Identificador
09572_07_009
Tipo
Formato
Fecha
Cobertura
42º 54' 51.17'' , - 3º 46' 27.10''
Idioma
Autor
Pedro Jesús Sánchez López
Colaboradores
Sin información
Edificio Procedencia (Fuente)
País
España
Edificio (Relación)
Localidad
Munilla de Hoz
Municipio
Valle de Valdebezana
Provincia
Burgos
Comunidad
Castilla y León
País
España
Claves
Descripción
LA IGLESIA DE SAN MIGUEL DE MUNILLA se presenta actualmente como un templo de nave única dividida en tres tramos, torre cuadrada adosada al sur del segundo de ellos y dos capillas rectangulares y desiguales abiertas en el tramo inmediato al presbiterio. Preside el conjunto una cabecera compuesta de tramo recto presbiterial y ábside semicircular. Al norte del segundo tramo de la nave se adosó una estancia alargada con funciones de baptisterio y al sur de la cabecera se adosó otra estancia, ésta para servir de sacristía. El conjunto es resultado fundamentalmente de dos campañas constructivas; la primera de ellas corresponde a un edificio erigido en estilo románico, del cual restan -aunque transformados- la cabecera y los muros de la nave correspondientes a los dos tramos más orientales. La primitiva construcción románica se erigió en sillería caliza de mediana calidad y debió plantear un edificio de nave única, probablemente como los de Crespos y San Miguel de Cornezuelo, con cubierta de madera a dos aguas, presidido por la cabecera compuesta de tramo recto presbiterial con bóveda de cañón y hemiciclo cubierto con bóveda de horno, de la cual resta el arranque, perceptible al interior sobre la sencilla imposta de listel que recorre el interior de la cabecera. El tambor absidal se reforzó en la zona norte del lienzo con un contrafuerte prismático que no alcanza la cornisa, rematando en talud escalonado bajo la línea de canes. Otros dos contrafuertes del mismo tipo (el del muro norte claramente recrecido) ciñen el paso del ábside al presbiterio, en cuyo muro norte se abre una hermosa ventana, sin duda el elemento más llamativo del conjunto. Al exterior y a la altura del alféizar de la ventana, corre por toda la cabecera una imposta decorada con dos hileras de tacos, que invade incluso el contrafuerte, probando su contemporaneidad. En el eje del ábside se abre una estrecha saetera que daba luz al altar. Corona los muros de ábside y presbiterio una cornisa de simple listel soportada por una hilera de canecillos de los que nos ocuparemos más adelante. Esta cabecera remataba una sencilla nave de la que restan en lo esencial sus muros, levantados en sillería algo más descuidada y con cornisa soportada por sencillos canes. De la ausencia de contrafuertes deducimos la armadura de madera como posible cubierta. Si en el apartado arquitectónico el edificio responde a un modelo de iglesia rural muy extendido en la zona norte burgalesa y oriental de Cantabria, con referentes directos en los cercanos templos de Crespos y San Miguel de Cornezuelo, el análisis de la decoración escultórica nos revela idénticas ambiciones y parentescos. Su ornamentación se reduce a la hilera de canecillos que coronan los muros de cabecera y nave, destacando la serie de 16 canes de la cabecera, cinco de ellos lisos con perfil de nacela, otros de nacela con una piña o punta de diamante, una forma vegetal irreconocible y el resto con motivos figurativos. Vemos así prótomos de animales, entre los que distinguimos una cabeza de bóvido, un cérvido, un carnero, una rugiente cabeza de raposo, un águila de alas explayadas, una liebre o quizá un jabalí, un cuadrúpedo de rugientes fauces -león o perro- y un tosco y desproporcionado personaje tocando el olifante. En el muro meridional de la nave los canes son más toscos y junto a los lisos, otros presentan decoración escalonada, liso con una bola, una ingenua carita y un apenas esbozado músico tocando el rabel, entre otros. Mayor entidad manifiesta la ventana abierta en el muro septentrional del presbiterio. Se compone de una estrecha saetera con derrame hacia el interior, rodeada por arco de medio punto con bocel animado por menuda decoración de piñas y garras. El arco apea en sendas columnillas acodilladas, de cortos fustes monolíticos y basas de perfil ático degenerado, con toro superior atrofiado, gran escocia y toro inferior aplastado, sobre plintos colocados en diagonal. Las columnas se coronan con capiteles figurados, el izquierdo con una pareja de leones afrontados que comparten cabeza y apoyan sus patas en el astrágalo. En el capitel derecho se afrontan dos cuadrúpedos de enhiestas colas trenzadas y descabezados. El fondo de ambas cestas es vegetal, con pitones gallonados y ambos se coronan con cimacios decorados con toscas palmetas inscritas en roleos. Rodea este arco otro de medio punto de arista matada por un fino bocel y coronado por chambrana ornada con tres hileras de billetes. Al interior la ventana repetía la estructura, aunque aparece severamente alterada, apreciándose sólo el fino bocel sogueado que corona la saetera y el arco con bocel. Han desaparecido las columnas acodilladas. Tanto la tosca talla como la iconografía responden a un tipo de escultura característico de los valles del norte de Burgos y sureste de Cantabria, obra de talleres locales cuya actividad se extiende a partir de los años centrales del siglo XII hasta fechas más avanzadas. Estos talleres repiten modelos establecidos en edificios señeros de la primera mitad del siglo a través de obras como San Pedro de Cervatos (Cantabria), San Pedro de Tejada (Burgos), primera campaña de Santa Eufemia de Cozuelos (Palencia), etc. Caracteriza a este grupo de los Valles de Manzanedo, Zamanzas, Valdebezana y Valdivielso la recurrencia a la decoración de tacos y billetes, las palmetas entre roleos, las composiciones de animales afrontados compartiendo cabeza, el uso de pitones gallonados, etc. La talla es ruda, con evidentes desproporciones y escasa definición, y en esta escultura la concesión al detalle -plumajes, melenas, atributos vestimentarios- suele concebirse con estilizaciones geométricas. Pese a no resultar estilísticamente logradas, estas obras encierran el encanto de un arte popular puesto al servicio de la decoración de edificios emblemáticos para las comunidades que los erigían. Es difícil situar cronológicamente un edificio a partir de elementos tan recurrentes, máxime cuando la escasa definición escultórica pueden inducir a considerar temprano lo retardatario. Los referentes más inmediatos de San Miguel de Munilla, tanto en lo arquitectónico como en lo decorativo son las cercanas iglesias de Nuestra Señora del Rosario de Crespos, San Miguel de Cornezuelo o Manzanedo. En Crespos se conserva una inscripción que podría datar el edificio en los años centrales del siglo XII (1143, según Pérez Carmona). Los templos antes referidos presentan una mayor elaboración arquitectónica, con cabeceras animadas interiormente por arquerías ciegas (la de Munilla, que también la poseía, aparece hoy cegada), aunque la identidad de ciertos elementos nos lleva a fechar esta de Munilla en un arco cronológico del segundo al tercer cuarto del siglo XII. Llama poderosamente la atención en San Miguel de Munilla la notoria diferencia de alturas motivada por la inclinación del terreno, con acusado desnivel en sentido norte-sur y este-oeste. Los asientos diferenciales pudieron estar en el origen de la ruina del edificio románico, en época imprecisa, que motivó la importante reforma posmedieval del mismo. Las intervenciones posmedievales son responsables de importantes añadidos y reformas en el templo. Existen indicios de una actuación en época tardogótica -fines del siglo XV o inicios del XVI- en el edificio. Así parece indicarlo la decoración pictórica apreciable en el interior de la cabecera y la presencia, en el muro meridional del segundo tramo de la nave, de los restos de una portada de arco de medio punto de enormes dovelas, protegido el arco por una chambrana con perfil de bisel, cuyas piezas muestran evidencias de remonte, quizá reaprovechadas de la primitiva portada románica, de la que no restan indicios. Dicha portada, que podría responder a la cronología avanzada y ser contemporánea de las pinturas, es sólo visible al exterior, entre el pilar de la torre y la capilla meridional. La ruina del edificio románico supuso al menos el hundimiento de las cubiertas de la cabecera, lo que empujó a una reforma integral del conjunto. Aprovechando parcialmente la obra románica, esta reforma prolongó la nave con un tramo más hacia el oeste -en el que se sitúa el coro alto de madera- y definió la actual estructura de tres, delimitados por responsiores prismáticos que soportan fajones de medio punto en piedra. Igualmente a esta campaña, que debemos datar entre los siglos XVII-XVIII a falta de mayores argumentos, hay que adjudicar las bóvedas de arista construidas en ladrillo que cubrían la nave -hasta la reciente restauración, totalmente arruinada la del primer tramo, semihundida la del segundo y en mal estado la del tercero-, así como la extraña solución de cubrir presbiterio y hemiciclo con una misma bóveda también de arista. El tambor absidal debió sufrir ruina parcial por el hundimiento de la bóveda de horno, como prueba la inclusión de una pieza de madera en la cornisa y la reforma del arco de triunfo, de medio punto y que apoya en pilares de idéntica molduración a los responsiones de la nave. En este momento se erige la torre cuadrada, adosada al muro meridional del segundo tramo de la nave, que junto con la capilla meridional, condenan el primitivo acceso. La torre se levanta, como el tramo occidental de nave añadido, en mampostería con refuerzo de sillares en encintados y ángulos. Consta de cuerpo inferior de sillarejo y dos superiores de mampostería separados por una imposta de listel. En el piso superior se abren los vanos de medio punto del cuerpo de campanas (uno al este y oeste y dos en el lienzo meridional) al que da servicio una hoy deteriorada escalera de madera. En el lienzo oriental de la torre se abre un amplio arco de medio punto. En época moderna se abrieron también las dos capillas a ambos lados del tercer tramo de la nave, de menor altura que ésta. La septentrional, de planta rectangular y menor que la otra, conserva su bóveda de cañón, de eje transversal al de la nave. Hacia el oeste se adosó una estancia rectangular, cubierta con cielo raso, que alberga la pila bautismal. El acceso a esta capilla bautismal se realizaba a través de un arco de medio punto desde el segundo tramo de la nave, aunque al cegarse éste en época imprecisa se practicó un acceso con vano adintelado desde la capilla. La capilla abierta al sur, de planta cuadrada, se cubría con bóveda de arista o cúpula de ladrillo, hoy totalmente arruinada. Prolongando su línea de muro, de buena sillería, se sitúa la sacristía, con acceso desde el muro sur del presbiterio y cubierta a un agua, hoy perdida pero atestiguable gracias a fotografías anteriores a la ruina. Al añadir estas estructuras se abrieron en el muro meridional del presbiterio y nave sendas ventanas adinteladas, del mismo tipo de las visibles en la obra posmedieval. Igualmente, al añadir la torre y capilla meridional, que inutilizan la portada anterior, fue necesario practicar un nuevo acceso, adintelado y abierto en el muro sur del tramo occidental de la nave. En época imprecisa fue cegado el ya referido arco que daba servicio desde la nave al baptisterio, se añadió el pórtico a un agua que protegía la portada y se realizó el grosero acceso desde el presbiterio al púlpito de madera del lado del evangelio, que perfora el pilar del arco de triunfo. Las referencias documentales a estas intervenciones en el edificio se recogían en los libros de fábrica del mismo, que no hemos localizado. En el Archivo Diocesano de Burgos se conserva únicamente uno de ellos, aunque con referencias a intervenciones entre 1894 y 1970 (Archivo Diocesano de Burgos, Libro de Fábrica de la parroquia de San Miguel Arcángel de Munilla). De su lectura sólo podemos destacar la colocación en 1896 de una campana “de nueva fundición”, la “construcción de un muro frente a la iglesia” y el “ arreglo de la plaza” (1899) y los numerosos y normales retejos en 1899, 1909, 1911 (“retejo general”), 1920, 1942, 1948, 1949, 1951 y 1961. En 1908, el visitador “llamó la atención del Sr. Cura para que mande recoger las grietas que se observan y se notan en la pared del Norte”. En 1920 se pagan 217 pesetas por la “reparación del tejado y pared”, y 312 pesetas “por reparación de toda la bóveda del centro y parte de otra”, para la que se adquieren 1.500 ladrillos. El incendio sufrido por el templo el 16 de agosto de 1936, debió afectar principalmente al mobiliario. Dice Huidobro que “perecieron el retablo mayor y dos altares laterales, todos de poca estimación. Únicamente se salvaron las efigies de la Virgen, San Roque y Ecce-Homo. Desaparecieron dos cálices y dos copones de plata. Del archivo se conservan los Libros sacramentales”. En el interior del presbiterio y hemiciclo se advierte decoración de pinturas murales, parcialmente ocultas por el encalado y en mal estado de conservación. La única escena reconocible se sitúa en el hemiciclo y en ella vemos una monstruosa cabeza de largas y afiladas orejas y puntiagudo hocico que recibe en sus fauces la lanza de un perdido San Miguel. Sobre la cabeza de Satán se advierten los brazos y platillos de la balanza que sostenía el arcángel, patrón del edificio. En uno de ellos se sitúa una figura alada, muy perdida, representando un alma. El tema de la Psicostasis o pesaje de las almas, unido al alanceamiento del demonio, los tenemos, en pintura mural y entre otras en la iglesia de La Loma (Cantabria) o Valberzoso (Palencia). Detalle curioso y revelador de la posible cronología de estas pinturas es el emblema “S.M.” colocado entre los platillos de la balanza, en alusión al santo titular. Técnicamente deficientes, en estas pinturas domina el trazo, el dibujo en color negro vegetal, rellenándose las superficies con colores planos. La paleta es reducida, dominando el rosa pastel del fondo, los grises, amarillo y tonos ocres. Como en las obras de los pintores de Valdeolea o del llamado “maestro de San Felices”, cuya actividad se extiende por el norte palentino y sur de Cantabria, la pintura se plantea aquí como medio rápido y económico de ornamentación. En los muros del presbiterio, apenas reconocibles en el lado del evangelio y encalados en el de la epístola, se percibe decoración pictórica bajo la imposta, representando cortinajes, pámpanos y llagueado imitando despiece de sillares. El conjunto es de mediocre calidad, situándolo a falta de un estudio más profundo entre finales del siglo XV e inicios del XVI. Afortunadamente, el tesón de los párrocos y naturales de Munilla, unido al apoyo institucional, han conseguido evitar la ruina total del edificio, promoviendo una reciente restauración (2001). Durante las obras salió a la luz la arquería baja que recorre el paramento interior del hemiciclo absidal, como en sus hermanas de Crespos, Manzanedo y San Miguel de Cornezuelo.