Identificador
24270_01_015
Tipo
Formato
Fecha
Cobertura
42º 35' 2.71'' , -5º 49' 52.62''
Idioma
Autor
Jaime Nuño González
Colaboradores
Sin información
Edificio Procedencia (Fuente)
País
España
Edificio (Relación)
Localidad
Carrizo de la Ribera
Municipio
Carrizo
Provincia
León
Comunidad
Castilla y León
País
España
Claves
Descripción
LA CONSTRUCCIÓN DEL CENOBIO se inició antes de 1174 -antes de su filiación a la Orden del Cister y, en opinión de José Carlos Valle, muy poco después de la “concreción de los trabajos de Gradefes...”- pues en el conocido como Tumbo Antiguo y en una relación del año 1716 se nos transmite la noticia de que en vida de los dos, y antes de la muerte del conde acaecida en ese año, ya se habían construido algunas dependencias e iniciado las obras de la iglesia, concretamente en la zona de la cabecera; obras que serán continuadas por el yerno del conde y concluidas por su viuda, Estefanía Ramírez que, como ya se ha señalado, otorgó la Carta Fundacional el 10 de diciembre de 1176. La construcción de la iglesia se realizó sobre la casa palacio de los condes, adosada al costado norte del claustro, y fue erigida con un aparejo de sillería arenisca de tamaño irregular pero bien escuadrada -mezclada con toba para los muros-, empleándose la teja para las cubiertas. De la iglesia primigenia -planificada en un principio con una planta basilical de triple nave, sin crucero y cabecera de triple ábside semicircular, saliente el central- se conserva muy poco pues en 1947 el monasterio sufrió un pavoroso incendio que lo destruyó en su casi totalidad. Además no hay que olvidar que fue reformada a lo largo de los siglos XVI y XVII; no obstante todavía podemos apreciar su triple cabecera de ábsides semicirculares escalonados -de mayor tamaño el central, precedidos de un amplio espacio presbiterial de planta cuadrada- otras tantas naves, como en Carracedo, y tres puertas o accesos originales: una de ellas, muy sencilla (de diseño plenamente goticista, de finales del siglo XIII, formada por un arco lancetado en su rosca y trebolado en el interior, de aristas aboceladas), comunica la nave sur (o de la epístola) con el coro de la nave central mientras que otra, la más sencilla de todas, permite la salida al claustro desde la nave sur, formada por un arco ligeramente apuntado sobre impostas de listel y caveto. De la tercera nos ocuparemos más adelante. El interior del edificio cultual presenta ahora una distribución para algunos desconcertante pues la nave central (la única abierta al culto) fue convertida en coro conventual al cerrarse a partir de su segundo tramo por una reja; y, además, aparece aislada de las laterales al haberse tapiado los arcos formeros y las laterales que, a su vez, están cerradas a la altura del crucero, siendo utilizada la norte como hospedería y la sur habilitada para diversas dependencias claustrales. Es decir, sólo resulta visible la cabecera que, en definitiva, y junto con algún que otro pilar con columnas adosadas embutidos en los muros del siglo XVII aparecidos en las obras efectuadas hacia 1990, es lo único conservado. El arco triunfal del ábside central es de medio punto mientras que en el que precede al ábside, también de medio punto, aparece doblado; ambos descansan sobre columnas con fustes de sección circular, despiezadas y rematadas por capiteles acampanados que se adosaban a machones o pilastras. En las dos capillas laterales los arcos apean en semicolumnas adosadas al muro con capiteles ornados con motivos vegetales. En cuanto a la cubrición, el ábside de la capilla mayor lo hace con bóveda de cuarto de esfera o de horno reforzada por cuatro nervios que apean sobre ménsulas piramidales que, a su vez, descansan por debajo de una imposta de nacela, mientras que el tramo presbiterial que lo precede lo hace con una sencilla bóveda de cañón ligeramente apuntada. E idéntica tipología encontramos en los absidiolos -comunicados con el ábside central mediante sencillos arcos de medio punto y arista viva-, si bien aquí han desaparecido los nervios que refuerzan la bóveda de cuarto de esfera, cambiando el tipo de cubrición en el tramo presbiterial, ahora de cañón en el central y en los laterales de bóvedas de aristas formadas por gruesos nervios entrecruzados que arrancan de ménsulas del tipo cul-de-lampe, idénticas a las que servían de soporte a los nervios del espacio absidal propiamente dicho. Muy probablemente las naves se cubrieron originariamente de madera, pues todavía hoy podemos observar restos de una interesante armadura policromada en la nave de la epístola, que fue sustituida por la actual a mediados del siglo XVII. Al exterior destaca la pureza de líneas de su cabecera, con el paramento del ábside central o capilla mayor art iculado verticalmente en cinco paños mediante contrafuertes de no mucha sección, que vienen a recoger el empuje de los abovedamientos interiores; y en horizontal dispuesto en dos cuerpos articulados por una moldura abocelada que recorre todo su perímetro bajo el alféizar de los vanos de medio punto abiertos en cada uno de sus paños. Los tres vanos centrales responden a la simplicidad y austeridad cistercienses y presentan al exterior (y probablemente al interior, como quiere Gómez-Moreno, pues en la actualidad están ocultos por un retablo barroco, arte al que también pertenecen las bóvedas de yesería de la nave central) doble derrame -con doble arquivolta baquetonada sobre dos pares de estilizadas columnillas monolíticas- y amplio derrame interior con arista viva en los dos laterales restantes, de factura más tardía pues se abrieron por necesidades de iluminación tras ocultarse interiormente los centrales con el retablo. Por lo que respecta a los absidiolos -que, constructivamente hablando, no llegan a completar el semicírculo por embutirse en el presbiterio de la capilla central-, decir que en ellos tan sólo se abre un simple vano aspillerado o saetera con gran derrame interior. En el muro norte, y a la altura del espacio generalmente ocupado por el crucero, se abre el único acceso existente desde el exterior al templo y muy cercana a él podemos observar el epitafio del que fuera capellán de las infantas Sancha y Dulce, hijas de Alfonso IX y Teresa de Portugal, Martín Domínguez, fallecido en el tercer cuarto del siglo XIII (†1272) y al que se le atribuye la conclusión de la iglesia: dicho acceso se compone de un sencillo arco apuntado y abocinado con arquivoltas que -alternando los gruesos baquetones y las medias cañas- apean sobre cuatro pares de pequeñas columnas acodilladas con basas áticas de toro inferior aplastado y dispuestas sobre plintos prismáticos y coronadas por capiteles de cesta acampanada recubierta por un amplio cáliz vegetal con gruesas hojas angulares a modo de volutas. Un siglo XIII en el que probablemente también se reformó la parte superior de la sencilla espadaña levantada sobre el muro testero de la nave de la epístola, un elemento que, presente en casi todos los templos cistercienses leoneses, en este caso fue erigido con una sillería irregular y presenta dos vanos ligeramente apuntados destinados a albergar las campanas. Junto a ella un sencillo recinto, cerrado con celosías de madera, aloja actualmente la campana que llama a oración a la comunidad. Pero las reformas también alcanzaron a determinadas dependencias monásticas, entre otras la sala capitular. De esta dependencia -concluida en 1530, de planta cuadrada y cubierta con un extraordinario artesonado o cubierta de madera mudéjar en forma de artesa de ocho paños, decorada con cuadrifolias y mocárabes, con el típico almizate o punto central octogonal y con interesantes esgrafiados renacentistas distribuidos en dos grandes frisos y estudiados por Campos y Valdés- cabe destacar, por su antigüedad cronológica, cercana a la de la construcción de la iglesia, los vanos geminados que flanquean su acceso, apuntados, sobre jambas y carentes de decoración. Mucho más tardíos son la muralla o cerca monástica, realizada con cal y cantos (s. XVII); el “arco o puerta de San Bernardo” que -construido en sillería- separa la Plaza Mayor del recinto monástico (s. XVII) y el Archivo, situado en la panda occidental del Claustro, con restos de pintura mural de finales del siglo XV. Según el Libro Tumbo el monasterio llegó a contar también con portería (ahora palacio de los marqueses de Santa María de Carrizo, s. XVII), hospital y prisión. Los paralelos formales más cercanos a la iglesia de Carr izo los encontramos en las también cistercienses de Santa María de Sandoval -pues no en vano ambos cenobios tuvieron los mismos fundadores- y Santa María de Gradefes, respondiendo su traza más a principios románicos que cistercienses ya que hay que recordar que las obras se iniciaron antes de 1174 en base a un planteamiento ajeno al destino cisterciense, que posteriormente adoptaría el cenobio. Si tenemos en cuenta la sobriedad ornamental propugnada por san Bernardo en su Apologia ad Guillelmum y la insistencia sobre esta cuestión en el capítulo general de la orden celebrado en 1134, podríamos considerar la ornamentación escultórica presente en alguno de los canecillos que soportan las cornisas en el ábside central y absidiolos (y otros reutilizados en muros y vanos) como anómalamente fantástica pues en ella figuran simples representaciones zoomorfas y cuadrúpedos trepando junto a simples “modillones de rollos” -de clara influencia prerrománica, una tipología que también se localiza en Carracedo, es decir, en los dos cenobios cistercienses leones no fundados exnovo-, además de diversos motivos vegetales y geométricos. Lo que ocurre es que en lo ornamental muchos monasterios cistercienses españoles no sólo no se ajustaron a esa sobriedad sino que incorporaron a sus programas decorativos elementos de frecuente aparición (destaquemos, por ejemplo, el popular tema del hombre que porta un barril) en el románico como un rasgo más del apego a la tradición de sus artífices y de las influencias ejercidas por las manifestaciones locales, en este caso decorativas, en las edificaciones cistercienses. Más en relación con la estética decorativa cisterciense se encuentran, en primer lugar, los soportes absidales, en ocasiones con capiteles decorados con motivos fitomórficos o vegetales, con hojas lisas y carnosas que nos recuerdan a esos capiteles corintios que tan profusamente aparecen en los cenobios prerrománicos leoneses o bien rematadas en bolas, con astrágalos lisos y ábacos estrechos y con sus basas áticas de garras sobre plintos, o bien con un tema geométrico que también remata algunos capiteles en Gradefes y Sandoval: el almenado, un motivo que -como han advertido Fernández, Cosmen y Herráez- ya se encuentra en la catedral de Zamora. Y, en segundo lugar, la decoración de la puerta norte de la iglesia en la que, a pesar de la multiplicación de arquivoltas y soportes, se plasma la sobriedad cisterciense, con molduras desnudas y capiteles fitomórficos casi planos de hojas recurvadas en su terminación siguiendo el modelo de los existentes en Sandoval y Gradefes. Un dato que para José Carlos Valle certifica la relación existente entre los artífices de estos cenobios. En el coro eclesial, a uno y otro lado de la nave, se encuentran dos sepulcros que se han identificado como los pertenecientes a Estefanía Ramírez y a su hija, María Ponce Ramírez. De talla tosca y realizados en arenisca, presentan sus cistas lisas y apean sobre un zócalo decorado con leones, mientras que la tapa se orna con bolas en uno de sus bordes. En el exterior de uno de los sillares del hastial norte se conserva una inscripción cuya narratio, en opinión de José María Luengo, hace referencia a distintas modificaciones constructivas: espadaña, modificación de las naves, etc.: HIC REQUIESCIT FAMULUS DEI MA / RTINUS DOMINICI QONDAM CLERICUS INFANTI / SSE DOMINE DULCIE QUI OBIT ERA MIL / CCCX ESIDE PER FECIT HANC ECLESIA / M E PLANTAVIT HUNC PINUM PATER / NOSTER PRO EO. Se trata del epitafio de Martín Domínguez, capellán de las infantas Sancha y Dulce, fallecido en 1272, al que se le atribuye la conclusión de la iglesia. Entre las interesantes piezas que se conservan en el monasterio merecen especial mención una Vi rgen o Theotokos de madera policromada y dorada -despojada de los brazos y del Niño- que ha sido datada a finales del siglo XII, principios del XIII y el conocido “Cristo de Carrizo”, ahora en el Museo de San Marcos de León, obra cumbre de la imaginería hispana del siglo XI. También cabría hablar del “Arca de las Reliquias” o “arcón románico de Carrizo”, restaurado en 1964 y conservado en el Museo de la catedral de Astorga. Nos encontramos ante una pieza de grandes dimensiones (1,60 x 1,50 x 0,74 m) y gran calidad artística, de forma prismática, sobre unos pies trabajados a modo de modillones de rollos y cubierta con una tapa en artesa invertida. Fue realizada en madera reforzada con herrajes de forja y pintado su interior al temple de huevo sobre fondo de yeso; en su frontal, y a modo de antipendio, aparece una representación de Cristo Pantocrátor enmarcada por una mandorla y rodeada del Tetramorfos y, a ambos lados, los apóstoles dispuestos bajo una arquería ciega de medio punto e identificados con sus correspondientes nombres en el espacio correspondiente a un supuesto tímpano; en las enjutas de los arcos aparecen formas vegetales carnosas a modo de palmetas asimétricas. En el panel delantero de la tapa, y a cuatro vertientes, aparece un espacio trapezoidal enmarcado por franjas de decoración vegetal estilizada y en el resto del espacio, enmarcadas por recuadros, trece escenas de la Vida y Pasión de Cristo delimitadas por los herrajes en tres registros: en el primero de ellos la Anunciación, Visitación, Natividad y Baño del Niño; en el segundo, la Presentación en el Templo, Bautismo, Tentaciones, Resurrección de Lázaro y Entrada en Jerusalén y en el tercero, la Última Cena, Prendimiento, Crucifixión y Resurrección. Aunque desde un punto de vista estrictamente estilístico presente un gran arcaísmo, su linealidad, de gruesos trazos en los que se encuentran ausentes las veladuras, lleva a considerar esta obra como del siglo XIII y relacionada -según Gudiol y Gaya- con la decoración pictórica muraria de la capilla de los Quiñónez. Otra pieza procedente del monasterio se custodia ahora en el Museo Federico Marès de Barcelona; se trata de los batientes de madera que pertenecieron a la puerta abierta en el muro sur y que alcanzó a describir José María Luengo en 1944: de doble hoja y con una decoración superpuesta formando una retícula geométrica, una decoración propia de la “carpintería de lo blanco” mudéjar cuyos dibujos le recuerdan “algunos casetones del armario- archivo de la catedral leonesa, que dio a conocer Manuel Gómez-Moreno...”. Todavía conserva restos de policromía, de los pigmentos originales, y puede datarse en torno al siglo XIII. Y, por último, cabe hacer referencia a dos interesantes cruces que han sido datadas en los siglos XI-XII: la primera, de madera recubierta con láminas de plata sobredorada, sirve como relicario Lignum crucis y tiene decorado su anverso con filigranas que recorren su contorno describiendo roleos vegetales y piedras y cabujones en las zonas centrales, mientras que en el reverso la decoración de roleos vegetales está repujada; en la intersección de los dos brazos, en el cuadrón, aparece una representación del Cordero Místico y los símbolos del Tetramorfos en los extremos de los brazos mayores. La segunda, una cruz del tipo procesional, está trabajada con la técnica del repujado y sus brazos aparecen rematados por pequeños cogollos de hojas. Ambas responden al tipo Patriarcal o de Caravaca (con el brazo horizontal superior más corto), como la del Museo de la catedral de Astorga, con dos brazos cruceros de diferente tamaño terminados en ensanchamientos semicirculares con remate plano.