Pasar al contenido principal
x

Sección transversal

Identificador
19053_03_034n
Tipo
Formato
Fecha
Cobertura
40º 45' 42.68'' , - 2º 52' 7.02''
Idioma
Autor
Arancha Lara Perea
Colaboradores
Sin información
Edificio Procedencia (Fuente)

 

País
España
Edificio (Relación)

Iglesia de San Felipe

Localidad
Brihuega
Municipio
Brihuega
Provincia
Guadalajara
Comunidad
Castilla-La Mancha
País
España
Descripción
LA IGLESIA PARROQUIAL DE SAN FELIPE se levanta en pleno núcleo urbano de la villa de Brihuega, flanqueada hacia mediodía y poniente por una amplia plaza ajardinada, aneja a la calle mayor. Tanto su fachada norte como el ábside de cabecera, orientado hacia levante, se abren dificultoso paso entre un grupo de viviendas, colindantes ya con el trazado de la antigua muralla de la localidad. Como apuntaba García López, sigue un patrón semejante al respetado por el resto de las iglesias briocenses levantadas en el mismo período: “Todas ellas fueron erigidas en sitios despejados, en plazuelas espaciosas y son los pegadizos que sucesivamente las han ido deformando y ocultando”. La traza original del edificio difiere bastante de los planteamientos propios del estilo románico de repoblación, que caracterizó el conjunto de manifestaciones estudiadas en la comarca, levantadas a lo largo del siglo XIII. Su tardía concepción ya no ha de suplir las carencias que el párroco debe paliar en su oficio diario a la reducida feligresía, “estas iglesias tienen menos carácter rural y quizá, sobre todo, parroquial”. Ha de ceñirse a los nuevos modelos que, a través de su cada vez más elaborado aparato de propaganda, pretenden imponer sus acaudalados y poderosos mecenas. Según advierte Moreno Atance “no son templos que surgen solamente por las necesidades del pueblo”, esgrimiendo los recurrentes modelos previos seguidos en Beleña de Sorbe o Sauca, “sino que se deben a fundaciones regias o de prelados”, como también lo fueron Cifuentes o Alcocer. Su ejecución tardía –la mayoría de los especialistas coinciden en valorarla como tardorrománica– propició que tanto los soportes empleados en su alzado, el diseño de las portadas principales y las cubiertas empleadas para su culminación, tengan el inexcusable sello de los titubeantes inicios de la nueva tendencia preponderante, entrado ya el siglo XIV, el denominado estilo protogótico. Temprano intento por trascender el arquetipo románico previo, modificando sus fórmulas, estilizando los soportes y elevando las alturas de sus naves, dotándola de esa aspiración, mayor que en el período precedente, de conferirle unas dimensiones propias de reducidas catedrales. Moreno Atance, siguiendo a Lambert, considera que tanto San Felipe, como San Miguel y Santa María de la Peña, “estructuralmente podrían aproximarse a Cuenca y Osma, que poseen la misma disposición de cabecera sobresaliente”, incidiendo en que, si bien responden “a la misma estética que las primeras catedrales, poseen un carácter menos grandioso”. La estructura de la iglesia está compuesta por un cuerpo central, de tres naves longitudinales, la central más ancha y alta que las otras, de las que está separada por cinco arcos fajones apuntados en cada lado, que apean sobre pilares compuestos, a los que se ciñen estilizadas columnas. En el paso de la nave central al presbiterio se localiza un arco triunfal, también apuntado, configurado por dos arquivoltas aupadas sobre sendas columnas adosadas a las pilastras laterales. La cabecera, rematada con un presbiterio recto, se corona con el clásico ábside semicircular, dispuesto en dos tramos, según establece su concepción románica original. La disposición tradicional de la sencilla espadaña, situada a sus pies, da paso a la colocación en dicho lugar, tan significado, de su portada principal. No tenemos constancia de la existencia previa de una torre-campanario. La opinión más extendida, apuntada ya por García López a principios del siglo XX, defiende que carecía de ella: “No parece que tuvo torre, pues no se ven señales de ella, ni el lugar de su emplazamiento”. La torre actual, separada del resto del edificio, constituye un claro ejemplo de la reutilización de una torre defensiva previa, que formaba parte del antiguo recinto amurallado, como bien atestigua el detallado análisis del aparejo de su primer cuerpo, levantado sobre el mismo tipo de mampostería utilizado en el resto de la fortaleza. Nuevos usos que asumió en época ya muy tardía, como defendía García López, “en los últimos años del siglo XVIII”, cuando “se aprovechó un torreón redondo de la muralla próxima al ábside para erigir sobre él el actual campanario, de planta cuadrada y de esquinas de amplio chaflán”. Planteando paralelamente la posibilidad de que “quizá allí mismo estaba el campanario antiguo, que se derribó para construir éste que ahora existe”. El aparejo utilizado en su alzado combina sillares y mampostería de piedra, alternando con el tradicional ladrillo de las iglesias briocenses, también presente en las cerca- nas iglesias de San Miguel y Santa María de la Peña. Las sucesivas modificaciones y ampliaciones llevadas a cabo sobre su traza románica inicial y los diversos tratamientos sufridos, tanto enlucidos, como revestimientos y superposición de varias pátinas de diversa policromía, condicionan la percepción que pudiéramos lograr de los materiales empleados en sus orígenes. Aunque todos los indicios parecen indicar la utilización mayoritaria de sillería de piedra en los elementos más antiguos de su vigente estructura. En el exterior, la iglesia de San Felipe guarda una estructura peculiar, sin llegar a respetar el concepto clásico de las postreras iglesias de estilo gótico, en las que las portadas principales además de situarse a los pies suelen también fijarse anejas al crucero de cabecera. En nuestro caso, dicho diseño se antoja imposible al perdurar la primitiva traza longitudinal, prolongada en el recto presbiterio románico y carecer del mencionado crucero. Nos encontramos, como apunta Moreno Atance, ante una concepción intermedia, que mantiene “la tradición del románico rural de portadas laterales”, emplazando su única y principal fachada a los pies. En el extremo próximo a la cabecera de la nave lateral, localizada al Norte, nos topamos en definitiva con uno de los principales elementos que se conservan de los restos románicos: una pequeña y sobria portada de acceso, con claro regusto cisterciense, compuesta por un arco de medio punto, recogido por una pequeña moldura de piedra, exenta de decoración, que apea sobre pilastras. Incidiendo en el sentido híbrido de sus planteamientos que ya resumiera dicha autora en su acertada conclusión, “como en Cifuentes o Alcocer, poseen éstas un estilo propio, producido al adaptar las formas cistercienses o del románico rural, a unas nuevas estructuras”, fruto de la crucial época en que fueron concebidas, de marcado carácter gotizante. La fachada principal, emplazada en el lado occidental, representa estructural y estéticamente la parte más significativa y relevante del conjunto. Bajo la cubierta a dos aguas de la nave central se abre un gran rosetón, gradualmente insertado en el grueso muro mediante la sucesión de varias molduras y guardapolvos, que alternan superficies lisas con una orla externa de puntas de diamante; entramado de estilizadas tracerías que configuran una espectacular estrella de seis puntas. Según nos describe García López en su Catálogo Monumental de Guadalajara: “Ennoblece más esta elegante fachada un rosetón circular, abierto bajo el ángulo en que concluye el muro central. Consta de un círculo rodeado de seis medios círculos uno y otros con lóbulos, redientes y arquillos que forman una elegante tracería ojival. Las líneas rectas dominantes forman el exalfa o sello de Salomón, pero sin intención notoria de que resalte”. Simétricamente, dispuestos a ambos lados del eje definido por dicho rosetón, se alzan sendos óculos de menores dimensiones, ornamentados con una lisa moldura interna, el de la fachada norte, y con cordones que albergan una compleja estrella de seis lóbulos en su interior, el de la sur, que garantizan la adecuada iluminación del interior de las naves laterales. Advertía el cronista sobre las claras diferencias apreciables entre ambos elementos: “Pero aquí comienzan a notarse las extrañas circunstancias de este templo, pues además de esta diferencia que anoto en el adorno interior de los óculos, se ve que no son del mismo diámetro, ni están a la misma altura. Además, en el cuerpo de la izquierda y por debajo del óculo corre a manera de imposta horizontal un moldurón que no tiene objeto alguno. Me hace entender este adorno, que aquel cuerpo se hizo antes que el de la derecha, al que no se creyó oportuno añadir la misma imposta”, apuntaba como recurrente justificación a disparidades tan manifiestas. El trazado original de la iglesia incluía tres portadas, la primera ya descrita, orientada hacia el Norte y de características plenamente románicas, y las otras dos, al Sur y a poniente, consideradas de transición entre el románico y el gótico. Actualmente sólo conserva su uso la dispuesta a sus pies, la portada central de acceso, coronada por esta evolucionada disposición de amplios vanos, apoyada sobre un cuerpo recrecido cubierto por un tejaroz de losas de piedra y enmarcada por los contrafuertes que afianzan el tramo inferior de sus muros. Cinco arquivoltas abocinadas constituyen el apuntado arco principal: el interior se nos presenta aderezado mediante la superposición de cuatro cordoncillos lisos, tres de los cuales apean sobre columnillas ornadas con naturalistas cestas en sus capiteles de hojas de acanto, combinando, en la inclusión entre columna y columna, con rosetas y puntas de diamante. Motivo que aparece igualmente en la ojival orla que sella la moldura de la arquivolta externa. La variada y novedosa decoración empleada combina, como hemos descrito, el naturalismo de las estilizadas formas vegetales de sus capiteles con los clásicos motivos geométricos, de puntas de diamante y rosetas, que se intercalan entre los esbeltos fustes de las columnillas sobre las que se asienta. En la parte superior del arco se localiza una cornisa, rematada por doble moldura lisa y jalonada por una serie de canecillos en los que se inscriben cabezas antropomorfas y zoomorfas de notable factura. Tipología que también se hace patente en las dos ménsulas de piedra inscritas sobre los contrafuertes de la portada, compuestas por figuras que parecen simular animales. Al igual que sucede en Santa María de la Peña, en la fachada meridional de la iglesia encontramos otra portada que, en sus proporciones y la disposición de los elementos constitutivos, respeta las mismas características definidas en la principal. Enmarcado entre los contrafuertes laterales y el tejaroz superior, recrecida sobre el muro en el que descansa, se abre paso un gran arco apuntado abocinado, compuesto por la superposición de cinco arquivoltas deco- radas con guardapolvos de puntas de diamante, que descansan sobre cuatro pares de estilizadas columnillas laterales. Curiosos capiteles rematan el basamento, en cuyas cestas asoman inquietantes caras zoomorfas; “capiteles con una cabecita humana en cada uno y entre las columnas una sarta de cabezas de clavo”, definía García López concediéndoles un carácter “más antiguo”, que acompañaban al viajero en su ingreso a la nave lateral. El conjunto, cerrado con un sobria cornisa alzada sobre lisos modillones, constituye igualmente una interesante manifestación del mencionado estilo protogótico de transición.