Ciudad de Lleida
LLEIDA
Ciudad de Lleida
La visión urbana que tenemos en la actualidad de Lleida poco o nada tiene que ver con el aspecto que presentaba en la época románica. Naturalmente, el largo tiempo transcurrido algún tipo de mella tenía que ocasionar, pero los avatares históricos, en especial las contiendas bélicas, aunque no exclusivamente éstas, produjeron unos efectos nefastos en la ciudad histórica monumental. En consecuencia, la tarea de recomponer virtualmente aquella Lleida, centrando el interés en el patrimonio construido, es compleja, también cuando nos referimos al barrio monumental que existió en el turó de la Suda, la acrópolis en dónde históricamente se han asentado las civilizaciones que han pasado por el territorio y asimismo centro de la Lleida medieval.
Para aproximarnos a la configuración urbana y a los edificios monumentales de la Lleida románica, y también de un modo más genérico a la Lleida medieval, son puntos de partida esenciales tanto el material que proporcionó el historiador y cronista Josep Lladonosa, como la cartografía de época moderna, singularmente los planos militares –que muestran los progresivos cambios que sufrió la urbe en los siglos xvii y xviii–, así como, naturalmente, los resultados de los trabajos arqueológicos efectuados en el entorno de la ciudad. En este sentido, uno de los mayores retos que se presentan ante arqueólogos e historiadores para acercarse a la antigua iconografía urbana es la confrontación de los resultados de las excavaciones con las fuentes documentales y las representaciones gráficas de la Lleida moderna.
Antes de la conquista cristiana de la capital del Segre en 1149, en la Suda –así también se llama el barrio que ocupó el turó en la documentación medieval–, en tanto que centro neurálgico de la ciudad, se localizaba la mezquita principal, cuya existencia queda atestada por las mismas fuentes musulmanas, aunque por el momento no se conoce a ciencia cierta ninguna evidencia material de su existencia. Tampoco se dispone de suficientes verificaciones arqueológicas para establecer el trazado completo de las murallas de la madina Larida, la Lleida islámica, aunque de ellas existen tanto noticias históricas como algunas evidencias arqueológicas. A diferencia de ello, el complejo defensivo situado en lo alto del turó es mejor conocido por los arqueólogos, pues existen múltiples restos arquitectónicos, aunque de difícil interpretación, de la que debió ser una imponente alcazaba.
Como resulta lógico, la Lleida cristiana continuó teniendo el altozano como principal núcleo urbano, siendo, no obstante, objeto de una importante reorganización. En efecto, entre los siglos xii y xiii se produjo una sustitución de las construcciones andalusíes como consecuencia principalmente del restablecimiento de la sede episcopal. En la Suda se emplazó el Castell del Rei (en la terraza conocida como la Roca Sobirana), que era en realidad la antigua fortaleza islámica reconvertida en palacio real, y la catedral medieval de nueva construcción (en la terraza de la Roca Mitjana), que ejercían la función, respectivamente, de centros de poder civil y eclesiástico. Los mayores cambios topográficos se produjeron, sin duda, a raíz de la construcción de la gran catedral, la Seu Vella, iniciada en 1203, pues se tuvieron que derribar edificios localizados en el solar que se destinó para levantar el templo y se tuvo que nivelar el terreno repicando la roca madre por el lado del castillo y añadiendo tierras para crear un terraplén por el lado del río.
El barrio de la Suda postislámica se llegaría a identificar con lo que a menudo se llama “ciudad episcopal”, es decir, aquella que tiene su conjunto urbano regido por una catedral como elemento que destaca por encima de la urbe. La ciudad episcopal leridana responde a un modelo bastante estandarizado en los siglos xii y xiii, con el grupo fundamental –la catedral, claustro, la canónica, el palacio del obispo–, el cual se vio expandido con las casas de los canónigos. En efecto, si bien en un primer momento el Capítulo fue reglar –y por lo tanto hacía uso de la canónica como lugar de habitación–, bien pronto se secularizó (1254), de forma que los canónigos abandonaron el claustro y empezaron a alojarse en casas de los alrededores de la catedral. El proceso de apropiación de estos espacios se hace palpable si se revisa la obra del mencionado Lladonosa, los trabajos del cual son una fuente inagotable de noticias, y, claro está, de interpretaciones sobre la organización de las calles de la acrópolis medieval ilerdense. A grandes rasgos, podríamos decir que dicho proceso se manifiesta a través de la constatación documental de que, tras la conquista, las propiedades de las cercanías de la catedral eran de seglares y que, progresivamente, el Capítulo adquirió las casas del barrio, hasta que este pasó a ser, básicamente, una ciudad eclesiástica inserta dentro de la propia trama urbana de Lleida.
No nos extenderemos en reproducir las noticias que ilustran este proceso, sino que, tan sólo, y de modo ilustrativo, haremos referencia a la presencia de casas de canónigos ―o, en todo caso, a edificaciones vinculadas a la vida episcopal y canonical― en las calles inmediatas al templo. Entre las vías inmediatas a la catedral identificadas por Lladonosa se puede mencionar la calle del Bonaire Alt, que corría en paralelo por el sector norte del conjunto del claustro y la catedral y en la que se hallaban los albergues de varios curas. La calle llamada del Canal d’en Jaca tenía una notable residencia que era propiedad del vicario de la capilla de Sant Pere (también conocida como capilla de los Montcada), y que también era habitada por beneficiados. Por supuesto, en el entorno catedralicio se localizaba asimismo el palacio del obispo, justo enfrente del brazo sur del transepto de la catedral. De hecho, este palacio se ubicaba en la calzada que corría paralela al frente sur de la catedral, desde el portal dels Bernats a las escaleras que suben a la puerta de la Anunciata, calle que era denominada indistintamente Carrer de la Claustra, de les Pavordies y del Bisbe. Pero también hay que tener en cuenta que, en época románica, en el tozal de la Suda también se establecieron casas de familias nobles, como la de los Montcada.
Aunque de todo ello en la actualidad tan sólo queda en pié el emblemático conjunto monumental de la Seu Vella y el Castell del Rei, prueba de la monumentalidad de la ciudad medieval son los sucesivos hallazgos arqueológicos producidos en las últimas décadas, siendo el barrio presente en casi todas la catas y excavaciones realizadas en el entorno del turó. Así, por ejemplo, en la vertiente sureste del tozal se localizó un muro que actuaba de base de un edificio alzado entre los siglos xiii y xiv y cerca de éste la esquina de otro edificio, vestigios que se considera que podrían corresponder a algunas de las casas de los pavordes, de beneficiados y funcionarios eclesiásticos que Lladonosa situaba en este sector.
El antiguo barrio medieval desapareció a consecuencia de la fortificación del cerro en época moderna. En relación con este punto es necesario anotar brevemente que, si bien entre 1644 y 1647, con la Guerra de els Segadors, Lleida sufrió importantes destrucciones, el asedio que produjo más daños en época moderna fue la guerra de Sucesión, cuando en 1707 las tropas de Felipe V ocuparon la ciudad. Entonces la Seu Vella se convirtió en cuartel militar y el turó en ciudadela. Desapareció la ciudad antigua y en su lugar se erigió el Castillo Principal, que pasó a pertenecer al ejército del Estado español. Para cerrar las notas sobre los principales arrasamientos que padeció el turó hay también que mencionar el trágico episodio de la explosión, en 1812, durante la Guerra de la Independencia, de un polvorín que estaba instalado en el interior de la misma Suda y que provocó la desaparición de parte del extremo de levante del palacio. Tan violenta fue la explosión, que hasta afectó la catedral e incluso casas del barrio de Magdalena, situado en la vertiente noreste del turó.
Pasando a otro asunto, tras la cristianización la ciudad se constituyó en términos parroquiales, que se organizaron en torno a su iglesia. El año 1168 se promulgó la Ordinatio Ecclesiae Ilerdensis, que además de regular el capítulo catedralicio, significó la división parroquial. Esta segmentación no sólo fue en el aspecto religioso, sino que se convirtió en la base de la organización de la sociedad y la vida urbana. En general, las edificaciones de la ciudad baja son de un menor carácter monumental que los de la parte alta, aunque, como veremos, algunos de los templos, como la hoy subyacente iglesia de Sant Joan de la Plaça, debieron de ser realmente admirables. En la actualidad, en la ciudad del Segre tan sólo se conservan en pié los templos románicos de Sant Llorenç y Sant Martí como evocación de aquel tejido parroquial, aunque existieron también los de Santa Magdalena y de Sant Andreu, además del ya citado de Sant Joan.
Después de la conquista, habrían persistido las fortificaciones anteriores, quizás fusionadas con nuevas construcciones. La documentación posterior a la cristianización proporciona noticias de algunas de estas murallas. En cuanto a las puertas, se conoce que el portal principal de la Suda se abría al Oeste y que además debieron de existir algunas puertas de comunicación con la calle Mayor. La documentación también menciona la Cuirassa sarracena, que llegaba hasta la misma calle Mayor. El sector inferior de la ciudad, que posteriormente correspondería a la parroquia de Sant Joan, estaba cerrado por una muralla paralela al río y por otras dos murallas transversales. En esta zona se abrían tres portales: el de la Alcántara, el de Gardeny y el del camino de Corbins.
Desde el punto de vista de la iconografía del paisaje, la primera y probablemente la más conocida de las representaciones gráficas de Lleida de la época moderna es una vista realizada por el pintor flamenco Anton van den Wyngaerde en 1563 (que se conserva en la Österreichische Nationalbibliothek de Viena). La imagen en cuestión revela una panorámica con la fachada urbana que mira al río, mostrando los elementos emblemáticos. Pese a ser del siglo xvi, en el dibujo de Wyngaerde la ciudad conserva la configuración medieval, con la acrópolis en lo alto y extendiéndose por las vertientes del tozal hasta la misma ribera del río Segre. Esta ilustración es de gran utilidad en la tarea de reconstruir mentalmente la ciudad medieval, puesto que describe algunos de los edificios desaparecidos de los que nos hablan las fuentes, pero de los que se ha conservado el menor vestigio material, así como de otros que han sido puestos a la luz mediante las excavaciones arqueológicas.
Muy distinta a ésta es la imagen de la urbe que han legado las representaciones posteriores de época moderna, durante la cual, como venimos diciendo, desapareció progresivamente el barrio de la Suda y la catedral fue convertida en un inexpugnable fuerte. La confrontación de la vista de Wyngaerde con las otras tantas que la sucedieron, nos advierten de como la ciudad medieval desapareció gradualmente del cerro. En la etapa moderna el tozal continuó ejerciendo de centro de poder, del poder borbónico, que hizo del lugar su emplazamiento estratégico convirtiéndolo en una lóbrega construcción aislada de la urbe por medio de murallas y baluartes, cuya potencia todavía hoy contemplamos, no sin imaginar como debió ser el barrio de la Suda cuando era el centro neurálgico de la ciudad.
Pero no todos los edificios notables se concentraron en el barrio alto. Muestra de ello es la presencia del palacio de la Paeria en un punto cercano al río. Se construyó en la calle principal de la ciudad baja, el ya citado carrer Major, que desde poco después de la conquista debió de considerarse la calle más importante de Lleida, puesto que ya se menciona como tal el año 1173. Finalmente, en los alrededores de la ciudad amurallada florecieron otros centros vinculados a comunidades religiosas, que manifiestan la monumentalidad del patrimonio construido románico de la ciudad del Segre. El primero de estos testimonios es el complejo de Gardeny, integrado por un castillo y su iglesia, en dónde se establecieron los templarios, y el segundo es el monasterio de Sant Ruf, lugar de establecimiento de los monjes aviñonenses.
TEXTO: MERITXELL NIÑÁ JOVÉ – FOTOS: MERITXELL NIÑÁ JOVÉ/ JUAN ANTONIO OLAÑETA MOLINA – PLANOS: NOÈLIA ALBANA ARJÓ
Bibliografía
Busqueta i Riu, J. J., 1996a, pp. 97-99; Catalunya Romànica, 1984-1998, XXIV, pp. 131-135; Eritja Ciuró, X., 1998, pp. 193-201; Lladonosa i Pujol, J., 1973, pp. 61-92; Lladonosa i Pujol, J., 1979; Lladonosa i Pujol, J., 2007, pp. 631-694; Lorés i Otzet, I. et alii, 2007, pp. 25-31; Loriente Pérez, A., 1996, pp. 9-37; Loriente Pérez, A. et alii, 1997a, pp. 100-102; Martínez Taboada, P., 1985, pp. 957-972; Morán Álvarez, M. et alii, 2001-2002, pp. 335-357; Muñoz Corbalán, J. M., 1991, pp. 387-390.