Identificador
49000_1048
Tipo
Formato
Fecha
Cobertura
41º 30' 22.96'' , Lo, g:5º 44' 32.02''
Idioma
Autor
Jaime Nuño González
Colaboradores
Sin información
Edificio Procedencia (Fuente)
País
España
Edificio (Relación)
Localidad
Zamora
Provincia
Zamora
Comunidad
Castilla y León
País
España
Claves
Descripción
ESTA ANTIGUA IGLESIA, conocida indistintamente como Santiago el Viejo, Santiago de los Caballeros e incluso como Santiago de las Eras, se halla en los arrabales de la ciudad, al pie del castillo y cerca del barrio de Olivares, en una zona casi descampada, junto al arroyo de Valorio. Esta situación marginal, que hoy de momento conserva, posiblemente es la que siempre ha tenido, de ahí el nombre que la vincula a una zona de eras. Garnacho supone que su primera fundación, bajo la advocación de Santa María la Blanca, tuvo lugar a fines del X o comienzos del XI y la leyenda y el romancero relatan acontecimientos sucedidos en ella a mediados del siglo XI, pues se supone que aquí fue armado caballero el Cid en 1072, mientras que Cesáreo Fernández Duro sostenía también que fue éste el lugar donde Alfonso VI juró su inocencia en el asesinato de su hermano Sancho. Leyendas aparte, documentalmente aparece por primera vez en 1168, en una carta de donación que extienden Diego Romániz y su esposa Mayor Pétriz a favor de la catedral; el objeto de la donación será precisamente la quarta parte ecclesie sancto Iacobi qui in suburbio Zemorensi sita est, in parte occidentali, versus porta Sancte Columbe. Muy poco tiempo después, en 1176 son García Garcíaz y su hermana María quienes entregan al cabildo su parte en esta iglesia, haciendo lo propio dos años después Pedro y Teresa Lópiz, citándose en ambos casos Sancti Iacobi de las Eiras. Ya en 1204 el obispo Martín I acuerda con el abad de Antealtares, en presencia del arzobispo de Santiago, una resolución sobre la causa de la villa de Gema que había tenido María Vélez y que ambos reivindicaban, concluyendo que el abad reciba la iglesia de Santiago de las Eras, extramuros, y una heredad en Villamor de los Escuderos, adscrita a ella, cediendo a cambio la mitad de Gema. Teniendo en cuenta que el segundo recinto amurallado se estaba construyendo desde mediados del siglo XII, no parece que quepa identificar Santiago de las Eras con Santiago del Burgo, como a veces se ha hecho, pues este último templo ya queda dentro de esa ampliación de la muralla y su mismo apellido, netamente urbano, contrasta con el más propio arrabalero del otro nombre. Sin que al parece haya jugado nunca el papel de parroquia, ignoramos por completo los motivos que dieron lugar a su fundación. Es un templo levantado en la deleznable arenisca local, con unos lienzos de sillería y otros de mampostería, con un material tan degradado en el exterior que indudablemente en los próximos años obligará a una profunda y drástica intervención. Consta de cabecera semicircular, corto presbiterio y larga nave, con portada a mediodía y con un sencillísimo arco-campanario de ladrillo levantado sobre el hastial, contando hasta hace muy pocos años con alguna dependencia adosada por el lado sur. Estructuralmente se conserva el edificio románico completo, aunque buena parte de los paramentos, sobre todo en la nave, han sido renovados en distintas épocas, aunque difíciles de precisar cronológicamente. El ábside, de reducidas dimensiones pero gruesos muros, es fundamentalmente de sillería, pero también se halla reformado. Exteriormente del paramento original sólo se conserva la mitad norte, mientras que la mitad sur es una reconstrucción ya antigua, con un zócalo mucho más moderno. Cuenta además con un recrecimiento de mampostería de en torno a un metro de altura, lo que debió motivar la completa pérdida del alero original, y en el frente se abre una pequeña y sencilla saetera, abocinada hacia el interior, la mitad de la cual es original y la otra mitad reconstruida. En el interior este ábside es muy angosto, con un podium más ancho que remata en una pieza moldurada; la saetera es simple y el muro se remata en imposta ajedrezada, sobre la que se eleva el recrecimiento de mampuesto antes de dar paso a la bóveda de horno, que lógicamente, a tenor de las modificaciones sufridas por el muro, no es la original. El presbiterio es corto e igualmente macizo, también de sillería, ligeramente más ancho pero de la misma altura que el ábside. Exteriormente, en el lado norte conserva parte del alero, muy deteriorado, con tres canes muy erosionados; en el sur el aparejo es menos uniforme, con una ventanita cuadrada posmedieval. En el interior este tramo presbiterial presenta en cada uno de los muros un gran arco ciego de medio punto, sobre los que directamente se levanta la bóveda de cañón, que se prolonga además directamente desde la bóveda absidal, lo que hace pensar también en su reconstrucción posterior. Un gran arco triunfal da paso a la nave, soportado en el exterior por dos pequeños contrafuertes que indudablemente han sido insuficientes -y lo siguen siendo- para contrarrestar los empujes. Interiormente y visto desde la nave, este arco presenta estructura de portada, un caso único en Zamora pero similar al de dos iglesias sorianas, la de Nafría la Llana y la desaparecida ermita de San Miguel de Parapescuez, organizándose con tres arquivoltas de medio punto. La interior tiene arco de sección cuadrada, apoyando en semicolumnas con alto podium y elevado plinto, con basas de grueso toro inferior flanqueado por bolas -en la epístola- o decorado con hojas enrolladas -en el evangelio-, ancha escocia -decorada la norte con bolas- y capiteles figurados, toscos y de complejo significado, como son todos los que aparecen en esta iglesia. En el lado del evangelio tienen en la cara que mira a la nave dos figuras humanas, hombre y mujer -ésta con los brazos cruzados sobre el abdomen-, mientras que, ajenos a ellos, leones de altas patas y marcado pelaje ocupan el frente y el lado que mira al ábside, con las cabezas unidas, todo bajo un cimacio de roleos con una especie de flores de lis. El capitel de la epístola es una tosquísima composición con tres grandes cuadrúpedos que parecen leones, con breve cimacio de finos tallos dentro de ovas. La segunda arquivolta presenta el arco con grueso bocel, una de las características del románico más antiguo, apoyando en cuartos de columna acodillados, con basas similares a las anteriores, aunque sin el menor elemento decorativo. En el capitel del evangelio aparecen de nuevo dos figuras humanas, masculina y femenina, más o menos desnudas -aunque ésta parece que con falda-, el hombre con el sexo muy marcado -aunque roto-, abrazados por una serpiente que les atenaza, lo que hace pensar en una eventual identificación con Adán y Eva. El cimacio, al contrario que el capitel, es un fino trabajo de ovas con ramitos rematados en dobles racimillos de bayas, con una cabeza porcina en el ángulo de cuya boca nacen los tallos que conforman dichas ovas. En cuanto al capitel del lado de la epístola muestra una composición con dos aves -seguramente águilas-, de alas plegadas, erguidas y afrontadas simétricamente; en la cara que mira hacia el intradós del arco, arrinconada, aparece una mujer con los brazos cruzados sobre las piernas abiertas, mostrando un exagerado y detallado sexo. El cimacio es en este caso más tosco, con grandes ovas acogiendo hojas palmeadas, un motivo que es muy frecuente en un edificio tan temprano como San Martín de Frómista. La tercera arquivolta tiene el arco y los soportes idénticos a los de la anterior. El capitel del evangelio se decora mediante una composición vegetal a base de ramilletes de finas hojas lanceoladas, de abultado relieve, dispuestas en dos alturas, entre las que sobresale lateralmente una especie de bola; el cimacio es de ovas con hojas palmeadas y con dos abultadas cabecitas antropoides. La cesta de la epístola nos muestra a dos leones afrontados, envueltos entre tallos, con una rizada melena finamente trabajada y que con sus patas delanteras, alzadas a la par, cogen una bola. Por su parte el tosco cimacio es también de ovas con hojas palmeadas, flanqueadas en el frente por dos piñas en vez de aquellas cabecitas de la pieza contraria. Este último capitel está mucho mejor tallado que las demás piezas figuradas, aunque quizá el otro de esta misma arquivolta pudiera ser del mismo escultor, un tallista que trabaja más el relieve, el detalle y la proporción frente al otro autor, que no cuida ninguno de estos aspectos. La autoría de los cimacios podía ser de ellos mismos, correspondiendo al más hábil el septentrional de la segunda arquivolta y el meridional de la primera. En cuanto a la nave resulta muy complicado valorar su filiación constructiva dadas las sucesivas reformas que ha sufrido. Es bastante más alta que la cabecera y el tercio anterior presenta notables diferencias respecto a los dos tercios restantes. La parte más antigua y sin duda contemporánea de la cabecera es el primer tercio, macizo, hecho fundamentalmente a base de sillería, contando con un recrecido posterior y careciendo de alero. Exteriormente este tramo está delimitado al norte por un somero contrafuerte, truncado, perdido en el sur en alguna de las reformas. En el interior queda perfectamente definido por dos pilastras laterales, con semicolumnas adosadas, dispuestas sobre gran podium cuadrado -sin duda resultado de reformas posteriores-, que rematan en sendos capiteles de alta cesta, el del lado del evangelio dotado de collarino de doble sogueado -una característica muy arcaica, prerrománica- del que nacen altos tallos verticales y paralelos, rematados en rollos y ocasiona piña e invadidos por alguna ova y palmera; sobre esta base vegetal aparece un abigarrado grupo de leones y personas, todos con poco detalle, liados con sogas. En el ángulo occidental se halla uno de estos leones con las fauces abiertas por la mano de uno de los personajes desnudos, mientras que otra persona cabalga a lomos del animal sosteniendo una bola en la mano derecha, una representación que nada tiene que ver con la habitual de Sansón desquijarando al león, episodio que no creemos por tanto que se relate en esta escena. El otro ángulo está ocupado por tres leones -uno con el pelaje marcado- en actitud de pelear o de morder la cuerda intentando desligarse, mientras que el cimacio es de ovas rellenas por hojas palmeadas, rematadas en las esquinas con bolas y una cabecita animal, también con una bola en la boca. Es una composición muy similar a la que tiene otro capitel de San Cipriano, aunque el escultor es distinto. Por lo que se refiere al capitel de la epístola es una abigarradísima composición de doce figuras humanas y un caballo en las más diversas actitudes, entre circenses, orgiásticas, belicosas y escatológicas. Empezando por el extremo suroeste aparece un personaje, creemos que femenino, boca abajo o haciendo el pino, mientras que sobre él otro masculino se agarra el voluminoso aunque mutilado sexo, como queriendo penetrar a la figura inferior, a la vez que con su mano derecha sostiene un objeto cuadrado. Junto a ellos hay otras dos figuras, una a hombros de la otra, la de arriba parece ser que masculina y la de abajo una mujer cubierta con toca, de cuyo sexo sale una serpiente. En el frente del capitel, en la base, hay dos personajes en actitud de pelea, con la mano de uno sobre el hombro del contrario, algo que pudiera interpretarse también como posición amorosa, aunque las dos parecen figuras masculinas; sobre el varón izquierdo aparece la cabeza de la serpiente que salía del sexo de la mujer, mordiendo, a la vez que encima de esta pareja hay otras dos mujeres, una que parece enseñar la vulva mientras que la otra cogería a uno de los hombres por el cuello, levantando una piedra con la otra mano. Al lado de las mujeres, en la parte alta de la cesta, aparece otro personaje haciendo el pino, dando paso a un hombre montado a caballo, con escudo oval y calzado con acicates y a cuya espalda se encarama otra figurilla masculina. El cimacio es de ovas con palmetas y con dos cabecitas animales en las esquinas, contactando hacia el lado oriental con el arranque de una imposta ajedrezada. Estos soportes estaban preparados para recibir un potente arco doblado, pero no sabemos si llegó a construirse e incluso si la nave original llegó a tener bóveda. Hay argumentos para pensar una cosa u otra: a favor de que hubo bóveda está el hecho de la existencia de los soportes interiores y exteriores, de que los muros son muy gruesos e incluso del desplome de éstos, como si el empuje de los arcos o bóveda les hubiera abierto hasta tal punto que sobreviniera su hundimiento; en contra está el hecho de que los muros laterales de este primer tramo están bien rematados con sillería prácticamente hasta la actual cubierta de madera, muy por encima de donde tuvo que estar la bóveda, e incluso son muy evidentes los mechinales. Tampoco en el frente del arco triunfal se aprecian restos de abovedamiento. Este primer tramo de nave tiene en la base de los muros interiores bancales corridos, con la pieza superior moldurada con tres boceles, una estructura que desaparece en el resto de la nave, cuyos muros son también más delgados y construidos en mampostería, indudable resultado de reconstrucciones posteriores. Entre estas reformas podemos ver al menos dos momentos, aunque de cronología imprecisa, uno que reconstruye la caja de muros y otro que eleva ligeramente el nivel de la cubierta en todo el perímetro del templo. En cuanto a la portada es muy probable que esté remontada pues, salvo un sector en el interior, es el único paño de sillería de toda la reconstrucción. No obstante se recompuso de forma un tanto tosca ya que avanza sobre el lienzo de poniente pero queda a ras del oriental. De pequeño tamaño y muy erosionada, consta de doble arquivolta de medio punto, de dovelaje simple, sobre pilastras rematadas con impostas de listel y chaflán y sobre todo ello una chambrana ajedrezada. En el interior esta parte reconstruida de la nave aparece revocada. En el templo, hoy sin culto habitual, hay algunas otras piezas que pertenecen a época románica. Tal es el caso de la mesa de altar, una gran losa con perfil de listel y chaflán, o de un cimacio con labor de espiguilla, aunque destaca sobre todo un capitel doble, de 54 cm de anchura, 35 cm de altura y 30 cm de profundidad decorado en uno de sus lados con acantos y en el otro con un personaje a caballo que se enfrenta con un león, escena que se desarrolla entre vegetales, todo muy mutilado. Sin entrar en interpretaciones iconográficas de la escultura de Santiago el Viejo, terreno harto resbaladizo pero muy abonado para imaginaciones desbordantes, que ha atraído especialmente a diferentes autores, podemos decir sin embargo que nos hallamos ante uno de los más viejos edificios del románico de esta provincia, cuya escultura nos remite a las más tempranas imágenes, con profusión de personajes y de leoncillos, unas representaciones que tienen su más alta expresión en San Isidoro de León pero cuya mejor conexión en nuestro caso creemos que está con lo castellano, desde las cántabricas tierras de Castañeda y Cervatos, o las burgalesas de San Quirce de Los Ausines, hasta San Andrés de Ávila, pasando por las palentinas de Santa Eufemia de Cozuelos o por la propia Frómista. Son todo ellos ejemplos significativos de construcciones levantadas en las postrimerías del siglo XI o en todo caso en los primeros años del XII, cuando creemos que se puede fechar sin ninguna duda la iglesia de Santiago de los Caballeros, un templo en el que en esos momentos parecen trabajar dos escultores, de diferente capacidad técnica pero con similar inspiración. El desarrollo que experimentó la ciudad con Alfonso VI, tras el cerco castellano de su hermano Sancho II en 1072, y especialmente a partir de la repoblación promovida por Raimundo de Borgoña en los últimos años del siglo XI, pudieron ser unas circunstancias históricas muy favorables para que se iniciara esta construcción.