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Interior hacia el presbiterio

Identificador
31460_01_058
Tipo
Formato
Fecha
Cobertura
42º 35' 30.22'' , -1º 21' 44.82''
Idioma
Autor
Carlos Martínez Álava
Colaboradores
Sin información
Edificio Procedencia (Fuente)

 

País
España
Edificio (Relación)

Iglesia de Santa María

Localidad
Aibar/Oibar
Municipio
Aibar / Oibar
Provincia
Navarra
Comunidad
Navarra
País
España
Descripción
EL SANTUARIO DE SANTA MARÍA se encuentra en la parte baja de la población, al pie de la carretera NA-132. Además de la parroquia, es el único templo que ha conservado la villa de las más de veinte ermitas que se citan como documentadas en los siglos XVI y XVII. Su emplazamiento en el barrio inferior se debe de corresponder con la ampliación medieval del primitivo recinto habitado, a la vera de la parroquia y el castillo. Lógicamente se debió de fundar como dotación litúrgica de la zona baja del pueblo. Aunque no se ha conservado ninguna referencia documental sobre su construcción, los sillares del templo conservan interesantes elementos que nos van a ayudar a fijar de manera aproximada tanto su cronología, como ciertas interrelaciones con otras construcciones relativamente próximas. En planta presenta nave de cuatro tramos rectangulares casi iguales, y presbiterio semicircular. Sus dimensiones generales, con 18 m de longitud por algo más de 6 de anchura, se asemejan bien con el tipo característico de iglesia rural de nave única. Cada uno de los tramos está marcado al exterior por una serie de estribos de poco resalte y posición equidistante, que se corresponden con los soportes interiores. Estribo y soportes forman un conjunto que se aproxima a los 2,5 m de grosor. Como elemento sustentante destaca la solidez de los muros, que por término medio sitúan su potencia en torno a 1,5 m. Como es habitual en este tipo de templos, la portada se abre al penúltimo tramo del muro sur. El interior define un espacio bello, homogéneo y regular. Destaca lógicamente el ábside semicircular, con los tres vanos de medio punto abiertos simétricamente en su cilindro, y la amplia bóveda de horno apuntada que lo remata. Los vanos nacen de una imposta moldurada que recorre también, a media altura, el primer tramo de la nave. Muestran un profundo abocinamiento y articulación lisa. Sobre ellos, una segunda imposta decorada con roleos y palmetas, a la altura de los cimacios, señala el arranque de la bóveda, que para la nave es de cañón apuntado. Se refuerza mediante cuatro robustos arcos fajones de sección cuadrada y dobladura rectangular, en perfecta correspondencia con la secuencia de soportes que delimitan al interior los tramos de la nave. Conforman las tradicionales pilastras prismáticas con semicolumna adosada (alguna seccionada), asociando el capitel cuadrado con el arco y el pilar rectangular con su dobladura. Los capiteles interiores muestran como factor común motivos vegetales, tratados de manera esquemática, plana y simplificada, con las hechuras propias de un maestro local muy poco dotado. En general se observa un acentuado protagonismo de las superficies lisas y las composiciones simétricas y populares. Si comenzamos su descripción desde el fajón más oriental, el del lado norte muestra grandes hojas lisas que se doblan en los vértices superiores y los centros para acoger bolas alargadas. Su cimacio continúa la secuencia de roleos y palmetas de la imposta del ábside. Tras el soporte se hace lisa. Su correspondiente en el muro sur parte de las composiciones de hojas en dos niveles, festoneadas y hendidas en la mitad inferior, y tallos que se avolutan en la superior. Este tipo decorativo, observado en numerosos ejemplos del románico pleno, está aquí tratado de forma plana esquemática. El cimacio sigue también por este lado la imposta absidal. La siguiente pareja de capiteles simplifica todavía más los repertorios decorativos. El septentrional lleva palmetas inscritas en besantes, uno por cara; su correspondiente por el sur, la silueta de hojas lisas que alcanzan con su curvatura las esquinas superiores. Ésta va a ser la tónica también del resto de los capiteles. El norte del tercer fajón añade a un fondo con leves incisiones verticales cabezas muy sumarias en las esquinas superiores, y piñas que cuelgan de los centros; por el otro lado, bastones avolutados y cabezas angulares. El fajón más occidental apea sobre uno similar al anterior, pero, en lugar de cabezas, muestra pájaros ingenuos y populares, y por el sur otro, con hojas festoneadas en los ángulos y rosetas en los centros. Todos los cimacios son lisos, continuando la imposta perimetral. Uno añade motivos geométricos incisos. Las basas, de notable altura, montan sobre dobles plintos prismáticos, con bocel el interior y liso el superior. Dichas basas llevan amplio toro inferior con cabecitas o bolas en los ángulos del plinto, media caña y toro menor, siguiendo esquemas compositivos ya observados en San Pedro. Al exterior, la iglesia de Santa María, completamente libre de edificios anejos y adiciones posteriores, muestra formas rotundas y depuradas. Desde el ábside adquiere su perspectiva más afortunada, de la que destacan el tejaroz, los canecillos volados y lisos, la portada y los contrafuertes. Estos últimos repiten la articulación y medidas de los pilares interiores. Son prismáticos, relativamente planos y alcanzan sin modulación alguna el tejaroz que remata el perímetro del templo. Su composición, proporciones y correspondencias interiores se vinculan con la vecina parroquia de San Pedro. Los que flanquean la portada quedan embutidos por su paramento adelantado; otras dos parejas refuerzan respectivamente el hastial occidental en sus cuartos intermedios y el cilindro absidal de la cabecera. Entre ellas se sitúan la reducida abertura de los vanos absidales, el central cegado. Otra ventana similar centra la parte alta del hastial. La portada, de génesis casi exclusivamente arquitectónica, se abre sobre un paramento adelantado a la altura de los estribos. El abocinamiento consiguiente se articula mediante cuatro arquivoltas de platabanda y poco resalte. Junto al vierteaguas exterior, apean sobre imposta lisa y pies derechos. El tímpano, también liso, se asienta sobre montantes semicilíndricos. El paramento alcanza el tejaroz, diferenciado del resto por su moldura taqueada, que de nuevo nos remite a la nave norte de San Pedro. Esta parte de la portada acoge los únicos elementos decorativos del exterior del edificio; una línea de nueve canes muy deteriorados entre los que, de Este a Oeste, se distinguen un felino, otro animal con la cabeza vuelta, una figura humana boca abajo, dos con rollos, una contorsionista (?), figura humana muy perdida, hoja festoneada y figura muy deteriorada. Tanto los capiteles interiores como la articulación general del edificio recuerdan a tipos muy extendidos en la arquitectura rural navarra. No obstante, la depuración de las formas, la simplificación de los repertorios decorativos hacia el esquematismo y los contrafuertes de poco resalte conectados con el tejaroz denuncian tanto lo tardío del templo como el eco que, como en otros edificios de la comarca, deja la abacial de la Oliva. A pesar de todo, el peso de la tradición, sobre todo en las basas y los capiteles en dos niveles de inspiración languedociana, tampoco parece posible traspasado el umbral del siglo XII. Una inscripción del interior del presbiterio y las marcas de cantería van a ayudar a concretar un poco más la posible cronología del templo. A la izquierda del retablo, sobre la imposta que remata el cilindro del ábside, uno de los sillares acoge la siguiente inscripción: NONAS APRILIS/OBIIT SENIOR/GARCIA FOR/TUNIONES. La inscripción no cita el año del fallecimiento; sólo que sucedió a principios del mes de abril. ¿Aparece este señor de Aibar en la documentación del contexto temporal y constructivo del edificio? Lamentablemente, García Fortuniones es un nombre relativamente frecuente; de hecho, en ocasiones se le añade un topónimo para terminar de especificar su propiedad. En la documentación medieval de Leire figuran cerca de treinta Garcia o Garsia Fortuniones. Sin embargo, sabemos que el apellido Fortuniones fue tradicional en el solar y linaje de Aibar, especialmente en los siglos XI y XII, documentándose varios tenentes, entre los que cabe señalar a Jimeno Fortuñones en el mismo Aibar (1073-1086), Iñigo Fotuñones en Salazar (1085-1104) y otro Jimeno Fortuñones en Petilla (1136-1141). A partir de estos datos vamos a intentar precisar un tanto los contextos tanto geográficos como cronológicos en los que dicho personaje debió de vivir. La posición de la inscripción no nos remite a un enterramiento, sino a la referencia escueta del acontecimiento luctuoso. Siguiendo esta hipótesis, el texto recogería la noticia de la muerte de un Senior vinculado de alguna forma con la construcción del edificio. ¿Quizá su patrono? De ahí que no se cite el año. García Fortuniones sería un noble muy cercano a la construcción del templo, que murió cuando éste avanzada en su primer impulso constructivo. Lamentablemente no conocemos ningún instrumento que nos permita determinar la data de la muerte ni la filiación de tal personaje. En la donación para la obra de San Pedro se cita un filio de Garcia Fortuniones de radice Castello. Unos años después, en 1154, un García Fortuniones aparece como testigo de dos documentos, uno de Lope, obispo de Pamplona, y otro de Sancho el Sabio. Algo más concreto va a resultar el estudio de las marcas de cantería. Tanto al exterior como al interior, su presencia es nutrida. Distribuidas de forma bastante regular, se han detectado doce diferentes. De las doce, ocho se observan también en el monasterio de La Oliva, especialmente el muro del hastial norte del crucero y en las dependencias del ala del capítulo. Ambos espacios arquitectónicos se vinculan con la primera fase constructiva del cenobio cisterciense, fechada en el último tercio del siglo XII. Los lazos lógicos con San Pedro de Aibar en cuanto a estribos, soportes, tejaroz e inspiración del repertorio decorativo, tratados con un evidente espíritu reduccionista y seriado, otorgan a Santa María cierta distancia cronológica. Ambas líneas de ecos y afinidades confluyen, pues, en el último tercio del siglo. Ésa sería la cronología que proponemos para Santa María de Aibar.