornarse. Sobre sus recibidos muros se alza una interesante cubierta mudéjar, articulada mediante un sólido armazón compuesto por pares sustentados sobre tirantes, que se refuerzan a media altura con el socorrido nudillo. Partiendo de este altillo, la estancia se prolonga hacia la cabecera, en cuyo tránsito topa con el descarnado aparejo de irregular sillarejo, sobre el que se asienta el limpio cerco que configura su arco triunfal. Este arco semicircular, con claras reminiscencias románicas, está compuesto por dovelas de refinada sillería trazada en piedra y desprovista de capa de mortero u ornato alguno que pudiera desvirtuar la contemplación de su simple estructura. Ausencia de decoración que afecta a la totalidad del conjunto, con la salvedad el escueto bocel que subraya su línea de imposta, y remata sendas pilastras sobre las que se recoge. El recto presbiterio se ha visto despojado de la clásica bóveda de cañón con que debió de culminar sus rectos muros, para ser sustituida por una novedosa solución, adoptada en la reforma del siglo XVII, instalando una cúpula de casquete rebajado. En esta cabecera se ubicaba, hasta la primera mitad del siglo XX, su notable retablo principal. Destacada obra plateresca, elaborado en el siglo XVI, del que en la actualidad tan sólo queda una de las tablas de su calle central, tras su destrucción durante la guerra civil. Los autores que se han ocupado de esta iglesia han coincidido en subrayar las claras señas de identidad románica que el edificio respeta, haciendo en este sentido especial énfasis en la singular relevancia que tienen el ábside y su portada, como elementos más representativos.