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Vista general del Castillo de Cervera

Identificador
25072_03_001
Tipo
Formato
Fecha
Cobertura
41.664577,1.2669214
Idioma
Autor
Cristina Tarradellas Corominas
Colaboradores
Sin información
Edificio (Relación)

Castillo de Cervera

Localidad
Cervera
Municipio
Cervera
Provincia
Lleida
Comunidad
Cataluña
País
España
Ubicación

Castillo de Cervera

Descripción

 

CERVERA

Cervera, la capital de la comarca de la Segarra, se asienta sobre un cerro, en la margen derecha del río Ondara, desde el que se domina un paisaje formado por amplios valles poco profundos surcados por riachuelos y torrentes que fluyen de manera estacional. La agricultura de secano ‒cebada y trigo, principalmente‒ ha sido la base económica tradicional, pero a partir de mediados del siglo xx se vio desplazada por el desarrollo del sector industrial y de servicios. El término municipal engloba les poblaciones de La Cardosa, Castellnou d’Oluja, Malgrat, La Prenyanosa, y los caseríos de Queràs y Tudela. Muy bien comunicada por carretera, Cervera está situada junto a la autovía A-2, cuya salida 520 conduce al casco urbano. 

La zona está poblada ya desde el neolítico medio. A partir del siglo iv a. C. los poblados se multiplicaron y se asentaron en lo alto de colinas o en puntos próximos a las vías de comunicación. Entre los siglos viii y xi la región estuvo manos de los musulmanes, con el río Llobregós como frontera con los territorios cristianos. 

La repoblación de la Segarra se inició a principios del siglo xi. La zona de Cervera fue encargada por el conde Ramon Borrell I de Barcelona y la condesa Ermessenda, al obispo Borrell de Vic, quien no mostró mucho interés en hacer progresar la frontera, de forma que fueron familias ricas procedentes del condado de Manresa las que tuvieron que hacerse cargo de la misma. La documentación habla de una mujer de nombre Guinedella y de sus hijos, Amat, Guislabert y Miró, y de dos matrimonios: el de Bonfill y Amaltruda ‒ella hija de los vizcondes de Cardona‒, y el de Bernat Guifré y Sança de la casa de Balsareny. Parece ser que, por iniciativa propia, estas familias construyeron una torre en el cerro de Montserè para defenderse de los ataques musulmanes, y que también hicieron algunas aprisiones de tierras próximas que eran baldías. Así se establecieron los límites del primitivo núcleo, que se circunscriben a la parte meridional del alto, donde un pequeño grupo de casas rodeaban el castillo, al tiempo que conformaban la muralla. Esta se cree que seguiría un trazado muy parecido al que hoy tiene la calle Buidasacs, en dirección a la plaza Mayor. En el interior del recinto había una torre o castillo, que, según algunos investigadores podría haber sido una construcción de época musulmana. Habría como mínimo una puerta, en la actual plaza de San Magí. Un documento de 1026, firmado por la condesa Ermessenda, confirmaba los derechos de estas familias, al tiempo que establecía los límites de un amplio término sobre el que reclamaba sus derechos feudales. Pero el hecho de que los condes, a pesar de autorizarlo, no hubieran participado en su recuperación, llevó a que los habitantes de la zona hicieran caso omiso, construyeran pequeños castillos y crearan áreas de influencia al margen del estamento condal.

A mediados de siglo, las familias fundadoras del castillo de Cervera desaparecen de la documentación, y la fortaleza aparece como una dependencia absoluta y de libre disposición del conde. Desde ese momento, desde la plaza de Cervera, el conde de Barcelona pasó a controlar un vasto territorio que dominaba mediante una red de “castells termenats” que gestionaban, por delegación, unos tenentes. Estos castillos, situados en el sur de la comarca, tenían asignadas unas tierras concretas y ocupaban posiciones estratégicas sobre cerros naturales. Bellmunt, Cabestany, Granyanella, la Guàrdia Lada, Llindars, Montlleó, Montoliu, Sant Guim de Freixenet, etc. eran algunos de estos pequeños núcleos de población que crecieron en torno a un castillo y configuraron lo que se conoce como “vila closa”. 

El siglo xii es el de la consolidación de las estructuras que se habían ido configurando a lo largo de los siglos anteriores. Bien pronto la influencia de la villa de Cervera se extendió por los alrededores y experimentó tal crecimiento que se convirtió en una de las localidades más pobladas de los condados catalanes. Aglutinó los servicios esenciales de la época: judiciales, económicos ‒con un mercado ya en 1136‒, y eclesiásticos. Fue sede del decanato de Urgell, y villa representativa del obispado de Vic, al que pertenecía eclesiásticamente. Su iglesia de Santa Maria fue la principal receptora de las donaciones de los fieles en detrimento de las iglesias rurales. Los caballeros de la Orden del Hospital, ya están instalados en la ciudad en 1111, constituyeron una de las encomiendas más antiguas de Cataluña. Fundaron la iglesia de Sant Joan de Jerusalem o Sant Joan Degollat. A esta, le siguieron otras órdenes asistenciales, como templarios, antonianos y caballeros del Santo Sepulcro. No se quedaron atrás los grandes monasterios, como los de Poblet, Sant Cugat del Vallès, Montserrat y Santes Creus, que se hicieron con numerosas propiedades en Cervera y alrededores.

Todo este dinamismo se tradujo en una transformación urbanística importante. El núcleo originario de Montserè, con el castillo y las casas que lo rodeaban, se mostró insuficiente para acoger los habitantes de las villas rurales que se trasladaban atraídos por las ventajas legales y los privilegios que tenían los centros urbanos. La nueva estructura urbana, perfectamente identificable en el parcelario actual, se empezó a definir a finales del siglo xii (1182), gracias, sobre todo, al privilegio otorgado por el rey Alfonso el Casto, por el cual se permitía la creación de una cofradía y el nombramiento de cónsules de la ciudad, un régimen municipal embrionario que acabaría culminando con la concesión de villa real por parte de Jaime I.

La villa rebasó los límites de las murallas que protegían el cerro, y se creó, al norte, un núcleo más amplio, que tenía como columna vertebral la actual calle Major. La apertura de esta calle, con parcelas muy delimitadas, estrechas y unitarias, demuestra que hubo una cierta planificación urbana. Algunos tramos todavía conservan las antiguas bóvedas y los porches medievales en las plantas bajas de las casas, un aire que se respira también en alguna de las calles, como por ejemplo en el Cró de les Bruixes.

De las murallas que rodeaban la Cervera del siglo xii no queda ningún elemento, pero su recorrido ha quedado marcado en la planta de la ciudad: calles Cró de les Bruixes ‒que era el paso de ronda‒, Sebolleria, al este, Sabaters al oeste, y Mare Janer y Costa de la Companyia al norte, donde se cree que se situaba una de las puertas. Próxima a ella, en la actual calle del Teco, se situaba el barrio judío, el primer call de la ciudad que es conocido como call Jussà. Aunque estaba situado dentro del recinto amurallado, se trataba de un lugar alejado del centro urbano, tal y como exigían las leyes del momento, que ordenaban segregar los judíos de la población cristiana. Se considera que el arco gótico que hay a la entrada de la calle marca el punto donde seguramente estaba la puerta que permitía la entrada al barrio.

La ciudad creció durante todo el siglo xiii siguiendo la estrecha carena que forma el cerro. Se amplió en dirección norte, más allá de la calle Major, y rebasó la plaza Santa Anna y dió lugar al arrabal de Cap Corral. Alrededor del castillo crecieron los arrabales de Sant Francesc o de Framenors al este, y el de Sant Domènec al oeste. A finales de siglo, Pedro el Grande ordenó la construcción de una nueva muralla ante las hostilidades con Francia. De estas murallas no queda nada, aunque seguramente parte de su trazado se integró en las que un siglo más tarde construyó Pedro el Ceremonioso.

A finales del siglo xii e inicios de la centuria siguiente, una incipiente burguesía municipal empezó a participar en las acciones de gobierno de la ciudad, si bien su papel, no se acabó de definir hasta el reinado de Jaime I. 

Texto: CTC

Castillo de Cervera

El castillo de Cervera se encuentra sobre el cerro de Montseré, en el extremo suroeste de la población, y a él se llega por la calle de Sant Domènec, que arranca desde la plaza Major. Desde este enclave se domina el amplio territorio meridional de la Segarra, que es bañado por el río Ondara y sus afluentes. Se cree que los anteriormente citados Guinedella, sus hijos Amat, Guislabert y Miró, y los matrimonios Bonfill y Amaltruda y Bernat Guifré y Sança construyeron en este lugar una torre para defenderse de los ataques de los sarracenos. En 1026, la condesa Ermessenda, su hijo Berenguer Ramon y la esposa de este, Sança, les cedieron lo que ya se denominaba como castillo de Cervera, junto con un importante volumen de tierras, algunas de ellas todavía en manos musulmanas. Estas familias, que reconocían tener en los condes de Barcelona a sus únicos señores, tenían la obligación de explotarlas y de construir castillos a fin de proteger tanto el territorio como a sus habitantes. En estos momentos, la de Cervera funcionaba ya como la fortaleza principal de la zona, y tenía bajo su control otras más pequeñas, como Granyanella y Sant Guim de Freixenet.

La desaparición de referencias a Cervera en la documentación hasta mediados del siglo xi se cree que es debida a que el asentamiento no se llegó a consolidar y sus ocupantes se vieron obligados a abandonarlo a causa de los constantes ataques de los musulmanes, ya que la frontera todavía no se había estabilizado. Se vuelve a mencionar en 1050, esta vez como castillo de propiedad absoluta y de libre disposición del conde de Barcelona. Haciendo uso de sus derechos, Ramon Berenguer I lo cedió a su esposa Almodis en 1056, quien lo enfeudó a Amat Elderic de Orís. Pero bien pronto, en 1067, ya controlaban la fortaleza los Cervera, familia muy próxima en la casa de Barcelona, que ya disponía de otras propiedades dentro y fuera de la comarca. Este linaje retendrá los derechos sobre este castillo y sus tierras hasta el siglo xiv. 

El castillo, y con él la villa de Cervera, ocupaba una situación estratégica a medio camino entre Cataluña y el Aragón, lo que condujo a que fuera una población refugio muy utilizada por los reyes durante sus viajes o en las campañas militares a las que tuvieron que hacer frente durante toda la Edad Media. A pesar de todo, a finales del siglo xiv se encontraba en muy malas condiciones y presentaba un gran estado de abandono, tanto que desde la Paeria se pidió al rey que lo reparara. Juan II, empezó las obras de restauración en 1365, las cuales, que continuaban cinco años más tarde, se cree que no se llegaron a completar. Desde este momento, el castillo ya no volvió a ser el que era, y poco a poco fue quedando abandonado. Fue parcialmente destruido en el siglo xix y, posteriormente, en su sector este se instaló el matadero de la ciudad. Lo poco que quedaba de pie se hundió totalmente a mediados del siglo xx. 

 

Hoy en día es un espacio invadido por la vegetación, en un estado ruinoso. Aunque el recinto está cerrado, se puede recorrer gran parte de su perímetro e incluso, subiendo por unas escaleras en el costado norte, contemplar su interior. En 1991, se llevó a cabo una campaña de excavación que sacó a la luz los límites del castillo y gran parte de su planta, si bien, estas estructuras parece que no correspondían a la edificación altomedieval. A lo largo del tiempo, el recinto original se fue modificando y adaptando a las necesidades de cada época, lo que modificó sustancialmente su aspecto. En un primer momento habría poco más que una torre de defensa, la cual estaría rodeada por algunas casas que perfilaban la muralla, configurando lo que se conoce como una “vila closa”. En un determinado momento, que debería de coincidir con la pacificación de la zona, se decidió remodelar el espacio y construir un conjunto más sólido, al que corresponden parte de los restos actuales.

Se conservan la totalidad de los muros perimetrales, los cuales describen una planta irregular que tiende al cuadrado. Cada uno de los cuatro ángulos está rematado por sendas potentes torres circulares. Las dos torres de la fachada principal, donde se hallaba la puerta de acceso, fueron totalmente restauradas hasta una altura aproximada de 4 m, igual que el muro que las conecta. De las dos torres restantes, la del ángulo noroeste está prácticamente arrasada, y la del ángulo suroeste fue seccionada por una casa de nueva construcción. La distancia que hay entre las diferentes torres no es la misma. Los muros más largos, y también los menos intervenidos, son los de los sectores norte y oeste, con una longitud próxima a los 35 m. De ellos, el occidental es el que ha llegado en mejor estado y el que ha permitido diferenciar elementos constructivos que corresponden en dos momentos diferentes. El primero, considerado de época fundacional, se asienta directamente sobre la roca madre que actúa de cimentación. Se conserva una altura de unos 1,5 m, y tanto los sillares como su disposición son muy irregulares. A partir de aquí, el aparejo es mucho más regular, con sillares bien cortados que se han unido con mortero de cal formando hiladas horizontales. Del resto de fachadas poco se conserva. La oriental es totalmente nueva, la norte es original pero muestra algunas reformas importantes, y la que da al Sur se utiliza como muro de contención de una casa de reciente construcción.

La distribución interior del castillo nos es totalmente desconocida. Las excavaciones permitieron identificar y limpiar algunos muros, de altura y grosor muy variado, que se muestran insuficientes para poder formular alguna hipótesis al respeto. En la zona norte, la que se ha excavado parcialmente, se pueden ver, desde lo alto del muro perimetral, dos salas estrechas y alargadas de las que se desconoce su función. Las paredes tienen una construcción cuidadosa, realizada con sillares bien escuadrados y colocados en hiladas muy definidas, unas características que hacen pensar en elementos tardíos, quizás de finales de época medieval.

La arqueología no ha aportado, hasta el momento, mucha información, pero gracias a un documento de 1482 se conocen algunas de las dependencias que conformaban el conjunto. Así sabemos que había una torre del homenaje y la torre del tenente; diferentes cámaras, entre las que se citan la del trigo, la de sobre la iglesia, la cámara mayor de la chimenea, la cámara sobre la herrería y la de Joan Caçador. También había varias bodegas ‒como una denominada del vino blanco‒, una herrería, un horno, un amasador y una cisterna. El recinto tenía que contar con diferentes patios, puesto que el inventario habla del que había ante la puerta de entrada al castillo, y también con varias garitas para la vigilancia, puesto que se hace referencia a la garita nueva. 

Dentro del castillo sabemos que había una capilla, y que tenía advocación a san Nicolás. La primera vez que se habla de ella es en la bula que el papa Urbano IV dirigió al monasterio de Ripoll en 1097. Nuevas referencias en esta iglesia se encuentran en el testamento de 1133 de Guillem Dalmau de Cervera, posible tenente del castillo, que dejó un legado al templo para que se cantaran misas por la salvación de su alma y la de su mujer. La capilla se ha relaciona a menudo con la que se conoce como “torre del obispo”, un espacio dentro del castillo que fue cedido al obispo de Vic, diócesis a la que pertenecía la villa de Cervera, en 1257. No se tienen más noticias de ella hasta que a inicios del siglo xiv cuando, coincidiendo con la construcción de la nueva iglesia de Santa Maria, los presbíteros de la cofradía de Sant Nicolau pidieron tener una capilla propia.

Texto y fotos: Cristina Tarradellas Corominas

 

Bibliografía

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