Identificador
37500_01_020
Tipo
Formato
Fecha
Cobertura
40º 35' 56.73'' , -6º 32' 6.08''
Idioma
Autor
Ester Testera Gorgojo
Colaboradores
Sin información
Edificio Procedencia (Fuente)
País
España
Edificio (Relación)
Localidad
Ciudad Rodrigo
Municipio
Ciudad Rodrigo
Provincia
Salamanca
Comunidad
Castilla y León
País
España
Claves
Descripción
LA HISTORIA DE ESTA IMPORTANTE LOCALIDAD salmantina sería impensable si pretendemos deslindarla de la de su catedral, como bien lo creyó Hernández Vegas, demostrándolo con creces en una modélica monografía que vio la luz en 1935. Topografía urbana, vida ciudadana, actividades constructivas, luctuosos hechos de armas, devenir intelectual y acervo espiritual de Ciudad Rodrigo y de su seo corren parejos. Su carácter fuerte hizo que la catedral siguiera jugando un papel defensivo cuando Isabel la Católica subió al trono y años más tarde, durante la Guerra de las Comunidades. Navarro (1900) ya tuvo en cuenta su cualidad fortificada y Ruiz Hernando alude a las mismas circunstancias: el alcázar de Ciudad Rodrigo no se construyó hasta 1372, la catedral cubrió estas necesidades contando con una insigne “Torre de Defensa”, levantada junto al hastial occidental, hasta su definitiva demolición después de 1520. El 17 de julio de 1165 se dotaba al obispo de Ciudad Rodrigo y el 20 de febrero de 1168 Fernando II concedía una pensión al maestro de obras de la catedral, además de ofrecer para la sede sus rentas y heredades de Ciudad Rodrigo y Oronia. Desde 1168 consta el título de obispo mirobrigense, continuador de la vieja sede altomedieval de Caliabria, en territorio portugués, entre los ríos Côa y Águeda. Que la nueva sede fuera declarada heredera de la visigoda parecía la excusa perfecta para evitar las envidias y recelos del cabildo salmantino, molesto por la erección de un flamante obispado ante sus mismas puertas. En 1170, con el concilio del legado pontificio cardenal Jacinto, se había resuelto un contencioso entre los obispados de Salamanca y Ciudad Rodrigo sobre sus términos, el mismo rey confirmaba la concordia que establecía la línea divisoria a la altura del Huebra y el Yeltes. El obispado limitaba a occidente con la frontera del reino y al sur con las tierras del obispado de Coria (hay concordia de 1191 con la sede extremeña). En 1212 Alfonso IX reanudaba los trabajos y donaba para la fábrica de la catedral de Ciudad Rodrigo su heredad de Raigadas, en el Côa. En 1171 Fernando II donaba a la catedral la heredad de Torre de Aguilar y la ciudad de Caliabria. Y en 1174 nuevos derechos en la misma Ciudad Rodrigo y sus minas de oro, plata, cobre y hierro. Alfonso IX concedía a la sede la Encomienda de las Raigadas, de la Orden de San Julián del Pereiro. La más antigua catedral de Santa María fue obra construida en ladrillo, de tres naves con techumbres de madera que apoyaban sobre arcos pétreos y seis pilares de cantería. Una fábrica de raigambre mudéjar característica de la Extremadura duriense, con portada principal de piedra y una torre-campanario, la portada estuvo presidida por una imagen de la Virgen sedente con el Niño. Sobre otra de las portadas se alzaban las imágenes de la Virgen del Ripial, San Pedro y San Mauro. Hernández Vegas y José Ramón Nieto extractan esta descripción del capellán Antonio Sánchez Cabañas. El edificio, después conocido como parroquia de San Andrés, estuvo instalado extramuros, en el arrabal de San Francisco. La actual iglesia de San Andrés, que todavía conserva una interesante portada románica, se corresponde con la antigua advocación de San Pablo y nada tiene que ver con la más antigua sede episcopal, que fue completamente destruida durante la Guerra de Secesión portuguesa, aunque de la misma aún se adivinaran los cimientos allá por los inicios del siglo XX. No existe seguridad sobre cuándo empezaron las obras del edificio actual: 1160 para el padre Mansilla, 1165 para Hernández Vegas, 1166 para Sánchez Cabañas, 1168 para Crozet, 1170 para Ramón Pascual Díez; Navarro considera la catedral rematada poco después del fallecimiento de Fernando II en 1188 y Ceán da la fecha de 1190 para el comienzo de las obras, opinión que comparte Martínez Frías. Gómez-Moreno cree que las obras pudieron iniciarse antes de fines del siglo XII y que su tracista conocía bien la catedral de Zamora. La catedral mirobrigense le resultaba “arcaica y retrasada”, como las de Zamora, Salamanca y la colegiata de Toro. Anota además la información suministrada por el corresponsal de Ponz, que atribuía la fundación catedralicia a 1170 y que aún estaba por rematar en 1205. Un traslado de un antiguo epitafio perteneciente al primer maestro de obras, refiere la data de 1215. La iconografía de San Francisco -como en tantos otros edificios medievales- sirve a Gómez-Moreno para señalar la actividad constructiva con posterioridad a 1228, más o menos hacia 1230, cuando Fernando III dotaba a la catedral con una renta anual de 200 maravedís sobre el pecho de los judíos del lugar. Las obras se interrumpen nuevamente en época de Sancho IV con motivo de las incursiones portuguesas. En 1319 María de Molina formalizaba similar gesto que Alfonso VII en Salamanca, eximiendo siete obreros de tributos para la obra de Santa María: un carretero, un herrero, un “masón”, un carpintero, un portero y dos menestrales canteros, además de 500 maravedís sobre el portazgo de la ciudad. La catedral de Ciudad Rodrigo se eleva junto al paramento noroeste del recinto fortificado. Tiene planta de cruz latina y está claramente orientada hacia el sudeste. Conserva de su primitiva fase tardorrománica los absidiolos norte y sur de la cabecera y gran parte del crucero. La capilla mayor fue rehecha a mediados del XVI por Rodrigo Gil de Hontañón a instancias del cardenal Tavera (1539- 1550). De un “moribundo estilo románico” (J. R. Nieto) son ambos absidiolos que emplean aparejos de modesta calcárea amarillenta, se cubren con bóveda de horno precedida por un tramo presbiterial recto sellado con cañón apuntado, si bien el septentrional quedó exteriormente oculto por la sacristía. Los absidiolos están iluminados con sendas ventanas de modernos derrames avenerados y una “claraboya sobre el arco de cada ábside, alero exterior zamorano de arquillos sobre repisas y flores entalladas en sus huecos, y cubierta de losas escalonadas puestas con primor” (Gómez-Moreno). El absidiolo de la epístola muestra perfectamente en el exterior su muro románico original. El más meridional, en su tramo presbiterial, está perforado por una especie de óculo en cuyo interior apreciamos un fragmento de escultura que parece re p resentar un águila, con el estilo característico de fines del siglo XII o inicios del XIII. Penetramos al mismo por medio de un arco moldurado de baquetones y escocias, que arranca de capiteles de crochets. Otro fragmento escultórico tardorrománico aparece engastado a cierta altura sobre el lienzo oriental del brazo norte del crucero , tallándose aquí un caballero luchando contra un cuadrúpedo, probablemente un león. Hernández Vegas creía ver aquí ecos de una leyenda según la cual un cantero mirobrigense dio muerte a un oso que se empeñaba en destruir lo que pacientemente se había construido durante el día. Las tres naves poseen cuatro tramos y un pórtico occidental conocido como Pórtico de la Gloria, espacio característico de otros edificios del reino de León (catedral de Salamanca y colegiata de Toro). Las naves laterales están perforadas por ventanas rasgadas apuntadas con arquivoltas de escocias y baquetones, algunas polilobuladas, sobre capiteles cuajados de acantos y fauna tardorrománica. Los vanos de la nave principal son ya góticos, con tracería calada y óculos. Los primeros trabajos se centraron pues en la cimentación de la planta, la erección de la triple cabecera y los muros del crucero y de las naves hasta dos tercios de su altura. Se trazan además las dos portadas del crucero: la meridional de las Cadenas y la septentrional del Enlosado o de Amayuelas. El tramo central del crucero porta bóveda hemisférica reforzada con ocho nervaduras molduradas que arrancan de esculturas, en improvisada ménsula, al estilo de la Catedral Vieja salmantina. Similares estatuas-nervadura aparecen en los cuatro tramos de los brazos meridional y septentrional del crucero y con posterioridad se adoptaron en la nave mayor. Tras el replanteo inicial de las cubiertas, verificable en el tipo de soporte, la construcción del edificio catedralicio fue bastante homogénea hasta la culminación de las naves. Los pilares son de núcleo cruciforme al que se adhieren gruesas semicolumnas flanqueadas por otras dos de menor diámetro. En los del tramo central del crucero, anillos a media altura coinciden con la línea de impostas que coronan los capiteles del primer tramo de la nave mayor. El resto de las bóvedas del crucero y de las naves son de similar estructura que la del tramo central, con aparejos anulares a modo de cúpulas sobre pechinas reforzadas por ocho nervaduras. Las naves laterales debieron cubrirse entrado ya el siglo XIII, la central y el crucero esperarían hasta el XIV. Las estatuas-nervadura del tramo central del crucero representan personajes barbados -probablemente apóstoles- portando libros, palmas o filacterias que apoyan sobre ménsulas figuradas con ángeles. Los pilares de Ciudad Rodrigo son muy similares a los de la catedral de Zamora mientras que en las bóvedas ojivales que cubren los cuatro tramos más antiguos en el crucero y el resto de la nave central y de las laterales, aparecen los mismos elementos que en Salamanca, de clara evocación aquitana, incorporando ligaduras que arrancan de pequeñas ménsulas colocadas en las claves de los perpiaños. Las estatuas-nervadura que aparecen en el arranque de las bóvedas, tal y como infería Lambert, son más modernas que las de la Catedral Vieja salmantina, su función es aquí puramente decorativa -que no estructural- y su ejecución de mayor pobreza. La copia miniaturizada de las pequeñas cúpulas gallonadas sobre los capiteles del primer nivel, bajo las doce figuras de la portada del Perdón, demostraría una cronología posterior a la catedral charra. Para el autor galo, las partes más antiguas de la catedral mirobrigense no parecen anteriores al siglo XIII, continuándose los trabajos al menos hasta 1230. La catedral de Ciudad Rodrigo presenta un rico elenco de marcas de destajista que llamaron la atención de Navarro y fueron pacientemente documentadas por Hernández Vegas. Su análisis permitió al canónigo reforzar la sucesión de aquellas fases constructivas que el propio análisis arquitectónico revela: “Las obras debieron empezar por las dos capillas laterales de la cabecera del templo, con los ábsides correspondientes [...] continuó por todo el crucero hasta la terminación de las galerías ciegas de ambos brazos, en el interior; y en el exterior, hasta la terminación de las dos portadas [...] Contemporáneas son las dos naves laterales con sus ventanas y arcaduras, hasta la altura de las bóvedas, incluyendo los muros de las capillas de los Dolores y del Sagrario, la puerta de salida al claustro, el imafronte de la del Perdón, con los muros laterales, y quizá también los torales de la nave central, los restos de las dos antiguas torres y, probablemente, algunos elementos de las naves occidental y meridional del claustro” (M. Hernández Vegas,1935, [1982], p. 53). Llamaba la atención Gómez-Moreno sobre las arquerías murales, sin parangón en la arquitectura medieval hispana, a excepción de las de la colegiata de Toro. Se disponen en grupos de tres entre el arranque del muro y la cornisa, sencillas en el interior del muro oriental del crucero y polilobuladas en el resto de los muros del crucero y naves laterales. La portada de las Cadenas, en el brazo sur del crucero, posee arquivoltas de medio punto. Bajo el intradós del arco escarzano que la cobija se alojan cinco interesantes esculturas con Cristo mostrando las llagas y cuatro apóstoles (San Pedro, San Pablo, San Juan Evangelista y Santiago). Visten túnicas y mantos orlados con plegados pesantes y están labradas con cierto arcaísmo en relación con las estatuas-nervadura del crucero (Crozet). Por encima corre un friso con otras doce esculturas bajo arquitos apuntados que apoyan sobre capiteles de hojarascas, aves y mofletudas máscaras. Sobre arquivoltas y guardapolvos se despliega una abigarrada ornamentación tardorrománica: puntas de diamante, flores tetrapétalas, rosetas, volutas. Y los pequeños tímpanos, por encima de las cabezas de las estatuas, están animados con gotizantes palmetas, una cabeza de monje y otra de obispo junto a su mano bendicente y un disco con lises calados. Para Sendín las estatuas rep resentan personajes veterotestamentarios: Abraham, Isaías, Salomón, la reina de Saba, Ezequiel, Moisés, Melquisedec, Balaam, David, Elías, San Juan Bautista y Jeremías. Crozet, más comedido en la identificación de los doce personajes habla de Abraham, un profeta sosteniendo una filacteria, la reina de Saba, un rey barbado, otro profeta desplegando otra filacteria, Moisés con las tablas de la Ley y los cornuta facie, un profeta o un evangelista portando un libro abierto, otro con filacteria, David, un personaje vestido con atuendos monacales ceñidos por cordón y tocado con capucha (quizá San Francisco) y otros dos profetas con sendas filacterias (uno de ellos acerca su mano izquierda hasta su mejilla, tal y como vemos en tantas representaciones de San Juan Evangelista). El autor galo hacía alusión a su eclecticismo iconográfico y a su desproporción, perceptible en cabezas y forzado recrecimiento de peanas. David cruza sus piernas y tañe el arpa, al arcaico estilo de Platerías, participando del leve cinetismo que también se presiente en la reina de Saba y en el monje, anunciando la sensación de movimiento que será más evidente en las figuras del occidental Pórtico de la Gloria. De hecho, Gómez-Moreno consideraba que este friso y la gran portada occidental eran obra del mismo escultor. La imagen de San Francisco, visible quizá en la estatua nervadura del cuarto tramo de la nave calzado con humildes sandalias y también en la misma portada occidental, sugiere una datación que oscila entre 1214 (fecha más que gratuita asignada a la visita del santo de Asís a Ciudad Rodrigo, cuando regresaba de su peregrinación a Compostela) y 1228 (fecha de su canonización). Que esta circunstancial visita sirva para prestigiar la decoración del noble edificio que se estaba construyendo o bien sólo permita justificar la presencia de un convento de los frater minor en esta localidad salmantina (c a. 1220) y como comunidad bien conocida por todos los residentes fueran representados en la catedral, era algo que ya preocupaba a René Cro z e t . Otro arco, a la derecha de la portada meridional, cubre el espacio libre existente hasta el absidiolo de la epístola. Bajo el arco se encuentra una imagen sedente de la Virgen con el Niño que fue policromada en 1546. El Niño está sentado sobre la rodilla derecha de la madre, bendiciendo con la diestra. La portada del Enlosado, en el brazo norte del crucero tiene también decoración tard o rrománica, aunque fue re t ocada en época moderna, como apreciamos en sus fustes husiformes. Posee arco pentalobulado -al estilo de la Magdalena de Zamora- decorado con finos acantos en molinillo y triple arquivolta semicircular de baquetones y escocias cuajadas por incisas bandas de tetrapétalas y círculos. La gruesa chambrana porta palmetas perladas. Los capiteles presentan arpías y grifos afrontados por sus alas. Toda la portada septentrional queda cobijada por un gran arco apuntado flanqueado por gruesas semicolumnas acanaladas de cronología posterior, tal vez de mediados del siglo XIII. El gran arco apuntado está ornado por guardapolvo de puntas de clavo, moldura de baquetón romboidal y hojas tetrapétalas. Los curiosos polilóbulos que rematan en triples cilindro s encuentran similitudes evidentes con varias portadas del Saintonge (portadas occidentales de Esnandes, Vandré y Nôtre-Dame de Chartres y arquivoltas absidales de Rioux). Los baquetones que formulan una trama romboidal aparecen además en los contrafuertes y jambas de Rioux. La portada que se abre a la panda claustral meridional es también tardorrománica, con arquivoltas de baquetones y escocias que apoyan sobre capiteles de perlados crochets. Muy cerca, existe un arcosolio ornado con tetrapétalas inscritas en el interior de círculos de evidente carácter románico, motivo muy similar al que vemos en la portada de la iglesia de San Andrés de Ciudad Rodrigo. No obstante, el claustro se levantó entre el siglo XIV ( galerías occidental y meridional), cuando está documentada la participación de Benito Sánchez, y el XVI (galerías oriental y septentrional) cuando interviene Pedro de Güemes. Martínez Frías insistía en que gran parte de la historiografía -incluido Hernández Vegas- había arrastrado un error de Llaguno, que en una nota de su Diccionario señalaba cómo Fernando II hacía donación de una pensión de 100 maravedís anuales al maestro Benito Sánchez por hacerse cargo de los trabajos de la catedral. En realidad el crítico debió confundir al tracista del siglo XIV con el mismísimo Mateo del pórtico compostelano (curiosamente el supuesto documento se suscribía sólo tres días antes que el compostelano). La gran portada del Pórtico de la Gloria corresponde al segundo tercio del siglo XIII. El espacio se cubre con crucería cuatripartita cuyas nervaduras parten de ménsulas, con personaje y león andrófago hacia oriente, y capiteles con personajes demoniacos hacia occidente. Es una portada marcadamente apuntada, con siete abigarradas arquivoltas talladas en el sentido de las roscas, perfectamente góticas. La figuración se despliega también sobre el tímpano, un alto dintel dividido en dos registros y dos niveles de columnas con capiteles a ambos lados, el superior con estatuas entre el jambaje. En el mainel se talló la Virgen con el Salvador. El dintel presenta la vida de Cristo (entrada en Jerusalén, la Última Cena, el Prendimiento y la Crucifixión) y de la Virgen (Muerte y Ascensión), reservando el tímpano propiamente dicho para su Coronación. Las arquivoltas atañen al Juicio Final: en la exterior ángeles olifantes anuncian la resurrección de los muertos, que salen de sus féretros; a la derecha el demonio arroja a los pecadores hacia el averno y en la zona superior se efigia a Cristo entre dos ángeles y los símbolos de los cuatro evangelistas; la siguiente arquivolta se orna con querubines y serafines; a continuación obispos portadores de cruces y libros; ángeles ceroferarios e incensantes aparecen en la cuarta; veintiocho santas dispuestas dos a dos en la quinta y parejas con los ancianos del Apocalipsis, coronados y tañendo instrumentos musicales o portando libros en la sexta, la dispuesta interiormente. En las estatuas del nivel superior se identifica a Santiago el Mayor, Santiago el Menor, San Juan Evangelista, San Pedro y otros ocho apóstoles con filacterias y libros. El registro se corona con fundidos capiteles vegetales entre los que asoman algunos personajes coronados o tocados con capirotes y máscaras. En uno de ellos se reconoce la escena de Daniel en el foso de los leones, un ángel y Habacuc. A los pies del apostolado se aprecian pequeñas cúpulas gallonadas, al estilo de la Torre del Gallo salmantina, a las que antes hicimos referencia, y en la misma línea que un fragmento escultórico procedente de San Leonardo de Zamora y conservado en el neoyorquino museo The Cloisters. Los capiteles del primer nivel refieren escenas con el santo de Asís (Crozet habla de la estigmatización), la Santa Cena, la Coronación de la Virgen, la Huida a Egipto y numerosas cestas vegetales con acantos cuajados de arpías. La identidad entre esta portada y la occidental de la colegiata de Toro ya fue puesta de manifiesto por Bertaux. Durliat insistía en los paralelos compostelanos, evidentes en el característico cruce de piernas en uno de los apóstoles del lado derecho. En la misma línea se había pronunciado Pita, que apreciaba ecos mateanos en los apóstoles de la portada occidental mirobrigense. Pero lo cierto es que la búsqueda de paralelos en los talleres góticos de Burgos y León, aunque no convenciera a Crozet en lo estilístico, parece mucho más lógica y acorde con una cronología tardía. Yarza ofrecía una datación c a. 1260-1286 para Toro que permite hacernos reflexionar sobre el Pórtico de la Gloria de Ciudad Rodrigo (vid. Joaquín Yarza Luaces, “La portada occidental de la colegiata de Toro y el sepulcro del Doctor Grado, dos obras significativas del gótico zamorano”, Studia Zamorensia [Anejos 1]. Arte medieval en Zamora, 1988, pp. 117-129). Piquero optaba por la década de 1230, señalando la evidente progenie francesa para su tímpano con doble dintel y distribución triangular superior. Los ventanales de las naves laterales se enriquecen -tanto interior como exteriormente- con una lujuriosa ornamentación (Crozet). Entre sus capiteles aparece un acróbata, un rabelista y un cantero labrando la piedra. Las arquivoltas poseen perfiles polilobulados, de hojarascas caladas y baquetones romboidales entrecruzados. La brillante decoración escultórica, aunque mayoritariamente ejecutada a lo largo del siglo XIII, es rica en arcaísmos. Así, la abigarrada fauna fantástica de arpías, grifos, gallináceas, surgida entre tupidas frondas, las puntas de clavo y las tramas romboidales, los archipresentes arquillos polilobulados y las semicolumnas acanaladas, nos aproximan al románico zamorano y por extensión al claustro de la Catedral Vieja salmantina, donde abundaban las cestas vegetales de tesitura carnosa. A buen recaudo, estamos ante el hito terminal más brillante del románico salmantino. Mezcolanza de vegetaciones góticas, bestiarios deslavazados y geométricos carenados, cruce de caminos entre lo compostelano y el sudoeste francés en una tierra abierta, definitivamente consolidada por los monarcas leoneses. Lo cierto es que las familiaridades de la mejor escultura románica salmantina con respecto al estilo del sudoeste francés también parece tener eco más de dos décadas después, en obras tan tardías como la catedral de Ciudad Rodrigo, un epígono vigoroso que se mete de lleno en el gótico. La capilla del Sagrario, antiguamente de San Blas, es de planta cuadrangular y se cubre con bóveda octopartita que a Crozet le recordaba lo cisterciense y a Gómez-Moreno el estilo abulense de Fruchel (cf. pórtico de San Vicente de Ávila), bien distinto de los sistemas de cubiertas ensayados en Salamanca, Zamora y en la misma catedral mirobrigense. No obstante su despiece es anular, como en las bóvedas angevinas salmantinas (cf. crucero de Las Huelgas). Los ocho nervios reposan sobre pilares angulares y otros dispuestos en los puntos medios de los muros (hay una ménsula donde se dispone la puerta) compuestos por triples semicolumnas y aristas con rosetas. Dos óculos polilobulados perforan su muro hacia el pórtico. Contó con dos ventanas cegadas y otras dos apuntadas con parejas de columnillas hacia mediodía. Su muro exterior presenta siete arquillos ciegos trilobulados. Los dos sitios sufridos por la ciudadela de Ciudad Rodrigo durante la Guerra de la Independencia dañaron fuertemente el edificio catedralicio. El mismo Pórtico de la Gloria fue convertido en polvorín (función que después fue a parar al claustro), pero la fortuna hizo que nunca llegara a verse afectado, aunque sí resultó alterada la torre y la fachada de poniente que remodeló Sagarvinaga, herida con abundante metralla artillera y fuego de fusilería. Hernández Vegas recoge parte del informe redactado por el arquitecto responsable de las fortificaciones Francisco de Paula de la Vega y Pérez al término de las refriegas, en el mismo se anota el estado ruinoso de la portada occidental “sus columnas destrozadas, en sus dos terceras partes los capiteles destruidos, y enteramente sus basas y zócalos, como también la parte de cornisa, remates y demás que adornan la expresada portada y fachada”. Las obras de restauración fueron modestas y parciales a lo largo de todo el siglo XIX. Poco antes de ser declarada Monumento Nacional en 1899 intervino el arquitecto provincial Joaquín de Vargas y Aguirre. A partir de esa fecha Luis M.ª Cabello y Lapiedra se encargó de nuevas reparaciones en las bóvedas. Durante la segunda década del siglo José Tarabella restaura el claustro gótico siguiendo criterios miméticos de fatales consecuencias, labrando flamantes capiteles y basas al tiempo que despreciaba gran número de piezas originales. José Ramón Nieto recoge exhaustivamente el devenir de estos trabajos y los realizados con posterioridad por Anselmo Arenillas.