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Detalle del lado izquierdo de la portada, ménsula

Identificador
33520_01_002
Tipo
Formato
Fecha
Cobertura
43º 21' 36.23'' , -5º 30' 2.98''
Idioma
Autor
Sin información
Colaboradores
Real Instituto de Estudios Asturianos
Derechos
Edificio Procedencia (Fuente)

 

País
España
Edificio (Relación)

Monasterio de San Bartolomé

Localidad
Nava
Municipio
Nava
Provincia
Asturias
Comunidad
Principado de Asturias
País
España
Descripción
LA ESCASEZ DE FUENTES DOCUMENTALES relativas a los primeros tiempos de vida del monasterio de San Bartolomé de Nava nos impide conocer con exactitud el desarrollo histórico de este cenobio femenino, del que apenas quedan vestigios, y que, como ya mencionamos, se convirtió en el foco generador de la actual población de Nava. Probablemente fundado en el siglo XI, época de gran esplendor para el monacato asturiano con la fundación de otros centros como los de Corias o Cornellana, debió de constituirse bajo la forma de iglesia o monasterio propio, fundado en régimen de herederos y vinculado a algún grupo de la aristocracia local. Recoge I. Torrente Fernández, que a juzgar por los datos facilitados por un documento fechado en el año 1085, el monasterio de San Bartolomé pudo haber sido fundado por los nobles Aragunta y Ancia Suárez, allí enterrados. Éstos eran padres de Onega Ordóñez, la cual junto con su esposo Pelayo Pérez, entregó, en ese año, al abad Gonzalo todo lo que tenían dentro y fuera del mencionado monasterio. De esta forma, siguiendo la historia propia de este tipo de instituciones, a la muerte de los fundadores los derechos sobre el monasterio debieron de repartirse en diferentes raciones entre sus herederos, tal y como se desprende de un documento de 1154 perteneciente al fondo documental del monasterio de Santa María de la Vega (Oviedo), en el que, en relación con el cenobio de San Bartolomé y los derechos que sobre el mismo debió de tener el monarca Alfonso VII, se hace referencia a una quartam partem y a sus heredum. Ya no encontramos más datos del monasterio hasta el primer cuarto del siglo XIII, desconociendo todo el proceso de reunificación patrimonial y su consolidación como cenobio benedictino. Lo cierto es que a partir de 1222, cuando volvemos a encontrar noticias sobre San Bartolomé, es constante la vinculación del centro con miembros de un mismo grupo familiar, los descendientes de Alvar Díaz, señores de la Casa de Noreña, que tienen en las figuras de Rodrigo Álvarez de las Asturias y su heredero Enrique de Trastámara a sus máximos exponentes. Varias mujeres de este poderoso grupo familiar, también relacionado con otros monasterios femeninos de la orden benedictina, como los de Santa María de Villamayor, Santa María de la Vega o San Pelayo, ocuparon importantes cargos directivos en la institución, pudiendo señalarse, como indica la mencionada profesora Torrente Fernández, a dos de ellas, las hermanas Gontrodo y Teresa Álvarez, como verdaderas artífices de la institucionalización de la vida monástica en el centro, ya plenamente establecida en 1252, y de su enriquecimiento, ya que tanto ellas mismas como otros miembros de su familia incrementaron el dominio territorial de San Bartolomé a través de varias donaciones. En el año 1351, Enrique de Trastámara, señor de Noreña y futuro Enrique II, concedió al monasterio de San Bartolomé la inmunidad en sus territorios, según un documento controvertido y de difícil interpretación que ha dado lugar a variadas opiniones, ya que cuando fue otorgado, el conde Enrique todavía no ostentaba dignidad regia, única autoridad competente para conceder este tipo de privilegios. Lo cierto es que fuera como fuese, la existencia del coto de San Bartolomé está sobradamente probada en años posteriores, siendo varios los documentos en los que se puede ver a la abadesa del monasterio ejerciendo sus funciones jurídicas. Entre los siglos XIII y XVI la vida del cenobio se desarrolló de manera positiva para sus intereses, siempre dentro de los límites permitidos para una institución de su clase, un pequeño monasterio rural, pero con las suficientes rentas y rendimientos para mantener su dominio. En torno a las dependencias monacales comienzan a surgir otra serie de edificaciones y los llamados “moradores”, gentes al servicio de la comunidad monástica, que se asientan en sus inmediaciones, dando origen a lo que, dentro de las limitaciones y características propias del lugar, podemos definir como una especie de villa-monasterio, a la manera de las que surgieron a la sombra de otros cenobios, y que, como se ha visto, terminaría desplazando a la “pola” para convertirse en cabeza del concejo. En el siglo XVI, como ocurrió con el cercano monasterio de Santa María de Villamayor, las reformas monásticas puestas en marcha por iniciativa de los Reyes Católicos buscando la centralización de las instituciones, trajo como consecuencia la desaparición y pérdida de autonomía de numerosos monasterios españoles, principalmente de los monasterios rurales. En el caso de San Bartolomé de Nava su destino fue la anexión al monasterio ovetense de San Pelayo, producida en 1530, por la que el cenobio naveto quedó constituido, primero, como priorato dependiente de las cada vez más poderosas monjas de San Pelayo y, posteriormente, en 1568, tras una serie de pleitos entre las monjas de los dos monasterios, la vida monástica fue clausurada definitivamente, convirtiéndose entonces en capellanía. En el siglo XIX, tras los procesos de desamortización y la declaración oficial del lugar de Plazuela como nueva cabeza del concejo de Nava, las dependencias monásticas pasaron a convertirse en sede de la administración concejil, mientras que la iglesia continuaría con sus labores parroquiales. Con el estallido de la guerra civil, numerosos templos asturianos, víctimas injustificadas de la contienda, fueron incendiados y destruidos, siendo uno de ellos el de San Bartolomé de Nava, que quedó completamente devastado. Reconstruida la iglesia por Luis Menéndez Pidal en el mismo emplazamiento que la antigua, hoy en día se conservan escasos vestigios del primitivo templo, teniendo que valernos, para hacernos una idea de su apariencia, de algunas fotografías antiguas y de las descripciones que varios autores decimonónicos hicieron en su momento. A través de estas descripciones, entre las que destacan la de J. M Quadrado de 1855 y la de C. Miguel Vigil, publicada en 1887, podemos hacernos una idea de la riqueza del templo, con algunas expresiones artísticas con motivos muy semejantes a los que podemos encontrar en el cercano monasterio de Santa María de Villamayor, muy vinculado históricamente al monasterio de Nava, y quizás relacionados ambos con el mismo grupo familiar. De esta forma, sabemos que a finales del siglo XIX, cuando C. Miguel Vigil visitó el templo, presentaba éste “una nave espaciosa (...) y cuatro grandes arcadas, tres de ellas modernas, correspondiendo la tercera al arco toral, y la cuarta que es primitiva, ocupa el sitio que forma el ábside ó altar mayor al cual se sube por tres escalones, coronando las pilastras ó machones de cada flanco un capitel lindamente adornado (...) corren por el exterior de la nave ménsulas lisas, á excepción de cuatro que representan cabezas estrambóticas. El ábside más bajo y menos ancho que aquella, es semicircular; le coronan ménsulas esbeltas con bolas, rollos y otros adornos de capricho; una ventanilla ó ajimez en su centro, formado de dos columnas con capiteles de bonita labor, le cierra arco de sencilla moldura semicircular”. Una construcción de nave única y ábside semicircular, cuya descripción completa Quadrado diciendo que “los arcos semicirculares sostienen el techo de madera, y á la izquierda un nicho sepulcral de la misma forma, lobulado ya con ojivas en su arquivolto. Allí descansan los restos de la familia del poderoso D. Rodrigo Álvarez de Asturias, que tuvo en Nava su solar ilustre, haciéndola patria de esclarecidos guerreros y prelados”. Fuente de gran valor para conocer las características del románico de San Bartolomé son una serie de fotografías antiguas con detalles de la portada, que se conservan en el Real Instituto de Estudios Asturianos. Tal como revelan las mencionadas imágenes, destacada en arimez y resguardada bajo un tejaroz con canecillos desornamentados, la portada se componía de tres arquivoltas lisas, polilobulada la interior y de medio punto las dos restantes, siguiendo, como menciona M. Soledad Álvarez Martínez, un esquema similar al de la portada del monasterio ovetense de La Vega. Descansa el mencionado arco lobulado sobre sendas ménsulas con toscas figuras humanas, a modo de atlantes; mientras que las dos roscas exteriores hacen lo propio sobre columnillas de hermosos capiteles. Presentan estos capiteles, de forma troncopiramidal invertida con potentes cimacios decorados con lacerías vegetales y motivos geométricos, hermosos relieves de cuidada factura y repertorios semejantes a los que podemos encontrar en templos próximos, como los de San Andrés de Valdebárcena o Santa María de Narzana. Los de la jamba derecha presentan una pareja de grifos afrontados en el vértice de la pieza, animal mitad felino mitad águila de significados polivalentes, que en este caso, situado a la entrada del templo, puede estar relacionado con su función de guardián de lo sagrado; y el socorrido tema de las palomas a ambos lados del cáliz de la Redención, una iconografía de tradición grecolatina que el cristianismo adoptó como símbolo de Salvación. En los capiteles de la jamba derecha encontramos una de las cestas decorada con motivos vegetales de hojas lanceoladas de las que cuelgas frutos esféricos y entre las que asoman rostro humanos, mientras que en la otra se repiten la escena de los grifos antes mencionados. Un repertorio iconográfico que continúa modelos y composiciones de sobra conocidos a lo largo de toda la geografía del románico internacional, no ajenos a Asturias, donde ya los encontramos plenamente fijados en el siglo XII, e incluso en algunos ejemplos anteriores. Como únicos vestigios materiales del monasterio contamos con las piezas empotradas actualmente en la pequeña capilla del cementerio municipal de Nava, donde encontramos, por debajo de un pequeño vano de trazas prerrománicas del que se desconoce la procedencia, una gruesa banda decorada con cintas y cruces, que, a juzgar por la descripción de C. Miguel Vigil, “luce en el centro tres cruces semejantes a las de Calatrava o Alcántara, entre lazos”, pudiera corresponderse con una pieza del sarcófago situado a la entrada del templo al que el mencionado autor hace referencia, datándolo en el siglo XIV. Inserta en la banda se colocó la figura de medio cuerpo, en bulto redondo, de un fiero animal que porta, agazapado entre sus fauces, lo que parece identificarse como una especia de cerdo o jabalí. Por último, inserto en uno de los muros laterales, se conserva un pequeño vano profusamente decorado que parece recompuesto con piezas de distintas procedencias y estilos, como demuestra la venera que cierra el vano; mientras que las jambas y el alfeizar, que pudieran ser de filiación románica, aparecen recorridos, tanto en su cara interna como externa, por entrelazados de cintas y motivos vegetales, que quizás respondan a soluciones protogóticas. A modo de conclusión, podemos decir que, a juzgar por los escasos restos conocidos y por algunas interpretaciones documentales, podemos situar la construcción del templo en torno a los primeros años de la decimotercera centuria, momento en que la vida monástica del centro se institucionaliza y, como recoge un documento del siglo XVII, fue fundado, en alusión, creemos, no a la fundación institucional sino a la construcción de una nueva iglesia más acorde con la nueva situación de la comunidad que lo habitaba; datación que, por otra parte, no se contradice en absoluto con los escasos elementos que conocemos de la fábrica.