Santa María de Ripoll
Restos de Baldaquino de Santa Maria de Ripoll
En 1973 Xavier Barral publicó en la revista francesa Bulletin Monumental toda una serie de elementos pétreos de piedra caliza –cuatros basas y diversos relieves– conservados en el lapidario del Museo del monasterio de Ripoll, que, a su entender, formaban parte de un baldaquino monumental realizado en la abadía de Ripoll, a mediados del siglo xii. Una parte de dichos fragmentos –dos basas- se encuentran actualmente depositados y expuestos desde el año 2011 en la colección románica del Museu Nacional d’Art de Catalunya, mientras que el resto permanece en Ripoll.
Las basas, monolíticas, están formadas por un plinto cuadrado de 46 cm de lado y 10 cm de altura, sobre las que se alza un toro decorado con el motivo del entrelazo que sirve de asiento una desarrollada escocia coronada por un segundo toro. Cada una de las piezas, que alcanzaba una altura total de 54 cm, está decorada con serie de figuras humanas y animales, principalmente ubicadas en los ángulos y adaptadas a la concavidad de la escocia, que se van alternando de la siguiente manera: base A –un hombre entre leones–, base B –cuatro leones rampantes–, base C –cuatro hombres sentados–, base D –un león entre hombres. En el año 2000, Jordi Camps atribuyó, de manera convincente, una cabecita de león del antiguo fondo del MNAC (núm. inv. 202505), de 15 x 11’5 x 13 cm, como perteneciente a uno de los felinos de la base A.
Por lo que respecta a los otros restos del supuesto baldaquino, éstos se conservan todavía en el Museo de Ripoll y habrían formado parte, según Barral, del registro superior del mismo. Se trata seis fragmentos, de distinto tamaño y estado de conservación. Los fragmentos 1 y 2 presentan sendos personajes sedentes y nimbados, con libro, bajo arcada. El fragmento 3, el más interesante de la serie, consiste, de nuevo, en un personaje bajo arcada –esta vez un ángel– que sosteniente, con su mano derecha, una Sagrada Forma decorada por una cruz. La pieza se continúa en su lado izquierdo con la enjuta de un arco abierto. Por último, en el fragmento 4, que se encuentra en un estado muy fragmentario, se aprecia el incensario de un ángel turiferario, mientras que los fragmentos 5 y 6, más pequeños, son restos de un ropaje y de un elemento vegetal.
En cuanto a su estilo y técnica nadie duda en poner en relación de estas piezas el taller escultórico del portal de Ripoll. Ese paralelismo es muy claro en los ornamentos y figuraciones de la parte alta del ciborio –ángeles y figuras sedentes–, muy cercanos los relieves de la fachada. No obstante, tal y como señaló Barral, si bien en las basas encontramos igualmente elementos formales de la portada –como el motivo del entrelazo o el uso del plomo para marcar la pupila de los ojos–, la tendencia al altorrelieve de sus figuras, con marcados pliegues pinzados en los ropajes y poderosa descripción de los tendones de los animales, dota a su figuras de una vivacidad cercana a los talleres escultóricos del Rosellón, algo que se constata igualmente en el ala románica del claustro de Ripoll.
Desde un punto de vista iconográfico, su decoración escultórica se ha puesto en relación con modelos italianos, donde es habitual encontrar atlantes en las basas y ángeles turiferarios en las enjutas de los arcos. No obstante, en el caso de la base A se ha sugerido una representación del tema de Daniel en el foso de los leones en paralelo a una figuración semejante de una base perdida del deambulatorio de Sant Pere de Besalú. El tema, de evidentes connotaciones salvíficas y de victoria contra el mal, enlaza perfectamente con el carácter triunfal y eucarístico del baldaquino, el cual cubre literalmente el lugar de la consagración de las especies eucarísticas. Los ángeles con el incensario y la Sagrada Forma que decoran las enjutas de los arcos del ciborio se presentarían, pues, como un eco divino de la liturgia terrestre. Su precedente iconográfico estaría en los ángeles sosteniendo hostias marcadas con cruces de los ángulos de los capiteles frontales del monumental baldaquino del abad Eustazio en San Nicolás de Bari (1105-1123).
Si bien es verdad que las basas fueron dadas a conocer por J. Puig i Cadafalch y que algunos autores habían sugerido su pertenencia a un ciborium, no es menos cierto que fue mérito de X. Barral el haber hecho una propuesta reconstructiva del monumento adjuntando también otros elementos, como los relieves de la parte superior, y dotarlos de un contexto histórico-artístico. Así, al hilo de toda una serie de obras llevadas a cabo en la basílica en el segundo tercio del siglo xii –abovedamiento de la nave, nueva portada escultórica y elevación del presbiterio ornamentado con un mosaico pavimental–, este nuevo mueble litúrgico habría venido a substituir el precedente baldaquino-templete que el abad Oliba había colocado en el altar de Ripoll de 1032.
Lamentablemente no nos ha llegado apenas material alguno de los baldaquinos-templete encargados por Oliba para las iglesias abaciales de Ripoll (1032) y Cuixà (1040). Para Imma Lorés, el único resto identificable con el antiguo ciborio de Oliba en Cuixà –en el que se combinaba el mármol, la madera y el revestimiento de plata y esmalte–, sería una base de mármol rosa conservada actualmente en el claustro. Su peculiar color coincidiría, según la citada autora, con la descripción que Garsies hace entre 1043-1046 del ciborium, al referirse a que éste se alzaba sobre cuatro basas con columnas “rojizas” que simbolizaban la sangre de los mártires.
Peor suerte corrió el viejo baldaquino de madera, plata y esmalte que Oliba donó a Santa Maria de Ripoll con motivo de la consagración del templo en 1032. Gracias al inventario del tesoro de 1047, sabemos que el abad-prelado había donado tres tablas y un ciborio de orfebrería. Se trataba de una tabla principal o frontal de altar, cubierta de oro con dieciséis piedras preciosas y esmaltes, y dos tablas menores, cubiertas de plata, que seguramente servían para decorar los laterales de dicho altar mayor. Todo ello venía enmarcado por un ciborio espectacular, con sus columnas y techumbre recubiertas de plata: In primis, in altare sancte Dei genitricis Marie tabulam coopertam auro cum lapidibus et esmaltis XVI; tabulas cooperta argento II, colunas ciborii coopertas argento, et desuper tabulam coopertam argento. Aunque la descripción no permite saber si se trataba de piezas con escenas narrativas, en el caso del frontal de altar, por su formato en tres partes y su colorida combinación de metales, piedras preciosas y esmaltes, su aspecto recordaría seguramente al del antipendium de oro realizado por Volvinius para la basílica de San Ambrosio de Milán durante el período carolingio (835-850). O quizás más bien a otras obras milanesas contemporánea al abad Oliba, como la Cubierta del Evangeliario de Ariberto d’Intimiano (1018-1054) del Tesoro de la Catedral de Milán, de plata repujada con esmaltes, y datada hacia 1030. Por otra parte, en esa misma época la condesa de Barcelona, Ermessenda, había donado en 1038 a la catedral de Girona una enorme cantidad de oro (300 uncias) para la construcción de una tabla dorada (ad auream construendam tabulam), la cual fue completada hacia 1041 por su nuera, la condesa Guisla, esposa del Ramon Berenguer I. Gracias a la descripción realizada del mismo por J. Villanueva sabemos que este frontal dorado, destruido en 1809 durante las guerras napoleónicas, contenía toda una serie de representaciones icónicas y escenas narrativas, pues estaba presidido por la Virgen María, rodeada de los cuatro Evangelistas en esmalte y tituli, y se acompañaba de treinta y dos compartimentos en esmalte con la Vida de Cristo.
El caso es que en los últimos años se ha publicado toda una serie de documentación que explica cómo se produjo la destrucción del ciborio de Oliba en Ripoll, así como el encargo del nuevo baldaquino. La información la proporciona un antiguo inventario manuscrito –Barcelona, Biblioteca de Catalunya, ms. 430–, realizado por el biblliotecario del monasterio de Ripoll, Roc d’Olzinelles, a principios del siglo xix, antes del incendio de 1833. En 1141, el conde de Barcelona, Ramon Berenguer IV, obligó a la comunidad de Ripoll a destruir parte del ajuar del altar mayor para convertirlo en 200 libras de plata a cambio de la donación del alodio de Molló: “[...] pidio con instancia 200 libras de plata del tesoro de la Sacristia para el socorro de sus necesidades a cuya entrega se resitieron los monges, pero por fin condescendieron vencidos por sus instancias, y por temas de la escomunion fulminada por el obispo Oliba y otros obispos” (Barcelona, Biblioteca de Catalunya, ms. 430, f. 24v). Si bien los monjes cedieron, éstos decidieron invertir inmediatamente los réditos de Molló, entre 1141 y 1151, en la restitución de las piezas perdidas en plata con otras nuevas en el mismo metal: una cruz, una cubierta de Evangeliario y las columnas y el techo del baldaquino.
La substitución fue probablemente realizada entre 1146 y 1151 por un artifex cum sociis suis, según un contrato realizado por el prepósito de la abadía, Guillem (Guillelmus prepositus), copiada en un manuscrito de la abadía de finales del siglo xii:
Hoc est breve de Molione ad restaurandum thesaurum, quod ego Guillelmus prepositus restauravi in ecclesia Sancte Marie. Primum in cruce VI libras de argento et octo morabetinos maris, et in teste IIas libras, et in columpnis XII libras, et in cimborio septem libras et I soliudum (….) Et artifex istius opere dispensavit cum sociis suis modiium tritici et XII solidos berguitanos, et cotidie inter argentum ab abluendum et sibi ad potandum II canadels. (París, BC, ms. lat. 5132, f. 104r).
Es pues seguramente entonces cuando se elevó el nuevo baldaquino estudiado por X. Barral, consistente en las cuatro basas de piedra calcárea así como una serie de relieves con ángeles –uno con la Sagrada Forma y otro con un incensario– posiblemente pertenecientes a las enjutas del baldaquino y de claro significado eucarístico. Resulta significativo el hecho de que no hayan llegado hasta nosotros ni las columnas ni la techumbre de este segundo ciborium, pues posiblemente éstas estaban realizadas en madera recubierta de plata, imitando así el primitivo baldaquino de Oliba, por lo que seguramente fueron expoliadas durante la guerra civil catalana contra Joan II, entre 1464 y 1465. Por su parte, J. Duran-Porta ha expresado dudas razonables sobre la utilización de columnas de madera como soporte del cuerpo superior del baldaquino pétreo, aduciendo problemas de estructura y coherencia ornamental. Cabe preguntarse, entonces, si éstas columnas no eran también de piedra pero recubiertas con planchas de plata. De esta manera, el baldaquino realizado entre 1146 y 1151 aunaría en una misma obra la estética del ciborio de Oliba con el nuevo estilo del portal de Ripoll: los relieves en piedra calcárea de las basas y de los arcos, posiblemente pintados con brillantes colores como los de la fachada, combinarían muy bien con el resplandor de las placas argenteas que cubrirían las columnas así como el techo interior y el remate del baldaquino.
Texto: Manuel Antonio Castiñeiras González– Fotos: Manuel Antonio Castiñeiras González /Jordi Camps i Soria
Bibliografía
Altés i Aguiló, F. X., 2004, pp. 64-66; Barral i Altet, X, 1973b, pp. 316-331; Barral i Altet, X, 1987; Camps i Sòria, J., 2000; Castiñeiras González, M., 2008c, pp. 16-18; Castiñeiras González, M., 2011a, pp. 45-50; Castiñeiras González, M., 2013, p. 135; Cayuela Bellido, B., 2008; Duran-Porta, J., 2015, I, pp. 454-455; Gudiol i Cunill, J., 1929, p. 359, n. 1; Gudiol Ricart, J. y Gaya Nuño, J. A., 1948, p. 68; Lorés i Otzet, I., 2007, pp. 187, 190; Puig i Cadafalch, J., 1949-1954, II, p. 64; Puig i Cadafalch, J., Falguera, A. de y Goday, J., 1909-1918, III-2, il. 923, 950.