Identificador
09515_02_002
Tipo
Formato
Fecha
Cobertura
42º 53' 32.82'' , -3º 24' 51.11''
Idioma
Autor
José Manuel Rodríguez Montañés
Colaboradores
Sin información
Edificio Procedencia (Fuente)
País
España
Edificio (Relación)
Localidad
Almendres
Municipio
Merindad de Cuesta-Urria
Provincia
Burgos
Comunidad
Castilla y León
País
España
Descripción
EDIFICIO DE POBRE CONSTRUCCIÓN, en mampostería con refuerzo de sillares en esquinales y encintado de vanos, y modestas ambiciones arquitectónicas, la parroquial de San Millán de Almendres representa, sin embargo, uno de los más completos, interesantes y ornamentados ejemplares románicos del entorno. Su nave única aparece coronada por cabecera rectangular cubierta por bóveda de cañón apuntado reforzada por un fajón que apea en machones prismáticos, dividiendo así el espacio en dos cortos tramos a modo de presbiterio y estrecha capilla. Parte esta bóveda de imposta de listel y chaflán que continúa corrida, animándose el paramento interno de la cabecera con arquerías apuntadas ciegas sobre impostas naceladas; de estos arcos, uno por tramo, los del muro meridional fueron distorsionados para practicar el acceso al trastero y la sacristía, ésta cuadrada y cubierta con cielo raso. Sólo es visible al exterior la ventana rasgada, abocinada al interior, abierta en el testero de la capilla y que daba luz al altar. La cabecera corona sus muros con una cornisa achaflanada sobre sencillos canes lisos o de poco marcada nacela. Un muy rehecho arco triunfal, apeado en potentes pilastras coronadas por imposta achaflanada, da paso de la nave a la cabecera correspondiendo su medio punto a la reforma del primitivo. También la nave mantiene su traza románica, aunque modificada por el añadido de tres tramos de bóvedas de arista modernas; la ausencia de estribos en la nave nos hace suponer que en origen se cerró con cubierta de madera. En el tramo del muro meridional inmediato a la cabecera, al interior, se conservan las rozas de un arco apuntado. Frente a la palmaria simplicidad y absoluta desornamentación de la cabecera, la nave del templo, aun manteniendo la ausencia de alardes en lo constructivo, recibe una profusa decoración escultórica que se concentra en los canes de los aleros y, sobre todo, en la portada meridional. Los muros laterales de la nave se coronan por cornisa de perfil de nacela sustentada por un rico conjunto de canecillos; en los correspondientes al muro septentrional, que muestra signos de refección en su remate, vemos junto a los de simple nacela, perfil de proa de barco, bola con caperuza, entrelazos, bastones, botón vegetal, un cuadrúpedo recostado, hoja rematada en caulículos, otros figurativos, como una figura humana sedente con lo que parece un libro sobre sus rodillas, una curiosa forma a modo de cáscara de nuez o barco con una cruz en el centro y cuatro cabecitas, un busto humano encapuchado, un espléndido can con los cuartos delanteros de un bóvido con su cencerro y, destacando por su belleza, un busto masculino de curiosa cabellera, barba y mostachos de puntas enrolladas y acaracoladas, tocado con un extraño bonete puntiagudo a modo de mitra. Entre los canes se reutilizó un destrozado fragmento de relieve románico donde sólo reconocemos la pata delantera de un cuadrúpedo. En el muro meridional los canes muestran un fracturado busto humano barbado, un prótomo de oso o bóvido, un botón vegetal, dos máscaras monstruosas de aire felino, dos figuras humanas, una en acrobática actitud, muy desgastada, y la otra de enorme cabeza y expresivo rostro que quizá correspondan a un músico y una bailarina y un prótomo de cánido engullendo un irreconocible objeto. Sobre el hastial occidental se alza la espadaña, de dos troneras aboceladas y levemente apuntadas y remate a piñón con campanil. El campanario, que no se alza sobre el muro de la nave sino sobre su prolongación y fue posteriormente transformado en torre, no parece corresponder a la fábrica románica, como demuestra además un fragmento de imposta de listel y nacela empotrada a media altura. En este modificado hastial occidental, en la parte correspondiente a la nave, se reutilizó una ventana románica de buena factura, labrada en un bloque monolítico. Rodean al vano rasgado un arco apuntado, achaflanado y doblado, sobre dos gruesas columnas acodilladas de basas áticas con toro inferior aplastado y capiteles vegetales de hojas lisas rematadas en caulículos. Pero sin duda es la portada, abierta en un antecuerpo del muro meridional de la nave y protegida por un moderno pórtico de madera a un agua, el elemento más destacado de todo el edificio. Consta de arco levemente apuntado, dos anchas arquivoltas y tornapolvos exornado por un junquillo sogueado y decorado con ondulante tallo ornado de contario en cuyos meandros se acomodan hojas rizadas de seca talla en todo similares a las dispuestas en idéntico marco en Soto de Bureba y Bercedo. Apean los arcos en jambas escalonadas donde se acodillan dos parejas de columnas de basas solapadas por el recrecimiento del suelo del pórtico, columnas sobre la que corren sendas impostas ornadas con friso de tallos ondulantes y avolutados que acogen brotes y flores de arum -de idéntico diseño al de las portadas de Soto de Bureba y la meridional de Estíbaliz-, a las que aquí se añaden en la parte izquierda, como en el ejemplo burgalés citado, a la izquierda un mascarón monstruoso de llameantes cabellos devorando por los cuartos traseros a un cuadrúpedo y a la derecha un infante que clava su espada o lanza en un muy deteriorado mascarón monstruoso mientras sostiene o agarra el cuerpo de una serpiente. El arco de ingreso muestra el intradós liso aunque, como en el hoy disgregado de Soto de Bureba o en el más alejado de Miñón de Santibáñez, su rosca se decora con una serie de figuras inscritas en diez medallones, a razón de dos por dovela salvo en las centrales, ocupadas cada una por un solo clípeo. En el sentido de las agujas del reloj, en los dos primeros medallones se representó a una gruesa serpiente de cuerpo enroscado en trance de devorar a una figurilla humana, de la que sólo es visible el tronco y la cabeza; los dos tondos siguientes se encuentran unidos por una especie de cruz florenzada rematada por una cabecita humana y que es engullida o vomitada por dos peces que curvan su anatomía para adaptarla al marco circular. Las dos dovelas centrales se ornan, respectivamente, con un árbol de tronco trenzado coronado en “Y” por dos grandes ramas resueltas en hojas rizadas que penden pesadamente, y un leoncillo de cuerpo incurvado sobre una tosca cabecita de ojos saltones y labios de comisuras caídas. Completan la serie dos gruesas serpientes enfrentadas, de cuerpos enroscados, un grifo rampante y, sobre el salmer derecho, dos híbridos de cuerpo de ave y larguísimos cuellos entrelazados que se vuelven para picarse sus propias colas. Aunque esta ornamental sucesión de figuras -que recuerda modelos textiles, de la eboraria y la miniatura- haya sido interpretada por Miguel Ojeda, López Martínez (en el apéndice a la obra de conjunto de Pérez Carmona) o Palomero e Ilardia con un sentido zodiacal, ni este ejemplo ni los de Miñón, Soto o Bercedo (sobre un fuste) parecen responder a tal intención. La arquivolta interior inicia su decoración con la gran figura masculina de un encadenado de larga cabellera de puntas rizadas, barbado, ataviado con apenas esbozada túnica y sujeto por una argolla que le rodea el cuello, unida mediante grandes eslabones a los grilletes que atenazan sus tobillos. Le sigue una bárbaramente decapitada representación de San Pedro -ya mutilada en 1962, según las fotos que publicó Miguel Ojeda-, vestido con ropas talares, en actitud bendicente y reconocible por las grandes llaves que porta; tras él se dispuso otra hoy descabezada figura vestida con túnica y grueso manto que realiza un gesto con su diestra extendiendo el índice hacia arriba y sosteniendo un libro en la otra mano, probablemente, como en Bercedo, San Pablo. Completan el arco un grifo de estilizado cuerpo de felino, alado y notable barbichuela y tres estilizadas figuras -lamentablemente decapitadas- de apenas trabajada anatomía, cuyos cuerpos se supeditan al cilindro que los genera, marcando el talle el cinturón que ciñe sus túnicas (sobre la figura exterior se labró una llave); las tres realizan el gesto de asirse la muñeca izquierda con la mano derecha, tradicionalmente signo de sufrimiento, desesperación o tormento, según ha estudiado François Garnier. Su significado debe ponerse en relación con la figura del encadenado, tal como ocurre en los ejemplos de Bercedo y Soto. Del mismo modo, es indudable la relación entre este encadenado de Almendres con el más ricamente ataviado de Soto de Bureba o el muy erosionado de Bercedo, aunque las figuras aprisionadas no sean infrecuentes en la decoración románica (Tubilla del Agua, Vallejo de Mena, San Martín del Rojo, Oloron- Sainte-Marie, etc.), tradicionalmente interpretadas como el pecador presa de sus vicios. La arquivolta exterior se inicia con un tosco híbrido, quizá una anfisbena, de enroscado cuerpo reptiliforme alado rematado por una cabeza de ave con marcada barbichuela y garras de felino; tras él sigue un híbrido de rasgos similares y rugiente cabeza de cánido y un curioso entrelazo vegetal formado por dos tallos ornados de contario que adoptan formas acorazonadas doblemente anilladas y acogen grandes palmetas lobuladas y nervadas de seca talla. Idéntico diseño, desgraciadamente fracturado aunque revelador de identidad de talleres, vemos en la arquivolta intermedia de la portada de Soto de Bureba. El origen de ambos parece estar en el mucho mejor resuelto -aunque muy mutilado- de la portada de Abajas. En la misma línea decorativa continúa la decoración con un grueso tallo triple arbitrariamente entrelazado y rematado en hojitas lobuladas de marcados nervios. Siguen tres fracturadas figuras, de las que la primera parece corresponder a un personaje sosteniendo dos peces, quizá una alusión a la lujuria como la del relieve de la portada de Soto, y las otras dos a una bailarina realizando una acrobática contorsión y un rabelista. Completan la arquivolta una gran figura alada y nimbada sosteniendo un libro y extendiendo el índice de su diestra, un monstruo de escamoso cuerpo de reptil y cola enroscada, cuartos delanteros de cáprido, cuernos cruzados y larga barba, y un híbrido de cuerpo serpentiforme rematado en vegetal y torso humano que mantiene sus manos unidas sobre una bola. Aunque estas figuraciones no parecen responder a un programa definido, la combinación de rasgos claramente negativos en algunas de ellas, junto a otras explícitamente beatíficas, debe obedecer a una voluntaria contraposición, suponemos que ejemplificadora entre ambas. En la misma línea debemos interpretar los relieves que cubren los capiteles de las columnas acodilladas. Sobre el exterior del lado izquierdo del espectador, junto a un grafito con forma de rueda en el frente del antecuerpo, vemos un gran mascarón humano, barbado, que ciñe diadema de contario con hojitas a modo de corona y aparece flanqueado por una deteriorada arpía y una diminuta cabecita hacia el exterior y un torso humano en posición frontal. La composición recuerda la de sendas cestas de Soto de Bureba y Bercedo, conexión reforzada por el fuste con acanalado helicoidal al que corona. Lo mismo podemos decir del capitel interior de este lado, ornado con un gran león de cuello incurvado y alzando una pata, idéntico a otro de Bercedo y no lejano de los que vemos en un capitel interior de San Vicente de Quintanilla Socigüenza. En los capiteles del lado derecho de la portada, el interior, sobre fuste decorado con entrelazo de cestería, está prácticamente perdido, apenas reconociéndose una cabecita de grandes ojos almendrados y un vegetal; el externo muestra dos toscas arpías contrapuestas. Corona el antecuerpo un tejaroz también profusamente ornamentado. Soportan la cornisa seis canecillos en los que, siempre de izquierda a derecha, reconocemos un fracturado prótomo de felino; un busto humano de rasgos negroides; otra cabeza masculina de peinado a cerquillo, grandes mostachos y boca de labios carnosos con los que realiza un gesto burlón o grotesco; los cuartos delanteros de un bóvido; un descabezado felino en reposo y una lamentablemente fracturada representación de la Virgen con el Niño entre sus rodillas, del que distinguimos la cruz que portaba tras su cabecita. También la cornisa recibe abundante ornato, no sólo por el motivo de entrelazo que luce el chaflán, sino sobre todo por la serie de relieves que, a modo de metopas, decoran la superficie interior de los tableros. Tallados en reserva y en muy bajo relieve, vemos sobre ellos los siguientes caligráficos motivos: un florón entre dos tallos en aspa rematados por hojas lanceoladas; dos motivos de entrelazos a modo de casetones, el primero de tallos y el otro de tallos anudados y trenzados que rematan en sendas hojitas. El tercer relieve, en el centro de la portada, se figura con el Pecado Original, tema representado con la tradicional iconografía de Adán y Eva cubriéndose el sexo con una hoja a ambos lados del árbol cargado de frutos, en cuyo tronco se enrosca la serpiente. Sigue otro bajorrelieve con tallos entrelazados de los que surgen dos cabezas de cánido y un laberinto de entre lazos y hojas y una tosca ave de largo pico, de cuyo penacho surge otro tallo que rellena barrocamente la superficie del relieve, rematando en hojas afalcatadas. Pese a la rudeza en la ejecución el escultor revela los innegables débitos que sus composiciones y casi su técnica mantienen con la eboraria, dotando de un aire casi nórdico a esta cornisa. Aunque frecuentemente las comparaciones formales entre los diferentes edificios obligan a dejar un prudente margen de duda respecto a la identidad de artífices, en el caso de la escultura de la portada de Almendres tal incertidumbre se reduce casi al mínimo en su relación con dos iglesias relativamente cercanas geográficamente e innegablemente próximas en lo artístico, como son las portadas de Soto de Bureba y Bercedo. Esta similitud, patente en la propia concepción del acceso, permite afirmar casi con rotundidad, que la portada de Almendres es obra del que en su momento denominamos taller local de Soto, pues en ella encontramos un mismo repertorio iconográfico y formal: los motivos animalísticos inscritos en clípeos ornando la rosca del arco, la decoración de hojas entre tallos ondulantes en la chambrana y cimacios, un encadenado de rasgos en todo similares al de Soto -identidad particularmente visible en la ejecución de la cabellera-, así como el motivo de entrelazo vegetal y un mismo tratamiento de las arpías. En un caso similar se encuentra la portada de Bercedo, aunque aquí el escultor trabajó o se dejó influenciar por otro maestro, enraizado éste en la tradición decorativa del cercano Valle de Mena. La fecha de construcción de esta iglesia de Almendres, en función de la datación aportada por la epigrafía en la de San Andrés de Soto de Bureba (1176), debe rondar así los primeros años del último cuarto del siglo XII, con una leve sospecha de posterioridad para la cabecera. En Almendres prácticamente todas las figuras responden a los menguados recursos técnicos y la rudeza estética de este taller, sólo escapando a su mediocridad el curioso busto mitrado que decora un canecillo del muro septentrional, mientras que en Soto de Bureba su actividad coincide o es inmediata a la de otro equipo de escultores mucho mejor dotados. Caracteriza al caligrafismo de este taller de Almendres una clara inspiración en la decoración propia de la eboraria y miniatura, que encontramos ya esbozada en la portada de Abajas. Dada la relación existente entre la mejor escultura de Soto de Bureba y la de Abajas, no sería descabellado pensar que la actividad de este taller local fuese deudora, de forma indirecta, de los motivos que decoran la portada y cabecera de aquella recoleta iglesia burebana. Señalar por último que al fondo de la nave, parcialmente embutida en el muro septentrional, se conserva una simple pila bautismal de traza románica. Su copa es troncocónica y lisa, con 87 cm de diámetro x 90,5 cm de altura total, de los que 16 cm corresponden a la basa sobre la que se dispone, moldurada con bocel, cuarto de caña y listel. Este interesante ejemplo de arquitectura rural románica se encuentra seriamente amenazado por el abandono que sufre la localidad, mereciendo sin duda una actuación que al menos lo preserve de engrosar la ya nutrida nómina de lastimosas ruinas que jalonan nuestros pueblos.