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Capitel y canecillos del hemiciclo

Identificador
09246_02_009
Tipo
Formato
Fecha
Cobertura
42º 39' 31.98'' , - 3º 26' 8.36''
Idioma
Autor
José Manuel Rodríguez Montañés,José Luis Alonso Ortega
Colaboradores
Sin información
Edificio Procedencia (Fuente)

 

País
España
Edificio (Relación)

Iglesia de Santa Cecilia

Localidad
Hermosilla
Municipio
Oña
Provincia
Burgos
Comunidad
Castilla y León
País
España
Descripción
SE ALZA EL TEMPLO A CIERTA distancia del caserío, al que domina por el norte desde un altozano, rodeándolo por el sur y oeste una cerca de sillarejo que delimita el recinto y actúa como muro de contención. Conservamos del edificio tard o rrománico fundamentalmente su cabecera, ya que la nave fue radicalmente transformada en época bajomedieval y renaciente, conservándose únicamente la traza de la misma y meros retazos de los paramentos, incorporados a la obra posterior. Estas reformas determinaron la actual estructura de tres tramos del cuerpo de la iglesia, cubierto con bóveda estrellada el occidental, de crucería con ligaduras en el tramo medio y de crucería simple el más próximo a la cabecera. Sobre el tramo occidental, interiormente ocupado por un coro alto de madera, se alzó una cuidada torre. La portada se abre en el muro meridional del tramo central, levantado en mampostería, y se compone de arco escarzano rebajado rodeado por triple arquivolta de baquetonados arcos apuntados, determinando así una especie de tímpano en el que se insertó el escudo de los Gómez- Soto. La reforma del arco de acceso tardogótico debe ser contemporánea del añadido de las dos capillas laterales, que proporcionan al edificio su actual planta de cruz latina, y éstas debieron construirse a mediados del siglo XVII, pues supone Oñate que hacia 1650 erigió en la iglesia una capellanía dedicada a Santa Cecilia el noble caballero Marcos Gómez-Soto, canónigo de la catedral de Ávila, cuyo bellísimo escudo cuartelado y timbrado campea en el ángulo suroccidental de la capilla meridional. Ambas capillas son idénticas, y se cubrieron en origen con sendas bóvedas de crucería hoy arruinadas y sustituidas por enrasillado moderno, aunque aún son visibles las ménsulas que recogían los nervios, decoradas con acanaladuras del mismo tipo que las de la bóveda del tramo oriental de la nave que, como la torre, deben datar de esos años. Pese a conservar de su pasado románico únicamente la cabecera, su solidez y buena factura, unida a la calidad de la escultura que alberga, hacen del edificio uno de los más interesantes de la provincia, conectado además con las mejores realizaciones del último románico castellano. Se alza en bien escuadrada sillería con la rojiza arenisca de mediana calidad propia de las canteras locales, mismo material que vemos en Navas, Soto y Los Barrios de Bureba, reservándose piedra de mejor lustre para los elementos escultóricos e impostas. Su estructura es la habitual, con presbiterio cubierto por bóveda de cañón apuntado al que da paso desde la nave un arco triunfal apuntado y doblado, apeado en responsiones prismáticos con semicolumnas en los frentes, y retranqueado ábside semicircular cubierto por bóveda de horno. Exteriormente, el tambor absidal se alza sobre un maltrecho y apenas resaltado zócalo, dividiéndose en tres paños mediante sendas columnas adosadas que refuerzan el muro, sobre basamentos destacados y basas de perfil ático, con toro inferior aplastado, con lengüetas y sobre plinto. Los capiteles que las coronan, de achaparradas cestas, se integran en la línea de canes que soporta la cornisa, ésta moldurada con junquillo y nacela. Otra imposta, con perfil invertido a la anterior y continuada en el presbiterio, divide en dos pisos el paramento absidal a la altura del alféizar de las ventanas, una por paño, que se abren en el muro. Su estructura, de baquetonado arco de medio punto sobre columnas acodilladas, constituye el elemento de decoración arquitectónica más señalado de la cabecera, hasta el punto que en ambos muros del presbiterio son meramente ornamentales, no enmarcando los vanos rasgados de doble abocinamiento que, aunque hoy cegados, se abrían en el hemiciclo. Las cinco repiten su estructura al interior, donde la cabecera se ve dividida en dos pisos marcados por las impostas que corren bajo el cuerpo de ventanas -de listel, nacela y junquillo- y la que marca el arranque de las bóvedas, ésta decorada con sucesión de arquillos-nicho en resalte. Los capiteles que coronan las columnas de las ventanas, junto a los de las columnas entregas del ábside, los del triunfal y la sucesión de canecillos de la cornisa, componen una de las series escultóricas más atractivas del románico burebano y burgalés. Comenzando la descripción por la ventana ciega del m u ro norte del presbiterio, nos llama la atención en primer lugar el tímpano decorado con tres nichos semicirculares superpuestos, de arista nacelada, recurso decorativo que vemos también en Abajas, Nuestra Señora de la Oliva de Escóbados de Abajo, Ahedo del Butrón, Castil de Lences, y los templos sorianos de San Nicolás y Santo Domingo de la capital. Este curioso recurso, quizá inspirado en las estelas romanas de tipo columbario, nos proporciona, como más abajo veremos, un primer indicio fiable sobre la filiación del taller de Hermosilla. Sus capiteles externos, bajo cimacios moldurados -como los restantes- con sucesión de listel, mediacaña, junquillo y nacela, se decoraron, el oriental con una máscara humana barbada de diabólica expresión de cuya boca entreabierta surgen sendos tallos que se dividen en dos, resolviéndose en hojitas dobladas los superiores y en molinillos de espinosos acantos los inferiores (tema que vuelve a aparecer en la portada de Carrias), y el occidental con dos pisos de acantos de nervio central perlado y puntas acogolladas, demostrando su buen oficio el taller en el exquisito tratamiento del facetado astrágalo y los cuernos del ábaco. Al interior, esta ventana, alterada por el añadido renacentista de un arco casetonado, repite los nichos del tímpano, y aunque sus capiteles se encuentran recubiertos de un grueso enfoscado, alcanzamos a distinguirlos como vegetales, el derecho de similar factura al último descrito y el izquierdo con hojas lanceoladas y partidas con pomas o cogollos en sus puntas. Al exterior, la ventana del paño septentrional del hemiciclo decora su capitel izquierdo con dos molinillos de acantos de espinoso tratamiento y notable calado que surgen de una hoja flordelisada bajo el cuerno central de la cesta, esquema prolijamente repetido -con desigual fortuna- en numerosos edificios del norte palentino (Vallespinoso de Aguilar, Villanueva del Río), sur de Cantabria (San Andrés de Valdelomar) y noreste de Burgos (Tablada del Rudrón, Coculina, La Piedra, Basconcillos del Tozo, Boada de Villadiego, etc.), donde el doble rodete suele surgir de un pequeño mascarón monstruoso. En realidad, estos molinillos vegetales parecen una ingeniosa adaptación de los acantos helicoidales borgoñones, que irrumpen en la plástica hispana con los grandes maestros de tal origen que desde la década de los 60 del siglo XII acometen la revitalización del tardorrománico a partir de las grandes canterías como San Vicente de Ávila, Santiago de Carrión, Santa María la Real de Aguilar de Campoo, San Andrés de Arroyo o Las Huelgas. En el capitel del lado derecho de esta ventana se afrontan dos gallos de notable factura, resultado quizá superado en el detallismo de la pareja de cápridos que ramonean una hoja central en el capitel izquierdo del interior, donde pese al revoco distinguimos la fina labra de las pezuñas, el costillar y sobre todo las cabezas, con las comisuras de los hocicos marcadas con puntos de trépano; el ábaco de esta cesta se orna con hojitas a modo de ovas y pequeños florones en el centro. Su compañera recibe hojas de acanto de puntas vueltas, marcadas nervaduras y remate ramificado, con pequeñas palmetas entre ellas, manifestando idéntica composición y factura que un capitel del lado oriental de la portada de Abajas, ambos quizá inspirados por las realizaciones de la cantería oniense. La ventana abierta en el eje del hemiciclo permanece oculta al interior por el retablo, y al exterior, su capitel izquierdo se decora con una pareja de grifos afrontados que apoyan sus patas sobre un collarino decorado con hojitas lobuladas y puntos de trépano, relieve que nuevamente encuentra su fiel reflejo en otro capitel de la portada de Abajas, manifestando la misma prolijidad de detalles en la definición anatómica de los cuerpos mediante líneas curvas incisas e idéntico despiece del plumaje. El capitel del lado derecho se encuentra lamentablemente fracturado, reconociéndose sólo un cuadrúpedo y un híbrido de cuerpo de reptil alado y pezuñas de cáprido. La ventana del paño meridional del ábside fue alterada para agrandar el vano en el momento de inclusión del retablo y parcialmente solapada por el añadido de la sacristía adosada al sur de la cabecera. Al exterior resta un bello capitel con dos arpías afrontadas que alzan su retorcida cola de reptil; una presenta cabellera de acaracolados bucles y luce un paño que parte de una banda perlada en el cuello y la otra tiene larga melena lisa. Al interior, sólo resta in situ por la alteración del vano la cesta de la izquierda, de ábaco perlado y cesta decorada con un dragón alado con pezuñas partidas, que incurva abruptamente hacia abajo su largo cuello para morder una de las patas de una arpía barbada que se dispone ante él. Su sinuosa composición es prácticamente idéntica a la de otro capitel de la ya citada portada de Abajas, hasta el punto de despejar cualquier duda sobre la identidad de autor de ambos. El capitel derecho de este transformado vano bien pudiera corresponder al hoy suelto y muy mutilado que se conserva como peana en el interior de la cabecera, decorado con una pareja de arpías opuestas, sobre una corona de acantos de puntas vueltas, de rostro de efebo y con sus alas desplegadas marcando el ángulo, esquema que nuevamente encontramos repetido en Abajas. La ventana decorativa del muro sur del presbiterio sólo es observable al interior, sobre la puerta de la sacristía. Su capitel derecho es vegetal, con grandes hojas lanceoladas y partidas de puntas vueltas acogiendo cogollos y palmetas entre ellas; en el izquierdo, apenas reconocible por el revoco, creemos ver el combate entre un jinete que embraza un escudo de cometa y parece arremeter con su lanza contra un infante. La pareja de capiteles del arco triunfal continúa con los esquemas hasta aquí trazados. En el del lado del evangelio se desar rolla una escena de compleja interpretación dividida en tres secuencias. En la cara que mira al altar vemos un personajillo en acrobática postura -que se lleva la mano izquierda al pecho y con la diestra ataca al infante que le precede- sobre una especie de cánido que pasa su largo cuello entre sus cuartos delanteros para morderse una de sus patas traseras, idéntica contorsión a la que muestra el lebrel sobre la grupa del caballo de la arquivolta de Abajas y otro -muy deteriorado- de la portada de Cerezo; el frente está ocupado por el combate entre un infante armado con una lanza recibiendo el golpe de la espada portada por un jinete (aparentemente encadenado por el cuello) que, en arriesgada contorsión, se gira sobre su montura contra el soldado de a pie. Finaliza la escena con una ascensión del alma, con dos ángeles emergiendo de la parte alta de la cesta que elevaban en un paño el perdido busto desnudo de un difunto que yace en un lecho bajo ellos. El capitel del lado de la epístola se decora con maraña de tallos incurvados de los que brotan hojas acogolladas y brotes arracimados, atrevida composición de profundos calados del estilo a otras vistas en las arquivoltas de Abajas y Soto de Bureba y que quizá no resulte excesivamente adecuada al volumen de un capitel. La cierta homogeneidad de la escultura hasta ahora descrita se enriquece con la aportación de la mano del maestro de Cerezo de Riotirón, desarrollada en parte de la espléndida serie de canecillos que coronan los muros de la cabecera y los capiteles de las columnas entregas del ábside. Estos últimos se decoran, respectivamente, con dos dragones afrontados de escamoso cuerpo de reptil, colas enro scadas, alas desplegadas de finísimo plumaje y rugientes cabezas de felino, el de la columna meridional, y dos cánidos, especie de lobos, que devoran a una oveja, que yace agachada bajo la fuerza de sus patas. El tema, frecuente en el tardorrománico burgalés, se repite con algunas variantes en la galería de Jaramillo de la Fuente, en un capitel interior de la basílica alavesa de Armentia, y, con un solo atacante, en la portada de Hormaza y en un capitel de la cabecera de Soto de Bureba. En los canecillos vemos desplegado buena parte del repertorio característico de la mejor escultura de finales del siglo XII. Así, junto a los más simples como el decorado con un barrilillo bajo el que aparece una jarra (hay otro similar en Los Barrios de Bureba), una destrozada ave de alas replegadas y cuello incurvado y una hoja de acanto de tratamiento espinoso y fuertes escotaduras, una descabezada arpía de alas explayadas, o una deteriorada máscara cornuda, aparece en otros que veremos repetirse en algunos edificios del entorno. Es el caso del infante que atraviesa con su espada y sujeta por el cuello a un híbrido alado de cuerpo escamoso de reptil, patas y pezuñas de cabra y cabeza monstruosa de rasgos felinos vuelta hacia su atacante, en un deteriorado can del muro norte del presbiterio, motivo que con similar tratamiento veremos repetido en un can de la ermita de Escóbados de Abajo y, con alguna variante como hacer del híbrido un cuadrúpedo de abultado pelaje, en el ábside de Butrera. Lo mismo podríamos decir del hermoso grifo en heráldica actitud del hemiciclo, similar a otro de Escóbados y al excepcional de Butrera, salvo por detalles como el tirabuzón sobre su cuello en vez del mechón triangular de las otras dos figuras; o del amenazador prótomo monstruoso del muro meridional del presbiterio, que repite las puntiagudas y enhiestas orejas, la frente huidiza, los rehundidos ojos rasgados enmarcados por profundas arrugas, las enormes y alargadas fauces rugientes en las que sobresalen prominentes colmillos y el abultado pelaje dividido en mechones triangulares que vemos en Butrera, Escóbados, Huidobro, portada de Cerezo, etc. El tratamiento de las arpías es similar a los ejemplos citados, con largos cuellos, cuerpo de reptil marcado por escamas a base de líneas onduladas rehundidas, que también recubren el curioso híbrido de cuerpo de reptil y cabeza ovina que decora otro canecillo. Al representar la fauna real el escultor demuestra su dominio tanto en el leoncillo pasante como en el cánido sentado de otro modillón (ambos muy próximos a otras figuras de la portada de Cerezo de Riotirón), alcanzando un notable naturalismo en el bellísimo macho cabrío del muro sur del presbiterio y la oveja, el carnero y el ciervo del hemiciclo. Además del ya citado infante luchando con una bestia, la figura humana aparece representada por el lancero que hace sonar el olifante sobre un fondo de tallos y hojitas en un can del paño norte del ábside, la costumbrista representación de un rústico ataviado con capa y portando sobre su espalda un jabalí (similar a los de la portada de Cerezo), y dos bustos masculinos. El primero de ellos corresponde a un personaje alopécico que luce barba corta de acaracolados rizos, con enormes orejas y rasgos negroides en su nariz achatada y gruesos labios. El otro personaje cubre su cabeza con capucha, sobre la que caen los tirabuzones de su barba, y presenta la caracterización fisionómica del resto, con marcadas cejas, exoftálmicos ojos almendrados de incisas pupilas y prominente nariz puntiaguda, rasgos similares a los característicos rostros del llamado por Valdez “maestro de Cerezo de Riotirón”, que vemos en la citada iglesia, en los modillones de la ermita de Escóbados, figuras de la arquivolta de Moradillo de Sedano, tímpano de Gredilla, relieves del interior y canes de Butrera, canecillos de Dobro, etc. El concurso de estos dos buenos maestros en Hermosilla convierte a este edificio, sobre todo en el apartado escultórico, en uno de los más interesantes para el estudio de la compleja escultura del románico final en la provincia de Burgos. La participación de los mismos artífices que trabajan en la portada de Abajas se concreta en el uso de equivalentes motivos y tratamiento, con detalles reveladores como las pañoletas de las arpías, los rostros de prominentes ojos almendrados y marcadas arrugas nasolabiales, el frecuente recurso al trépano, un idéntico tratamiento de los vegetales y de las anatomías de los híbridos, etc. Ecos de este taller los encontramos, aunados con otras influencias, en la portada de Hormaza. Junto a este escultor o taller trabaja el proveniente de Cerezo de Riotirón, cuya actividad se deja sentir fundamentalmente en los referidos capiteles exteriores y canecillos, donde aplica modos silenses y propios (Cerezo, Gredilla, Butrera, Escóbados, etc.), probablemente adquiridos, como señala Elizabeth Valdez, en la sala capitular de El Burgo de Osma. Sobre todo por esa evidente conexión con lo soriano y aragonés, que también se deja sentir en el maestro de Moradillo, nos parece empobrecedor intentar reducir este rico panorama a la mayor o menor dependencia o imitación de modelos silenses -sin negar por supuesto el innegable impacto que el segundo taller de Silos produjo en la estética sobre todo de las figuras del Bestiario-, máxime cuando la propia evidencia nos está abriendo el campo a ámbitos geográficos mucho más diversos. El estudio o pretendida individualización de facturas dentro de la casi frenética actividad escultórica de las últimas décadas del siglo XII se revela así como labor compleja -y que en cualquier caso escapa a la ambición de este trabajo-, aunque la diversidad de personalidades dentro de los numerosos talleres, en los que los escultores se forman y evolucionan, nutriéndose de experiencias varias, nos deja ante un grupo heterogéneo de artistas que se influencian entre sí, caracterizados por su notable calidad y cierto barroquismo, en cuyas manos estuvo la última gran floración de la estética románica de las últimas décadas del siglo XII.