Casal de la Paeria
LLEIDA
Casal de
El edificio que hoy conocemos como casal de la Paeria se sitúa en la parte baja de la ciudad de Lleida, cerca del Pont Vell y mirando de una parte de la calle Mayor y de la otra a la avenida de Blondel, que corre paralela al río Segre. La construcción fue alzada como residencia por la familia Sanaüja, señora de les Borges Blanques, tal y como parece indicar un documento del año 1208, en el cual se cita la adquisición, por parte de Mascarell de Sanaüja, de unos terrenos en el lugar de El Pardinal, nombre que entonces recibía este punto de la ciudad, en dónde se hallaban “una adobería, una carnicería y unos baños”, terrenos que podrían corresponder con los que aparecen en un documento de 1185 por el que Ramon de Moncada donaba al obispo y al capítulo de Lleida “unos patios sitos en el Pardinal”.
En unos trabajos arqueológicos llevados a cabo en el sótano de la Paeria en la década de 1980 se identificó una estructura escalonada junto a la fachada posterior del edificio, la cual fue interpretada como la piscina de unos baños árabes, que se relacionaron con los que se citan en el documento antes mencionado de 1208. En cualquier caso, poco después de aquella compra, alguno de los descendientes de Mascarell, Arnau de Sanaüja según Lladonosa, empezaría a fabricar la casa que hoy conocemos sobre estas construcciones preexistentes. El edificio estuvo en posesión de los Sanaüja hasta 1342, año de la muerte de Pere de Sanaüja, último descendiente directo del citado Mascarell. Unos años después, los albaceas de Pere lo vendieron a la ciudad, que tomó posesión en 1383, para convertirse en sede del gobierno municipal, puesto que la construcción que hasta entonces utilizaban los paers –denominación con que se conocen los magistrados que tenían las facultades rectoras y ejecutivas del ámbito municipal– era insuficiente y estaba en mal estado de conservación.
El casal de
La tipología que se describe para la casa de la Paeria, que da especial relevancia al patio –en tanto que distribuidor interior de las salas que lo rodeaban, con una escalera descubierta que unía la planta baja y el piso noble y con una galería–, remite más bien al perfil de la residencia aristocrática que se reproducirá a partir del siglo xiv. De hecho, el carácter de las casas aristocráticas alzadas durante el siglo xiii solía estar constituido, como apunta Eduard Riu-Barrera, por un solo bloque autónomo. Atendiendo esta constatación, y a falta de estudios arqueológicos que lo confirmen, hay que contemplar la posibilidad de que la configuración medieval de la casa de la Paeria pudiese ser el resultado del añadido de unas alas y un patio gótico a un edificio románico precedente de un cuerpo, del que se conservaría la fachada, tan sólo en parte. Esta parece que fue la evolución que siguió uno de los palacios que suelen equipararse tipológicamente a la Paeria de Lleida, el que se conoce como La Fontana d’Or, en Girona, que se organiza en torno a un patio, donde se halla la escalera al primer piso y una galería construida en el siglo xiv, momento en que el edificio se modificó profundamente, ampliando el núcleo original hasta enlazar con la calle posterior. El edificio residencial constituido por un solo bloque también lo describe Pierre Garrigou Grandcham, llamándolo “maison-bloc” o “salle”, cuya tipología corresponde a un grupo de viviendas compuestas por un cuerpo largamente abierto a la calle y que se singulariza por el cuidado de la decoración que ornamenta la fachada, aspecto que como veremos es también característico del edificio ilerdense.
Desde que fuera vendido a la ciudad de Lleida, y ya como sede del gobierno municipal, el edificio de la Paeria ha sido objeto de profundas modificaciones y ampliaciones. Entre las más importantes figura la conversión en prisión de la planta inferior por concesión del rey Fernado el Católico en 1486, uso que perduró hasta que, tras la Guerra de la Independencia, en 1816 fue trasladada a la iglesia de Sant Martí. Hay que anotar también la ampliación de que fue objeto para albergar la Taula de Cambis y Depòsits, origen de la banca local, obras que parece que se iniciarían hacia el año 1582, cuando se adquirieron unos terrenos anejos al edificio, y culminarían en 1589, según se deduce de la información gravada en una placa conmemorativa encastada en la misma fachada principal del palacio.
Tenemos noticia de nuevos avatares siglos más tarde, en una memoria escrita por el leridano Diego Joaquín Ballester en 1860, donde el autor diseñaba un plan de mejoras urbanas para situar la ciudad de Lleida “a la altura que reclaman sus circunstancias y de las colosales obras que se están verificando a su alrededores”. Allí se proponía, entre otras actuaciones, la venta del solar del edificio de la Paeria, pues, según Ballester, las sucesivas reformas lo habían convertido en “un edificio que no tiene hoy ninguna de las circunstancias de que debe estar adornada una casa de esta naturaleza”. Por el contrario, el dinero obtenido con la venta podría ser reinvertido por el Ayuntamiento en la mejora de otros aspectos de la ciudad. Estos planes no se llevaron a cabo puesto que, en 1867, el arquitecto Agapito Lamarca remodeló el piso superior de la fachada principal y proyectó, también, la fachada posterior de la Paeria, la de La Banqueta, de estilo neoclásico. Centrándonos en la fachada principal, y según se observa en fotografías de aquél entonces, en esta fase de reforma se añadió un segundo cuerpo, que casi duplicaba la altura del edificio primitivo y que se iluminaba con cinco ventanas. Otro de los aspectos de que nos informan las fuentes gráficas es de que en la planta baja había un registro de aberturas en correspondencia con los cinco ventanales del primer piso (dos puertas y tres ventanas), que posiblemente se conservaba de fases constructivas anteriores.
Así pues, el edificio llegó muy modificado a principios del siglo xx. En la década de 1920, la fachada principal amenazaba ruina y entonces se reforzó de forma provisional con contrafuertes de ladrillo. Ante tal situación, y siguiendo las recomendaciones del arquitecto municipal Francesc de P. Morera, que consideraba que el edificio podía hundirse, en 1927 el Pleno municipal decidió desmontar la fachada para su posterior reconstrucción. Dicha reconstrucción, así como el condicionamiento de los interiores del palacio se adjudicó, en 1929, al arquitecto Ramon Argilés, que llevó a cabo los trabajos entre aquel año y 1931. En esta intervención, que en lo que se refiere a la fachada tuvo el objetivo de devolverle sus líneas románicas primitivas, la planta baja se solucionó con una puerta con arco de medio punto adovelado y tres ventanas de tipo aspillera. El piso principal –al que nos referiremos con detalle a continuación, pues fue el que siguió con mayor fidelidad su apariencia de antes del desmontaje– se rehizo con un registro de cinco ventanas ajimezadas de tres arcos de medio punto adovelados, mientras que en el piso superior se construyó una galería por encima del alero. Durante el transcurso los trabajos, en 1930, el Ayuntamiento derribó las casas números 1 y 3 de la calle Mayor para ampliar la plaza de la Paeria. Ello permitió que el proyecto de Argilés incorporase, en la parte occidental, una torre de inspiración medieval, de planta cuadrada y con cuatro pisos, coronada por una galería bajo un alero de madera, con la que se completaría la visión neomedieval del edificio que ha perdurado hasta hoy día. La reconstrucción del palacio se inauguró el 14 de abril de 1932 coincidiendo con la conmemoración del primer aniversario de la II República.
El relato de este proceso nos da cuenta de que, aunque muy modificada, la fachada refleja la apariencia que debió de poseer en la fase románica. Centrándonos pues en el análisis tipológico de este frontis, advertimos que su principal característica es que manifiesta en el exterior la compartimentación del espacio interior en niveles. Estos se definen por una cornisa sobre canecillos en el piso superior y mediante una moldura en el arranque de las ventanas del piso principal. Además, hay otra moldura en el arranque de los arquillos de los ajimeces y otra cornisa o alero que corona el edificio. Esta compartimentación horizontal es característica de las fachadas de las residencias aristocráticas románicas y de ella podemos aducir, en tanto que ejemplo más cercano, la fachada de la casa de los marqueses de la Floresta, en Tàrrega, de la cual, como en el caso de la Paeria, hoy día sólo queda el frontis como parte representativa de su etapa románica. Son propias de ambas construcciones las ya mencionadas ventanas ajimezadas, denominadas “coronelles” en catalán, que presentan un hueco dividido en ambos casos por dos columnas o parteluces que soportan pequeños arcos. Estos arquillos apean en dos columnitas de sección circular y fuste monolítico con capiteles troncocónicos con decoración escultórica y bases áticas. Se trata éste de un tipo de abertura ciertamente paradigmático de las edificaciones medievales catalanas, que posee unas características específicas tanto con respecto a su acabado, como con respecto a su valor como elemento de datación de la estructura. Explica Reinald González que en un primer momento, probablemente hacia mediados o la segunda mitad del siglo xii, las columnas de este tipo de ventana –cuyo número puede variar de uno a cuatro– eran de fuste monolítico y sección circular, fisonomía que se mantuvo hasta la segunda mitad del siglo xiii, cuando apareció la sección lobular que perduró con más o menos complejidad hasta la primera mitad del siglo xvi. Estas constataciones nos ayudan a apuntar una fecha para la fachada ilerdense dentro del arco cronológico ahora mencionado. Por otro lado, en un estudio más antiguo, Adolf Florensa explicó que, tradicionalmente, este tipo de ventana presentaba los arquillos tallados cada uno en una piedra rectangular, mientras que las de de Lleida, como las de Tàrrega, exhiben los arcos tallados en varios sillares, además de estar enmarcados por una arquivolta ricamente decorada, como también sus capiteles, lo que hace de ellos unos ejemplos realmente excepcionales en cuanto a la suntuosidad escultórica que exhiben.
Pasamos así al análisis de esta destacable decoración de la fachada ilerdense, situada principalmente en los ajimeces y los canecillos del alero que hay entre el primer y el segundo piso. La línea de ventanas concentra la decoración, en primer lugar, en el guardapolvo de los arcos y de la línea de imposta que se prolonga por todo el tramo de muro entre ventanas. Consiste esta en un relieve de tipo vegetal –el mismo que el de los ábacos o el guardapolvo-, con tallos de los que salen hojas y frutos granulados. En segundo lugar, son los capiteles los que presentan decoración en las ventanas. Ésta también es de carácter vegetal, aunque intercala elementos de tipo zoomórfico, como leones rampantes, y también humano, como figuras que recogen frutos o que trepan entre tallos. Los cimacios exhiben análoga ornamentación a la que veíamos en el guardapolvo de los arcos.
En cuanto al registro de canecillos, veinticinco en total, presentan relieves con una variada e interesante iconografía, que describimos a continuación de izquierda a derecha: 1) cara monstruosa que saca la lengua; 2) personaje con un recipiente parecido a un recipiente para la bebida que le cuelga del cuello; 3) cara humana grotesca; 4) busto de personaje con cuernos y levantando los pulgares; 5) cara monstruosa con un gran objeto en la boca; 6) busto de personaje con un objeto parecido a una piedra en la mano; 7) monstruo con personaje humano aterrorizado en la boca; 8) busto de personaje haciendo una mueca; 9) cara monstruosa; 10) escena con dos personajes que sostienen recipientes y que parece de compra-venta; 11) cara monstruosa que saca la lengua; 12) figura humana armada con escudo circular y espada; 13) personaje cargando en los hombros un animal parecido a una oveja (buen pastor); 14) animal con cuerpo de ave y cola vegetal; 15) cabeza humana cubierta con cota de malla y una cruz en el centro; 16) dragones afrontados; 17) cara monstruosa que saca la lengua; 18) personaje cargando en los hombros un animal parecido a una oveja (buen pastor); 19) cara monstruosa que saca la lengua; 20) cabeza de personaje barbudo; 21) búho con las alas abiertas; 22) dragón; 23) cara humana grotesca; 24) cara humana grotesca; 25) dragones afrontados. La riqueza iconográfica que presentan estos canecillos requerirían un estudio pormenorizado que bien posiblemente proporcionaría datos para una explicación general de la fachada. Por otro lado, de este registro no hay que pasar por alto que en los paneles perpendiculares al muro que se sitúan entre los canecillos hay, en cada unos de ellos, dos motivos circulares con flores inscritas de ocho pétalos.
La suntuosidad ornamental de esta fachada es tal que puede hasta relacionarse con la obra escultórica de la Seu Vella de Lleida, la antigua catedral en construcción a partir de 1203, testimoniando con ello un clima urbano en dónde los intercambios artísticos ocupaban un lugar importante. Según indica Xavier Barral, la presencia de obreros de la Seu Vella en la Paeria se pone de relieve por la presencia de sillares con idénticas marcas de cantero, que a su parecer serían indicativas del trasvase de la mano de obra a la sazón. A nuestro entender, es efectivamente viable imaginar este intercambio, pues ciertos motivos de los ahora descritos son también presentes en distintos puntos de la catedral, principalmente en algunas de sus portadas, lo que situaría la cronología de la fachada aproximadamente entre 1220 y 1250.
Aunque la impresión general es que efectivamente los elementos escultóricos de la fachada fueron reaprovechados del antiguo edificio de la Paeria (en el fondo de algunas ménsulas parece observarse una capa pictórica de color oscuro, sin duda de aplicación antigua; otras presentan un notable desgaste posiblemente producido por los efectos meteorológicos a los que se han visto expuestas durante largos siglos) hay que contemplar la posibilidad que algunos de ellos hubiesen sido creados durante las tareas de reconstrucción y restauración en la década de 1920 a imitación de los existentes en la misma fachada o incluso reproduciendo motivos presentes en la Seu Vella.
En cualquier caso, la arquitectura y cuidada decoración de la antigua vivienda de los Sanaüja es una clara muestra de que los miembros de la aristocracia no eran indiferentes al uso del arte como código utilizado para expresar su poder y para definir su posición en la escala de representación social.
Texto y fotos: Meritxell Niña Jové - Planos: Noelia Albana Arjo
Bibliografía
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