Patrimonio a escala, para aprender, soñar y divertirse
Patrimonio en miniatura para aprender y divertirse. Las ideas sencillas, funcionan y, en ocasiones, traspasan fronteras…
Un artículo de nuestra compañera Carmen Molinos
¿De qué hablamos? De parques temáticos para disfrutar en familia, recorriendo y visitando algunos monumentos emblemáticos. ¿Por ejemplo? El más longevo, el veterano, el “Portugal dos pequenitos” en Coimbra. Una idea del profesor de Medicina Fernando Bissaya Barreto que tenía muy claro el motivo y el concepto: “Los niños juegan aprendiendo, y aprenden a jugar. Todo esto se logra porque las actividades lúdicas, los juegos, en el verdadero sentido de la palabra, son siempre, como se sabe, una necesidad imperiosa del niño; incluso diremos que son el instrumento más valioso de su formación; el juego es realmente su mundo real; porque es jugando e imitando como el niño aprende y gana experiencia". Y para que los niños jugasen y aprendiesen creó con la ayuda del arquitecto Cassiano Branco, encargado de materializar su idea, el parque de Coímbra. Un lugar, que suma ya 80 años de historia, por el que han pasado miles de personas, niños, sí, pero también adultos, que encuentran aquí, parafraseando al propio Branco, “una biblioteca para ser leída con todos los sentidos”.
No le faltaba razón. El parque se divide en cuatro zonas, que nos permiten recorrer la arquitectura portuguesa tradicional, a través de sus casas; la ciudad de Coimbra con su universidad; algunos de los monumentos más emblemáticos del país e incluso dar un salto para llegar a otros lugares de habla portuguesa como Brasil, Timor, Cabo Verde, India o Macao. ¿La magia del lugar? No solo vemos, también tocamos e incluso entramos dentro de estas reproducciones a escala. Así, es fácil conseguir que nuestra imaginación vuele y nos convierta en los señores de un castillo, en alumnos de universidad, meros caminantes que disfrutan del paisaje o estudiosos que van tomando notas de todo cuanto ven a su paso. Cuidas lo que conoces y, sin duda, está es una buena forma de lograrlo y de alentar a los más pequeños y a sus acompañantes para que no se conformen con ver las reproducciones, sino que sigan visitando y descubriendo lugares. Es lo que trata de conseguir el equipo pedagógico con el que cuenta el parque, capaz de preparar acciones y recorridos adaptados para cada grupo.
A unos 425 kilómetros de distancia, en la localidad vallisoletana de Olmedo encontramos una idea similar, aunque centrada en un estilo: el parque temático del mudéjar. Aquí, a través de 21 paradas, descubrimos este arte funcional que convivió con el románico y sustituyó la piedra por el ladrillo, el arco de medio punto por el de herradura, las bóvedas por armazones de madera y los campanarios por sencillos minaretes, mezclando arquitectura cristiana con formas musulmanas.
Sin salir del parque, recorremos Coca y su castillo, Muriel de Zapardiel, Arévalo, Toro, Alcacarén, Madrigal de las Altas Torres, Pozaldez, Villalón de Campos, Soria, Cuéllar, Sahagún, Fresno el Viejo, Medina del Campo y, cómo no, la propia villa de Olmedo. Y, así, en una tarde, en unas horas, casi sin querer, visitamos las provincias de Ávila, León, Segovia, Soria, Valladolid y Zamora, a través de un arte que dejó una impronta clara en sus tierras, el mudéjar.
Más sencillo aún, en San Esteban de Gormaz, Soria, se localiza el parque temático del románico con nueve maquetas que nos asoman a alguno de los elementos románicos más emblemáticos de cada una de las provincias de Castilla y León. No importa el material con el que se han hecho las reproducciones, sí que todas pretenden reflejar del modo más fidedigno posible al original. Frente a todas ellas las caras de asombro e ilusión de los más pequeños son similares, porque aquí el patrimonio se convierte en un juguete, que pueden recorrer, una pieza con la que poder experimentar y soñar futuros viajes.
Al fin y al cabo, Coímbra, Olmedo y San Esteban de Gormaz nos ofrecen en sus parques no solo un lugar de asueto, sino también un espacio para imaginar, para aprender, para escudriñar y fijarnos en los detalles y, sobre todo, un punto de partida para conocer, respetar, entender y valorar el patrimonio que nos rodea, las viejas piedras que guían nuestro camino, guardan nuestra memoria y alumbran nuestros pasos.