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Capitel del prebiterio. Centauros

Identificador
49000_1357
Tipo
Formato
Fecha
Cobertura
41º 29' 51.92'' , -5º 45' 18.68''
Idioma
Autor
José Manuel Rodríguez Montañés
Colaboradores
Sin información
Edificio Procedencia (Fuente)

 

País
España
Edificio (Relación)

Iglesia de San Claudio de Olivares

Localidad
Zamora
Provincia
Zamora
Comunidad
Castilla y León
País
España
Descripción
CENTRABA ESTA IGLESIA DE SAN CLAUDIO el arrabal de Olivares, extramuros y emplazado en la orilla derecha del Duero, entre el centro neurálgico del primer recinto, formado por el castillo y la catedral, y el río. Comunicábase la puebla de Olivares con este primer núcleo fortificado a través de la puerta del mismo nombre (o Puerta Óptima), actualmente llamada “del Obispo” por situarse junto al palacio episcopal y salida natural por el sur del carral maior. La documentación sobre el arrabal y su mismo topónimo hacen referencia a actividades agrícolas y tenerías y a la explotación de las cercanas aceñas, recientemente restauradas. La primera noticia documental nos la proporciona Escalona y hace referencia a la donación al monasterio de Sahagún por Ramiro II de unas aceñas en Olivares iuxta palatium nostrum, en el año 945 (R. Escalona, 1782 (1982), p. 393). Gómez-Moreno cita la donación de Dulcidio Sarracéniz al presbítero Rodrigo, en 1082, de una heredad sita en la orilla del Duero, junto a la porta optima zamorensse que vocitant Olivare s (op. cit., p. 86). En 1172 se documenta la venta al obispo Esteban de “unas casas junto con sus acuarios [...] sitas en la Puerta de Olivares”. La primera referencia al templo, aunque indirecta, aparece en el documento de donación de una parte de la iglesia de Santiago de las Eras al cabildo zamorano, datado en 1176 y en el que se cita a un Petrus Mauro sacristan que fuit de San Claudi (Ramos de Castro, G., 1977, doc. 12). El propio edificio conserva dos restos epigráficos con dataciones tardías -1242 y 1259- sobre los que más tarde nos detendremos. El templo aparece hoy como una sencilla construcción de nave única coronada por cabecera compuesta de amplio presbiterio dividido en dos tramos y ábside semicircular, con su única portada abierta al norte. Las importantes reformas y restauraciones que ha sufrido han afectado principalmente al conjunto de las cubiertas y a la caja de muros de la nave y parecen responder a problemas de cimentación y de contrarresto de los empujes de las bóvedas, a los que no es ajena su ubicación en terreno aluvial y anegable hasta el reciente encauzamiento del Duero. Francisco Antón señalaba en 1927 que “las aguas del río, cuando se hincha su cauce en la invernada, mojan los viejos muros del templo” (op. cit., p. 11). Pese a las transformaciones, conserva el edificio lo fundamental de su estructura románica, en la que es preciso distinguir dos fases. A la primera campaña constructiva corresponden la cabecera y el arranque de la estructura de la nave, levantadas en sillería con el típico conglomerado local zamorano, de pátina rojiza. El evidente desplome del muro meridional del presbiterio debió estar en el origen de la ruina de la bóveda de cañón de esta parte del edificio, sustituida a principios del siglo XX (1910) por la actual, al igual que la bóveda de horno del hemiciclo. En las fotografías que publicó Antón se observa la profunda grieta que rasgaba el muro del hemiciclo. A esta cabecera se añadió en época moderna una sacristía adosada al muro norte del presbiterio, con acceso a través de un vano adintelado abierto en la arquería del mismo. Esta estancia -visible en fotografías antiguas- fue eliminada en la reciente restauración del conjunto (años 80 del siglo XX), que dotó a la nave de la actual cubierta de madera. Llama la atención el contraste entre la airosa proporción exterior de la cabecera y el algo angosto espacio interior de la misma, fruto del recrecimiento del suelo. El hemiciclo es de una sencillez extrema. El desnudo tambor absidal se alza exteriormente sobre un basamento de remate escalonado, preparado para recibir seis columnillas adosadas decorativas, de las que sólo se conserva de lo original la del ángulo suroriental, con fuste de sección poligonal y una de las basas, muy maltratada. Las columnas de los codillos remataban bajo la cornisa en capiteles decorados con aves o arpías y cuadrúpedos alados afrontados, muy erosionados. Tres pequeñas saeteras con derrame hacia el interior dan luz al ábside, una en el eje axial y otras dos a los lados, rehechas todas en la última restauración. La concesión decorativa se concentra sólo en la rica serie de canes del alero, cuya cornisa se decora con tres hileras de tacos. Junto a los sencillos canes del muro sur del presbiterio, de simples rollos o crochets, el hemiciclo nos muestra, además de otros del mismo tipo, una serie de figuras personajes en variadas actitudes, entre los que destacan, un músico con bonete cónico tocando el arpa o arpa-salterio, dos personajes barbados en actitud de lucha (uno ase al otro por la muñeca), un descabezado dragón de cola enroscada, una cabecita junto a un barril y un grupo de personajes que parecen extrapolados de un zodiaco y del menologio de la portada septentrional: varios exhibicionistas que levantan sus faldones (febrero), una figura masculina con los brazos en jarras sosteniendo sendos ramos con flores treboladas (abril), un campesino vendimiando que porta un calderillo (septiembre) y otro empuñando un gran podón con el que trabaja la vid (marzo). Entre los muy deteriorados canes del muro septentrional del presbiterio señalaremos la figura de un grotesco atlante y una figura que parece alzar un hato o balanza. Pese a la erosión, en estas piezas se adivinan varias manos, una de ellas próxima en estilo a la del autor de los bellos capiteles del interior e iconográficamente cercana a la decoración de la portada norte. El interior repite la austeridad del hemiciclo, sólo amenizado por las dos líneas de imposta decoradas con tres hileras de tacos que corren bajo el arranque de la bóveda de horno, continuándose por el presbiterio, y bajo la línea de las ventanas. En los elementos originales se aprecia aún la policromía de tonos ocres y negros. El profundo presbiterio se articula en dos tramos, señalados por un fajón que apea en sendas ménsulas decoradas con una pareja de atlantes, el del muro septentrional en actitud pensativa y el del meridional en la tradicional postura acuclillada de brazos alzados. Los muros interiores del tramo recto se aligeran y animan con arquerías ciegas de dos arcos de medio punto cada una, que recaen en dobles columnas en el centro y columnas acodilladas en los laterales. En esta decoración interior con arcuaciones ciegas ha pretendido verse una progenie asturiana (Viñayo), segoviana y abulense (Ávila de la Torre) o ambas (Gómez-Moreno señala recuerdos asturianos y de San Andrés de Ávila). Sin embargo, y sin negar tal ascendencia, ya la más próxima capilla mayor de San Cipriano de Zamora presenta una similar articulación de paramentos, que tampoco resulta excepcional, pues la integran un nutrido grupo de edificios del norte de Castilla (Vallespinoso de Aguilar, Villanueva del Río, Zorita del Páramo, parroquial de Perazancas, etc.), del sudoeste de Francia, etc. Da paso a la cabecera un rehecho arco triunfal de medio punto, doblado hacia la nave y que reposa en sendos machones con semicolumnas en los frentes. Sus basas se molduran con finos toros y una despro p o rcionada escotadura, perfil que repiten las columnas del presbiterio y la muy erosionada del exterior del tambor absidal. La decoración escultórica de los capiteles del arco triunfal y presbiterio resulta excepcional tanto iconográfica como estilísticamente, situándose entre las producciones de mayor calidad del románico provincial. El capitel del lado del evangelio del triunfal se decora con una pareja de grifos que beben de una fuente o cáliz alzado sobre una columna, al que asen con sus patas interiores. Sobre ellos, en el dado del ábaco, se esculpió una máscara grotesca de ojos saltones que se introduce una mano en la boca. En el lateral que mira a la nave aparece un deteriorado personaje sentado que porta en su mano izquierda una forma aplastada y redondeada a modo de pan o sagrada forma y en la otra cara de la cesta una hoja lanceolada y carnosa sobre la que aparece otra máscara de rasgos humanoides. La disposición de aves o grifos bebiendo de la fuente o cáliz nos trae al recuerdo el bello capitel del brazo meridional del crucero de la catedral de Salamanca, así como un amplio catálogo de estas representaciones en el románico europeo (Sainte-Foy de Conques, etc.), con un contenido eucarístico apropiado para la ubicación del tema. Estilísticamente, sin embargo, la proximidad con una capitel de Santa María de Villanueva (Asturias) resulta, como luego veremos, sorprendente. Frente a este capitel, el del lado de la epístola muestra la figura de Sansón desquijarando al león (1 Jue 14, 5-10) en el frente y dos águilas de alas explayadas en los laterales. La presencia de esta prefiguración cristológica es también frecuente en la iconografía románica, así como su ubicación en los arcos de triunfo (Vallespinoso de Aguilar, Dehesa de Romanos, Cezura, Henestrosa de las Quintanillas, etc.). Los capiteles de la arquería interior del presbiterio aúnan una extraordinaria calidad de ejecución con un estado de conservación impecable. Iniciamos su descripción desde el más próximo a la nave del muro septentrional con un capitel decorado con una máscara monstruosa de rasgos felinos, orejas puntiagudas y fauces rugientes de las que surgen tallos enredados con pesadas piñas y racimos y, en la cara que mira al altar, hojas de vid con racimos picoteados por un ave. El cimacio, parcialmente fracturado al colocarse el hoy desplazado púlpito, recibe tres filas de tacos. Coronan las columnas que centran el tramo dos capiteles unidos decorados, respectivamente, con dos arpías-ave de alas explayadas, cabellera partida y expresivos ojos saltones, de cuerpo recubierto de plumaje y garras de rapaz que asen el astrágalo, el izquierdo, y una pareja de leones pasantes afrontados, cuya cola pasa entre sus cuartos traseros y cae sobre su lomo. Entre los caulículos de parte alta (que también coronan la otra cesta), se dispusieron dos cabecitas, una de carnero y la otra de un can o lobo. El cimacio único de estos capiteles recibe un tallo ondulante del que brotan gruesas hojas carnosas enrosadas. El tercer capitel de este paramento, el del ángulo noreste del presbiterio, se orna con un piso inferior de carnosos crochets de cuyas puntas penden una especie de botellas -o bien peras- y un piso superior de caulículos, entre los cuales se disponen dos figurillas, la de la cara sur de rasgos grotescos, cabello partido y gran boca sonriente y la de la cara oeste femenina, con toca y brial, que ase con sus manos la punta de una de las hojas. El cimacio recibe carnosas lises en tallo ondulante. El capitel del ángulo sudeste del presbiterio es vegetal, con un piso de hojas lanceoladas de profundo nervio central partido y bayas en las puntas y su cimacio muestra clípeos entrelazados en los que se disponen un batracio, un ibis o pelícano, un ave, especie de abubilla, de gran penacho tras la cabeza, un atlante o acróbata vestido con túnica corta, acuclillado y asiendo el clípeo que lo enmarca y un cerdo o jabalí. El capitel doble del centro del tramo es una pieza excepcional, tanto iconográfica como estéticamente y justamente hemos de considerarlo como la más significativa del estilo del escultor. Labrada en un único bloque, la doble cesta nos muestra, en su frente, el combate de dos centauros sobre un fondo de hojas carnosas partidas. Ambos presentan el cuerpo de equino de grandes cascos partidos y pelaje marcado por mechones triangulares y rizados el derecho e incisiones en zigzag el otro, y torso humano, de efebo y larga cabellera partida uno y barbado el otro, éste tocado con un curioso bonete puntiagudo y perlado, y ambos con saltones ojos de pupilas horadadas y labios de comisuras caídas. Precisamente el centauro barbado tensa un muy fracturado arco contra su oponente, el cual blande una gran lanza. En la cara oriental de la cesta se labró un extraño híbrido de cuerpo serpentiforme y cola escamosa rematada por una cabecita de serpiente, torso alado y con brazos y busto humano, en actitud de lanzar una piedra que sostiene en su mano derecha. Su rostro muestra un gran mostacho y barba puntiaguda, con el consabido rictus de su boca, de labios de comisuras caídas y aparece tocado con un puntiagudo gorro frigio con decoración de perlado. La cara occidental del capitel recibe una bella representación de una sirena-pez femenina, que alza su escamosa cola con su diestra -en graciosa contorsión-, mientras se mesa con su otra mano la larga melena partida. En estas representaciones de la lujuria en sus vertientes masculina (centauros) y femenina (arpía), el escultor alcanza la máxima manifestación de su destreza, dotando a las figuras de un excepcional volumen, que prácticamente llega al bulto redondo en el caso del combate central. Las concesiones al detalle se manifiestan en el cuidado tratamiento de las texturas de los cuerpos (escamas, alas, vaciado de los iris con trépano, rellenos con pasta vítrea, ombligos, etc.). Tanto desde el punto de vista estilístico como iconográfico, resulta sorprendente la similitud de este capitel con uno de los pilares orientales de la nave de la iglesia asturiana de Santa María de Villanueva, en el valle de Carzana (Teverga), que la profesora Etelvina Fernández considera “réplica, casi exacta” del capitel que nos ocupa, “hasta el punto que podríamos considerarlo del mismo taller e incluso de la misma mano” (op. cit., p. 231). En realidad, en el capitel asturiano se produce una condensación de los motivos que vemos en San Claudio de Olivares en los capiteles de la lujuria y en el frontero de las arpías, pero con unas características que efectivamente hacen pensar que los escultores de la fase “Villanueva-II” son los mismos que trabajan en Zamora, sin que podamos entrar aquí en el análisis de qué obra antecede a cuál. Etelvina Fernández data dicha campaña de Santa María de Villanueva en los años centrales del siglo XII, cronología que no se contradice con la del edificio zamorano. Otro capitel de Santa María de Villanueva, éste decorado con grifos afrontados, se aproxima igualmente al del lado del evangelio del triunfal de Olivares, incluso en la ornamentación de carnosas hojas de lis inscritas en tallos ondulados del cimacio; igualmente, la misma concepción de los rostros del capitel de la Epifanía de Villanueva la encontramos en los de los personajes de San Claudio. Finalmente, el capitel del ángulo occidental de la arquería meridional del presbiterio recibe una sencilla decoración vegetal, con dos pisos de carnosas hojas lanceoladas y lisas, con bayas en sus puntas las inferiores y rematadas en caulículos las superiores. El cimacio presenta hojitas pentafolias entre tallos ondulados. Las basas de las columnas de la arquería y del triunfal presentan perfil ático, aunque de finos toros y amplísima escocia, sobre breve plinto. En los cimacios e impostas de la cabecera son aún perceptibles restos de policromía, de tonos ocres y negros. La nave se encuentra profundamente alterada por reformas posteriores. Debió de cubrirse en origen con bóveda, aunque los ya referidos problemas estructurales del templo supusieron su ruina. De hecho, a nuestro juicio, la nave corresponde a una segunda campaña románica, de la segunda mitad del siglo XII, siendo notoria la ruptura de hiladas en el arranque del muro norte de la misma, único original conservado. Tanto el muro meridional como el hastial occidental del templo corresponden a reformas posmedievales. En este muro septentrional, además de las dos saeteras con fuerte abocinamiento al interior, destaca la portada, abierta en un antecuerpo coronado por una cornisa soportada por diez canes muy deteriorados, aproximadamente en el centro de la nave. La portada se compone de arco liso de medio punto y tres arquivoltas profusamente decoradas que apean en jambas escalonadas con tres parejas de columnas acodilladas, éstas fruto de la restauración de mediados de los ochenta del siglo XX. Sus capiteles se encuentran sumamente erosionados, adivinándose sólo que el exterior del lado derecho recibía dos cuadrúpedos afrontados entre ramaje. El resto de las cestas eran vegetales, con una fila de acantos el central del lado izquierdo. La arquivolta interior es la iconográficamente más interesante, pues recibe en sus catorce dovelas un interesante calendario agrícola, con la labor propia de cada mes individualizada en una pieza, y las dos laterales con re p resentaciones de felinos, al modo, por ejemplo, de la portada de Santiago de Carrión de los Condes. La lectura de los muy maltratados relieves, que debe realizarse de derecha a izquierda, se inicia con enero, representado por dos personajes sedentes y ricamente ataviados ante mesas, en actitud de comer. Febrero aparece figurado por dos rústicos calentándose al fuego, uno ya sentado ante él y el otro levantándose el sayón, como es costumbre. La tercera representación, que correspondería al mes de marzo es complicada de descifrar, aunque creemos ver a un hombre portando un cántaro junto a otro, encorvado y vestido de rústico, portando un podón o azada. La figuración de abril es más clara, y aparece representada por un sembrador y un hombre con dos ramos y un pájaro sobre su hombro (el denominado “señor de la primavera”), ambos descabezados. Le sigue mayo, simbolizado por el caballero que parte de caza acompañado por un lebrel sobre la grupa de la montura y un halcón. Las dovelas correspondientes a los meses de junio y julio están tan sumamente erosionadas que apenas podemos adivinar que representan tareas agrícolas: en la primera un personaje arrodillado alza un objeto irreconocible (rama, fruto o colmena), mientras su compañero, por su actitud encorvada, parece sugerir el gesto de segar o podar; en la de julio vemos un personaje rodilla en tierra y cargando un fardo a su espalda (¿un haz de trigo?) y frente a él una muy mutilada figura que sostiene en su mano izquierda alzada un vaso o copa (la sed). Creemos reconocer la labor de la trilla en el mes de agosto, bajo la forma de un personaje tras un animal. Septiembre, como es habitual, es el mes de la vendimia, aquí bajo la forma de dos personajes sentados y acuclillados a ambos lados de una viña de enroscado tallo; le sigue el trasiego del vino para simbolizar octubre, en forma de dos personajillos, uno subido a un gran tonel y el otro ante él, ambos muy mutilados. Noviembre, como es tradicional, aparece representado por la figura del cerdo, en nuestro caso, dos porqueros entre dos animales, y diciembre por el acarreo de la leña, cargada ésta en un pesado haz sobre los lomos de una mula y acompañada por un personaje. El orden de los motivos que simbolizan los meses mediante la tarea agrícola asociada varía, lógicamente, en función de la latitud y clima característico de cada zona. En nuestro caso, las mayores similitudes en cuanto a temas las establecemos con los calendarios agrícolas de San Martín de Salamanca, Beleña de Sorbe, El Frago y San Isidoro de León. Sobre el friso de tallo ondulante que acoge hojitas se dispone la segunda arquivolta, ésta decorada con una fina banda de palmetas y grandes hojas lobuladas y dobladas de profundas escotaduras y acusado relieve. La arquivolta exterior se decora con motivos animalísticos y del Bestiario, entre los que destacamos a un gran león pasante con la cola sobre el lomo, otros felinos, varios cuadrúpedos cuyas colas remata en hojas y palmetas, un grifo, una especie de carnero, aves y hojas, una pareja de trasgos o arpías afrontados, un dragón devorando un animal, una pareja de aves picoteando los frutos de un árbol, un personaje con un bastón ante un erguido simiouoso (¿juglar?), etc. El conjunto de las arquivoltas se rodea con una chambrana decorada con un friso de palmetas. En la clave del arco se dispuso, quizás posteriormente, un tosco Agnus Dei inscrito en un clípeo ovoide, tallado en reserva. Junto a él, en la misma rosca del arco de ingreso y bajo las representaciones de agosto y septiembre de la primera arquivolta, se grabó posteriormente la siguiente inscripción, hoy muy borrosa, por lo que seguimos la transcripción que realizó Gómez-Moreno, con las correcciones de Maximino Gutiérrez: VESPERA : DE : NATALEM : / E : LA : MILINARIA : DEL : DI/O : E : NO : TIE(M)PO : DE : LOS : ANOS : / MALOS : REINA(N)TE : EL : REI : / DO(N) ALFONSO : SUB : / E(RA) : M(ILLESIM)A : CC (ducentesim)A : NON(A)G(IN)TA VII, es decir “En la víspera de la Navidad, en el milenario de Dios, en el tiempo de los años malos, reinando el rey don Alfonso (X). En el año 1259”. No creemos que pueda tomarse la fecha de esta inscripción más que como referencia cronológica ante quem para la portada, a todas luces anterior a tal fecha, máxime ante los evidentes signos de remonte, al menos parcial, de ésta. Además de este testimonio epigráfico, el templo conserva otros dos, uno absolutamente ilegible, en el salmer del mismo arco de la portada y otro, al menos parcialmente distinguible, en el muro septentrional del presbiterio. En este último, que permaneció oculto por la primitiva sacristía, leemos: ...S : IH(o)ANE S : CLA... / DE : SOLA : POIOTA : T... / OLIVARES: ... SUB / E : M : CC : LXXX / ANOS, año 1242. De imprecisa cronología, probablemente medieval, es la pila bautismal, de copa troncocónica lisa y 1,15 m de diámetro y 0,66 m de altura; lo mismo podríamos decir de los herrajes de la puerta del templo, considerados como probablemente coetáneos de su fábrica. Por lo que se refiere a una valoración global del edificio, ya señaló en lo arquitectónico Gómez-Moreno las similitudes de la cabecera con la de San Andrés de Ávila y obras asturianas, reflejando además la duplicidad de campañas entre la cabecera y la nave, ésta posterior. El historiador granadino veía en lo escultórico de la cabecera raigambre leonesa, “con similitudes en Frómista y Santillana”, vínculos que se refuerzan, como vimos, con las sorprendentes identidades de factura entre estos relieves y algunos de Santa María de Villanueva, en Asturias. Así las cosas, la primera campaña de San Claudio de Olivares debe rondar los años centrales del siglo XII, mientras que la reforma de su nave parece obra más tardía, de las dos últimas décadas del siglo.