Sant Miquel de Fluvià
Las excavaciones arqueológicas en el claustro del monasterio de Sant Miquel de Fluvià
Las intervenciones arqueológicas se iniciaron en el año 2003 motivadas por un proyecto de repavimentación y mejora de los alrededores de la iglesia. Esta primera intervención afectó los lados adyacentes del templo: la cabecera, la parte norte de la nave y delante de la fachada. En la cabecera se encontró parte del cementerio medieval constituido por siete tumbas excavadas en el subsuelo en fosas simples y con cubierta de losas de arenisca que se adscriben a los siglos xii y xiii. En la zona norte y delante de la fachada se descubrió un fosado bajomedieval construido con paredes de guijarros que circundaba la iglesia y que se relaciona con la fortificación de esta.
A partir de 2010, el Ayuntamiento de Sant Miquel de Fluvià y el Servicio de Monumentos de la Diputació de Girona promovieron nuevas excavaciones en la zona del claustro, al sur de la iglesia, que llevarían más adelante a la consolidación y puesta en valor del conjunto, actualmente visitable.
Los trabajos arqueológicos llevados a cabo han sacado a la luz los restos del conjunto monástico, que permanecía completamente enterrado bajo el jardín del inmueble popularmente conocido como Palau de l’Abat, un edificio de origen bajomedieval construido como residencia abacial. Se trata de un claustro de planta trapezoidal, canónico en cuanto a su fisonomía y estructuración, con un patio central rodeado de cuatro galerías con pórtico que permitían la distribución a los distintos espacios monacales. La situación del claustro respecto al templo no es casual, ya que colocándose al sur de este, aprovechaba la luz solar y quedaba protegido de la tramontana, un viento del norte que sopla a menudo en todo el territorio ampurdanés.
Pese a la aparente uniformidad del conjunto, se han podido determinar distintas fases constructivas. En un momento inicial, cronológicamente coetáneo o muy próximo a la construcción de la iglesia –consagrada el 1066–, se erigió un primer edificio en el extremo oriental del espacio que posteriormente ocupará el claustro. Se trata de una obra muy robusta, con muros que superan el metro de grosor, forrados con sillares de arenisca, de un aspecto idéntico a los que se pueden apreciar en el paramento original de la iglesia. La construcción, orientada Norte-Sur, sorprende por sus notables proporciones, con una longitud de 15 m por una anchura de 4,5 m. Pocas cosas sabemos de su funcionalidad primigenia, más allá que el nivel de circulación original, consistente en un simple pavimento de tierra batida con un poco de mortero de cal, se encuentra casi un metro más abajo que el nivel de circulación que más adelante tendrá el claustro medieval, articulado durante el primer tercio del siglo xii.
Es probable que este primer edificio también estuviese acompañado por una simple galería ubicada al lado norte, paralela a la pared sur de la iglesia, desde la que se podía acceder a través de una puerta todavía visible hoy día, terminada con un magnífico tímpano decorado con aparejo reticulado. La hipótesis sobre la existencia de esta galería septentrional se fundamenta en la presencia de la base de un muro o podio construido también con sillares de arenisca, un tipo de piedra característico de la iglesia y de las primeras fases claustrales, pero que será substituida en las obras y reformas posteriores, incluido la torre del campanario, por un nuevo tipo de material, la piedra volcánica de la vecina cantera de Vilacolum. Es probable que esta cantera estuviese bajo el control de los mismos condes de Ampurias, grandes promotores del monasterio tal y como parecen confirmar los múltiples escudos del casal emporitano, con las reconocibles tres franjas horizontales, tallados en las paredes del conjunto abacial.
No cabe duda que el aspecto del solar del claustro durante esta primera fase debía ser bastante diferente al actual, ya que se encontraba a una cota más baja y con un fuerte desnivel natural hacia el Sudeste. Por eso, cuando a comienzos del siglo xii se inició la gran reforma del claustro, la que acabaría dándole su aspecto definitivo, uno de los mayores problemas fue el de nivelar el espacio. Esto se consiguió aportando grandes cantidades de tierra, que fue abocada en toda la zona meridional del solar –una vez construidos los muros perimetrales– para tratar de igualar cotas de circulación. La excavación de los mencionados rellenos proporcionó algunos fragmentos cerámicos, que responden esencialmente a ollas de cerámica gris sin ningún tipo de decoración incisa, típicas de los siglos xi-xii. Destaca también el hallazgo de un borde de cannata, una forma un tanto inusual considerada el precedente de los cántaros actuales.
A nivel arquitectónico, la articulación del claustro se hizo respetando el gran edificio preexistente, que fue incorporado como espacio monacal contiguo a la galería oriental, cumpliendo muy probablemente la función de sala capitular. Su interior también se rellenó con tierras y se colocó un enlosado al mismo nivel que las nuevas construcciones claustrales. Resulta interesante ver como los muros del ala sur se entregan a la antigua edificación, adaptándose a ella. La cronología propuesta para estas reformas se sitúa dentro del primer tercio del siglo xii, datación avalada tanto por los materiales arqueológicos como por el estilo de los capiteles documentados.
El patio de esta nueva construcción se presenta delimitado por un podio que lo separa de las galerías. Tiene una forma trapezoidal ya que las galerías este y oeste son paralelas entre ellas mientras que las galerías norte y sur difieren en cuanto a su orientación, y eso permite que la galería este, y consecuentemente las estancias orientales, tengan mayor longitud que el ala oeste. En el patio se encuentran dos elementos relacionados con el abastecimiento y gestión del agua. En el extremo noreste, en el ángulo formado por las galerías, se encuentra una estructura construida a partir de guijarros, revestida de mortero, que servía para almacenar las aguas pluviales procedentes de los tejados de las galerías que vertían al patio. Su anchura es de 2,80 m, aunque se desconoce su capacidad porque fue destruida posteriormente. En la zona central del patio, se encuentra un pozo de metro y medio de diámetro, excavado directamente en el subsuelo natural de la zona, de composición arcillosa. Este permitía el abastecimiento de agua potable sin tener que salir del cenobio.
El podio del claustro separa las galerías del patio. Tiene una altura de 70 cm y una anchura un poco superior a los 60 cm, y está construido a partir de sillares regulares de piedra volcánica local. En el lado interior que da a las galerías, los sillares que lo coronan presentan un perfil biselado, facilitando su uso como banco. Sobre este se erguían las columnas, situadas sobre basas, que sustentaban los arcos que permitían el soportal. La excelente conservación de un tramo de siete metros del podio sur permite identificar la impronta de tres bases de columnas. Estas, de 40 cm de costado, se disponían en un intercolumnio de 1,60 m entre los ejes. Demuestra que el soporte de los arcos se hacía con una sola columna y no con columnas dobles. En los ángulos del podio se encontraban pilares macizos que daban fuerza y cohesión a la estructura porticada. Durante las excavaciones se han encontrado dos basas. Su parte inferior es cuadrangular y coincide con las medidas de las improntas. Ambas tienen una altura de 23 cm y se componen de una escocia entre dos toros. El toro inferior es el más voluminoso y presenta cuatro protuberancias.
Referente a la escultura que se relaciona con el claustro, a parte de los tres capiteles que se encuentran en el interior de la iglesia, entre ellos uno desbastado o mal conservado, y los tres que se han identificado entre las colecciones del Museu Nacional d’Art de Catalunya, proceden de las intervenciones arqueológicas y actuaciones de rehabilitación cuatro capiteles más. Los dos primeros se encontraron entre los estratos que amortizaban el fosado bajomedieval de la zona del claustro. Todos ellos presentan unas medidas regulares de 41-43 cm de altura como de anchura en sus cuatro costados. El primero presenta una decoración geométrica muy sencilla. De forma troncocónica, tiene en sus ángulos unas protuberancias de forma almendrada que recuerdan las basas de las columnas. El segundo capitel se compone de una decoración completa con hojas de acanto y con rostros humanos en la parte superior. El tercer capitel no procede directamente de las excavaciones sino que se encontraba arrimado en el ángulo del edifico del granero como guardarueda. Al moverlo de su sitio, Jordi Camps lo identificó como capitel sencillo, de composición cúbica en la parte superior y troncocónica en la inferior. Durante las obras de demolición del granero se ha encontrado un nuevo capitel. A diferencia del resto, este presenta collarín en su parte inferior, donde se da el contacto con el fusto, y uno de los lados no se encuentra trabajado, tratándose en consecuencia de un capitel adosado.
Durante las excavaciones se han recuperado numerosos elementos constructivos entre los cuales dovelas, una cornisa, fragmentos de fustos y sillares. Todos estos elementos, con las basas y capiteles, combinados con los restos del podio, permiten proponer la modulación en planta del claustro con el aspecto que tendría en alzado.
Las galerías tienen 2,5 m de ancho y solamente en la norte se han documentado los restos del pavimento que consiste en una capa fina de cal compactada. Delante de la puerta que comunica el claustro con la iglesia, en el acceso, se dispone una gran losa de piedra volcánica local de 190 cm de largo por 52 cm de ancho como escalón que salva el desnivel del nivel de circulación entre la iglesia y galería, situada esta última a una cota inferior. En la galería sur se encuentra una canal que permitía evacuar las aguas de lluvia del patio hacia el exterior.
En las galerías norte y este se documenta un uso funerario monacal con la presencia de enterramientos excavados en el subsuelo. El claustro era un espacio sepulcral privilegiado, reservado a la clase monástica y a la élite social que podía tener un acceso mediante el deseo expresado en un testamento o mediante la intercesión de un familiar. El análisis por radiocarbono de uno de los enterramientos aporta una datación calibrada de 1063-1154 dC. Si se considera que la reforma del claustro se hizo durante el primer tercio del siglo xii, este enterramiento se efectuó durante los primeros años de este contexto.
Las galerías articulan las dependencias del monasterio que quedan delimitadas por imponentes muros de clausura. La interpretación funcional de los distintos espacios habitacionales resulta de gran interés. Dado que desconocemos si en el lado oeste había o no habitaciones –el espacio fue profundamente alterado en el siglo xix por la construcción de un granero–, y que el lado norte comunica directamente con la iglesia, sólo se ha podido trabajar en las alas este y sur. La primera correspondía, como ya se ha mencionado anteriormente, a la sala capitular. Esta deducción se basa en distintos argumentos: su situación privilegiada dentro del espacio claustral, su relevancia constructiva, unos acabados más nobles que los demás ámbitos… No debemos olvidar, además, que estaba ocupando el espacio más antiguo de todo el complejo, con la importancia simbólica que esto debía tener.
En cuanto al ala meridional, allí encontramos un gran ámbito que creemos podría tratarse del refectorio monacal. El acceso al comedor se realizaba a través de una apertura que daba directamente a la galería sur, con una puerta de batiente doble. El interior estaba enlosado y en los laterales había banquetas para sentarse que fueron eliminadas en una reforma posterior. Las medidas de la sala, que no ha llegado íntegra a nuestros días, eran de 4 m de anchura –sin contar las banquetas– con un largo mínimo de 12 m. En el extremo este había un pequeño escalón en el suelo, que bien podría tratarse de una diferenciación jerárquica entre el espacio que ocupaba durante las comidas el abad, y el resto de la comunidad, situada un poco por debajo. Esta distinción aún tiene lugar actualmente en algunos monasterios benedictinos.
En lo que se refiere a los tejados de las estancias, eran a doble vertiente, soportados encima de un envigado del que aún se observan, en el caso del ala este, los agujeros de encaste en la pared exterior del transepto de la iglesia. Los correspondientes a las galerías eran de una vertiente y todos confluían hacia el interior del patio.
Ya en el exterior del conjunto claustral, se encuentran algunas construcciones medievales, aún poco estudiadas arqueológicamente, seguramente relacionadas con los espacios de trabajo del monasterio.
Como se menciona anteriormente, las excavaciones del año 2003 pusieron al descubierto la estructura del fosado que circunda la iglesia en sus lados norte y oeste. La sorpresa fue registrar también la existencia de esta estructura en todo el lado de mediodía de la iglesia, ya que esta obra defensiva supuso la destrucción de buena parte del monasterio pues afectó la galería oeste, el patio y la galería y estancia este. El foso, con una anchura de hasta 5 m y una profundidad de 2,5 m, fue excavado en el subsuelo y discurre paralelo a la pared de la iglesia y del transepto. En su construcción, se aprovecharon algunas estructuras del claustro como el muro norte del podio que sirvió de escarpa.
Esta obra defensiva que se suma a la fortificación de la iglesia, se relaciona con la crisis bajomedieval catalana que se inició en la segunda mitad del siglo xiv. Los efectos del período de luchas internas y externas acompañado de una crisis económica hicieron que la iglesia se transformara en una fortaleza, como pasó también en ejemplos próximos como el de Corçà, Parlavà o Vilacolum entre otros. La fortificación consistió en sobrealzar el campanario y la iglesia al mismo tiempo que se les dotaba de aspilleras, almenas y batiportas. El campanario, que en origen era exento, se unió a la iglesia y tomó forma de torre del homenaje, como si de un castillo se tratara.
La fortificación no se debe a un conflicto único sino a un período de enfrentamientos que hicieron que la obra se adaptara y reformulara en diferentes ocasiones. Los primeros materiales cerámicos que se encuentran al fondo del foso, se sitúan en torno al año mil cuatrocientos. En este momento Pedro el Ceremonioso se enfrentaba al condado de Empúries, y en el contexto de la Guerra de los Cien años, el conde de Armañac, en plena tregua, reclamaba una compensación económica para mantener a sus tropas. Ante la negativa, los mercenarios comandados por Bernardo de Armañac atacaron y ocuparon el Rosellón y el Ampurdán durante medio año. Existe un documento en el Archivo Diocesano del Obispado de Gerona que indica que el 8 de abril de 1390 la iglesia del monasterio de Sant Miquel se encontraba en parte derruida por el ataque de estos mercenarios. Los conflictos no cesaron durante el siglo xv cuando se produjeron las revueltas remensas o la Guerra Civil entre la Diputación del General y la monarquía de Juan II de Aragón. Este último conflicto provocó que en el 1477 las tropas francesas atacaran Sant Miquel de Fluvià.
La excavación de los estratos que colmataban el foso aportó interesantes materiales. Por un lado, se recuperaron muchos elementos constructivos del monasterio, entre los cuales los dos capiteles que se ha comentado, así como también buena parte del podio norte caído ordenadamente dentro del foso –este orden se pudo documentar y facilitó su reconstrucción actual-. Relacionados con los conflictos, se encontraron bombardas de grandes dimensiones, de hasta 38 cm de diámetro, que nos ponen de manifiesto la conflictividad y el tipo de poliorcética del momento. El repertorio de los materiales cerámicos que encontramos, nos dan una cronología inicial que se sitúa en el entorno del mil cuatrocientos y una final situada a mediados del siglo xvi, momento en el cual, superados los conflictos, se colmató el foso de sedimentos y se arregló el entorno.
Evidentemente la construcción del foso supuso el fin de la vida monacal en el claustro, apenas cuatrocientos años después de haberse erigido. A partir de entonces la comunidad, suponemos que ya bastante reducida, debió trasladarse a algún otro sitio, quizás en el mismo Palau de l’Abat. No obstante, entre la construcción del foso a finales del xiv y el abandono definitivo de algunas habitaciones pasaron aun algunos años.
Los datos arqueológicos parecen indicar que los efectos bélicos también se dejaron notar en la zona sur del claustro, donde algunos muros cedieron parcialmente, afectando parte del pavimento del refectorio, así como de la sala capitular. Pasados los episodios los espacios se repararon, si bien de forma poco cuidadosa, por lo cual suponemos que ya no desempeñaban funciones de residencia monacal. Entre las principales reformas documentadas podemos mencionar la construcción de un muro de separación en medio del antiguo comedor, dividiéndolo en dos salas. En la del oeste se espoliaron las losas del suelo y se rebajó el nivel de circulación original; probablemente también se construyó un arco diafragmático, cuyos restos se intuyen ligeramente. En la sala este, por su parte, se levantó una estructura en cuarto de círculo adosada en uno de sus ángulos, cuya funcionalidad no se ha podido determinar.
La vida en estos espacios, sin embargo, no duró mucho y su derribo definitivo se produjo a lo largo de la segunda mitad del siglo xv. Entre los materiales recuperados de los escombros podemos nombrar, además de tejas, algunos elementos arquitectónicos procedentes del claustro –como columnas o dovelas–, que ya se encontraba parcialmente derribado. Si bien la mayoría de piezas eran de factura románica, correspondientes a la fase del siglo xii, una minoría parecían ser más tardías, cosa que nos indicaría la existencia de alguna fase de reforma gótica no conocida a nivel arquitectónico. En cuanto al contexto cerámico, podemos destacar las importaciones de loza valenciana, tanto dorada como azul, con los motivos característicos de la segunda mitad del cuatrocientos (ave esquematizada, rosa gótica, palmetas y hojas rayadas, Ave María, palmitos…).
En el siglo xvi hay una transformación del entorno que coincide con la modificación de la fachada de la iglesia, cuando se sustituye la puerta románica por una portalada gótico-renacentista donde se encuentra una inscripción que fecha de 1532. En este momento, en la zona más inmediata a la pared meridional de la iglesia, donde se ubicaba la galería norte y el patio del claustro, el espacio funcionó como cementerio parroquial. La tipología de las tumbas, excavadas en el subsuelo, es bastante homogénea; alargadas con los extremos redondeados y orientadas mayormente en el eje Oeste-Este. En este momento, los cristianos lavaban los difuntos antes de ser enterrados y los envolvían en un sudario. Es por esta razón que se encuentran numerosas agujas de mortaja que acompañan los esqueletos. La superposición de tumbas es habitual y se debe a una pérdida de señalización de la sepultura antigua. Se han identificado un total de 69 individuos en un espacio de poco más de 30 m2 y entre ellos, se encuentran perinatales, infantiles, juveniles y adultos, de los que se identifican mujeres y hombres.
El cementerio parroquial, que se extendía también delante de la fachada, estuvo en uso en este sector hasta la desamortización eclesiástica. A finales de siglo xx el Ayuntamiento compró el edificio de la antigua abadía y el terreno de mediodía de la iglesia, que en aquel momento se constituía de frutales y un huerto.
Texto y fotos: Andrea Ferrer Welsh/JFT
Bibliografía
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