Identificador
50267_01_167n
Tipo
Formato
Fecha
Cobertura
42º 21' 39.63'', -1º 8' 0.45''
Idioma
Autor
Jorge Arruga Sahún
Colaboradores
Sin información
Edificio Procedencia (Fuente)
País
España
Edificio (Relación)
Localidad
Uncastillo
Municipio
Uncastillo
Provincia
Zaragoza
Comunidad
Aragón
País
España
Claves
Descripción
Cruzando el río Cadenas por un puente peatonal, se llega a uno de los barrios extramuros del primitivo núcleo urbano, lugar en el que se emplaza la iglesia que nos ocupa. San Felices, conocida también como iglesia del Remedio, tiene sus primeras referencias documentales a finales del siglo XI, cuando fue donada por el rey Sancho Ramírez a los habitantes de Uncastillo, en concreto a los residentes en el llamado Barrio de la Metina. Con posterioridad hubo disputas acerca de su titularidad, ya que había pasado a ser parte del patrimonio del obispado de Pamplona y de la parroquia de Santa María, pero en octubre del año 1159, Ramón Berenguer IV devolvió la potestad a sus vecinos. En el siglo XV se clausuró el vano principal, emplazado en el eje del ábside, para dar paso a un sencillo retablo gótico de madera dorada y policromada bajo la advocación del santo titular, sustituido por otro barroco en 1650. La iglesia guarda otros bienes muebles, pero ninguno de ellos data de la fase primigenia románica del edificio. Una segunda renovación se produjo en el siglo XVI, con el añadido de una pequeña sacristía a la edificación originaria. En el año 2006 se acometió la restauración de la techumbre. La iglesia sigue una tipología habitual en el románico, ya que se trata de una construcción de nave única, rectangular, rematada por medio de un ábside semicircular, pero la acusada diferencia de cotas entre el grueso de la nave y la cabecera hizo posible la construcción de una cripta bajo aquélla, con una entrada independiente y sin conexión con el espacio interno del templo. No ocurre lo mismo con los materiales, siendo la piedra sillar de buena factura, escuadrada y de tamaño medio el elemento predominante en el conjunto. Las medidas son similares a otras construcciones coetáneas, con un total de 19,4 m de longitud por 6,65 m de anchura en la nave, con hiladas de sillares que oscilan entre los 29 y 33 cm en los de factura más trabajada, y 19 y 22 cm en los más toscos. Presenta al interior cubierta con bóveda de cañón levemente apuntado dividida en tramos por la presencia de cuatro arcos fajones que tienen su correspondencia en contrafuertes exteriores y descansan en columnas con capiteles lisos o someramente decorados mediante hojas lisas de notable volumetría en su parte alta y basas ornamentadas con bolas en las esquinas. El último de los arcos entesta en el hastial, en cuyo eje se abre una ventana con estrecha saetera al exterior y abocinamiento interno. Llaman la atención dos peculiaridades del diseño: en primer lugar, la apertura de la puerta de la cripta en pleno contrafuerte y su enmarque con recuadro rehundido, impropio de época románica; y en segundo, el quiebro del muro en la zona absidal meridional que no sigue una suave curvatura sino que forma un nítido ángulo, tendiendo a dibujar una cabecera mixta entre el polígono y el semicírculo. La coincidencia de ambas singularidades con ciertas modificaciones en el despiece exterior del zócalo absidal (que en la parte norte cuenta con tres rebajes biselados mientras en la meridional sólo aparece uno y que muestra un evidente corte de fábrica inmediato a la ubicación de la ventana) y con la presencia de la ventana abierta para iluminación del retablo, permite concluir que esta zona de la cabecera fue reconstruida en época moderna. También merece la peña señalar la existencia de dos hornacinas de escasa profundidad en el tramo oriental de la nave, inmediato a la cabecera. Se organizan mediante un arco de medio punto con moldura en la imposta y chambrana biselada que en el lado septentrional aloja un retablo sobre un altar, lo que podría ser acorde con su uso inicial. La cripta está formada por un breve tramo de nave y la cabecera semicircular. Debido a su escasa altura, el abovedamiento arranca directamente desde el suelo. Destaca la solución de bóveda del semicilindro, ya que está formada por dos gruesos nervios de sección cuadrangular que convergen en el arco de embocadura. Las ventanas abocinadas abren entre los nervios y exteriormente se manifiestan en vanos de escasas dimensiones. Como rasgo particular es preciso señalar que en esta bóveda no se sigue el mismo sistema visto en Ejea, Puilampa o El Bayo, en que los nervios simplemente funcionan como refuerzo de la bóveda de horno, sino que las superficies entre ellos están constituidas por verdaderos plementos a la manera gótica, solución poco frecuente en el románico aragonés, donde encontramos otro caso en Santa Lucía de Sos del Rey Católico. El tramo delante del ábside se cubre con medio cañón toscamente ejecutado. Vista desde el exterior destaca la torre a los pies, en su parte meridional, de planta cuadrada y los contrafuertes de escaso resalte que se elevan hasta la cornisa con escaso resalte con respecto del muro. No hay molduras horizontales que marquen la articulación de cuerpos. En una reciente intervención se ha sustituido la moldura que había a la altura de la cornisa por series de canecillos lisos que han permitido dar mayor vuelo a cornisa y tejado. Se abren dos puertas en el tramo central de la nave, una en el muro del evangelio y otra en el de la epístola. La portada principal, resuelta a base de un sencillo vano de medio punto y emplazada en el tramo central del muro meridional, posee doble arquivolta lisa de perfil en ángulo y chambrana escasamente moldurada. Las jambas son igualmente lisas, sin otro complemento que una moldura biselada a la altura de la imposta. En su tímpano se representa el martirio de San Félix, escogiendo la escena en la cual éste era arrastrado por una pareja de caballos. La composición de la escena se adapta al marco arquitectónico, de modo que los caballos y quien los azuza aparecen a la izquierda del observador, mientras el centro lo ocupa la autoridad sedente que ordena el martirio y la figura diabólica que le sugiere el castigo a la oreja. El cuerpo del santo se extiende por el suelo, en la mitad oriental del tímpano. Junta las manos en oración y recibe el consuelo de un ángel que desciende en ángulo para recibir su alma, mientras un personaje alza la mano derecha y lo señala con la izquierda. Se han advertido las relaciones temáticas y compositivas con el tímpano de San Lorenzo de la misma localidad de Uncastillo en la medida en que en ambos casos el tímpano fue destinado a la representación de la escena culminante del martirio del santo titular, lo que no era muy frecuente en las portadas románicas; además, detalles como la postura de las manos del santo denotarían igualmente la relación en la que el templo de San Lorenzo sería el modelo y el de San Felices la derivación. Completan el conjunto las ménsulas que sostienen el tímpano, decoradas con enormes cabezas de fieras a cuyo lado vemos sendos personajes masculinos; el de la ménsula oriental clava un puñal sobre el ojo derecho del monstruo que le devora una pierna, mientras el de la occidental intenta zafarse del mordisco del animal mientras soporta con la mano izquierda el pie de una figura humana incompleta, motivo interpretado por García Lloret como la recuperación del pie perdido entre las fauces de la bestia y en su opinión “simboliza la protección sobrenatural con que cuenta el guerrero (...) tema frecuente en las leyendas de la lucha con el dragón”. El trabajo escultórico se relaciona con el trabajo del llamado Maestro de Agüero y de San Juan de la Peña. Cabe destacar como rasgos formales definitorios de estilo los personajes de canon rechoncho con los ojos excesivamente saltones y la volumetría de las vestiduras, con los pliegues marcadamente ondulados y acompañados de muescas paralelas. Resultan evidentes las similitudes temáticas, compositivas y formales con la escena de la lucha contra el dragón de la portada meridional de Santiago de Agüero. En el lienzo septentrional aparece una segunda portada, de menor entidad y hoy cegada, que presenta, bajo otra arquería doble de medio punto lisa, un crismón trinitario flanqueado por una pareja de ángeles que enmarcan el conjunto con sus alas desplegadas. El esquema recuerda al de San Salvador de Ejea de los Caballeros. El crismón, de seis brazos ensanchados y travesaño central, apoya en una bola. La molduración de los cimacios en que apoya denota una cronología tardía. A la hora de fechar esta iglesia se ha invocado su relación con otras iglesias de la comarca y se ha dado por segura su ejecución en el último tercio del siglo xii. Investigaciones de García Lloret en los últimos años han intentado precisar más esta datación. Ha supuesto que el maestro de San Juan de la Peña habría trabajado al servicio del obispo de Zaragoza Pedro Tarroja (1153-1184) en un primer período, desde 1165 hasta 1185, y justamente San Felices de Uncastillo habría sido su primera actuación, en un contexto histórico en que los clérigos atagoneses habrían recuperado el control sobre el templo que nos ocupa, con lo que tendríamos un terminus ante quem en 1169 (año en que “las demandas interpuestas por el nuevo obispo de Pamplona por la posesión de las iglesias de Uncastillo se resuelven a favor del prelado navarro”). Para dar por definitivo tal supuesto sería preciso explicar la aparición del particular sistema de abovedamiento de la cripta en fechas tan tempranas, ya que no se aprecia en la fábrica ningún indicio que permita suponer que la cripta pudo haberse ejecutado con posterioridad a la portada. En caso de guiarnos por la cronología de los abovedamientos nervados en las iglesias tardorrománicas de Cinco Villas, en el estado actual de nuestros conocimientos no podríamos situar la ejecución de la bóveda de nervios convergentes antes de fin de siglo, puesto que la presencia de plementos la hace posterior a Santa María de Ejea (1174) o incluso a Puilampa (hacia 1191).